El siguiente planeta al que fueron transportados fue Firael, un mundo de fuego y lava. En lugar de océanos y bosques, este planeta estaba lleno de vastas llanuras volcánicas, ríos de magma y cielos ardiendo. Los habitantes de Firael, los salamandras, eran criaturas de fuego, con cuerpos brillantes que ardían con una intensidad cegadora. Vivían en castillos hechos de piedra volcánica, rodeados de enormes columnas de fuego que surcaban el cielo como dragones etéreos.
"Firael es el hogar del renacimiento, Atlok. Aquí, la destrucción es una forma de renovación." La voz de Dios resonó, mientras Atlok observaba a las salamandras, que cada vez que morían, se sumergían en las cascadas de lava, solo para renacer de las cenizas.Atlok vio cómo, en el centro del mundo, los dragones de fuego sobrevolaban las montañas, sus escamas resplandeciendo como cristales de magma. La furia de Firael era su naturaleza, y sin embargo, cada explosión de lava, cada volcán que entraba en erupción, era parte de un ciclo de creación que daba lugar a nuevas formas de vida."Este es el equilibrio," murmuró Atlok, comprendiendo finalmente lo que Dios intentaba mostrarle. "La creación y la destrucción no se oponen, sino que son interdependientes."Dios asintió. "Sí, Atlok. Cada mundo es diferente, pero todos están conectados por un propósito común. Todos viven, mueren y renacen de acuerdo a sus propias leyes."