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oscuridad y dioses: el heredero del trono infernal

Mauricio_Martinez_1091
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Synopsis
que pasaría si el díos menos pensado tuviera un hijo, acompañemos lo en su viaje para ver cómo encajará en un mundo que lo ve con miedo
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Chapter 1 - prólogo

En la noche más oscura y fría que la humanidad pudiera recordar, un ser de sombras y poder incalculable observaba desde un rincón oculto de una pequeña casa de clase media. Su presencia era un secreto que incluso la misma oscuridad parecía proteger, pues ningún mortal habría podido soportar contemplarlo sin perder la razón. Sin embargo, allí estaba, inmóvil, vigilando con preocupación algo que, para otros de su estirpe, habría parecido insignificante: el nacimiento de su primer hijo mortal. 

Dentro de la modesta habitación iluminada apenas por la luz de una vela, una joven mujer yacía en su cama, asistida por una partera. Aunque el dolor del parto debería haberla hecho gritar, sus ojos permanecían serenos, llenos de una calma inusual. Cada contracción parecía menguar con el toque intangible de su amante divino, quien, en silencio, aliviaba su sufrimiento desde las sombras. 

La partera, una anciana sabia y astuta, rompió el silencio: 

—Por Zeus, señorita. Nunca pensé que él, de todos los dioses, tendría un hijo con una mortal. Siempre creí que era el más… ¿decente? de sus hermanos. —Sonrió, intentando aliviar la tensión, aunque con un evidente nerviosismo. 

La joven rió débilmente, sus labios curvándose en una sonrisa cálida. 

—Él es diferente… Siempre lo ha sido. Desde el primer momento, supe que no era como los demás. —Su mirada se ensombreció por un instante—. Pero no puedo evitar pensar en lo que le espera a nuestro hijo. Los hijos de los otros dioses son celebrados, amados... pero mi pequeño… —Hizo una pausa, luchando por contener las lágrimas—. ¿Qué destino tendrá el hijo de un dios temido y odiado? 

La partera colocó una mano en su hombro, intentando consolarla. 

—La sangre de los dioses es poderosa, mi niña. Y con un padre como él, el pequeño será alguien digno de recordar. Ahora dígame, ¿ya ha pensado en un nombre? 

La joven se quedó pensativa, pero antes de responder, sintió el momento culminante. Con un último esfuerzo, el llanto de un recién nacido llenó la habitación. 

**"Waaa… Waaa…"** 

La mujer tomó al bebé entre sus brazos. Era pequeño y frágil, pero incluso en su estado recién nacido, había algo en él que parecía inusual. Su cabello negro azabache, apenas unos mechones, reflejaba la luz de la vela, y cuando abrió los ojos, estos brillaron de un intenso carmesí que evocaba tanto poder como misterio. 

La joven lo miró con ternura y dejó escapar una risa suave cuando el bebé se calmó al sentir su calor. 

—Es hermoso… —murmuró, acariciando su mejilla. 

La partera, observando la escena, repitió su pregunta: 

—¿Entonces? ¿Qué nombre tendrá el pequeño? 

La joven sonrió con determinación. 

—Infernus. Será un infierno para los malvados y una luz de justicia para los débiles. 

La partera arqueó una ceja con una sonrisa burlona. 

—Con un nombre como ese, espero que encuentre amigos. Aunque… siendo quien es, dudo que le falten admiradores o enemigos. 

Antes de que alguien pudiera responder, el ser oscuro se acercó lentamente. A pesar de su apariencia imponente y sombría, sus movimientos eran suaves. Posó su mano en la cabeza del niño, sus dedos apenas rozando los cabellos oscuros. Después, se inclinó hacia la madre y le dejó un beso en la frente, murmurando: 

—Cariño, prometo protegerlos siempre. Desde las sombras, velaré por ambos. Cuando nuestro hijo cumpla quince años, le entregaré un regalo digno de su linaje. 

La joven, aún con lágrimas en los ojos, asintió. 

—Gracias… por estar aquí. 

El ser se volvió hacia ella con una mirada solemne. 

—Y a ti te otorgaré la inmortalidad y la juventud eterna. Cuando llegue el momento, serás mi segunda esposa oficial. 

La mujer no pudo evitar sonreír, asintiendo con gratitud. 

—Estaré encantada… siempre a tu lado. 

El dios oscuro desapareció en un susurro de viento, dejando tras de sí la promesa de un futuro incierto pero lleno de potencial. La joven, ahora inmortal, contempló a su hijo con renovada esperanza, sosteniéndolo entre sus brazos. 

En ese momento, en esa pequeña casa de clase media, el destino de un nuevo semidiós se había sellado. Infernus, el hijo del dios más temido, había nacido, y con él, un capítulo desconocido en la historia de los dioses y los mortales estaba por comenzar. 

15 años después...

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La noche había caído sobre el pequeño pueblo de **Ravenshade**, sumergiéndolo en un manto de penumbras y silencio. Las casas, desgastadas por el tiempo, se alzaban como testigos de historias olvidadas. Las luces parpadeantes de las farolas apenas lograban contener la oscuridad que parecía ansiosa por reclamar su dominio. 

En una de las calles más apartadas, donde la piedra del empedrado se mezclaba con raíces que emergían de la tierra, un joven de cabello oscuro caminaba con la mirada baja y las manos en los bolsillos. Su nombre era **Frank**, y aunque solo tenía quince años, su semblante reflejaba una madurez que no correspondía con su edad. 

Frank había aprendido desde muy pequeño que la vida no ofrecía respuestas fáciles, y mucho menos consuelo. No conocía a su padre, y cada vez que trataba de indagar sobre él, su madre desviaba la conversación con un suspiro o una mirada cargada de melancolía. Su casa, modesta pero acogedora, era un lugar donde los silencios hablaban más que las palabras. 

Esa noche, mientras regresaba de una jornada ayudando en la tienda del viejo **Arthur**, una sensación extraña comenzó a recorrerle el cuerpo. No era miedo, pero sí una inquietud. Era como si algo invisible estuviera observándolo desde las sombras. 

Los sonidos habituales de la noche —el crujir de ramas, el ulular de los búhos— parecían haberse desvanecido. Todo estaba inusualmente tranquilo, y el aire se sentía pesado, cargado de una presencia que no podía explicar. 

Casi sin darse cuenta, sus pasos lo llevaron hacia la plaza central del pueblo. Allí, en el corazón de Ravenshade, se encontraba una estatua que muchos evitaban mirar por más de unos segundos. Representaba a un hombre encapuchado, con una expresión tallada que parecía cambiar según el ángulo desde donde se le mirara. Algunos decían que era un antiguo protector del pueblo, otros que era un castigo por una traición olvidada. 

Frank siempre había sentido una conexión inexplicable con esa estatua. Algo en su interior le decía que su historia era importante, aunque nadie en el pueblo parecía recordarla con claridad. Aquella noche, decidió acercarse más de lo habitual. 

Mientras avanzaba, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El aire a su alrededor pareció enfriarse de repente, y un murmullo bajo, casi imperceptible, comenzó a escucharse. Era como si el viento llevara palabras de un idioma desconocido. 

—¿Quién está ahí? —preguntó Frank en voz alta, su voz rompiendo el silencio de la plaza. 

El murmullo cesó de inmediato. Todo quedó en calma, pero esa calma no le dio paz. Sus ojos se posaron en la estatua, y por un breve instante, juró haber visto cómo la sombra del encapuchado se movía, como si lo estuviera observando. 

Retrocedió un paso, el corazón latiéndole con fuerza. Pero algo dentro de él, una curiosidad que no podía controlar, lo obligó a quedarse. 

—Frank… —una voz suave, apenas un susurro, pronunció su nombre. 

El joven giró rápidamente, buscando el origen de aquella voz, pero no había nadie. La plaza seguía tan vacía como antes. Sin embargo, cuando volvió a mirar la estatua, esta parecía… diferente. Había algo en la postura del encapuchado, en la forma en que la luz de la luna caía sobre ella, que la hacía parecer más real. 

**"Estoy imaginando cosas,"** pensó, tratando de calmarse. Pero entonces, la voz volvió a escucharse, esta vez más clara. 

—Tienes preguntas, y yo respuestas. 

Frank sintió un nudo en el estómago. No sabía si correr o quedarse, pero sus pies parecían clavados al suelo. Tragó saliva antes de hablar. 

—¿Quién eres? 

No hubo respuesta inmediata. La voz pareció rodearlo, como si viniera de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. 

—Alguien que ha esperado mucho tiempo por este momento. 

El joven frunció el ceño, tratando de entender lo que estaba ocurriendo. Pero antes de que pudiera hacer otra pregunta, algo increíble sucedió. La sombra de la estatua comenzó a alargarse, extendiéndose hacia él como si tuviera vida propia. 

Frank retrocedió instintivamente, pero la sombra se detuvo justo antes de tocarlo. Entonces, de su interior surgió una figura. Era alta, con una capa que se movía como si estuviera hecha de humo. Su rostro estaba oculto, pero sus ojos brillaban con un tono dorado que parecía perforar el alma. 

—Has vivido entre sombras toda tu vida, sin conocer tu verdadero propósito. Pero la verdad te ha estado esperando, Frank. 

El joven sintió que su garganta se secaba. La figura irradiaba un poder que no podía describir, pero no era solo eso lo que lo inquietaba. Había algo familiar en esa presencia, como si la hubiera sentido antes, en sus sueños o en los momentos más oscuros de su vida. 

—¿Qué verdad? —logró preguntar finalmente, aunque su voz apenas era un susurro. 

La figura dio un paso hacia él, y aunque no tocaba el suelo, su movimiento era tan natural como el de cualquier ser humano. 

—El mundo no es lo que parece. Y tú… no eres lo que crees. 

Frank abrió la boca para responder, pero en ese momento, un destello de luz lo cegó. Cuando parpadeó y recuperó la vista, la figura había desaparecido, y la plaza estaba tan tranquila como antes. 

Confuso y asustado, Frank miró alrededor, buscando algún rastro de lo que acababa de suceder. Pero no había nada. Solo la estatua, inmóvil y silenciosa, como siempre. 

Decidió regresar a casa, aunque su mente seguía girando en torno a lo que había visto y escuchado. Algo en su interior le decía que aquella noche era solo el comienzo de algo mucho más grande. 

Cuando llegó a su hogar, su madre lo estaba esperando en la sala. Su expresión era tranquila, pero sus ojos lo observaban con una intensidad que él no supo interpretar. 

—¿Todo bien, Frank? Llegas tarde. 

—Sí… solo me distraje un poco —respondió, tratando de sonar casual. 

Ella no dijo nada más, pero antes de que él pudiera irse a su habitación, le puso una mano en el hombro. 

—Frank, hay cosas que aún no entiendes sobre este mundo… y sobre ti. Pero cuando llegue el momento, lo sabrás. 

El joven quiso preguntar a qué se refería, pero algo en su tono le indicó que no obtendría respuestas esa noche. Asintió en silencio y subió las escaleras hacia su cuarto. 

Mientras se recostaba en su cama, el eco de las palabras de la figura resonaba en su mente. **"El mundo no es lo que parece. Y tú… no eres lo que crees."** 

Esa noche, mientras el sueño lo reclamaba, Frank tuvo un sueño extraño. Caminaba por un vasto desierto bajo un cielo negro, y en la distancia veía una figura encapuchada que lo observaba en silencio. Cuando trató de acercarse, el suelo comenzó a desmoronarse bajo sus pies, y una voz, la misma que había escuchado en la plaza, le susurró al oído: 

—Todo comienza ahora, Frank. 

Cuando despertó, el sol apenas comenzaba a salir, y una extraña sensación de expectación llenaba su pecho. 

Sabía que algo había cambiado, aunque aún no entendía qué. 

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