El sol comenzaba a alzarse sobre **Ravenshade**, bañando el pueblo con una luz tenue que apenas lograba disipar las sombras persistentes de la noche. Las campanas de la escuela de combate repicaron con fuerza, anunciando el inicio de un nuevo día de entrenamiento.
Frank llegó corriendo como siempre, con su cabello desordenado y una expresión de entusiasmo que contrastaba con la tranquilidad del pueblo. Aunque era uno de los mejores alumnos, siempre parecía llegar al límite de tiempo.
—¡Frank, llegas tarde otra vez! —le gritó el instructor, un hombre corpulento y de barba gris llamada **Gideon**.
Frank se detuvo justo a tiempo frente a la fila de alumnos y se rascó la nuca con una sonrisa culpable.
—Lo siento, maestro Gideon. Tuve una pelea con mi cama… y ganó ella esta vez.
Los demás alumnos rieron por lo bajo mientras Gideon resoplaba con exasperación.
—Pues será mejor que dejes de perder contra muebles si quieres seguir destacándote aquí. Ahora, ¡todos a correr!
***
La pista de entrenamiento rodeaba la escuela, pasando por una serie de obstáculos diseñados para probar la resistencia, agilidad y fuerza de los estudiantes. Mientras los demás corrían a paso constante, Frank iba a toda velocidad, dejando una nube de polvo a su paso.
—¡Oye, Frank! ¿Acaso estás compitiendo con el viento? —gritó uno de sus compañeros entre risas.
Frank giró la cabeza hacia él mientras seguía corriendo.
—¡El viento no tiene ninguna oportunidad contra mí!
Sin embargo, su confianza siempre traía problemas. En un descuido, tropezó con una raíz que sobresalía del suelo y cayó de bruces al suelo, rodando varias veces antes de detenerse.
—¡Auch! —exclamó mientras se levantaba, sacudiéndose el polvo. —La próxima vez, raíces, voy por ustedes.
El grupo de alumnos estalló en carcajadas mientras Gideon negaba con la cabeza desde la distancia.
—¡Frank! Si usaras tus pies tan bien como usas esa lengua, ya habrías terminado el circuito dos veces.
Frank solo sonrió y volvió a la carrera, dejando a los demás atrás una vez más.
***
Después del entrenamiento, mientras Frank y los demás recogían sus cosas, comenzaron los murmullos habituales de los aldeanos que pasaban cerca de la escuela. No era la primera vez que sucedía; de hecho, Frank había crecido escuchándolos.
—Ahí va ese chico… tan rápido y fuerte como siempre, pero no tiene ni idea de quién es en realidad.
—¿Has visto su velocidad? Eso no es normal, ni siquiera para alguien de su edad.
—Dicen que su madre guarda secretos. ¿Y si el padre de Frank era un forajido o algo peor?
Frank suspiró al escuchar los comentarios, pero decidió ignorarlos como siempre. Sin embargo, uno de los alumnos, un chico llamado **Daryl**, no pudo evitar hacerle una broma.
—Oye, Frank, ¿qué tal si resulta que tu padre es un ladrón famoso? Seguro heredaste esa velocidad para escapar de las autoridades.
Frank le lanzó una mirada burlona mientras recogía su mochila.
—Si ese fuera el caso, Daryl, tal vez debería enseñarte a correr. Con lo lento que eres, no durarías ni un minuto huyendo.
El grupo estalló en risas nuevamente, y Daryl se limitó a encogerse de hombros con una sonrisa.
***
Cuando Frank regresó a casa esa tarde, su madre, **Elara**, lo estaba esperando en la puerta. Era una mujer alta, de cabello oscuro y ojos verdes que siempre parecían analizar todo a su alrededor. Su expresión era amable, pero había algo en su mirada que siempre parecía ocultar más de lo que decía.
—Bienvenido, Frank. —dijo ella mientras lo observaba con una sonrisa.
—Hola, mamá. ¿Hoy es el gran día? —preguntó él, tratando de sonar casual, aunque la curiosidad brillaba en sus ojos.
Elara asintió lentamente y lo invitó a pasar. La casa era modesta pero acogedora, con muebles sencillos y un ambiente cálido que siempre hacía que Frank se sintiera en paz.
En el centro de la sala había una caja alargada, cubierta con un paño negro. Frank no pudo evitar mirarla con expectación.
—Frank, antes de darte tu regalo, necesito que escuches algo importante.
Él se sentó en el sofá, tratando de ocultar su impaciencia.
—Sé que has tenido muchas preguntas sobre tu padre, y hoy es el día en que tendrás algunas respuestas.
Frank se inclinó hacia adelante, atento a cada palabra.
—Tu padre… era un hombre especial. Alguien con habilidades y responsabilidades que iban más allá de lo que puedas imaginar. No puedo contarte todo ahora, pero dejó algo para ti.
Elara se acercó a la caja y retiró el paño negro, revelando una **lanza de color negro azabache** que parecía absorber la luz a su alrededor. Era una obra de arte, con detalles intrincados grabados en el asta y una hoja que brillaba como si estuviera hecha de obsidiana pulida.
Frank se quedó sin palabras por un momento antes de levantarse y acercarse a la lanza.
—¿Esto… esto era de él? —preguntó con voz entrecortada.
Elara asintió.
—Dijo que te la diera cuando cumplieras quince años. Esta lanza no es un arma común, Frank. Representa algo mucho más grande.
Frank tomó la lanza con ambas manos, sintiendo un leve cosquilleo recorrerle los dedos. Era más ligera de lo que esperaba, pero al mismo tiempo transmitía una sensación de poder que no podía explicar.
—¿Y qué se supone que haga con esto? —preguntó, mirando a su madre con una mezcla de confusión y emoción.
Elara sonrió y puso una mano sobre su hombro.
—Entrenar, aprender… y estar preparado.
Frank arqueó una ceja.
—¿Preparado para qué? ¿Vienen más raíces traicioneras como las de hoy? Porque esta vez estoy listo.
Elara soltó una pequeña risa y negó con la cabeza.
—Solo te diré que el mundo es mucho más grande de lo que crees, Frank. Y tú… tienes un papel importante que jugar en él.
Frank miró la lanza nuevamente, preguntándose qué significaba todo aquello. Pero una cosa era segura: su vida acababa de dar un giro inesperado, y no había forma de volver atrás.