El encierro no comenzó con desesperación. Al principio, Atlok había aceptado su destino con la serenidad de alguien que había visto el infinito, que había comprendido los misterios más profundos del universo junto a Dios. Allí, en la oscuridad absoluta de su prisión, atrapado en su propio cráneo, el Primordial trataba de mantener la calma, de recordar el propósito que alguna vez le había sido revelado.Pero el tiempo es una fuerza implacable, y dentro de aquella cáscara de aislamiento, Atlok pronto se dio cuenta de que no había forma de medir su paso. No había estrellas, ni ciclos, ni sonido, ni movimiento. Solo él y sus pensamientos, cada vez más difusos, cada vez más caóticos.Al principio, reflexionó sobre sus recuerdos con Dios. La creación, la belleza de los universos, los planetas vibrantes de vida, las criaturas extraordinarias. Sus recuerdos de esos momentos eran claros y luminosos, pero poco a poco empezaron a desvanecerse, como si la oscuridad de su prisión estuviera devorando todo lo que alguna vez fue. Los pensamientos divinos se convertían en sombras inalcanzables, y pronto, la desesperación comenzó a germinar en lo más profundo de su ser.El tiempo se distorsionaba. No había una medida de cuántos milenios había pasado ahí, solo la creciente sensación de que era eterno. Su mente empezó a fragmentarse, y lo que antes era meditación tranquila se transformó en susurros de desesperación. Trató de aferrarse a la imagen de Dios, al amor que había sentido por su creador, pero algo en su esencia comenzaba a quebrarse.Día tras día —si es que esos términos tenían algún sentido en su estado—, la angustia fue reemplazada por algo más oscuro. Primero llegó el resentimiento. Resentimiento hacia Dios, hacia el ejército celestial que lo había abandonado, y luego, hacia sí mismo por su derrota. Atlok comenzó a reprocharse, primero en susurros, después en gritos silenciados por la nada que lo rodeaba."¿Qué soy, sino un error? ¿Por qué fui creado solo para caer?"Su voz resonaba solo en su mente, y cuanto más hablaba consigo mismo, más grotesco se volvía. El Primordial que alguna vez había reflexionado sobre la perfección de la creación de Dios, comenzó a maldecirla. Las imágenes de mundos y criaturas hermosas se distorsionaban, convirtiéndose en parodias de lo que alguna vez había admirado.Las criaturas que tanto había admirado y amado en los planetas le parecían ahora débiles, insignificantes, imperfectas. Su mirada hacia los elfos, los dragones, los enanos y demás seres se tornaba despreciativa. En su prisión, su mente, liberada de la influencia benévola de Dios, se permitió regresar a su verdadera naturaleza: la de un Primordial, una entidad destinada a existir antes de la luz, antes del orden.La ira creció. Como un fuego inextinguible, empezó a consumir su ser. Las memorias de su derrota, la humillación de haber sido derrotado y sellado, alimentaron una sed de venganza. Ya no quería solo liberarse, quería destruir todo lo que había conocido. Quería erradicar las creaciones que Dios había dejado atrás, cada criatura y cada universo. Quería ver el cosmos arder, devolver el caos a su estado original."¡Malditos sean los ángeles que me traicionaron! ¡Maldito sea el ejército que me dejó atrás! ¡Maldito sea Dios!"Estas blasfemias comenzaron como un susurro, pero pronto se transformaron en alaridos retumbantes. No había nadie para escucharlo, pero dentro de su prisión, la voz de Atlok resonaba como un eco interminable. Se maldecía, a sí mismo y a todo lo que alguna vez había considerado sagrado. El odio se apoderó de él por completo.Con cada segundo, Atlok sentía cómo su propia esencia comenzaba a mutar. El amor que había sentido hacia Dios era ahora una sensación lejana, distorsionada y marchita. Lo que quedaba de su nobleza fue suplantado por el resentimiento y la locura. Empezó a recordar quién era en su núcleo: un Primordial. No una simple creación, sino una entidad nacida de la oscuridad, de la nada, antes del orden divino. Ahora, en su prisión, esa oscuridad reclamaba su lugar.Su conciencia se fracturaba en mil pedazos, y con cada fragmento que se rompía, una nueva chispa de odio, de sed de poder, emergía. Ya no quería ser el aliado de Dios. Quería convertirse en el destructor. Deseaba la aniquilación del orden celestial. La venganza se había convertido en su única verdad, su único objetivo.Con el tiempo, Atlok dejó de ser el Primordial curioso y asombrado que había caminado junto a Dios. Lo que quedaba de él era una entidad rota, psicótica, hambrienta de venganza y poder. Cada pensamiento que lo atormentaba lo alejaba más de su antiguo ser, empujándolo hacia su verdadera naturaleza: la de un ser caótico, maligno, destinado a destruir."Cuando salga de aquí," pensaba Atlok, con una risa que se desvanecía en la nada, "los mundos arderán. Los universos serán míos."Pero, aunque su prisión física lo contenía, su mente ya no era la misma. Se había liberado en una forma mucho más oscura y peligrosa. Aunque seguía atrapado en su cráneo, algo había cambiado, y el mundo jamás sería el mismo si alguna vez volvía a ver la luz.El silencio eterno seguía, pero ya no era el mismo silencio pacífico que alguna vez conoció. Era un silencio lleno de odio, de deseos de destrucción, y de una sed incontrolable por el poder que había perdido.