Frank se encontraba sentado en la cubierta del barco, mirando el cielo con aburrimiento. Después de su combate contra Apolo y los sucesos que siguieron, sentía que no había nada más interesante por hacer. Entonces, una idea pasó por su mente.
—¿Qué tal si intento despertar otra habilidad? —murmuró para sí mismo mientras hacía girar su guadaña, ahora en forma de una pequeña daga negra.
Se sentó en posición de loto, cerró los ojos y comenzó a concentrarse. Visualizó el flujo oscuro de su energía y trató de canalizarlo de una manera diferente, buscando algo nuevo, algo que pudiera romper la monotonía. Sin embargo, no tenía un plan concreto. Solo estaba improvisando.
De repente, una niebla oscura comenzó a envolverlo. Jonas, que estaba cerca, lo vio desaparecer en un instante.
—¡¿Frank?! —gritó Jonas, alarmado, pero ya era demasiado tarde.
---
En un abrir y cerrar de ojos, Frank se encontró en un lugar completamente diferente. Frente a él se alzaba el majestuoso trono del Olimpo, un asiento dorado imponente decorado con relámpagos que chisporroteaban a su alrededor. Sentado en él estaba Zeus, con una copa de vino en la mano y una expresión de absoluta comodidad.
—Ah, por fin algo interesante pasa hoy —dijo Zeus, mirando a Frank con una ceja levantada.
Frank, quien tardó un segundo en procesar lo que acababa de suceder, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Estaba frente al rey de los dioses, y sabía que cualquier paso en falso podía costarle la vida... literalmente. Inmediatamente, dejó de lado su actitud despreocupada y se inclinó respetuosamente.
—Perdón por mi intrusión, tío Zeus —dijo Frank, escogiendo cuidadosamente sus palabras—. No fue mi intención venir aquí sin avisar. Simplemente... apareció esta habilidad de repente, y, bueno, ya sabe cómo es la magia oscura.
Zeus lo observó por un momento antes de soltar una carcajada.
—¡Hijo de Hades, inclinado y educado! Esto sí que es algo nuevo. ¿Te enseñó tu padre a comportarte así, o lo aprendiste por tu cuenta?
Frank se encogió de hombros.
—Digamos que es un talento natural.
Antes de que Zeus pudiera responder, una figura femenina apareció en la sala. Hera, la reina del Olimpo, lo observó con desaprobación desde el primer momento. Su mirada era fría y calculadora, como si estuviera evaluando a Frank y encontrándolo... carente.
—¿Quién es este intruso? —preguntó Hera, cruzándose de brazos.
—Es mi sobrino —respondió Zeus, levantando su copa para tomar un sorbo de vino—. El hijo de Hades y una mortal.
Hera arqueó una ceja.
—¿Hades? ¿Ese aburrido dios del Inframundo tuvo un hijo con una mortal?
Zeus soltó una risa más fuerte esta vez.
—Sí, querida esposa. Y, para ser honesto, eso me hace sentir mejor acerca de... bueno, ya sabes, mis propias aventuras.
Hera lo fulminó con la mirada, pero Zeus, como siempre, parecía completamente indiferente.
—Tranquilízate, Hera —continuó Zeus, apoyando una mano en el reposabrazos de su trono—. El chico no está aquí para causar problemas. ¿Verdad, Frank?
Frank estaba a punto de responder cuando un rayo descendió del cielo y lo golpeó directamente en el pecho.
—¡Aaagh! —gritó Frank, cayendo al suelo.
Cuando el humo se disipó, Hera bajó lentamente la mano, con una expresión de absoluta calma.
—Estaba comprobando cuán resistente es —dijo, como si fuera la cosa más normal del mundo.
Frank, tosiendo un poco mientras se levantaba, miró a Hera con una mezcla de incredulidad y molestia.
—¿Eso fue un rayo? Pensé que Zeus era el único con la licencia para eso.
Hera no respondió, pero Frank pudo notar un destello de irritación en su mirada.
—Tranquilo, chico —interrumpió Zeus, riendo entre dientes—. Hera está de mal humor hoy. Es su manera de decir "bienvenido al Olimpo".
Mientras Zeus hablaba, otra figura apareció en la sala. Atenea, la diosa de la sabiduría y la estrategia, caminó con elegancia hacia ellos, sus ojos grises centelleando con una curiosidad calculada mientras analizaba a Frank.
Frank la miró, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que el aire se escapaba de sus pulmones. Atenea era la perfección hecha carne. Su porte regio, sus ojos inteligentes y su armadura que brillaba como el amanecer lo dejaron completamente embobado.

Atenea también pareció intrigada. Aunque mantenía su expresión neutral, no pudo evitar fijarse en los detalles de Frank: su aspecto gótico, su actitud desafiante y, por supuesto, esa energía oscura que parecía envolverlo como una segunda piel.
—¿Quién eres? —preguntó Atenea, con voz suave pero autoritaria.
Frank tragó saliva, tratando de recuperar la compostura.
—Frank. Hijo de Hades. Encantado de conocerte.
Zeus, quien había estado observando la interacción con interés creciente, rodó los ojos y se sirvió otra copa de vino.
—Por los dioses... ¿de verdad tengo que ser testigo de esto? —murmuró para sí mismo. Mentalmente, agregó con sarcasmo: *Por fin mi hija dejará esa tontería de ser virgen.*
Mientras tanto, Frank y Atenea seguían mirándose, como si el resto del mundo hubiera desaparecido. Hera, por supuesto, notó esto y no pudo evitar intervenir.
—Atenea, no olvides tu voto de castidad —dijo, su voz cortante como una espada.
Atenea asintió, alejando la mirada de Frank con algo de dificultad.
—Lo sé, madre.
Frank, sin embargo, no pudo resistir lanzar un comentario sarcástico.
—¿Castidad eterna? Bueno, eso suena... difícil.
Hera lo fulminó con la mirada, mientras Atenea escondía una ligera sonrisa.
Zeus, cansado de la tensión romántica y la hostilidad creciente, decidió intervenir.
—Bien, Frank. Ya que estás aquí, dime, ¿qué quieres?
Frank parpadeó, recordando por qué había venido (o, más bien, cómo había terminado allí).
—Bueno... en realidad no quería venir aquí. Fue un accidente. Estaba experimentando con mis poderes y... aquí estoy.
Zeus asintió, como si eso explicara todo.
—Entendido. ¿Algo más?
Frank negó con la cabeza, pero antes de irse, miró a Atenea una última vez y le guiñó un ojo. Atenea no respondió, pero sus mejillas se tiñeron de un leve rubor que solo Zeus notó.
Cuando Frank desapareció en un remolino de niebla oscura, Zeus se recostó en su trono, suspirando.
—Esto será interesante.
Hera, cruzada de brazos, simplemente gruñó en desaprobación, mientras Atenea permanecía en silencio, perdida en sus pensamientos.
---
Frank reapareció en el barco, todavía un poco aturdido por todo lo que había ocurrido. Jonas corrió hacia él, visiblemente aliviado.
—¡Frank! ¿Dónde estabas?
Frank se dejó caer en una silla, con una sonrisa satisfecha.
—Oh, ya sabes. Solo visité el Olimpo, me electrocutaron, conocí a una diosa increíblemente hermosa y... bueno, digamos que fue un buen día.
Jonas lo miró como si estuviera loco.
—¿Qué?
Frank simplemente se rió, mirando el cielo con una nueva chispa en los ojos. Algo le decía que ese no sería el último encuentro con los dioses... ni con Atenea.
Era un día como cualquier otro para Frank y su tripulación. Después de la tensión en el Olimpo, Frank había decidido relajarse, pero no sin antes hacer algo... peculiar. En la cubierta del barco, se podían ver tres altares, cuidadosamente decorados con símbolos y ofrendas. El altar más grande estaba destinado a Zeus, con una gran estatua de él sosteniendo un rayo en una mano y un cáliz en la otra. Junto a él, un altar más pequeño para Poseidón, con conchas y tridentes, y finalmente, un altar más sencillo pero igualmente elegante para Atenea, adornado con hojas de olivo y una figura de mármol que representaba la sabiduría y la estrategia.
La tripulación, desconcertada por la extraña devoción de su capitán, murmuraba entre sí. Algunos pensaban que Frank estaba bromeando, mientras que otros simplemente se encogían de hombros. Después de todo, Frank siempre hacía cosas inusuales.
—Oye, ¿es esto lo que hacías cuando estabas hablando de "honrar a los dioses"? —preguntó Jonas, mirando uno de los altares con una mezcla de incredulidad y confusión.
—Sí, exactamente. Nada de lo que hago es sin sentido —respondió Frank, sonriendo de manera enigmática. Luego hizo una pausa, mirando a Atenea—. Bueno, más o menos. Esto es en su honor.
De repente, un rugido ensordecedor interrumpió sus pensamientos. Todos en el barco se detuvieron y miraron hacia el horizonte. Del océano surgió una gigantesca serpiente marina, cuyos ojos brillaban con un brillo malicioso. De su boca salía un aliento helado que parecía congelar el aire a su alrededor. El monstruo estaba a punto de lanzar un ataque devastador contra el barco.
Frank, sin perder un segundo, levantó una mano y activó su campo de fuerza mágico, protegiendo a todos en la embarcación. Sin embargo, la serpiente, aún con su monstruosa fuerza, no pareció amedrentarse.
—¡Maldita sea, esta cosa es imparable! —gritó Jonas, mirando al monstruo con los ojos desorbitados.
Pero Frank estaba lejos de estar asustado. Con una sonrisa desmesurada, miró al cielo y gritó con toda su energía.
—¡ATENEA!!! DEDICO ESTE COMBATE Y MI VICTORIA A TI, LA MÁS HERMOSA FLOR QUE NUNCA VI!!!
La tripulación quedó en silencio, mirando a su capitán con incredulidad. ¿Realmente había dicho eso?
Frank, sin esperar respuesta alguna, saltó al aire como una bala, dirigiéndose directamente hacia la gigantesca serpiente marina. La criatura rugió y trató de atacar con su cola, pero Frank era más rápido, esquivando con gracia. De un solo golpe, impactó contra la cabeza de la serpiente, causando una explosión de agua.
Sin embargo, para su sorpresa, la criatura no se movió mucho. La serpiente simplemente sacudió la cabeza, como si estuviera poco impresionada por el ataque.
—¡Gracias por ser un oponente digno de ser sacrificado para Atenea! ¡Jajaja, jajaja! —exclamó Frank mientras se preparaba para otro ataque.
La tripulación observó, horrorizada, cómo Frank seguía desafiando a la bestia, sin importarle lo gigantesca y poderosa que era.
Desde el Olimpo, Atenea, que estaba en su templo, escuchó el grito de Frank. Su expresión fue de sorpresa y algo de confusión.
—¿Qué...? —murmuró, mirándose en el espejo de agua de su templo—. ¿Ese chico acaba de... gritar mi nombre en medio de un combate?
En el mismo instante, Zeus, que estaba descansando en su trono con una copa de vino, no pudo evitar escuchar el estruendo desde el Olimpo. Se recostó en su asiento, sonriendo con picardía.
—¡Vaya, qué escándalo! —dijo entre risas, sin poder contenerse—. Frank realmente no tiene freno. ¿Cómo será la reacción de Atenea?
Hera, que estaba cerca, miró a Zeus con una ceja levantada.
—¿Qué escándalo? Si a este chico no lo frena ni una serpiente marina, ¿tú crees que algo lo hará?
Zeus dejó escapar una risa estruendosa.
—¡Eso es lo que me gusta de él! Tiene agallas. Y qué más da si se mete en líos por gritar el nombre de mi hija... ¡sería peor si no lo hiciera!
Mientras tanto, Atenea se mantenía seria, pero algo de incomodidad estaba evidente en su rostro. Se cruzó de brazos y murmuró para sí misma.
—Esto no es... normal.
Frank, mientras tanto, se encontraba saltando de un lado a otro, esquivando los ataques de la serpiente marina mientras se reía de forma algo maniaca.
—¡Vamos, serpiente! ¡Hacía mucho que no me encontraba con algo tan digno de mis habilidades!
El monstruo volvió a atacar, esta vez con un aliento helado que lanzó contra Frank. Pero él estaba preparado. Con un movimiento ágil, desvió el aliento con un hechizo de oscuridad, envolviendo la serpiente en una niebla espesa.
—¡La oscuridad es el campo de batalla perfecto! —exclamó Frank, sus ojos brillando con determinación.
Pero la serpiente, ahora cegada por la niebla, lanzó un ataque sorpresa, apuntando su colosal cola directamente hacia Frank. Sin embargo, con un rápido movimiento, Frank desapareció en la niebla, reapareciendo justo en la espalda de la bestia.
—¡Te tengo! —gritó mientras golpeaba con toda su fuerza, enviando a la serpiente contra el océano.
El monstruo, herido pero aún vivo, se levantó con furia. La criatura lanzó un rugido tan fuerte que las olas del mar se agitaron violentamente, y la tripulación del barco, atónita, temió lo peor.
Pero Frank simplemente se cruzó de brazos, sonriendo con orgullo.
—Esta batalla será épica. ¡Y cuando termine, Atenea será la ganadora!
En ese momento, algo insólito ocurrió. Un rayo cayó del cielo, impactando justo cerca de Frank, pero no lo dañó. Era el mismo rayo que había sido lanzado por Zeus.
—¡Atenea! ¡Esto va por ti! —gritó Frank mientras se lanzaba de nuevo al combate, sabiendo que el camino hacia la victoria no solo pasaba por derrotar a la serpiente marina, sino también por ganar el favor de la diosa de la sabiduría.
Atenea, al escuchar el grito de Frank, no pudo evitar sentir una mezcla de confusión y... ¿desagrado? Pero había algo en su corazón que latía con una extraña fascinación.
—Maldito joven imprudente... —dijo entre dientes mientras observaba la batalla desde su templo. Sin embargo, una pequeña sonrisa se asomó en sus labios—. Tiene... valor.
Y en el Olimpo, Zeus, con una copa de vino en mano, miraba la escena con una sonrisa satisfecha.
—¿Qué puede ser más divertido que ver a mi sobrino darlo todo en el campo de batalla? Definitivamente, algo digno de ver.
Mientras tanto, Frank se preparaba para el siguiente movimiento, seguro de que la victoria sería suya, y lo dedicaría, por supuesto, a la más hermosa de las diosas.