Capítulo: "La Hora de las Necesidades y la Ducha: Una Experiencia Religiosa"
Bienvenidos a otra de las alegrías de vivir en un mundo medieval. Porque si hay algo que me hace extrañar mi antigua vida de forma inmediata, sin lugar a dudas, es la hora de las necesidades básicas: ir al baño y la supuesta "ducha". Ah, ¿ustedes pensaban que con las piedras del infinito mi vida aquí era fácil y cómoda? Permítanme desengañarlos, porque hasta las benditas gemas parecen tener un límite de paciencia cuando se trata de lidiar con el olor a barro y… otras esencias menos agradables.
Primero, déjenme pintarles la escena de la "hora del baño". Aquí, en la tierra de las maravillas medievales, el concepto de baño es tan avanzado como creer que un balde y un agujero son todo lo que uno necesita para vivir cómodamente. Así que ahí me tienen, cada mañana, mentalizándome para enfrentarme a ese agujero en la tierra que, por alguna razón, alguien tuvo la osadía de llamar "letrina". Si en otro mundo era un oficial de inteligencia con acceso a tecnología avanzada, aquí soy un sobreviviente de la edad de piedra, con un hueco en el suelo y una soga como mi única compañía.
Y no crean que es un proceso sencillo. Oh, no. Esto es una experiencia espiritual. Antes de cada incursión al "baño", tengo que calmar mi mente, respirar hondo y recordarme a mí mismo que podría usar la gema de la realidad para mejorar la situación… pero, claro, esa voz sarcástica en mi cabeza me recuerda que "esto también es parte de la experiencia". Así que ahí voy, armado con mi determinación y un pañuelo (por si acaso, ¿no?), y me adentro en el agujero de los terrores.
Pero lo mejor —o peor— es que, por alguna maldita razón, este "baño" está diseñado para hacer eco. Cualquier cosa que caiga hace un sonido tan profundo que uno pensaría que está invocando a un dios olvidado. Cada vez que voy, escucho ese eco, y me pregunto si alguien, en algún lugar, escucha mis maldiciones y ruegos por una mejor vida. Quizá es mi voz quejumbrosa la que hace eco hasta el inframundo, y los demonios se ríen al saber que, a pesar de mis habilidades letales y mi arsenal cósmico, estoy atrapado en un infierno de incomodidades medievales.
Y entonces llega el momento de la "ducha". Permítanme decir que, si no fuera porque realmente quiero evitar oler como un campamento de orcos, nunca me acercaría a ese artilugio de tortura disfrazado de tina. Verán, en este mundo, la "ducha" consiste en un balde de agua helada y una barra de jabón que parece haber sido tallada a mano por un herrero con el peor de los temperamentos. El agua, por supuesto, viene directo del río, lo que significa que puede traer consigo cualquier cosa: desde hojas de árbol hasta alguna pequeña criatura marina que decidió mudarse a la "tina".
Cada vez que me paro ahí, respiro hondo, miro el balde, y me preparo mentalmente para la ola de frío que está a punto de impactarme. Porque, claro, aquí no existen las comodidades como el agua caliente, ni hablar de una regadera decente. No, aquí es balde en mano y a sufrir. Es un ritual en sí mismo: tomo el balde, suspiro, y lo vierto sobre mi cabeza mientras cada célula de mi cuerpo se rebela. ¿Y qué decir del jabón? Bueno, digamos que frotarse con esa cosa es como intentar lavarse con una roca áspera. Pero, hey, al menos se supone que huele a "lavanda"… aunque la única lavanda que huelo es la de mi imaginación.
Y ahí estoy, en el rincón más oscuro y olvidado del pueblo, tratando de mantener mi dignidad mientras intento no morirme de hipotermia en cada ducha. Porque para cuando termino de "ducharme", mi piel está tan fría que ni las habilidades de John Wick podrían evitar que parezca un cadáver. Me miro al espejo de agua en la tina y pienso: "¿Esto es realmente un 'isekai'? ¿O caí en una broma cósmica y en realidad me mandaron al infierno de los baños medievales?"
¿Y qué puedo decir del secado? Ah, claro, porque aquí no existen las toallas absorbentes o algo mínimamente parecido. Lo que hay es un trapo áspero que llamo "toalla" solo porque me resisto a aceptar que podría estar usando algo que los aldeanos probablemente usan también para secarse los pies o limpiar el piso. Entonces, ahí estoy, frotándome con el entusiasmo de quien intenta arrancarse la piel con un trapo reciclado, y preguntándome si algún día volveré a sentir la suavidad de una verdadera toalla.
Para cuando termino, me siento como si hubiera sobrevivido a una batalla. Salgo de la tina, me pongo mis ropas y, por un breve momento, siento que mi vida vuelve a la normalidad. Pero entonces, miro alrededor, veo el agujero en la letrina y la triste tina de agua estancada, y me acuerdo de que estoy en el corazón de un mundo medieval donde la higiene es, literalmente, una idea subversiva.
Al final, decido que la verdadera aventura de este mundo no está en los dragones ni en los reyes demonio. No, señores. La verdadera prueba, la auténtica odisea, está en la hora de hacer las necesidades y la ducha. Porque, aunque tengo las piedras del infinito, ni el poder absoluto puede protegerme del frío, de los ecos que atormentan mi existencia, y del terror indescriptible de un trapo que raspa más que seca.