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Chapter 4 - 3. Desastrología.

—Oye estrellita, ¿puedes oírme?

Un pequeño Ansel le hablaba al cielo nocturno, sobre un tejado de los tantos edificios vacíos de la 9na avenida.

—¿Es cierto eso de que cumples deseos? —preguntaba Ansel.

A sus 14 años, había escapado del orfanato en el que estuvo toda su vida, un niño de calle que vivió en ella desde que nació.

No eran calles bonitas, y más hablando de Nueva York. Ciertamente, el ajetreo y las luces no cubrían el caos de las afueras.

Pero a pesar de toda esa oscuridad acechante, siguió siempre por el buen camino; instruyéndose en todos los trabajos posibles y sobreviviendo hasta el día de hoy.

Tuvo que madurar antes de tiempo, pero seguía siendo un niño, y soñaba como uno. Siempre que pasaba por esos sitios donde vendían historietas, él veía esos superhéroes salvando gente, y pensaba:

—Desearía ser un superhéroe también

Algo imposible ciertamente, solo podría suceder en la ficción, o eso creía él.

Ansel bajó del tejado, dispuesto a descansar para seguir con un nuevo día de trabajo. Parecía que estaba amaneciendo, aunque la luz no provenía del sol.

Dentro de aquel edificio, una caja brillaba ferozmente de un color violeta, Ansel sin mucha dificultad entró y la recogió; dentro había un anillo de ónix con un símbolo tallado en el centro.

Lo reconoció instantáneamente, siempre hablan de eso en las noticias, algo sobre un "descubrimiento cosmológico", pero antes estaba pensando en las estrellas, ¿qué significaba esto?

—Yo le responderé esa duda, Ansel Young —un desconocido de edad avanzada habló tras la puerta.

«Las estrellas ya han hecho su elección, así que debes hacer la tuya».

—¿Mi… elección?

—Ese objeto es capaz de hacer tu sueño una realidad.

El anciano acercándose, tomó el anillo y lo colocó en su dedo anular. El brillo intensificado proyectaba una galaxia en aquellas paredes resquebrajadas. Posando su mano frente al joven Ansel, que revelaba una expresión de completo asombro, le preguntó determinante:

—¿Quieres salvar tu mundo?

29 de septiembre, 2023.

10 a.m.

El mundo que se sentía guiado por la nueva creencia universal ahora estaba conmocionada después del acontecimiento el día 27.

La gente se mostraba intranquila, aterrada incluso; los Demonios Nebulosa cobraron sus primeras víctimas desde su aparición hace 7 años.

El profeta Nostradamus tuvo razón nuevamente, pero pese a aquella advertencia, nada evitó el fallecimiento de 97 personas y un conteo ascendente de heridos.

Conocíamos la verdad, cada persona tenía un trayecto que seguir, pero dicho destino no impide que nos sigamos moviendo. Parece que estuvimos equivocados.

Ahora el mundo se preguntaba ¿realmente todo es predeterminado? ¿esto tenía que pasar? La curiosidad es la emoción más fuerte porque nacemos con ella. ¿Qué pasaría si lo hiciese diferente?

—Múltiples contusiones, fracturas a nivel abdominal —dijo uno de los paramédicos en la ambulancia.

Una de las que se aferraba a la vida era Hope, quien inconsciente era trasladada de emergencia al hospital, con sus signos vitales decreciendo lentamente.

—Quemaduras de tercer grado, debemos estar pendientes a hemorragias internas.

Su cuerpo acabó triturado después de la aparición del súper-demonio; desde heridas profundas hasta costillas fracturadas, siendo lo más grave una brutal ignición extendiéndose por todo su brazo derecho.

—Incluso muestra signos de malnutrición, ¿qué le habrá sucedido para que acabe así?

El desconcierto emergía, no había manera de identificarla, así que ¿quien era ella? ¿pasó casualmente por ahí como el resto de heridos, o era algo más?

Dolor, recuerdos vagos, y todos esos trágicos deseos buscaban cumplirse. Hope estaba en una habitación obscura, a solas con una vela en sus manos.

Con viento fluyendo por las paredes vacías, la cera se filtraba por sus manos como si fuera agua, la llama… no aguantaría más tiempo.

—An… sel…

Y en un parpadeo, pasó un mes. El mundo intentaba seguir su curso después de ese funesto día, pero la tensión y el misterio solo fueron en crescendo.

Repentinamente, Nostradamus desapareció del ojo público, y sin identidad conocida, era imposible intentar buscarlo.

Sin reportes astrológicos ni tarot, la histeria colectiva no se hizo esperar; adultos, adolescentes e incluso niños empezaron a ceder ante el miedo al desconocimiento.

Comenzaron a aislarse, el flujo de personas en la calle se redujo un 3.5% globalmente, y seguía aumentando drásticamente.

Los sectores religiosos colapsaron, e incluso los gobiernos alzaron amenazas en respuesta a un supuesto "atentado", y nada ayudó que desde aquel suceso, no se registraran apariciones nuevas de Demonios Nebulosa.

Todo empezó a venirse abajo, justo como el polvo y escombros de la 9na avenida.

La explosión del súper-demonio destruyó 3 calles a la redonda, desde la n°39 hasta la 37°, todo el núcleo de viviendas abandonadas desapareció en una mezcla de piedra, asfalto quebrado y sangre reseca.

Y en el epicentro se encontraba Hope, quien contra todo pronóstico logró sobrevivir.

Su brazo derecho quedó brutalmente marcado por la quemadura, y por esta misma varios nervios quedaron destruidos, perdiendo sensibilidad a mano completa, entre otras cicatrices más.

Los doctores no sabían cómo; aunque ningún punto vital fuera dañado, sus heridas normalmente tardarían meses, incluso años de recuperación y tratamiento. Solo podían limitarse a agradecer al cosmos por ese milagro.

Que curiosa es la vida, atribuyendo misericordia a los verdugos. Si supieran que esos "astros divinos" trajeron solo desgracia a su vida.

Su padre, su hogar, sus amigos e incluso su cuerpo. Ya no tenía donde ir ni a quien llamar, solo tambaleaba en la llanura sin rumbo buscando su hogar entre espejismos.

Bajo los escombros que la cubrieron de esa primera explosión, encontró esa tela grisácea que reconocería donde sea.

Era el suéter de Ansel; su amigo, salvador y sobre todo compañero de vida. Entró en negación, no quería pensarlo, pero en este punto, era inevitable…

Él había muerto.

Sus ojos cobrizos se oxidaban en llanto, no solo porque quien estuvo con ella en toda esa oscuridad ya no estaba, si no que tampoco alcanzó a pedirle perdón.

Por dudar, por pensar lo peor, y por egoísta, dándolo todo de sí para que su amiga del alma estuviese bien, mientras mantenía consigo una carga desconocida. Una mezcla de sufrimiento e impotencia corrían por sus mejillas.

El dolor de sus heridas internas sin reposo estaban por hacerle vomitar, pero en su lugar, salió de su boca un grito desesperado al astro más grande de todos: el sol.

—¿QUE MAS QUIEREN DE MI? ¿¡QUE MÁS?!

Su pies cedieron como siempre, cayendo entre temblores, porque sabía que no iba a encontrar respuesta.

Perdida entre supersticiones, tal vez castigada por dioses ficticios al pecar en su vida pasada. Daba igual, estaba por perder el conocimiento.

—Papá… ven a buscarme, por favor… —susurró mirando a la nada.

Cegada por la luz diurna, hablaba sola con su último ápice de cordura restante, simplemente dejando a su cuerpo hundirse en el asfalto.

Había demasiado ruido en su cabeza, incluso podía oír su propia voz resonando dentro.

…Pero no venía de ella.

—Oye, ¿te encuentras bien?

—… ¿Qué?

—Sabía que necesitabas más tiempo de reposo. Anda, levántate.

Una silueta femenina posaba frente a ella; una mujer esbelta, de cabello corto color azabache, vestía ropa de diseñador, y relucía un marcado acento extranjero.

—¡¡Aléjate de mí!! —gritó Hope, alejándose a rastras pensando que estaba alucinando.

—Relájate, solo vine a…

Ella fue interrumpida por los gritos ahogados de esa chica perdida, quien despavorida cojeaba para huir.

Sin perder la calma, agarró una piedra del suelo lanzándola con una precisión sobrenatural al pie derecho de la pelirroja, haciéndole tropezar y derribándola instantáneamente.

Aunque estuviese rogando por su final en silencio, inconscientemente seguía arrastrándose hacía atrás.

—¿¡Quien eres?! —gritó Hope a todo pulmón.

La mujer quedó notablemente confundida con la pregunta, pero momentos después respondió:

—Soy Yvonne Bertrand, fui quien pagó tu factura médica, pero creo que eso es lo de menos.

Hope quedó perpleja. Cuando despertó de las cirugías, pudo escuchar unos murmullos; una persona pagó anónimamente todos los gastos, incluso que era alguien importante, pero, ¿por qué alguien así querría salvarle la vida?

—Se que te encuentras mal y tienes demasiadas dudas, estoy aquí para ayudarte con ello —dijo Yvonne mientras extendía su mano a la pelirroja.

Era un sentimiento tan… familiar. Al verla vino un reflejo a su mente, un sentimiento irremplazable, la razón por la que estaba llorando, por eso mismo se negó a sujetarla.

Ella se levantó duramente por su cuenta, sin levantar la cabeza y mirando su anillo desconsolada, la paranoia le obligaba a preguntar:

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti?

—Has estado bastante tiempo sola, ¿no es así? —respondió Yvonne soltando una pequeña carcajada, acto seguido mostrando su dedo anular, el cual tenía el mismo anillo que Hope, pero con un grabado diferente.

»Se podría decir que tenemos cosas en común.

—¿Lo… conocías? —preguntó la de pecas completamente abrumada.

—Súbete a mi auto, te lo explicaré todo de camino.

Efectivamente, detrás de ella había un auto último modelo, siendo exactos un Alpha Romeo Tonale azul marino. Solo conocía el nombre por todos los anuncios que marcaban (sin autorización) en la avenida, ni siquiera lo escucho llegar mientras alucinaba en el suelo.

Aunque dudase, ya no tenía nada que perder, aún tenía esas preguntas taladrando su mente, Ansel dijo que ese anillo le haría entender todo. Simplemente tomó un largo suspiro y se acercó a Yvonne para subirse al asiento de copiloto.

—Oye, no vas a dejar eso tirado, ¿cierto? —señaló la pelinegra en dirección al suelo.

Hope volteó por un segundo, suficiente para clavar su mirada en desaire, era su bufanda amarilla (o lo que quedaba de ella) enterrada bajo los escombros, apenas visible para cualquiera.

Volteó a ver a Yvonne en absoluto shock, ¿como pudo verla bajo esta llanura de cal? Ella creyó que había desaparecido en la explosión… sus ojos ¿brillaban de color rosado? Parpadeó y volvieron a ser cafés claro, simplemente supuso que su mente aún seguía divagando.

Ella tomó el tejimiento dañado y cabizbaja susurró:

—G… Gracias…

—No hay de qué, ahora sube, será un viaje largo —respondió la madame mientras subía al asiento del conductor.

»Además, también tengo unas preguntas que quiero hacerte.

Las calles estaban baldías, ni un alma avistada en las carreteras o veredas. Parecía una dimensión diferente, y más hablando de Estados Unidos.

Eran las 3:00 p.m, hora donde el sol apenas era visible y los vendavales fríos golpeaban fuertemente, incluso a través de las ventanas del auto, lo que suponía un problema para Hope.

Estaba en camisilla, la única prenda de ropa que logró salvar solo por tenerla bajo su suéter térmico gris, el cual acabó despedazado en el estallido de la 9na avenida.

Los temblores involuntarios y su extrema inquietud denotaban que, efectivamente, se estaba congelando, solo que su expresión facial no denotaba algo más allá de la amargura.

En su regazo posaba la bufanda rasgada, pero se negaba a ponérsela. Más allá de que tuviera agujeros y no abrigaría, para ella no era un simple objeto de temporada, el sentimiento de pérdida se negaba a soltarla.

Yvonne abrió la guantera, lanzando algo rápidamente al lado de la pelirroja; era un kit de hilos y agujas de notable calidad.

—Siempre llevo uno en caso de emergencia, arregla tu bufanda para que puedas abrigarte.

Hope asintió sosegadamente en señal de gratitud. Luego de un tímido suspiró, agarró hilo amarillo, y sin mucha complicación lo insertó en una aguja gruesa.

La de cabello azabache veía impresionada por el retrovisor su técnica impecable, juntando los agujeros desde adentro ocultando el hilo para reforzar la tela, mas el hecho de hacerlo con la mano izquierda.

—Decías que tu madre te enseñó, ¿cierto? —preguntó Yvonne.

—Lo principal, el resto lo aprendí por mi cuenta —susurró la pelirroja, intentando no entristecerse.

—No comprendo como alguien puede hacer algo tan inhumano, echar a una menor de edad como si nada…

—A mi madre la maltrataban bastante en el trabajo, solo dormía dos horas mientras costuraba…

»El que mi padre desapareciera la terminó quebrando, tuvo que seguir ahí por mí… no la culpo por odiarme.

—Oye, no digas eso, no tiene justificación para abandonar a su propia hija, además, ¿que clase de sitio trata así a sus empleados? —recriminó Yvonne.

—Era el único sitio en su profesión donde pagaban poco más del sueldo mínimo, recuerdo que también la hicieron firmar un contrato, ese sitio se llamaba Ca… Co…

—C… ¿Constellashion?

—Eso, ¿como lo supiste? —preguntó la pelirroja.

—Yo… también tuve malas experiencias ahí —balbuceó, su tono de voz se volvió afligido repentinamente.

—Vaya… lo siento.

En lo que duró la plática, Hope terminó de remendar la bufanda. Estaba bastante sucia, pero se la puso sin mucho dilema, no sentía tanta tranquilidad desde hace bastante.

—Vamos a detenernos un momento para recargar, aún nos faltan un par de horas de viaje —señaló Yvonne hacia la estación gasolinera visible en la lejanía.

La pelirroja se limitó a asentir, realmente ella no sabía dónde estaba, pues nunca salió de Manhattan. Solo pudo ver en el GPS que el destino era Washington, D.C, la capital del país.

Habían manejado 1 hora, estaban en medio del distrito de Voorhees, en Nueva Jersey; una zona mayoritariamente silvestre, el color verdoso tirando a café destacaba entre esos pequeños rayos de sol que se colaban por la nubes de invierno.

Llegaron a la gasolinera (la única en kilómetros), estaba extrañamente vacía.

—¿Quieres chocolate caliente o café? —preguntó la pelinegra.

—Una barrita de cereal está bien —murmuró Hope, aunque estuviese hambrienta, se sentía apenada cuando la gente gastaba dinero en ella (aunque solo fuesen 50 centavos)

—Ay, que quisquillosa… no te creas, puedo comprarte ambas cosas, je, je —bromeó Yvonne, dejando el auto recargando gasolina y dirigiéndose a la tienda de conveniencia.

Mientras esperaba, la pecosa decidió ir al sanitario para refrescarse, pero se detuvo en seco al notar algo extraño.

Había un espeluznante humo ennegrecido, que incluso traspasaba desde la pared trasera de la estación.

Un vistazo bastó para hacerla retroceder; era un hombre absolutamente horrorizado, de rodillas frente a lo que parecía ser una mujer, pero…

Era horripilante. Su cuerpo tenía una pinta absolutamente cadavérica; piel pútrida y consumida hasta los huesos, no dejaba lugar a la imaginación el sonido de sus interiores retorciéndose.

Hope sentía como la presión estaba aumentando, como si no pudiese respirar. ¿Qué estaba pasando? ¿qué le iba a hacer? Y sobre todo...

¿Por qué reconocía su rostro?

Yvonne salía de la tienda, cuando una poderosa luz rosácea proveniente de su anillo empezó a parpadear frenéticamente, dejó caer las bebidas que traía al suelo en pánico, ya que ella parecía saber su significado.

—¿Qué? ¿¡Justo ahora?!

La pelirroja quería salir corriendo, pero su mente estaba en blanco, retrocediendo hacia un vago recuerdo enterrado bajo 7 pesados años, ella era…

Reaccionó, y comenzó a palidecer ipso facto, esa "mujer" le devolvió la mirada, cuencas vacías, que daban un sentimiento espantoso recorriendo su columna. El cielo se tornó oscuro y, en un parpadeo, ella desapareció.

El hombre quedó como si hubiese visto un fantasma, aunque sería más lindo comparado a lo que tuvo de frente, hiperventilándose al borde del desmayo o algo peor.

Hasta que repentinamente… se detuvo.

—S… S… Señor… ¿usted está…? —susurró Hope, acercándose temerosa en un intento de ayudar.

Solo bastó un segundo para que aquél hombre soltara un chillido diabólico en respuesta, levantándose violentamente entre horribles convulsiones.

Su piel, de manos a torso empezó a abrirse dolorosamente, de ahí salían unos minerales que empezaron a recorrer todo su cuerpo.

Se hinchaba y se comprimía al mismo tiempo, esos pedruscos recorrieron su cara entre gritos de agonía convertidos a un rugido bestial.

No había como negarlo, era un Demonio Nebulosa; aquí, ahora, justo frente a Hope, cuyos traumas renacidos la dejaron helada.

—Ahí… estás…