En el principio de todo, cuando las estrellas aún se formaban y las galaxias nacían de la nada, hubo un único ser que tejió el universo con su voluntad infinita. Dios, no solo creó la luz, la oscuridad y las estrellas, sino también a las innumerables criaturas que poblarían su creación. En su eterna sabiduría, entendió que el equilibrio entre las fuerzas opuestas era la clave para mantener la armonía en su dominio. Pero, como en todo cosmos, la balanza entre el bien y el mal nunca es estática.Atlok era uno de los primigenios, una entidad cósmica cuya existencia trascendía cualquier comprensión humana. Nació de las profundidades del vacío, de la eternidad que existía antes de que el tiempo mismo se tejiera. En su forma, Atlok no era ni completamente físico ni completamente intangible. Su esencia se extendía en todas direcciones, tocando dimensiones, planetas y estrellas sin forma definida, una sombra que flotaba entre las fibras mismas del espacio. No tenía rostro, ni cuerpo, solo el poder inconmensurable que nace de la nada, y un susurro de conciencia en la vastedad del cosmos.Atlok había vagado por eones, observando el nacimiento y la destrucción de mundos, sin un propósito claro, solo buscando algo que nunca había encontrado. Hasta que un día, sin previo aviso, un destello de luz brilló ante él. Era diferente a cualquier luz que hubiera visto. No era una chispa de energía ni la explosión de una estrella moribunda, sino una presencia, una conciencia de una magnitud que ningún primordial podía comprender completamente.Esa luz era Dios.En el vasto vacío donde solo existían los ecos del silencio, Dios apareció ante Atlok. Era una figura que emanaba una radiancia sin igual, y en su presencia, Atlok sintió por primera vez la verdadera esencia de la creación. No había palabras que pudieran describir lo que sucedía en ese momento. El vacío, el caos y la infinitud del universo fueron reemplazados por una sensación de orden, de propósito. Dios, la entidad creadora, estaba frente a él."Atlok, el que se encuentra en las sombras del abismo, ¿qué te trae a este reino de luz?" La voz de Dios resonó en el alma misma de Atlok, no como un sonido, sino como una vibración profunda en su ser.Atlok, aunque no poseía forma material, sintió que su esencia se conmovía por una emoción que jamás había experimentado. Asombro. Frente a él estaba el creador de todo lo que conocía, el que había traído al mundo el orden del universo, la luz de las estrellas, y la vida misma."Te he observado desde las sombras," dijo Atlok, su voz como un susurro que se desvanecía en el vasto espacio. "He visto tus mundos, tus criaturas. Las vidas que has tejido, los reinos que has formado... Todo esto, todo lo que has hecho, es más grandioso que cualquier cosa que yo haya conocido."Dios sonrió, su presencia irradiando una calma infinita. "El amor por lo que he creado es el mayor regalo que uno puede ofrecer al universo, Atlok. Cada estrella, cada ser, cada hoja en el viento, todo tiene un propósito, una razón."Atlok, por primera vez, experimentó algo que no podía describir con la palabra correcta, pero lo entendió profundamente: amor. No hacia una persona, sino hacia todo lo que había sido creado. Este sentimiento comenzó a crecer dentro de él, extendiéndose como una llama en la oscuridad.