19 de septiembre, 2008.
Manhattan, NYC.
El sol se ocultaba en la ciudad, mientras el frío se hacía notar por la llegada del otoño. Era la hora de salida en todos los colegios, incluyendo el de una niña llamada Hope.
Una pequeña pelirroja, de cabello lacio y pecas corría a las afueras de la institución, donde sus padres se encontraban en la entrada para recogerla y regresar juntos a casa.
—¡Mamá! ¡Papá!
Corría de manera particular, uno de sus pies se inclinaba hacia adentro y, junto a su despiste la hacían tambalearse hasta tropezar, cayéndose de cara contra el suelo.
Eso era normal y sus múltiples heridas lo demostraban, pero no la detenían, continuaba con su característica expresión alegre.
—¡Hope! ¿Estás bien? —preguntó su padre mientras ayuda a levantarla.
—No te preocupes papá, estoy bien —respondió dulcemente, intentando ocultar otro de sus tantos raspones.
—Ay, niña, que manía tienes con andar corriendo… —suspiró su madre, ver a su hija cayéndose ya era costumbre.
Se dieron un fuerte abrazo y empezaron a caminar—¿Cómo te fue hoy en la escuela? —preguntó el padre de Hope.
—Miren ¡saqué una A!
—Estupendo, hijita, ojalá sigas así —dijo su madre con orgullo, aunque su rostro no lo expresase tanto.
Así era el trayecto de Hope a su hogar, mientras conversaba con sus padres sobre cómo les había ido en sus trabajos.
Su madre era diseñadora para una importante marca de moda y su padre era astrónomo, dedicado la investigación del cosmos. Dos carreras que para la pequeña eran interesantes, pero ya tendría tiempo para decidir en su prometedor futuro.
La noche finalmente había llegado y toda la familia se encontraba en casa. El padre de Hope todas las noches veía las estrellas desde su telescopio, mientras iba anotando los distintos fenómenos que ocurrían junto con su hija, que siempre lo acompañaba.
—¡Mira, Hope, una estrella fugaz!
Hope (cargada por su padre) lograba ver la estrella fugaz a través del telescopio—¡Es increíble, puedo verla desde aquí!
—Según la astrología, este tipo de estrellas conceden deseos, es increíble, ¿no es así?
—¿Ah, si? Entonces yo deseo… ¡ser una estrella también! —respondió Hope inocentemente.
—Entonces creo que los deseos si se cumplen, porque las estrellas me mandaron a la más preciosa de todas.
Una frase tan bonita que hizo sonrojar a Hope, sus mejillas estaban casi tan rojas como su cabello.
Sin duda ambos de notaban sumamente felices.
Ya habían pasado las 12 p.m. por lo que todos se preparaban para descansar. Una somnolienta Hope conversaba con sus padres desde su cama.
—¿De verdad tienes que salir mañana, papá? Pero si es sábado…
—Lo siento, mi vida, pero tengo una junta importante en el centro de investigación, intentaré salir lo antes posible para jugar juntos, ¿te parece?
—Claro que sí, papá. Mamá, ¿me seguirás enseñando a coser? —dijo Hope dirigiéndose a su madre.
Su madre contestaba sin mucho entusiasmo, agotada, pero queriéndola mucho.
—Por supuesto, mi niña, mañana seguimos.
—Buenas noches, hija —dijeron sus padres al unísono, mientras apagaban las luces y salían de la habitación de Hope.
Su vida era genial, tenía un montón de amigos, dos padres maravillosos y un futuro próspero. Hope cayó dormida al instante, y empezó a soñar.
Ser alguien con mucho glamour como su madre, o ver las estrellas de cerca como lo hace su padre, típicos sueños de niño, sin duda ella no podía esperar a crecer y ver en qué se convertirá.
El sonido del despertador hacia eco en la habitación, el otoño oficialmente había empezado y el aire frío traspasaba las paredes.
La poca luz que el cielo gris dejaba pasar apuntaba directamente a los ojos de una adulta y afligida Hope.
En un abrir y cerrar de ojos, habían pasado 15 años.