El barco de Infernus llegó a una playa que, en el futuro, sería conocida como Irlanda. La arena blanca crujía bajo los pies de los tripulantes mientras desembarcaban, observando el paisaje verde y los acantilados que se extendían hacia el horizonte. Un arcoíris brillante se dibujaba en el cielo, marcando el camino hacia lo que todos suponían sería un tesoro o un destino de gran importancia. Infernus lideraba el grupo, con una confianza que solo crecía después de cada una de sus victorias.
—Bueno, muchachos, parece que estamos a punto de encontrar algo grande —dijo Infernus, caminando con aire despreocupado. Miró el arcoíris que parecía tocar tierra en la distancia y sonrió—. Espero que sea oro, aunque una pelea tampoco estaría mal para calentar los músculos.
La tripulación rió ante el comentario, aunque algunos miraban el entorno con cautela. Esta tierra era diferente. El aire parecía más denso, más cargado de energía. Había algo antiguo y poderoso aquí, algo que no podían ignorar.
A medida que avanzaban tierra adentro, el arcoíris parecía volverse más nítido, como si los guiara directamente hacia su destino. Sin embargo, cuando estaban a punto de cruzar un valle, el camino quedó bloqueado por una figura enorme que surgió de entre las colinas.
El gigante era imponente, con una altura que superaba los diez metros. Su piel era de un gris pálido, como si estuviera hecha de piedra, y sus músculos eran tan grandes y definidos que parecía imposible que algo pudiera derrotarlo. Llevaba un taparrabos de cuero grueso y un collar de cráneos que claramente pertenecían a sus enemigos caídos. Sus ojos brillaban con una luz amarilla, y una barba desaliñada cubría gran parte de su rostro.
—¡Deteneos, intrusos! —rugió el gigante, su voz resonando como un trueno—. Estas tierras son mías, y no permitiré que paséis.
Infernus, que lideraba al grupo, frunció el ceño y dio un paso al frente.
—¿Y quién eres tú para detenerme? —respondió, cruzándose de brazos—. No me gusta que me bloqueen el camino.
El gigante soltó una carcajada profunda y burlona, inclinándose un poco hacia adelante para mirar a Infernus con desprecio.
—¡Soy Dagroth, señor de estas tierras y guardián del arcoíris! Nadie pasa por aquí sin mi permiso. Y tú, pequeño mortal, no eres más que un insecto para mí.
La tripulación observaba con nerviosismo, pero Infernus simplemente suspiró y sacudió la cabeza.
—¿En serio? —dijo con una mezcla de incredulidad y molestia—. ¿Un guardián del arcoíris? ¿Qué sigue, un unicornio peleando conmigo por un puente?
Dagroth no pareció apreciar el comentario, y golpeó el suelo con su gigantesco pie, haciendo temblar la tierra.
—¡Cuidado con tus palabras, mocoso! —tronó—. Soy un gigante nacido en esta tierra, y mientras esté aquí, soy inmortal. Nadie puede matarme en el lugar que me vio nacer. ¡Muchos lo han intentado, y todos han caído!
Infernus alzó una ceja, visiblemente molesto por la actitud del gigante.
—¿Inmortal, eh? —dijo con un tono sarcástico—. Pues felicidades, grandulón. Eso solo significa que puedo seguir golpeándote sin sentirme culpable.
### **El Primer Golpe**
Sin previo aviso, Infernus dio un salto hacia adelante, impulsándose con una velocidad que desafiaba la lógica. Antes de que Dagroth pudiera reaccionar, el puño de Infernus impactó directamente en su mandíbula con una fuerza devastadora. El golpe fue tan fuerte que la cabeza del gigante giró completamente, dando un giro de 360 grados antes de que su enorme cuerpo se desplomara en el suelo como un árbol caído.
La tierra tembló con el impacto, y un silencio sepulcral cayó sobre el lugar. La tripulación de Infernus observaba con asombro, mientras su líder aterrizaba con gracia, sacudiéndose el polvo de las manos como si no hubiera sido gran cosa.
—¿Eso es todo? —preguntó Infernus, mirando el cuerpo inmóvil del gigante con una sonrisa arrogante—. Vaya, pensé que los gigantes eran más resistentes. Supongo que la inmortalidad no significa nada si no sabes cómo usarla.
Pero justo cuando Infernus estaba a punto de continuar con su discurso, un sonido sordo interrumpió el momento. El gigante, que todos creían derrotado, se levantó de repente, su rostro lleno de furia. Dagroth rugió con tal intensidad que las montañas cercanas devolvieron el eco de su voz.
—¡Maldito insecto! —gritó, y con un movimiento rápido, lanzó un puñetazo directo a Infernus.
El impacto fue brutal. Infernus salió disparado como una bala y chocó contra la pared de una montaña cercana, incrustándose en la roca. Por un momento, todo quedó en silencio, hasta que un gemido de sorpresa y molestia salió de la montaña.
—¡¿Qué demonios fue eso?! —gritó Infernus, sacudiendo el polvo mientras trataba de liberarse—. ¡Ese golpe vino de la nada!
Dagroth se burló, acercándose lentamente.
—¿Qué pasa, pequeño mortal? ¿No eres tan arrogante ahora? —dijo, su voz llena de burla—. Esto es lo que pasa cuando subestimas a un gigante.
Infernus logró liberarse un poco de la montaña y tratar de aterrizóar en el suelo con un estilo fingiendo que que el golpe no le dolió. Su expresión mezclaba incredulidad y enojo mientras señalaba al gigante.
—¡Eso fue un golpe barato, grandulón! —gritó—. ¿Acaso no sabes que hay reglas en las peleas? ¡Primero te caes al suelo y finges estar derrotado, y luego yo me pongo a presumir! ¡Es lo que se espera!
Dagroth soltó una carcajada estruendosa.
—Reglas... —repitió, como si fuera lo más ridículo que había escuchado—. En mi tierra, solo hay una regla: el más fuerte gana. Y está claro que tú no lo eres.
Infernus finalmente logró liberarse por completo, cayendo al suelo con un estruendo. Se sacudió el polvo de su ropa, su expresión mezclando irritación y asombro.
—De acuerdo, admití que no vi venir ese golpe... —dijo, girando el cuello para aliviar el dolor—. Pero no te emociones demasiado, grandote. Esto apenas comienza.
El gigante alzó su garrote, golpeándolo contra el suelo con suficiente fuerza para crear una onda expansiva que hizo retroceder a la tripulación de Infernus.
—¡Ven entonces, pequeño insecto! —rugió el gigante—. ¡Te aplastaré como a todos los que se atrevieron a desafiarme antes!
Infernus flexionó los dedos, una sonrisa peligrosa apareciendo en su rostro.
—Está bien, está bien. Ya entendí tu juego —dijo mientras avanzaba hacia el gigante—. Eres grande, fuerte y aparentemente inmortal aquí. Pero ¿sabes qué? He matado cosas más feas que tú.
El gigante levantó una ceja, claramente intrigado.
—Más feas que yo? Eso es lo dudo.
Dijo el gigante idiota sin darse cuenta del insulto
—Créeme, era una serpiente marina con mal aliento. —Infernus hizo una pausa, señalando al gigante con un dedo—. Pero no te preocupes, grandote. Pronto te unirás a la lista de cosas gigantes que han caído por mi mano.
Con esas palabras, Infernus cargó hacia el gigante una vez más, esta vez preparada para un enfrentamiento mucho más intenso.
La pelea apenas comenzaba, y ambos combatientes estaban listos para llevar sus habilidades al límite. Las tierras que en el futuro se conocerían como Irlanda serían testigos de un choque de titanes, uno que marcaría el inicio de una leyenda.