Dios, al notar la fascinación de Atlok por sus creaciones, le permitió ver más, mostrándole su vasta obra: millones de universos, cada uno con sus propias reglas, su propio orden, su propia historia. Atlok se vio transportado a través de dimensiones, presenciando la creación de seres extraordinarios: dragones de luz, árboles milenarios que hablaban el idioma de las estrellas, criaturas elementales que dominaban los cuatro elementos, y humanos con mentes capaces de alcanzar las alturas de la creatividad y la desesperación.Cada universo era un reflejo de algo que Dios había querido expresar: la belleza, el caos, la guerra, la paz, el amor y el sufrimiento. Pero a pesar de la diversidad de sus mundos, había algo que unía todo: la creación de vida. Desde los seres más pequeños hasta las entidades más grandes, todo en el universo estaba tejido por la mano de Dios, con una armonía inquebrantable.Atlok observó todo esto en silencio, con el alma llena de un asombro profundo. Nunca había conocido algo así. Para un primordial, todo lo que existía era solo una manifestación de poder. Pero lo que Dios había creado no solo era poder; era belleza, y la belleza tenía una fuerza propia."Lo que has creado es más grandioso de lo que podría haber soñado," dijo Atlok, su voz cargada con la humildad que nunca antes había experimentado. "Tu trabajo es... perfecto.""No es perfecto, Atlok," respondió Dios con una voz tranquila, casi como una caricia. "Nada en este universo es perfecto. Todo está en constante cambio, todo evoluciona. Pero la perfección no está en el fin, sino en el proceso. Es en las luchas, en las pérdidas, en las alegrías y tristezas donde se encuentra la verdadera belleza."Atlok sintió una oleada de comprensión, como si todo el universo, en su caos y en su orden, tuviera un propósito mayor. Pero antes de que pudiera decir algo más, Dios levantó una mano, como si quisiera señalar algo más allá de lo visible."Pero no todo es luz, Atlok."