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Chapter 26 - capítulo 25 **La Marca de la Obediencia**

Infernus caminaba tranquilamente junto a su tripulación, mientras observaba con una mezcla de satisfacción y curiosidad a la bruja Freya, que ahora estaba a su lado, recuperándose lentamente. Aunque había derrotado a su oponente, algo le llamó la atención: unos grilletes sin cadenas, formados en las muñecas de la bruja, comenzaron a materializarse. Estos grilletes brillaban con una luz oscura, como si estuvieran marcando a la mujer de una forma indescriptible.

Freya, al despertar, pareció confundida al sentir la presión de los grilletes sobre sus muñecas. Al principio no comprendió lo que estaba pasando. Intentó mover las muñecas, pero los grilletes no desaparecían, y un leve tirón en sus muñecas le hizo comprender que algo había cambiado, algo que no podía controlar.

—¿Qué… qué son estos grilletes? —preguntó Freya, alarmada, mirando sus manos con ojos llenos de incredulidad.

Infernus, que había estado observando la escena en silencio, sonrió de una manera intrigante. Sabía lo que significaban esos grilletes, pero quería escuchar una explicación más oficial, una confirmación de una fuente que siempre confiaba.

—Padre… —murmuró, llamando mentalmente a Hades.

El cielo oscuro sobre ellos comenzó a retumbar levemente, como si el mismo Tártaro estuviera respondiendo a la llamada de su hijo. Un instante después, la figura imponente de Hades apareció frente a Infernus, emergiendo desde las sombras, con su mirada penetrante y su presencia siempre poderosa.

—¿Qué quieres, hijo mío? —preguntó Hades con voz profunda, aunque su tono era más relajado que de costumbre. Sabía que cuando Infernus lo llamaba, era porque había algo importante que discutir.

Infernus asintió con una sonrisa astuta y señaló a Freya, que todavía estaba intentando comprender la situación.

—Mira, padre… esta mujer... Freya, me acaba de desafiar y perdió. Ahora, por alguna razón, tiene estos grilletes en sus muñecas. ¿Qué significa esto? 

Hades observó los grilletes, y sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa, algo que Infernus solo conocía como una expresión casi macabra que hacía su padre cuando sabía algo que pocos entendían.

—Ah, esos… son un símbolo de la propiedad del alma. Cuando alguien se ve obligado a ceder su alma a otra persona, como has hecho con ella, los grilletes sin cadenas son la marca de esa entrega. Significa que ella ahora es parte de tu dominio, un objeto que nunca podrá liberarse. Si ella intenta huir, sabrás dónde está en todo momento. Y lo mejor de todo es que ya no podrá atacarte, ni con hechizos ni con poder físico. Está completamente sometida a ti —dijo Hades, con esa sonrisa fría que solo su hijo parecía encontrar agradable.

Infernus asintió con una mirada satisfecha. Aunque la bruja Freya había sido una oponente formidable, ahora no representaba ninguna amenaza para él. Los grilletes eran una forma definitiva de atar el alma de alguien a su voluntad. Aunque Freya no lo sabía aún por completo, su destino ahora estaba sellado.

Freya, aún sin entender la magnitud de lo que acababa de suceder, intentó liberarse de los grilletes, pero no pudo. La sensación de impotencia era como un peso invisible sobre sus hombros, y aunque su magia seguía siendo poderosa, no podía liberarse de los efectos de lo que Infernus había hecho.

—¡Esto no puede ser! —exclamó, mirando a Infernus con rabia. Su orgullo de bruja le impedía aceptar su derrota tan fácilmente. Ella se había acostumbrado a tener el control de todo, y este giro de los acontecimientos le resultaba insoportable—. ¡No soy tu esclava! ¡Esto no terminará aquí! 

Infernus la miró con calma, sin perder su actitud relajada y segura.

—Oh, Freya, no es que puedas decidir si lo aceptas o no. Ya no tienes elección —dijo, su voz suave pero con una autoridad que no dejaba espacio para la duda—. Esto solo es el comienzo de un nuevo capítulo para ti. Te has convertido en mi propiedad, y desde ahora, tu magia y tu voluntad me pertenecen. No hay marcha atrás.

Freya frunció el ceño, frustrada. Quería gritar, maldecir, hacer algo, pero sabía que, en ese momento, cualquier resistencia sería inútil. Los grilletes seguían brillando, firmemente atados a su alma, y no había forma de escapar de esa influencia.

Mientras tanto, Hades observaba la escena con una leve sonrisa que solo Infernus pudo entender completamente.

—Lo has hecho bien, hijo. Sabía que llegarías a esto en algún momento, pero debo decir que me complace que tomes el control de esta manera. —Hades cruzó los brazos y miró a Freya—. Aunque debo advertirte, Freya, no hay vuelta atrás. Si piensas rebelarte, solo te harás daño a ti misma. El destino está sellado para ti.

Freya bajó la cabeza, aceptando lo que había ocurrido, aunque no estaba dispuesta a rendirse por completo.

—¿Qué planeas hacer conmigo ahora? —preguntó, su voz llena de resignación, pero también de una chispa de desafío.

Infernus, observándola, soltó una risa suave.

—Primero, te aseguro que serás útil, muy útil, para mí. No eres una simple bruja, tienes habilidades que podrían servir en muchos aspectos. Y aunque ahora estés bajo mi control, aún puedes decidir cómo te comportas. Así que no te desesperes, Freya. Lo que pase a partir de aquí depende de ti. 

Con esas palabras, Infernus se giró, dándole la espalda a la bruja mientras avanzaba junto a su tripulación. Freya, aunque derrotada, aún mantenía la esperanza de que algún día podría encontrar una forma de liberarse. Sin embargo, los grilletes seguían brillando con una luz inquebrantable en sus muñecas, recordándole constantemente quién tenía el control ahora.

—No te equivoques, Freya. Los que se enfrentan a mí, en algún momento, deben rendirse. Pero aún puedes elegir cómo caminar este nuevo camino. Y lo mejor… es que ahora tienes todo el tiempo del mundo para pensarlo —dijo Infernus, sonriendo para sí mismo mientras las sombras lo rodeaban, la figura imponente de su padre desvaneciéndose en la distancia.

La bruja, aunque derrotada, sabía que en este mundo solo existían dos caminos para los que caían en manos de Infernus: servir o perecer. Y con los grilletes marcando su destino, no quedaba otra opción que seguir adelante en su nueva y amarga servidumbre.