El rey Auron Von Tales se encontraba en lo alto de las murallas de su capital, observando con impotencia y furia cómo un enorme barco con ruedas avanzaba hacia las puertas de la ciudad. Lo acompañaba un ejército de zombis, cada uno vestido con armaduras que pertenecían a los soldados caídos de su propio reino. La mera visión de esa profanación era suficiente para hacer hervir su sangre.
—¡Esos malditos bastardos! —gritó Auron, golpeando con fuerza la piedra de la muralla. Sus consejeros retrocedieron, temerosos de su explosión de ira.
—¿Cómo se atreven a utilizar los cuerpos de mis soldados para semejante abominación? ¡No dejaré que esto continúe!
Desde el altar del salón del trono, el dios del cultivo, conocido como **Thalos**, había subido a la muralla junto al rey. Su imponente figura irradiaba poder, pero incluso él parecía desconcertado por la escena que se desplegaba ante ellos.
Thalos entrecerró los ojos mientras analizaba el extraño barco.
—Hay algo... oscuro en ese vehículo. No es una magia cualquiera, ni siquiera es simple necromancia.
Auron, todavía enfurecido, le respondió con un tono exasperado:
—¡Entonces destrúyalo de una vez! ¿Para qué te invoqué si no es para lidiar con esta amenaza?
Thalos alzó una mano, pidiendo silencio.
—Esto es más complicado de lo que parece, rey Auron. Hay una presencia poderosa dentro de ese barco... algo que no pertenece a este mundo.
El rey bufó, irritado.
—¡Y qué importa de dónde venga! ¡Todo lo que quiero es que ese maldito niño y su barco sean eliminados!
Thalos miró al rey con severidad.
—Eres un rey arrogante, Auron. No olvides que estás pidiéndome ayuda. Yo decidiré cómo enfrentar esta amenaza.
El dios bajó de la muralla con un movimiento firme y se acercó al campo de batalla. Su voz resonó como un trueno mientras señalaba el barco.
—¡Tú, ser oscuro que habita en esa fortaleza móvil! ¡Sal y enfrenta el juicio de un dios!
Desde el puente del barco, Frank observó la escena con una mezcla de curiosidad y emoción. Una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro.
—¿Un dios, dices? Esto será divertido.
Frank levantó una mano y habló con tono despreocupado:
—Jonas, encárgate del ejército. Yo voy a ver qué quiere este tipo.
Jonas, que estaba coordinando a los zombis desde el ojo del cíclope, asintió con profesionalismo.
—Entendido, capitán. No se preocupe, no dejaremos que estos campesinos nos detengan.
Frank saltó del barco con un movimiento ágil y aterrizó frente a Thalos, quien lo observó con desdén.
—Así que tú eres el origen de esta oscuridad. Un niño... Qué decepción. Pensé que me enfrentaría a algo más digno.
Frank se encogió de hombros, su sonrisa aún en su rostro.
—Bueno, no todos los días un dios baja a pelear conmigo. Deberías sentirte honrado, viejo.
Thalos apretó los dientes.
—¡Viejo! ¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera, mocoso insolente? ¡Yo soy Thalos, el dios del cultivo, el protector de esta tierra!
Frank soltó una carcajada.
—¿El dios del cultivo? ¿Qué haces, plantas zanahorias?
El comentario hizo que las venas del cuello de Thalos se marcaran de ira.
—¡Voy a enseñarte a respetar a tus mayores, mocoso!
Frank, aún riendo, extendió su mano al aire. Su expresión cambió de repente, volviéndose seria por primera vez en la batalla.
—Papá me dijo que eventualmente tendría que usar esto...
Un destello oscuro apareció en el aire, y de la nada surgió una lanza imponente, decorada con símbolos del Inframundo. La lanza se posó en la mano de Frank, quien la giró con elegancia antes de apuntarla hacia Thalos.
—¿Entonces, dios del cultivo? ¿Quieres jugar?
Thalos lanzó el primer ataque, haciendo que las raíces de los árboles cercanos se alzaran del suelo y se dirigieran hacia Frank como látigos gigantes. Frank saltó hacia atrás, esquivando los ataques con facilidad mientras se reía.
—¡¿Esto es todo lo que tienes?! Pensé que los dioses eran más impresionantes.
Thalos gruñó, concentrando su energía.
—¡No subestimes el poder de la naturaleza, mocoso!
Las raíces se convirtieron en un muro de espinas que avanzó rápidamente hacia Frank. Sin embargo, con un simple giro de su lanza, Frank cortó las espinas en pedazos, como si fueran papel.
—Esto está empezando a aburrirme. ¿No tienes algo más interesante?
Thalos, furioso, alzó ambas manos al cielo. El suelo tembló mientras un enorme árbol surgía del suelo, sus ramas extendiéndose como si fueran garras.
—¡Te mostraré lo que significa enfrentarse a un dios!
Frank observó el árbol con interés.
—Ok, eso es un poco más impresionante.
Mientras tanto, en las puertas del castillo, el rey Auron se enfrentaba a su propio problema. Los zombis habían comenzado a trepar por las murallas, y el barco seguía disparando proyectiles que derribaban secciones enteras de la defensa.
—¡No puedo creer que esté lidiando con esto! —gritó Auron, su rostro rojo de ira.
Uno de sus generales, un hombre robusto con cicatrices en el rostro, intentó calmarlo.
—Majestad, necesitamos reorganizar nuestras tropas. Los zombis están demasiado bien coordinados.
Auron lo miró con furia.
—¿Me estás diciendo cómo hacer mi trabajo? ¡Eres tan inútil como esos muertos vivientes!
De vuelta en el campo, Frank decidió ponerse serio. Clavó su lanza en el suelo, y un círculo oscuro apareció a su alrededor.
—Muy bien, Thalos. Me has divertido lo suficiente. Es hora de terminar esto.
Thalos, que estaba preparando otro ataque, retrocedió al sentir la energía que emanaba del círculo.
—¿Qué clase de monstruo eres?
Frank sonrió, sus ojos brillando con una luz siniestra.
—Soy Frank, hijo del díos del Inframundo. Y tú... eres solo una hoja más en el jardín.
Con un movimiento rápido, Frank levantó su lanza y la lanzó hacia el enorme árbol que Thalos había invocado. La lanza atravesó el tronco, destruyéndolo en una explosión de energía oscura.
Thalos cayó de rodillas, jadeando.
—Esto... no puede ser...
Frank se acercó lentamente, su lanza regresando a su mano.
—¿Eso es todo? Qué decepción. Bueno, supongo que puedes volver a tus zanahorias ahora.
Thalos levantó la mirada, pero antes de que pudiera decir algo, Frank lo golpeó con el mango de su lanza, dejándolo inconsciente.
—Y así termina la gran amenaza del dios del cultivo. Qué aburrido.
De vuelta en el castillo, el rey Auron observaba con horror cómo su dios protector caía derrotado.
—¡Esto no puede estar pasando!
El barco de Frank comenzó a avanzar nuevamente, derribando las puertas del castillo. Los zombis entraron en la capital, y Auron sabía que su reino estaba perdido.
—Maldito mocoso... ¡Maldito barco! ¡Esto no ha terminado!
Pero en el fondo, el rey sabía que era el fin de su reinado.