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Chapter 10 - Capítulo 9: Una retorcida y cruel forma de hacer justicia

Frank había estado navegando por días, guiado por el arcoíris que se extendía hacia el horizonte. Su tripulación, formada por los cinco marineros que había "adoptado" durante el asalto al barco pirata, lo seguía con miradas mezcla de curiosidad, miedo y, sobre todo, confusión.

—¿De verdad crees que vamos a encontrar un duende al final de este arcoíris? —preguntó Garrick, que no había abandonado sus pensamientos de traición.

Frank, que estaba de pie en la proa del barco, con los brazos cruzados y una sonrisa confiada, respondió sin girarse.

—Por supuesto. Y cuando lo encontremos, obtendremos su olla de oro y seremos más ricos que cualquier rey.

—¿Y si no hay un duende? —insistió otro marinero, un hombre bajo y regordete llamado Hensley.

Frank se giró lentamente hacia ellos, su mirada cargada de una mezcla de autoridad y diversión.

—Entonces simplemente seguiremos buscando otra aventura. La vida no tiene sentido sin un poco de locura.

La tripulación se quedó en silencio, sin saber si admirar o temer a su extraño capitán.

Finalmente, el arcoíris los llevó hasta un puerto lejano en una tierra desconocida llamada Mythrelia. El lugar estaba lleno de actividad: comerciantes regateando, músicos tocando melodías alegres, y viajeros de todas las razas imaginables comprando provisiones y compartiendo historias.

El puerto estaba rodeado de altas montañas que brillaban con tonos dorados al atardecer, y los edificios tenían techos de paja con detalles en piedra tallada que representaban criaturas míticas. Era un lugar vibrante y acogedor, aunque claramente lleno de secretos.

—¡Bajen el ancla! —ordenó Frank, señalando un muelle vacío. La tripulación obedeció de inmediato, contenta de poner pie en tierra firme después de tanto tiempo en el mar.

—Este lugar tiene pinta de ser interesante —dijo Frank mientras descendía del barco. Sus ojos brillaban con curiosidad mientras recorría el puerto, acompañado por sus marineros.

Mientras exploraban el mercado, Frank escuchó un grito agudo proveniente de un callejón cercano. Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia el origen del sonido, seguido de cerca por sus marineros.

Al llegar, vieron una escena peculiar: un sátiro, mitad hombre y mitad cabra, estaba acorralando a una joven humana contra una pared. La muchacha parecía aterrorizada, y el sátiro se reía con una voz burlona mientras agitaba un pequeño cuchillo en sus manos.

—¡Déjala en paz! —ordenó Frank, su voz resonando como un trueno en el estrecho callejón.

El sátiro se giró, sorprendido, pero rápidamente recuperó su confianza al ver que Frank no llevaba armas visibles.

—¿Y quién eres tú para darme órdenes, humano?

Frank sonrió de forma peligrosa mientras levantaba una mano. Una esfera de magia oscura comenzó a formarse en su palma, pulsando con una energía que parecía absorber la luz a su alrededor.

—Soy alguien que no tiene paciencia para idiotas como tú.

Antes de que el sátiro pudiera responder, Frank lanzó la esfera al aire, donde explotó en una lluvia de chispas negras que rodearon al sátiro.

—¿Qué... qué estás haciendo? —balbuceó el sátiro, intentando apartar las chispas que comenzaban a fusionarse con su piel.

Frank dio un paso adelante, disfrutando del terror en los ojos de su enemigo.

—Te estoy maldiciendo. Desde ahora, cada noche te transformarás en una mujer increíblemente hermosa. Y no solo eso, serás perseguido por todos los machos de cada especie en un radio de kilómetros. Humanos, lobos, ciervos, incluso ranas. Nadie te dejará en paz hasta que amanezca.

—¡No! ¡Eso es cruel! —gritó el sátiro, intentando resistirse mientras la maldición terminaba de establecerse.

Frank ignoró sus protestas y añadió con un tono más sombrío:

—La única forma de romper la maldición es encontrar el verdadero amor. Buena suerte con eso.

El sátiro cayó de rodillas, con los ojos llenos de desesperación, mientras los marineros detrás de Frank intentaban procesar lo que acababan de presenciar.

—¿Eso... eso es posible? —preguntó Hensley, con la cara completamente pálida.

—¡Qué horror! —añadió otro marinero, cubriéndose la cara con las manos—. ¡Una maldición como esa es peor que la muerte!

—Lo peor es que técnicamente tiene que enamorarse de alguien. —Garrick se rió, aunque su voz tenía un tono nervioso—. Ese tipo está condenado.

Frank se giró hacia ellos, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

—Siempre es divertido ser creativo con las maldiciones. Ahora, vamos a buscar comida antes de que alguien más intente arruinar nuestro día.

Cuando la noche cayó sobre Mythrelia, el efecto de la maldición comenzó a manifestarse. Los marineros que se habían quedado cerca del barco escucharon un grito agudo proveniente del callejón donde habían dejado al sátiro.

—¿Crees que de verdad se convirtió en una mujer? —preguntó Hensley, claramente inquieto.

—No quiero saberlo —respondió otro marinero, estremeciéndose.

Sin embargo, su curiosidad pudo más, y algunos decidieron asomarse al callejón. Lo que vieron los dejó sin palabras.

El sátiro ahora tenía la apariencia de una mujer impresionante, con cabellos dorados que caían en cascada sobre sus hombros y ojos verdes como esmeraldas. Estaba rodeado por un grupo de gatos, perros callejeros, y dos borrachos que no dejaban de intentar cortejarla.

—¡Esto es una pesadilla! —gritó el sátiro, corriendo hacia el puerto con los animales y los hombres persiguiéndolo de cerca.

Los marineros regresaron corriendo al barco, contando entre risas nerviosas lo que habían visto.

—Frank... esto es demasiado. Incluso para ti —dijo Garrick, intentando recuperar el aliento.

Frank se limitó a reír, sin mostrar ni un ápice de arrepentimiento.

—Les dije que sería divertido.

Con las provisiones aseguradas, Frank y su tripulación zarparon nuevamente, siguiendo el arcoíris que ahora parecía más brillante que nunca. Pero mientras el barco avanzaba, Frank no podía dejar de pensar en lo que lo esperaba al final de este viaje.

—Un duende y una olla de oro... —murmuró para sí mismo, sonriendo.

Los marineros, aunque aún desconfiados, no podían evitar sentirse intrigados por su capitán. ¿Qué otras locuras tendría planeadas?

Mientras tanto, en Mythrelia, el rey local escuchaba rumores sobre un extraño hombre que había causado estragos en el puerto. Decidido a proteger su tierra, comenzó a preparar un plan para interceptarlo antes de que pudiera causar más problemas.

El camino hacia el final del arcoíris apenas comenzaba.

pov el satiro

Cuando Frank y su tripulación se fueron, el sátiro se quedó sentado en el suelo del callejón, todavía tambaleándose por los efectos de la maldición. Su mente no podía procesar del todo lo que había pasado. Él, un orgulloso sátiro, conocido en los alrededores como un maestro del engaño y las travesuras, ahora estaba atrapado en una maldición ridícula.

—¿Convertirme en mujer por las noches? —gruñó mientras pateaba una piedra—. ¡Ese maldito humano no sabe con quién se ha metido!

Sin embargo, mientras el sol comenzaba a ponerse, el sátiro empezó a sentir un extraño calor recorrer su cuerpo. Al principio lo ignoró, pensando que tal vez era el estrés. Pero cuando miró sus manos, notó que comenzaban a volverse más delgadas, delicadas, como las de una dama.

—¿Qué diablos? —gritó mientras se miraba los brazos y las piernas. Su pelaje grueso y tosco estaba desapareciendo, reemplazado por una piel suave y tersa.

Un dolor agudo recorrió su rostro cuando su mandíbula cuadrada se suavizó, y sus cuernos, símbolos de su orgullo, comenzaron a encogerse hasta convertirse en pequeños y elegantes rizos sobre su cabeza.

—¡No! ¡Esto no está pasando! —gritó, su voz ahora mucho más aguda y melódica.

Cuando el proceso terminó, el sátiro estaba irreconocible. Frente al reflejo de una ventana rota, vio a una mujer increíblemente hermosa con cabello dorado, ojos azules brillantes, y un cuerpo que parecía sacado de las leyendas.

—¿Qué clase de broma cruel es esta? —murmuró mientras se tocaba la cara y el cabello.

Antes de que pudiera procesar su nueva apariencia, escuchó un maullido detrás de él. Giró la cabeza para ver a un gato callejero acercándose lentamente, con los ojos fijos en él.

—¿Qué quieres, bola de pelos? —preguntó el sátiro, intentando espantar al animal con un gesto de la mano.

El gato, en lugar de huir, ronroneó y se frotó contra su pierna.

—¡Oye! ¡No hagas eso!

De repente, no era solo un gato. Un perro callejero apareció, seguido por otro gato, y luego un pequeño grupo de gallinas que parecían haber escapado de algún corral cercano.

—¡Esto no puede ser real! —gritó el sátiro mientras retrocedía.

Intentó correr, pero los animales lo siguieron, como si estuvieran hipnotizados por su nueva forma.

Un borracho que pasaba por ahí se detuvo al verla.

—¡Por todos los dioses! —exclamó mientras se tambaleaba hacia ella—. ¡Nunca había visto una belleza como tú!

—¡No te acerques! —gritó el sátiro, levantando las manos en un intento de detenerlo. Pero el borracho no hizo caso y tropezó, cayendo al suelo a sus pies.

—¡Eres un ángel! —dijo mientras intentaba levantarse.

—¡Soy un sátiro, idiota!

Pero antes de que pudiera continuar, otros dos hombres, aparentemente amigos del borracho, se acercaron corriendo.

—¡Deja de acaparar a la dama, Tiber!

—¡Primero que nada, no soy una dama! —protestó el sátiro, pero sus palabras se perdieron en el caos.

Los hombres comenzaron a pelear entre sí, intentando impresionar a la hermosa mujer que no era más que el desafortunado sátiro bajo la maldición de Frank.

—Esto es una pesadilla...

El sátiro logró escapar del grupo de hombres y animales, corriendo hacia las afueras del mercado. Pero no importaba dónde fuera, parecía atraer la atención de cada criatura macho en el área.

Un carnicero que pasaba con un cerdo enorme en una carreta detuvo su marcha al verla.

—¡Por todos los cielos! ¡Qué belleza tan exótica!

El sátiro lo ignoró y siguió corriendo, pero escuchó detrás de él el sonido de un cerdo gruñendo mientras bajaba de la carreta y comenzaba a perseguirlo.

—¡¿En serio?! ¡Un cerdo también!

Corrió más rápido, pero entonces tropezó con una raíz y cayó al suelo. Cuando levantó la vista, vio que un oso, probablemente atraído desde las montañas cercanas, también había aparecido, rugiendo mientras avanzaba hacia él con los ojos fijos.

—¡Ya basta! ¡Esto es cruel!

Desesperado, el sátiro se levantó y comenzó a trepar un árbol cercano, intentando alejarse del caos.

Desde lo alto del árbol, miró hacia abajo y vio una escena surrealista: el oso, el cerdo, los perros, gatos, gallinas, y un grupo creciente de hombres estaban reunidos bajo el árbol, todos mirándolo con una mezcla de admiración y obsesión.

—Esto es peor que la muerte...

Cuando finalmente amaneció, los efectos de la maldición desaparecieron, y el sátiro volvió a su forma original. Sin embargo, los eventos de la noche lo habían dejado completamente agotado. Bajó del árbol con cuidado, asegurándose de que los animales y hombres ya se hubieran dispersado.

—Nunca en mi vida había pasado algo tan humillante... —murmuró mientras caminaba hacia el puerto, con la esperanza de dejar Mythrelia lo antes posible.

A medida que avanzaba, un pescador local que estaba comenzando su día lo vio pasar.

—Oye, ¿no eres el sátiro que estaba causando problemas anoche?

El sátiro lo fulminó con la mirada.

—No quiero hablar de eso.

El pescador se encogió de hombros y volvió a sus redes, pero no pudo evitar murmurar para sí mismo:

—Vaya, qué raro es ese tipo...

Mientras tanto, el sátiro continuó su camino, decidido a encontrar una forma de romper la maldición antes de que llegara otra noche.

—Encontrar el verdadero amor, ¿eh? —dijo con sarcasmo—. Ese maldito humano me las va a pagar...

Y así, el sátiro maldito comenzó su propia aventura, completamente ajeno a que Frank y su tripulación ya estaban muy lejos, persiguiendo un arcoíris hacia nuevas locuras.

Fin del capítulo.

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