En el cuarto planeta, Dios llevó a Atlok a un mundo donde la oscuridad reinaba, un lugar marcado por la presencia de los Primigenios. Este planeta, llamado Tzilnoth, estaba sumido en una perpetua penumbra. La atmósfera estaba corroída por la energía oscura, y el suelo estaba quebrado, como si el propio mundo estuviera herido por la influencia de las entidades caóticas que lo habitaban.Aquí, Atlok pudo ver la manifestación del mal puro: los cultistas de Nyarlathotep invocaban seres deformes, criaturas de pesadilla que surgían del abismo. En el cielo, figuras gigantescas como Cthulhu se erguían, sus ojos llenos de locura y hambre."Este es el verdadero rostro de la oscuridad, Atlok." La voz de Dios era grave, como si su presencia estuviera impregnada de un dolor profundo. "Estos mundos, los que están corruptos por los Primigenios, no nacen para crear. Nacen para destruir. Ellos no entienden el propósito de la creación, solo buscan su aniquilación."Atlok sintió la corrupción en el aire, la antítesis de la luz y el orden. Este era un mundo que nunca había conocido, y aunque su ser primordial reconocía el poder de la oscuridad, también entendía que aquí no había lugar para el amor por la creación. No había renacimiento, solo destrucción."Debemos proteger los mundos de los Primigenios, Atlok." La voz de Dios era clara y firme. "Porque si alguna vez logran romper el equilibrio, toda la creación caerá."Atlok miró el abismo de Tzilnoth, sintiendo el peso de la responsabilidad. Sabía que su camino no solo sería uno de observación, sino también de acción. La lucha por mantener la creación intacta había comenzado. Y él, como guardián de la luz, tendría que enfrentarse a los horrores.