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Chapter 29 - capítulo 29: La guerra inicia

Perspectiva de Fionn: Confusión ante la llegada del barco

El rey Fionn Mac Lughsu estaba sentado en su trono de oro cuando un guardia entró apresuradamente a la sala del trono, interrumpiendo el consejo matutino.

—¡Mi rey! Hay algo extraño fuera de nuestras murallas.

Fionn alzó una ceja, observando al guardia que respiraba con dificultad.

—¿Qué podría ser tan importante como para interrumpir nuestra reunión?

—Es… un barco gigante, majestad. Pero no en el agua. Tiene ruedas y se mueve por tierra.

La sala estalló en murmullos y risas. Uno de los consejeros, un duende de rostro arrugado y cejas espesas, se burló.

—¿Un barco? ¿En tierra? Debe ser obra de algún loco que se cree ingeniero.

Fionn, sin embargo, no se dejó llevar por la risa. Había algo inquietante en el tono del guardia. Se levantó de su trono y caminó hacia la ventana más cercana, desde donde podía ver las murallas de su reino. Allí estaba: un gigantesco barco con ruedas de metal, cubierto de inscripciones extrañas y rodeado por una atmósfera pesada que parecía absorber la alegría del entorno.

—Curioso… —murmuró Fionn, con el ceño fruncido.

Uno de los soldados que estaba cerca de las murallas también lo observó con burla en el rostro.

—¿Un barco? ¿Eso es lo que nos amenaza? ¿Qué hará? ¿Chocar contra la muralla?

Las risas de los soldados resonaron, pero Fionn sintió una punzada de inquietud en su pecho. Su instinto, afinado por años de gobernar y enfrentarse a desafíos, le decía que no debía subestimar esa extraña máquina.

Entonces, sin previo aviso, todo cambió.

La llegada de las sombras

El cielo, que hasta hacía unos momentos estaba despejado y luminoso, comenzó a oscurecerse. Nubes negras se arremolinaron sobre el barco, y una densa neblina oscura se extendió desde sus ruedas, como si la propia sombra del Inframundo hubiera salido a devorar la tierra.

—¿Qué… qué está pasando? —preguntó uno de los consejeros, retrocediendo instintivamente.

Antes de que alguien pudiera responder, las puertas del barco se abrieron con un crujido resonante. Una horda de figuras comenzó a descender de la rampa, avanzando con pasos lentos pero firmes. Eran guerreros, pero no vivos: sus cuerpos estaban cubiertos de heridas y armaduras oxidadas, y sus ojos brillaban con un resplandor verde espectral. Eran zombis, un ejército de muertos resucitados.

El soldado que se había burlado momentos antes dejó caer su lanza, su rostro pálido como la luna.

—¿Qué clase de brujería es esta?

Fionn apretó los puños, su mirada fija en la horda que se acercaba a las murallas. Sabía que esto no era una simple amenaza. Este era un ataque cuidadosamente planeado.

Perspectiva de Infernus: Preparándose para la batalla

Desde la cubierta del barco, Infernus observaba cómo su ejército avanzaba hacia las murallas del reino de Éireán. Su rostro estaba serio, su mirada fija en el palacio que se alzaba más allá de las defensas. Sabía que esta vez no sería tan fácil.

"No subestimé al rey Fionn," pensó, "pero tampoco esperaba que el reino estuviera tan bien protegido."

Aunque confiaba en el poder de su ejército, también era consciente de que los duendes eran astutos y mágicamente poderosos. Si quería ganar esta batalla, tendría que usar algo más que fuerza bruta.

—Freya, mantente cerca —ordenó, sin apartar la vista del frente.

—¿Qué piensas hacer ahora, oh gran estratega? —respondió ella con sarcasmo, aunque su tono traicionaba un leve nerviosismo.

Infernus cerró los ojos por un momento, concentrándose en el flujo de energía oscura que lo rodeaba. Este era su momento de actuar, de demostrar por qué era el hijo de Hades. Alzó ambas manos, pronunciando palabras en un idioma antiguo que resonaron como un eco en el aire.

Ritual de las Sombras Eternas.

De inmediato, el cielo se oscureció aún más, hasta el punto de que ni siquiera las antorchas más brillantes podían penetrar la negrura. Una oscuridad absoluta cubrió el campo de batalla, sumiendo a los defensores en un caos total. Las murallas, las armas, incluso las voces de los soldados parecían amortiguarse bajo el peso de esa sombra opresiva.

—¿Qué es esto? —se escuchó el grito de un soldado duende desde la muralla.

Freya observó, asombrada, mientras el cuerpo de Infernus comenzaba a brillar con un resplandor oscuro. En esa oscuridad, él era la única fuente de luz, un faro de energía destructiva.

—La oscuridad nos da fuerza —murmuró Infernus, más para sí mismo que para los demás—. Y a ellos… los debilita.

Desde las sombras, los zombis comenzaron a moverse más rápido, como si la oscuridad los fortaleciera. Sus movimientos se volvieron más fluidos, más precisos, y sus ataques más devastadores. Mientras tanto, los soldados duendes tropezaban y chocaban entre sí, incapaces de ver o coordinarse en esa negrura impenetrable.

El desafío de un rey

Fionn observaba desde su trono, con los nudillos blancos de apretar los brazos de su silla. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados.

—¡Concentrad vuestra magia! —ordenó, su voz resonando en el caos.

Los hechiceros del reino comenzaron a conjurar hechizos de luz, tratando de disipar la oscuridad, pero sus esfuerzos eran inútiles. Esta no era una simple noche; era una oscuridad creada por el propio hijo del Inframundo.

Desde su posición, Infernus sonrió ligeramente.

—Si no entregan la olla de oro, esto será solo el principio.

A pesar de su determinación, Infernus sabía que esta batalla era una prueba para él, tanto como lo era para el reino de Éireán. "No se trata solo de ganar," pensó. "Se trata de demostrar que soy digno de ser el hijo de Hades."