Capítulo: "La Tienda del Horror: Cuando Terminé Durmiendo Afuera Mientras las Damas de la Academia Ocuparon Mi Refugio"
Si creían que la cacería había terminado cuando volé la cabeza de ese orco, piensen de nuevo. Lo verdaderamente "épico" de esta historia comenzó cuando la noche cayó y todos tuvieron que enfrentar una de las realidades más duras de la vida en el bosque: dormir en tiendas de campaña. Y aquí es donde cualquier idea romántica de "aventura en la naturaleza" quedó destrozada junto con lo poco que me quedaba de paciencia.
Verán, estas nobles flores de invernadero no tienen ni la más mínima idea de cómo montar una tienda. Para ellos, un bosque no es más que un decorado bucólico donde pueden posar para alguna pintura al óleo, no el lugar real, lleno de barro, bichos, y temperaturas frías. Así que, después de que intentaron (y fracasaron) en armar sus propios refugios, se dieron cuenta de que había una tienda perfectamente montada y, por supuesto, adivinen de quién era. Sí, la mía.
Todo iba más o menos bien hasta que apareció Lady Perfección. Con su porte de reina en desgracia, se acercó a mi tienda y, con la excusa de "sentirse más segura" cerca de alguien que acababa de destrozar un orco con un arma desconocida, se plantó a la entrada y, básicamente, me exigió que le cediera el espacio. Aparentemente, el bosque no estaba a la altura de sus expectativas y, claro, el suelo era indigno de su persona. Al principio, traté de explicarle que la tienda era apenas para una persona, que no tenía espacio para alguien más. Pero ella me miró como si acabara de sugerir que durmiera en una pocilga y, con una elegancia y arrogancia que solo ella puede manejar, se instaló en mi tienda sin pedirme ni un segundo permiso.
Yo ya estaba considerando buscar un lugar donde pasar la noche cuando aparece Lady Inocencia, con esos ojos enormes y una expresión de completo terror, temblando como un pajarito mojado. Al parecer, un simple búho había decidido cantar su serenata nocturna y ella, con la confianza de una niña en su héroe de cuentos, vino a pedirme refugio. Y yo, que todavía tengo un poquito de humanidad dentro de mí, no pude decirle que no. Total, ya había perdido el control de mi tienda, así que, ¿qué más daba una persona más?
Pero entonces la situación se descontroló. Una tras otra, aparecieron las chicas más lindas de la academia, como si alguien hubiera dado el aviso de que mi tienda se había convertido en el último refugio de la humanidad. Cada una tenía una excusa más ridícula que la otra, que si el frío, que si los ruidos, que si su tienda "colapsó" (digo, ¡si ni siquiera la armaron bien!), y así, hasta que finalmente tenía un ejército de damas acampando en mi tienda, mientras yo me quedaba afuera, en el frío y en la incomodidad, como un verdadero mártir de esta absurda misión.
Ahí estaba yo, acostado sobre la tierra dura y húmeda, mirando el cielo estrellado y preguntándome en qué momento mi vida se transformó en esta broma cósmica. Yo, un oficial de inteligencia, entrenado en técnicas avanzadas de espionaje y supervivencia, ahora estaba haciendo de guardia nocturno para un grupo de nobles que decidieron convertir mi tienda en su suite privada. No solo eso, sino que mientras intentaba dormir, podía escuchar los susurros y risitas de las chicas adentro, como si estuvieran en una pijamada de esas que solo ves en las películas.
La mañana siguiente fue... memorable, por decir lo menos. El frío me había dejado los huesos duros como piedra y el suelo se había vuelto una extensión de mi espalda. Apenas había pegado ojo, y cuando el primer rayo de sol iluminó el campamento, la realidad me golpeó como un balde de agua fría. Todos los estudiantes, especialmente los autoproclamados "rivales", comenzaron a murmurar y a lanzarme miradas llenas de furia asesina. Porque, por supuesto, cuando las damas salieron de mi tienda una a una, en ese glorioso desfile matutino, las cosas se salieron aún más de control.
Imaginen la escena: yo, despeinado, con ojeras y tierra en cada rincón de mi cuerpo, viendo cómo las chicas más hermosas de la academia salen de MI tienda, con sus mejillas sonrojadas y sus cabellos desordenados, como si hubieran tenido la noche de sus vidas. Y los otros, esos aspirantes a héroes que ya me odiaban por ser el centro de atención, mirándome con una mezcla de furia y celos que podía cortar el aire. La situación no podía ser peor… o eso creía.
Uno de los nobles, un tipo cuyo nombre ni siquiera me molesté en recordar, se acercó con una sonrisa maliciosa y me susurró: "Te gusta aprovecharte de las damas, ¿eh?" Como si estuviera lanzando la acusación del siglo. Yo lo miré con la misma expresión de alguien que acaba de ser despertado por una alarma de incendios, y le respondí en tono bajo, casi en susurro: "¿Aprovecharme de quién? Anoche yo dormí afuera, genius." Pero, obviamente, eso no les importaba. Ya tenían la historia lista en sus cabezas: el "forastero" había convencido a todas las chicas de dormir en su tienda. Seguro pensaban que les había contado alguna historia "seductora" o hecho alguna especie de encantamiento para ganarme su atención.
Y mientras ellos me miraban con odio, yo solo podía pensar en el sarcasmo absoluto de la situación. Ahí estaba yo, aguantando los celos de un grupo de aristócratas inútiles que no podían ni armar una tienda, siendo el blanco de sus susurros, y todo porque un grupo de chicas prefería mi tienda antes que pasar la noche en la intemperie. Si mi vida alguna vez fue un juego, ahora definitivamente se había transformado en una comedia de mal gusto.
Esa mañana, cuando nos pusimos en marcha de regreso, cada uno de esos inútiles me miraba como si yo fuera el villano de la historia. Lady Perfección, por supuesto, fingió que la noche anterior jamás había sucedido, mientras que Lady Inocencia me lanzó una mirada agradecida, sin entender el caos que había desatado. Yo, por mi parte, me limité a caminar con la cara de alguien que se resigna a vivir en un mundo donde la lógica y la justicia son conceptos abstractos.
Conclusión: en un mundo medieval, si eres un forastero con una tienda decente y un poco de sentido común, prepárate para ser visto como el enemigo número uno del reino. Y así, entre cacerías absurdas y noches al raso, aprendí otra lección: ser el tipo sensato en un mar de idiotas no te convierte en el héroe… te convierte en el blanco de todos los problemas.