El amanecer iluminaba el cielo cuando Frank, fiel a su rutina, se acercó nuevamente a la mesa del gigante. La comida estaba ahí, servida como siempre, pero esta vez había algo diferente. El gigante no estaba esperándolo con un arma en mano ni con el rostro enfurecido. En cambio, **parecía hundido en una profunda tristeza**, con los hombros caídos y la mirada perdida en el horizonte.
Frank se rascó la cabeza, confundido.
-¿Qué diablos te pasa ahora? -se preguntó en voz baja mientras se sentaba a la mesa y comenzaba a devorar la comida, como si nada hubiera pasado.
El gigante ni siquiera reaccionó. No intentó detenerlo, no gruñó, ni siquiera levantó la vista. Frank levantó una ceja, masticando lentamente un pedazo de carne.
-¿Qué demonios...? ¿De verdad no piensas hacer nada hoy?
El gigante apenas murmuró algo incomprensible.
Frank dio un largo suspiro y se encogió de hombros.
-Bueno, tú sabrás. Pero si sigues así, alguien más va a venir y te va a robar la comida... como yo, por ejemplo.
Tras devorar hasta el último bocado, Frank se levantó de la mesa y observó al gigante por un momento. **Por primera vez, no sintió la urgencia de burlarse de él.** Algo en esa tristeza genuina lo hacía sentir incómodo, aunque no lo suficiente como para arrepentirse de sus acciones.
-Bah, no es mi problema. Ya le arruiné la vida amorosa, ¿qué más puedo hacerle? -se dijo mientras se alejaba, pero una idea retorcida cruzó por su mente.
### **Eliminando la Competencia**
Frank sabía que los otros tres gigantes que lo habían emboscado seguían por ahí, y eso era un problema. Si lo atacaron una vez, lo harían de nuevo. Además, después de lo que le hizo al primero, era cuestión de tiempo para que buscaran venganza.
-Si quieres que algo se haga bien, hazlo tú mismo -murmuró mientras agarraba su lanza y comenzaba a seguir el rastro de los tres.
Encontrarlos fue sorprendentemente fácil. **Eran grandes, ruidosos y dejaban un caos a su paso.** Frank los observó desde las sombras mientras discutían alrededor de una fogata, aparentemente despreocupados.
-¿En serio estos idiotas me atraparon? -pensó, negando con la cabeza.
Con un salto ágil, Frank cayó frente a ellos, sonriendo con arrogancia.
-¡Hola, chicos! -exclamó, apuntándolos con la lanza. -¿Recuerdan al tipo que trataron de lanzar al mar?
Los tres gigantes se miraron, confundidos por un momento, antes de estallar en risas.
-¡Tú otra vez! -gruñó uno de ellos, poniéndose de pie. -¿No aprendiste la lección la última vez?
Frank hizo girar la lanza entre sus dedos.
-Oh, la aprendí. Pero ahora, voy a enseñárselas yo.
Lo que siguió fue un combate rápido y brutal. **Frank se movía como una sombra, golpeando con precisión quirúrgica cada vez que uno de los gigantes intentaba atacarlo.** Usó las cuerdas que llevaba consigo para inmovilizar a uno, empujó a otro hacia un barranco y derribó al tercero con un golpe directo a la cabeza.
-Eso es todo, señores. No vuelvan a meterse conmigo. -Frank limpió la sangre de su lanza y regresó por donde vino, sintiéndose más confiado que nunca.
De camino de regreso, Frank decidió pasar por el lugar donde había dejado al primer gigante. Para su sorpresa, lo encontró acompañado de una mujer hermosa, de cabello dorado y ojos verdes como un bosque primaveral. La mujer llevaba una tiara hecha de flores y una túnica que parecía estar tejida con hojas y enredaderas.
Frank se escondió detrás de un árbol, observándolos en silencio.
-¿Quién es esa? -murmuró para sí mismo.
La mujer sostenía las manos del gigante y le hablaba con una voz suave y reconfortante.
-Debes comer algo, querido. Todo pasará. La vida es un ciclo, y el dolor también lo es.
El gigante negó con la cabeza.
-Madre Gea, no he sabido nada de ella desde hace un mes. Mi corazón está destrozado.
**El nombre hizo que Frank se congelara.** Su rostro palideció y su corazón comenzó a latir rápidamente.
-¿Gea? ¿Dijo Gea? -susurró, sintiendo una mezcla de miedo y nerviosismo.
Gea era un nombre que conocía, una figura temida incluso entre los dioses. Si esa mujer tenía alguna relación con ella, **Frank sabía que estaba en problemas.**
-Esto no me gusta... no me gusta para nada... -murmuró, retrocediendo lentamente.
La mujer parecía percatarse de algo y giró la cabeza en dirección a Frank. Sus ojos verdes parecían atravesarlo como si pudiera ver más allá de su escondite.
Frank, sintiendo el peso de su mirada, no lo pensó dos veces.
-¡Yo me largo de aquí! -exclamó, dando media vuelta y corriendo tan rápido como sus piernas se lo permitían.
El corazón de Frank latía con fuerza mientras corría por el bosque. Cada crujido de una rama o el sonido del viento entre los árboles lo hacía imaginar que alguien lo perseguía.
-¡No puede ser! ¡Me metí con alguien relacionado con Gea! ¡Estoy muerto!
Mientras corría, su mente trabajaba frenéticamente, intentando buscar una solución.
-¡Quizás Poseidón pueda ayudarme otra vez! ¡Él es mi tío, después de todo!
Pero algo dentro de él sabía que esta vez sería diferente. Había cruzado una línea que no debía cruzar, y las consecuencias eran inevitables.
Finalmente, llegó a la playa y cayó de rodillas, jadeando.
-¡Maldita sea! Todo esto por unos malditos gigantes y su comida...
Mientras el sol comenzaba a ponerse en el horizonte, Frank miró hacia el mar, preguntándose qué nuevos problemas lo esperarían. Una cosa era segura: su vida nunca sería aburrida.
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### **Capítulo 9: El Semidiós y el Pueblo de los Mortales**
Tras cinco largos años de aislamiento, Frank decidió que ya era hora de regresar a la civilización. Durante ese tiempo, había sobrevivido en soledad, enfrentándose a bestias, cazando para alimentarse y viviendo de la tierra. Pero el aislamiento había cobrado un precio: su habilidad para interactuar con otros se había deteriorado, al igual que su sentido común. **Frank había olvidado cómo era ser parte de un mundo poblado por humanos.**
Cuando vio el pequeño pueblo desde la cima de una colina, sintió una mezcla de emoción y nerviosismo.
-Bueno, Frank, aquí vamos. No debe ser tan difícil, ¿verdad? Solo entra, busca un lugar para quedarte y... no sé, trata de no asustar a nadie.
Frank se rió entre dientes mientras bajaba la colina. Sus pasos eran ligeros y silenciosos, una habilidad que había perfeccionado durante años cazando en la naturaleza. Cuando finalmente cruzó las puertas del pueblo, nadie se percató de su presencia. Caminó lentamente, observando a los aldeanos que iban y venían, ocupados con sus actividades diarias.
-Esto... es más extraño de lo que recordaba -murmuró, mirando a un grupo de niños que corrían detrás de un perro.
Sin embargo, su atención pronto se desvió hacia un gran edificio en el centro del pueblo: el gremio de aventureros. Frank sabía que no tenía dinero para pagar una habitación en una posada, así que esta parecía ser su mejor opción.
-Quizás pueda conseguir algún trabajo y ganar algo de oro. Aunque... ¿cómo funciona esto? -se preguntó, rascándose la cabeza mientras se acercaba al gremio.
### **El Encuentro en el Gremio**
Frank entró al edificio con pasos tan silenciosos que nadie lo notó. El lugar estaba lleno de aventureros hablando, riendo y compartiendo historias. Frank, sin embargo, no estaba interesado en socializar. Se acercó directamente al mostrador de la recepción y se quedó allí, quieto, con una sonrisa extraña en el rostro.
La recepcionista, una joven de cabello castaño y ojos claros, estaba ocupada escribiendo en un pergamino. No se dio cuenta de la presencia de Frank hasta que, finalmente, levantó la vista y lo vio de pie frente a ella, sonriendo de manera inquietante.
-¡Oh, cielos! -exclamó, retrocediendo un paso por la sorpresa. -¿Quién eres tú?
Frank inclinó la cabeza, sin perder su sonrisa.
-¿Yo? Soy Frank. Necesito registrarme.
La recepcionista lo miró, aún desconcertada por su entrada silenciosa y su comportamiento extraño.
-Ehh... claro, claro. Por favor, rellena este formulario.
Frank tomó el pergamino que le entregó y lo examinó con curiosidad.
-¿Qué es esto?
-Es para registrarte como aventurero. Necesitamos tu nombre, habilidades, y alguna otra información básica.
Frank tomó una pluma y comenzó a escribir. Su caligrafía era desordenada, pero legible. Al terminar, devolvió el pergamino a la recepcionista, quien comenzó a leer en silencio. Al llegar a la parte donde decía "Hijo de Hades", levantó la vista con los ojos abiertos de par en par.
-¿Semidiós? ¿Hijo de Hades?
Frank asintió con orgullo.
-Sí, esa parte es importante.
La recepcionista tragó saliva, claramente incómoda.
-Por favor, espera un momento. Voy a llamar al líder del gremio.
El líder del gremio era un hombre robusto de cabello gris y una cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda. Cuando entró en la sala, sus ojos se fijaron inmediatamente en Frank. Había algo en su presencia que lo inquietaba: una oscuridad que parecía seguirlo a donde fuera.
-¿Tú eres el que quiere unirse al gremio? -preguntó el líder, cruzando los brazos.
-Ese soy yo -respondió Frank, sonriendo.
El líder lo miró de arriba abajo, notando los detalles que otros quizás pasarían por alto. **Los cuervos que habían comenzado a congregarse en los techos desde que Frank llegó al pueblo, los ojos oscuros que parecían contener un poder indescriptible, y el aire pesado que llenaba la sala.**
-No.
Frank parpadeó, confundido.
-¿No? ¿Qué quieres decir con "no"?
El líder dio un paso adelante, señalándolo con un dedo.
-No quiero a alguien como tú en mi gremio. No necesitamos semidioses hijos de Hades aquí. Tu presencia es un mal augurio para este pueblo. Desde que llegaste, los cuervos no han dejado de rondar.
Frank frunció el ceño, sintiendo cómo la ira comenzaba a crecer en su interior.
-¿Mal augurio? ¿Porque soy hijo de Hades? Eso es discriminación.
-Llámalo como quieras. Pero no te quiero aquí. **Eres un peligro para todos.**
Las palabras golpearon a Frank más fuerte de lo que esperaba. Durante cinco años, había estado solo, aislado del mundo. Ahora que finalmente intentaba reintegrarse, **el rechazo era lo primero que recibía.**
-Entonces... ¿simplemente me estás echando? -preguntó, su voz temblando de rabia contenida.
El líder asintió.
-Exactamente. Lárgate.
Frank apretó los puños, pero finalmente dio media vuelta y salió del gremio sin decir una palabra más.
Mientras caminaba por las calles del pueblo, la sensación de rechazo y desprecio se apoderó de él. **Le recordó su infancia, cuando los demás aldeanos de su antiguo pueblo lo evitaban por ser hijo de Hades.** Nunca había encajado en ningún lugar, y parecía que las cosas no habían cambiado.
-¿Por qué siempre es lo mismo? -murmuró, pateando una piedra en el camino. -No pedí ser quien soy.
Un cuervo se posó en un poste cercano, mirándolo fijamente.
-¿Qué miras? -le gruñó Frank, pero el cuervo no se movió.
Finalmente, Frank se detuvo en las afueras del pueblo, sentado en una roca mientras observaba el horizonte. Sabía que no podía rendirse, pero el peso del rechazo lo hacía sentir más solo que nunca.
-Quizás no pertenezco aquí. Quizás nunca lo haré.
Sin embargo, algo dentro de él, una pequeña chispa de determinación, le dijo que no debía darse por vencido.
-Si no quieren aceptarme, les demostraré que estaban equivocados. Les enseñaré que no soy un mal augurio. Soy Frank, hijo de Hades, y encontraré mi lugar en este maldito mundo.
Con ese pensamiento en mente, se puso de pie y comenzó a caminar, decidido a encontrar una nueva oportunidad, incluso si tenía que crearla él mismo.