Capítulo: "La Mamada del Isekai y Otras Torturas Modernas"
Me río por dentro cada vez que escucho a un otaku en mi viejo mundo suspirar como si la vida entera les debiera un isekai, como si caer en otra dimensión fuera el premio gordo de la vida. Porque claro, ¡qué romántico suena todo! Tierras mágicas, espadas relucientes, chicas lindas con ojos gigantes y el potencial de ser un héroe. No puedo evitar pensar: "Si supieran...".
Y es que todos esos que sueñan con un "isekai" no tienen idea de la pesadilla que representa. Imaginen esto: un mundo medieval—sí, medieval—sin una sola conexión WiFi a la vista, sin electricidad, sin tecnología. Ni siquiera el bendito Internet para ver memes y mandar indirectas en redes sociales. Nada. Simplemente, nada. Ah, pero claro, puedes ir a entrenar con espadas y lanzar bolitas de fuego. ¡Qué maravilla! Eso seguro compensa que no puedas ver la última temporada de nada.
La rutina aquí es más o menos así: te despiertas en un lugar que se parece más a un establo que a una habitación, vas a la academia, que suena increíblemente épica en los cuentos pero en realidad es un agujero donde todos los ilusos "aspirantes a héroe" se creen la gran cosa. Miras a tu alrededor y ves a todos esos "magos prodigio" y "espadachines prometedores" moviéndose por ahí, como si tuvieran una espada de luz escondida en el trasero. Spoiler: no la tienen.
Terminas clases y, ¡adivinen qué! Más entrenamiento. Luego, en teoría, llega la hora de comer, pero eso tampoco es tan glorioso. Comida medieval, amigos. Que si un pedazo de pan duro, una sopa que parece que se ha reencarnado un par de veces de lo turbia que está, y una manzana si tienes suerte. Luego, de regreso a tu "casa". "Casa", sí, lo que sea que eso signifique aquí.
Y lo mejor de todo, el entorno social. Porque, a ver, resulta que todos aquí están obsesionados con el origen. Que si naciste noble, que si eres hijo de campesinos, bla bla bla. Es como si alguien pusiera un letrero en tu frente que dijera: "Seré tu futuro rey" o "Sirvo para cargar las bolsas y ya". Los de arriba te miran como si fueras un mosquito al que hay que aplastar, y los de abajo te juzgan porque… bueno, porque sí.
Si por alguna desgracia acabas siendo alguien más "especial", se te caen encima como buitres. Claro, uno pensaría que tener algo que los demás desean ayuda a caerles mejor, ¿no? ¡Pues no! Me odian, así, de gratis. Y luego están las chicas, quienes por alguna razón, en lugar de ser parte de una trama romántica, me han convertido en su terapeuta. Vienen, me cuentan sus dramas, sus peleas, sus sueños de ser guerreras legendarias, como si yo fuera un muro de lamentos. Yo solo quiero paz, ni siquiera pido privacidad, solo paz.
Pero, claro, tengo mis propias "ventajas". Un detalle que aún no decido si es bendición o maldición. Algo que me asegura que, si quisiera, podría mandar a todos a volar y dejar que se hundan en su mundo de fantasías y jerarquías medievales. ¿Qué es eso? Ah, mis piedras. Las llevo siempre conmigo, y sí, parecen adornos, pero en realidad son el tipo de cosas que convierten a un tipo común en alguien que, técnicamente, nadie puede molestar. Aunque, irónicamente, parece que no les llega el memo.
En resumen, esta vida no es el cuento de hadas que muchos se imaginan. No hay gloria, ni princesas besándote en la frente. Hay ridiculez, burocracia y un odio general hacia todo lo que no entienden. Así que, la próxima vez que alguien diga "Quiero un isekai", créanme, estoy dispuesto a ayudarles… a base de golpes, si es necesario.