Capítulo: "La Vida Fuera de la Academia y el Hogar No Tan Dulce Hogar"
Después de soportar a los autoproclamados rivales, los discursos de Lady Inocencia, y los aires de grandeza de Lady Perfección, uno pensaría que la vida fuera de la academia sería un respiro, un oasis de paz. Pero, amigos, estamos hablando de mi vida, donde el universo parece haberse puesto de acuerdo para añadir un toque de comedia trágica en cada esquina. Así que, sí, salir de la academia me da cierta "libertad", pero nada de paz.
Para empezar, vivo en lo que llamo mi "hogar" solo porque no se me ocurre una palabra más corta para "la humilde choza donde tengo que pasar las noches mientras espero que algo interesante ocurra en este mundo". Básicamente, es una casucha en medio de la nada, que los locales llamaron "casa" solo porque tiene cuatro paredes y un techo. ¿Comodidades? No sé qué tanto esperaban, pero esto es un isekai medieval, así que lo más "moderno" que tengo es una vela y una cama de paja que parece haberse construido con todos los ingredientes necesarios para producir alergias instantáneas.
A veces, intento distraerme haciendo uso de mis "poderes". Me da risa ver que, gracias a las piedras del infinito, puedo crear cualquier cosa que desee. En un mundo donde la magia es más común que el jabón, podrían pensar que conjurar una silla cómoda o una televisión sería algo trivial, ¿no? Pero, ¿de qué sirve tener acceso a los lujos si los vecinos del pueblo medieval piensan que eres un hechicero oscuro cada vez que haces aparecer una maldita almohada extra?
Y, hablando de vecinos, ellos también son parte del circo que me rodea. Por alguna razón, no importa cuánto intente pasar desapercibido, siempre tengo a uno o dos pueblerinos lanzándome miradas de desconfianza. Como el otro día, cuando decidí salir a "explorar" los alrededores solo para darme cuenta de que aquí todo parece el mismo bosque aburrido. Regresé cubierto de polvo y con cara de aburrimiento, y al pasar por el pueblo escuché que algunos susurraban que yo era un "aventurero maldito". Sí, amigos, al parecer soy un tema de conversación para ellos. La teoría es que me gusta la "oscuridad" y tengo "contacto con fuerzas superiores" —la típica narrativa medieval, vaya.
A veces me da por aprovechar este mito para mantener a raya a los curiosos. ¿Por qué no? Con un par de trucos visuales y mis habilidades estilo John Wick, no me cuesta nada armar un pequeño show si alguien se pone muy fastidioso. Como aquella vez que un grupo de adolescentes del pueblo quiso seguirme para ver "qué hacía un forastero tan raro como yo". Con solo un par de giros rápidos y una mirada de "no te acerques o sabrás lo que es el terror", se alejaron murmurando algo de "artes secretas".
Pero en casa, la cosa cambia. Llego, cierro la puerta, y me quito la máscara de "aventurero oscuro". Porque, en realidad, lo que soy es un tipo aburrido con una mansión de polvo por casa y un montón de muebles improvisados. Es irónico: tengo las piedras del infinito y el talento de un asesino profesional, pero aquí estoy, tirado en una cama que más bien parece un costal, y comiendo pan duro porque el concepto de comida "fresca" parece no existir en este lugar.
De hecho, la comida es una tragedia en sí misma. Uno pensaría que con el guantelete del infinito, podría al menos hacer aparecer una pizza decente. Pero adivinen qué: hasta en este mundo las reglas son caprichosas. Cuando intento invocar algo de mi mundo, digamos un taco, lo que aparece es una versión medieval de eso. Imagínense, pedí una pizza, y terminé con un pan plano cubierto con algo que me dijeron era queso pero que olía como si lo hubieran dejado en un establo durante semanas. Al final, mi "banquete" nocturno consiste en pan rancio y un poco de agua que, si soy afortunado, no sabe a barro.
Pero no es solo la comida o el hogar; también está el tema de los "mandados". Porque, claro, en este mundo no existen las tiendas de autoservicio, ni mucho menos el delivery. Si necesito algo, tengo que ir hasta el mercado medieval, un lugar que parece la versión deprimente de un centro comercial. Y ahí me ven, navegando entre puestos de frutas medio podridas y trozos de carne colgados como en una escena de película de terror. Cada compra es una negociación infernal, y los comerciantes, por alguna razón, creen que soy una especie de noble disfrazado, así que intentan cobrarme el doble. ¡La ironía! Aquí soy tratado como un rey misterioso y sospechoso… pero sin el trato de rey, por supuesto.
Ah, y ni hablar de mis intentos de crear algo de entretenimiento en esta casa improvisada. Quise hacer algo que me distrajera de la rutina medieval, y lo primero que se me ocurrió fue invocar un libro. ¿Adivinen qué? Apareció un libro, sí, pero en un idioma que ni siquiera las piedras del infinito pueden traducir. Así que ahora tengo una colección de libros incomprensibles en lo que parece ser la lengua perdida de algún culto antiguo. Bien, al menos tengo con qué hacer "decoración" en mi estantería improvisada.
Pero la mejor parte de mi vida fuera de la academia es el regreso cada noche. Mientras camino hacia mi casa, siempre me cruzo con algún borracho del pueblo, un par de ancianas que me miran como si fuera el mismísimo demonio, y uno que otro niño que, valiente, se atreve a decirme "misterioso forastero". Uno de ellos incluso tuvo el descaro de preguntarme si yo era "el elegido". Imagínense, el "elegido" en una choza mugrosa y luchando por un pedazo de pan. Claro, niño, soy el elegido para sobrevivir a esta tragicomedia absurda.
Y así, cada noche termino en mi cama de paja, mirando el techo, preguntándome cómo he llegado a este punto. Tengo el poder absoluto, habilidades letales, y la capacidad de moldear la realidad a mi antojo. Y sin embargo, aquí estoy, sobreviviendo en un mundo medieval donde la gente todavía cree que los forasteros pueden ser enviados de los dioses o, peor aún, demonios en busca de almas. Me quedo mirando la piedra del infinito que llevo en la mano, recordando que, con solo un chasquido, podría cambiar todo esto. Podría hacer aparecer una mansión, tener sirvientes y toda la comodidad que se me ocurra. Pero, ¿y si eso arruina el espectáculo? ¿Y si me pierdo el placer de ver el asombro en las caras de estos pueblerinos cuando hago magia "simple"?
Así que, al final, decido dejar todo como está, al menos por ahora. Porque la verdadera diversión está en ver hasta dónde llega esta farsa. Cada día en este "hogar" es una batalla entre lo que podría hacer y lo que decido soportar. Después de todo, ¿qué sería de esta vida medieval sin un poco de drama, mis vecinos que creen que soy el enviado de la oscuridad, y mis intentos de sobrevivir con pan rancio? En algún momento, sé que este juego absurdo llegará a su fin, y entonces, quizás, les muestre a todos lo que soy capaz de hacer.