Atlok, tras haber escuchado las advertencias de Dios sobre los Primigenios y la fragilidad de la creación, sintió una calma extraña al ver la determinación en los ojos de su Creador. Sabía que su viaje no solo consistiría en enfrentarse a las fuerzas destructivas, sino también en comprender la grandeza de lo que debía proteger.
Dios, consciente de las dudas que aún flotaban en la mente de Atlok, extendió su mano. En un destello cegador de luz pura, el espacio a su alrededor comenzó a disolverse, transformándose en una corriente de energía y materia que se desbordaba a su alrededor como un río cósmico. Atlok sintió cómo su ser se desmaterializaba, transportado fuera del tiempo y el espacio, como si se convirtiera en una extensión del mismo cosmos."Ven conmigo, Atlok." La voz de Dios, ahora tranquila y reconfortante, lo envolvió. "Te mostraré lo que hemos creado. Pero no solo como un observador, sino como un testigo de la belleza de cada existencia."A medida que el universo se desplegaba ante ellos, Atlok vio millones de mundos flotando a su alrededor, cada uno vibrando con vida. Algunos eran apenas destellos en el espacio, pequeñas estrellas nacientes de gas y polvo, otros eran planetas majestuosos con océanos resplandecientes, vastos continentes cubiertos de selvas y montañas, y criaturas que caminaban sobre ellas con una armonía perfecta. Dios guiaba a Atlok entre estos mundos como un pintor que recorre sus lienzos antes de poner su pincel.