Capítulo: "La Terapia de Exterminio de Goblins: Recargando el Estrés en el Gremio"
Después de aquella "deliciosa" reunión con los nobles, con sus miradas fulminantes y sus discursos cargados de desprecio, tengo el estrés al nivel de "detonación inminente." Así que decido que lo único que puede calmarme en este momento es la buena y vieja terapia de exterminio de goblins. Porque, vamos, ¿qué mejor que liberar la frustración en un grupo de criaturas de piel verde que ya de por sí existen para molestar a los aventureros?
Llego al gremio con pasos decididos, y me encuentro con la recepcionista, quien, al verme, pone esa sonrisita que parece decir "Ya estás otra vez aquí buscando algo para matar, ¿verdad?". No pierdo el tiempo en formalidades.
"Dame cualquier misión de exterminio. No me importa qué sea, con tal de que incluya algo que pueda aniquilar con gusto."
Ella revisa las misiones y, tras unos segundos, suelta una risa contenida. "¿Qué tal esta? Exterminio de goblins. Hay informes de un nido cerca del bosque de las Sombras. Se dice que están causando problemas, atacando a comerciantes y robando ganado."
"Perfecto," respondo sin pensarlo. "Los goblins siempre son buenos para... digamos, liberar un poco de estrés acumulado."
No puedo evitar notar que algunos aventureros alrededor están escuchando la conversación y observándome con una mezcla de asombro y burla. Probablemente piensan que soy algún tipo de maniático, alguien que disfruta demasiado en este tipo de misiones. Pero, ¿a quién le importa? A veces, el mejor alivio del estrés es un poco de acción. Y si los goblins están destinados a ser mi saco de boxeo, que así sea.
Una hora después, me encuentro en el bosque, con mi arsenal preparado y la misión clara: encontrar el nido de goblins y reducirlo a cenizas. Mi mente sigue llena de las imágenes de la reunión con los nobles, especialmente las caras de los padres horrorizados cuando describí la noche en la tienda. Así que, con cada paso que doy hacia el nido, siento que voy desatando toda esa tensión acumulada.
Cuando finalmente veo a los primeros goblins a la distancia, me agacho y saco mi confiable subfusil MP40, versión "exterminadora de frustraciones", con balas de plasma mejoradas. Porque si algo he aprendido en este mundo es que el drama noble se cura con un buen tiroteo.
"Ah, goblins... siempre tan oportunos," murmuro con una sonrisa. Y sin más, aprieto el gatillo y suelto una lluvia de plasma. El primer goblin cae con un chasquido, apenas teniendo tiempo de gritar antes de convertirse en cenizas. Los otros goblins se vuelven hacia mí, y es como si sus pequeñas mentes apenas pudieran procesar lo que está pasando.
"¡¿Qué pasa, amiguitos?! ¡Vamos, vengan a papá!" grito, mi voz cargada de sarcasmo. Y ellos, pobres criaturas, me hacen caso. Los goblins empiezan a correr hacia mí, lanzando chillidos que quizás se supone que deberían darme miedo. Pero en mi mente solo puedo ver las caras de los nobles, las caras de los otros aventureros, y toda la maldita etiqueta de este mundo que no he pedido.
Mis manos están firmes en el subfusil, y en segundos mi visión se convierte en una serie de destellos verdes y explosiones. Cada goblin que cae es como si me quitara una tonelada de estrés de encima. Uno de ellos trata de huir, y yo, sin compasión, apunto y disparo. Porque hoy no hay escapatoria, hoy todos pagan.
Cuando el humo se disipa, miro a mi alrededor y veo el campo de batalla. Los restos de goblins están esparcidos por todas partes, y el silencio es absoluto. Es un silencio que me llena de paz. "¿Cuáles goblins? ¿Había goblins aquí?" susurro para mí, con una sonrisa.
Justo cuando estoy a punto de irme, oigo un ruido detrás de unos arbustos. Miro con cansancio y pienso, "¿De verdad? ¿Todavía queda alguno vivo?" Camino hacia el sonido y, efectivamente, ahí está otro goblin, el último sobreviviente del grupo, temblando y cubriéndose el rostro.
Me quedo un momento mirándolo, y la idea de simplemente ignorarlo y dejarlo escapar cruza por mi mente. Pero luego recuerdo las miradas de los nobles, las absurdas etiquetas de este mundo y las constantes molestias de tener que lidiar con los chismes del gremio.
"¿Sabes qué, amiguito?" le digo, arrodillándome frente a él. "Hoy no tienes suerte." Y con un último disparo, termino con él.