La noche había caído sobre el campo de batalla, pero la lucha continuaba. El sonido del rugido de la serpiente marina, furiosa y frenética, se entrelazaba con los ecos de los rayos negros que Frank lanzaba en un intento desesperado de contener a la bestia. Ya habían pasado horas, y el agotamiento comenzaba a pesar sobre sus hombros. El sudor recorría su frente y su respiración era irregular, pero había algo en la oscuridad de la noche que lo estaba cambiando.
Era como si la noche misma estuviera abrazándolo, infundiéndole un poder oscuro, una fuerza creciente que le daba energía. La sensación de fatiga comenzó a desvanecerse a medida que la oscuridad lo rodeaba. Frank sintió que la noche se convertía en su aliada, un manto de poder que le otorgaba la resistencia y el coraje para seguir adelante. Su cuerpo ya no dolía tanto, y sus reflejos se volvían más agudos, su mente más clara. La serpiente marina, por otro lado, comenzaba a flaquear, debilitada por las heridas y el agotamiento.
—Esto no puede seguir... —murmuró Frank para sí mismo, la mirada fija en la criatura, que aún intentaba reponerse de los ataques que había recibido.
El campo de batalla estaba iluminado únicamente por la resplandeciente energía negra que Frank emanaba, y por los ocasionales destellos de su magia eléctrica. Pero algo dentro de él cambió. Un instinto profundo se despertó, un poder latente en su hoz, una habilidad que había permanecido oculta hasta ese momento.
Frank sintió cómo la conexión con su arma se intensificaba. Su hoz parecía resonar con la oscuridad, y la energía de la batalla se canalizaba a través de ella. Todo se volvió borroso durante un momento, el tiempo parecía ralentizarse, y Frank, como si fuera un reflejo, activó la habilidad de su arma.
—"Κυνήγι της Ψυχής" (Kynígi tis Psychís)... El Colmillo Desgarrador del Alma.
El poder del corte era tan devastador que incluso el aire alrededor de la hoz parecía distorsionarse. Los ojos de Frank brillaron con intensidad mientras su cuerpo se desplazaba en un movimiento veloz, casi instantáneo. La oscuridad lo impulsó, y se movió con tal rapidez que la serpiente no pudo ni reaccionar. El filo de la hoz cortó el aire, seguido de un sonido sordo, como si algo extremadamente denso hubiera sido desgarrado en dos.
El golpe fue limpio. La criatura, que había estado a punto de atacar, cayó hacia atrás, desmoronándose bajo el impacto de esa energía oscura. El corte atravesó el alma misma de la serpiente marina, destruyendo su esencia y dejándola sin poder para seguir luchando.
Frank cayó de rodillas sobre el suelo, agotado, pero con una sonrisa de triunfo. El esfuerzo había sido descomunal, pero había logrado lo imposible. El Colmillo Desgarrador del Alma había sido la llave para terminar la lucha. El poder oscuro que lo había invadido parecía desaparecer, pero el efecto en su cuerpo aún permanecía.
—Lo... lo logré... —dijo Frank, respirando con dificultad.
La serpiente marina, ahora sin vida, se desplomó pesadamente sobre la isla, su cuerpo inmenso retumbando al caer. El olor a azufre y a mar mezclado con la sangre de la bestia llenaba el aire. Frank permaneció allí unos momentos, observando el resultado de su ataque.
La tensión en el ambiente era palpable. Incluso en su agotamiento, Frank podía sentir la vibración de la energía residual de la criatura. De alguna manera, había ganado. Pero la victoria no estaba exenta de precio.
En el Olimpo, Atenea observaba la batalla a través de un espejo divino, su rostro impasible, pero sus ojos reflejaban una mezcla de respeto y admiración por la fuerza de Frank.
Zeus, por otro lado, no podía evitar sonreír mientras veía el combate. Con una copa de vino en la mano, se giró hacia Atenea.
—Vaya, parece que tu admirador tiene un buen sentido para los ataques dramáticos —dijo con una risa divertida, pero algo de preocupación en su tono—. ¿Lo has visto? Ese corte... nunca había visto algo así.
Atenea, aunque no lo dijera en voz alta, estaba impresionada. La habilidad de Frank no solo era letal, sino que también estaba cargada de un poder oscuro que incluso los dioses podían sentir. Pero, ¿sería esto algo que Frank podría controlar?
Frank, mientras tanto, caminaba lentamente hacia la criatura derrotada, su corazón aún acelerado por la adrenalina de la pelea. Sabía que la batalla había sido más dura de lo que esperaba, pero también había aprendido algo valioso: no siempre la fuerza bruta era suficiente. A veces, un golpe preciso, un corte capaz de desgarrar el alma, era lo único que importaba.
En sus pensamientos, algo más comenzó a formarse. Atenea había sido la musa de su victoria, pero ahora sentía una nueva energía despertando dentro de él. Si bien el poder de la oscuridad lo había guiado hasta este momento, Frank comprendió que necesitaría algo más para avanzar. Necesitaría comprender la naturaleza de su propia fuerza.
Mientras el sol comenzaba a asomar en el horizonte, Frank se agachó junto al cadáver de la serpiente, observando el corte limpio que había hecho en su alma. La batalla había terminado, pero su viaje, sabía, estaba lejos de culminar.
—Esto apenas comienza… —murmuró, una sonrisa cargada de determinación surgiendo en su rostro—. Y Atenea… estaré más cerca de ti en cada paso que dé.
La tensión en su cuerpo aún estaba presente, pero la victoria había valido la pena. Con un último vistazo a la criatura derrotada, Frank se levantó lentamente, listo para enfrentarse a lo que viniera.
Mientras la isla se quedaba en silencio, Frank podía sentir, por primera vez, la fuerza que había adquirido. La oscuridad ya no era solo una sombra, sino una aliada que había despertado dentro de él. Y a partir de ahora, no había nada que lo detuviera.
El campo de batalla estaba en silencio, roto solo por el suave oleaje del mar y el crepitar de la energía residual que rodeaba el cadáver de la serpiente marina. Frank permanecía de pie, aún cubierto de sangre y sudor, con la hoz firmemente sujeta en su mano derecha. La oscuridad que lo había envuelto durante la batalla se disipaba lentamente, dejando tras de sí una sensación de vacío, pero también de satisfacción. Había ganado, pero aún sentía que esta victoria era solo un preludio de algo más grande.
De pronto, las nubes en el cielo comenzaron a arremolinarse, cargadas de energía divina. Relámpagos iluminaban la noche mientras un estruendo ensordecedor retumbaba por el cielo. Frank alzó la vista, su respiración pesada, y vio cómo una figura imponente se materializaba entre las nubes. Zeus, el rey de los dioses, apareció envuelto en un manto de relámpagos y energía pura. Su presencia era avasalladora, una mezcla de majestad y peligro que hacía que incluso un semidiós como Frank sintiera un escalofrío recorrer su espalda.
—¡Joven guerrero! —tronó Zeus con una voz que parecía resonar en todo el océano—. Has logrado lo impensable. Has derrotado a una de las criaturas más poderosas del reino marino, una que incluso los mortales temen nombrar. Por tu hazaña, te has ganado un lugar entre los nombres que serán recordados por siglos. Ahora, te ofrezco el derecho de elegir un nuevo nombre, uno que inmortalice tu legado. ¡Habla, hijo de Hades!
Frank respiró hondo, tratando de mantener la compostura. No todos los días uno tenía la atención del rey del Olimpo, y mucho menos recibía una oferta como esa. Su cuerpo aún dolía, pero se enderezó, mostrando su típica confianza desenfadada. Con una ligera inclinación de cabeza, habló con una voz que, aunque cargada de respeto, no perdía ese matiz desafiante que lo caracterizaba.
—Zeus, soberano del Olimpo —comenzó Frank, sus ojos brillando con determinación—. Me siento honrado por tu reconocimiento, aunque no buscaba gloria ni títulos. Esta batalla la libré por mi causa, por mi propia convicción... y por alguien especial.
Un destello cruzó los ojos de Zeus, quien comprendió a quién se refería Frank. Aunque el dios no mostró más que una sonrisa, en el fondo sentía algo de diversión al recordar la reacción de Atenea observando el combate.
—¿Y cuál será ese nombre, joven semidiós? —preguntó Zeus, cruzándose de brazos mientras un relámpago iluminaba el cielo detrás de él.
Frank permaneció en silencio por unos momentos, cerrando los ojos mientras meditaba. Su mente vagó entre los momentos de la batalla, la sangre derramada, la oscuridad que lo había abrazado y la sensación de victoria. Finalmente, abrió los ojos, con una chispa de resolución en su mirada.
—Mi nuevo nombre será **Infernus** —anunció Frank con firmeza, su voz resonando con fuerza. Luego alzó la cabeza para mirar a Zeus directamente a los ojos—. Que ese nombre sea recordado no solo por mis hazañas, sino por mi voluntad de enfrentar lo imposible y salir victorioso.
Zeus arqueó una ceja, impresionado por la seguridad del joven. Había esperado algo más grandilocuente, pero "Infernus" tenía un poder en su simplicidad, un eco que resonaba como una promesa de caos y determinación. El dios asintió, alzando su mano hacia el cielo.
—¡Así sea! —proclamó Zeus, y un rayo atravesó las nubes, iluminando la isla y el océano. Una energía cálida y vibrante envolvió a Frank, marcándolo como "Infernus" para la eternidad.
Pero antes de que Zeus pudiera retirarse, una risa suave y burlona resonó detrás de él. Atenea, que había estado observando desde las sombras de las nubes, decidió finalmente mostrarse. Su figura elegante y majestuosa descendió suavemente al suelo, y su mirada fija en Frank era una mezcla de curiosidad y diversión.
—Infernus, ¿eh? —dijo Atenea con un leve tono sarcástico—. Un nombre interesante, aunque me pregunto si no lo elegiste solo para sonar aterrador.
Frank, al verla, sintió cómo su corazón se aceleraba, pero no dejó que eso se reflejara en su rostro. En su lugar, sonrió con descaro.
—Bueno, "aterrador" es un buen comienzo —respondió Frank, cruzando los brazos—. Aunque, si soy honesto, tenía en mente impresionar a alguien... quizá a una diosa cuyo nombre empieza con "A".
Atenea alzó una ceja, manteniendo su postura firme y elegante, aunque un ligero rubor cruzó por sus mejillas. Zeus, observando la interacción, rodó los ojos con exasperación.
—Por los dioses, ¿podrías ser más obvio, chico? —gruñó Zeus mientras se llevaba una mano al rostro—. Esto se está volviendo un escándalo. Ni siquiera Hefesto hace tanto alboroto cuando intenta impresionar a alguien.
Atenea lanzó una mirada afilada a Zeus, haciendo que el rey del Olimpo se callara de inmediato. Luego volvió su atención a Frank, su expresión nuevamente neutral.
—Sea como sea, Infernus, tu hazaña no pasa desapercibida —dijo Atenea, su voz recuperando su tono sabio y mesurado—. Pero te advierto: el poder que usaste en esta batalla no es algo que debas tomar a la ligera. Ese corte... "Colmillo Desgarrador del Alma", ¿cierto? Es peligroso, incluso para alguien como tú.
Frank asintió, aunque su sonrisa no desapareció.
—Lo sé, y lo respeto. Pero también sé que es una parte de lo que soy. Aprenderé a controlarlo. Te lo prometo, Atenea.
Por un instante, los dos se miraron en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido. Zeus, claramente incómodo, tosió para romper la tensión.
—Bueno, bueno, suficiente dramatismo por hoy —dijo Zeus, dando un paso al frente—. Infernus, has sido bautizado por mi mano. Haz honor a tu nombre, y no olvides de quién eres hijo. Ahora, vuelve a tus asuntos antes de que Hera descubra este desastre y decida venir a pelear conmigo por esto.
Frank se inclinó ligeramente, mostrando respeto, aunque no pudo evitar lanzar un último comentario.
—Gracias, Zeus. Aunque, si Hera se enfada, al menos sabré que mi presencia deja huella incluso en el Olimpo.
Zeus rió a carcajadas, mientras Atenea suspiraba, cruzando los brazos.
—Vete antes de que empeores las cosas —dijo Atenea, aunque su tono tenía un toque de calidez.
Frank asintió, dándose la vuelta y preparándose para partir. Pero antes de irse, giró la cabeza y, con una sonrisa, añadió:
—Nos veremos pronto, Atenea. Y para entonces, te demostraré que mi nombre no es solo un título.
Atenea no respondió, pero su mirada lo siguió mientras desaparecía en la distancia, dejando una ligera sonrisa que ni siquiera ella se dio cuenta de que tenía.
Así nació "Infernus", un nombre que resonaría a través de los siglos como símbolo de fuerza, determinación y un toque de desafío que ningún dios podía ignorar.