Las frías ventiscas provocaban que las pocas hojas café en los árboles cayeran amargamente, era la señal de que el invierno ya estaba por venir.
Eran las 10 a.m. y Hope recién había despertado con la sensación de… la nada.
Era extraño no sentir la brisa traspasando su pared, o la comodidad de su nueva cama matrimonial comparado a los resortes chillones de su viejo colchón, con todo el sentido de la palabra.
Se levantó descalza, ignorando completamente las pantuflas que tenía al lado.
Llevaba una semana y media en el apartamento, pero no había encendido la luz en ninguna habitación, tan siquiera en la suya.
A pesar de tener gran cantidad de comida en los anaqueles de roble solido, se limitó a desayunar aquellas barritas de cereal rellenas de jalea de fresa. Sentada en una silla en lugar del sofá para tres personas que había en el salón.
Se desvistió y entró al baño a darse una ducha helada, sin darle importancia al caldero para calentar el agua o a la gran bañera justo al frente.
Mirándose a oscuras en el espejo del tocador, amarrando su cabello cobrizo en su habitual cola de caballo, envuelta en el sonido de las gotas del grifo y su respiración lenta… como siempre lo había hecho.
Tenía dos habitaciones, una sala, cocina y baño propios. Un TV plasma de 40 pulgadas, así como la capacidad de finalmente desayunar, almorzar o cenar buena comida. Entonces, ¿por qué su cara seguía igual?
Sus mismos zapatos, bufanda y su expresión agotada de siempre. Las marcas bermejas en su brazo derecho, y esos arañazos ansiosos bajo su muñeca izquierda.
El suéter color ceniza que se puso era idéntico al que tenía cuando estuvo sin hogar, pero no era el mismo.
La única decoración que tenía en su mesa era una vela pequeña y una foto de su fallecido compañero de mechas violetas enmarcada, al parecer Yvonne la enmarcó como recuerdo.
—Oye, Ansel… —dijo hablándole a la fotografía.
»Esta es la buena vida de la que me hablaste, ¿cierto?
Hope salió del complejo departamental Kiley Apartaments donde ahora residía, y cogió un taxi con dinero que Yvonne le dejó (1.200 $ para ser precisos).
Ella permanecía silente viendo tras la ventanilla como las calles se mantenían desiertas. Cada que miraba afuera, un sentimiento de incomodidad sacudía su cuerpo con fiereza.
Porque ella sabía la razón, y al parecer, formaba parte de quienes podrían detenerlo.
Y no es qué estuviese asustada de serlo. Por el contrario, estaba dispuesta a pelear, eso es lo que hubiese querido su compañero... ¿No es así?
Pero ese temor a fracasar era algo que inevitablemente volvería para golpear su psiquis sin remordimiento, era algo que ya estaba implantado en ella.
Miraba al conductor con ojos curiosos, y no podía dejar de pensar en su valentía. Solo, en un sitio baldío, quien sabe si el peligro estuviese persiguiéndole, probablemente tuviese una familia que espera su regreso todos los días.
Y aún así, él estaba acá, sin temor visible a través del retrovisor. Puede que piense en sus seres queridos y por eso no tiene miedo, que bonito sería tener a alguien que confíe en su espíritu…
Pero al final de todo, ella estaba sola.
—¿Se encuentra bien, señorita?
—¿Eh? Si, no se preocupe… —respondió Hope.
No quería seguir recordándolo, no ahora. Salió de su mente para seguir su recorrido, restando 10 minutos de viaje a través de la calle Cumberland, al noroeste.
Como si solo fueran unos segundos, había llegado a su destino: la preparatoria Alice Deal.
Ver una institución estudiantil le provocaba una fuerte nostalgia, pero no de la buena. Las instalaciones pulcras, el amplio espacio, la gente… proyectando esos horridos recuerdos donde ya no había nada.
Pero no vino para eso, notándose en como evitaba aquel sitio, colándose detrás de aquella edificación y pasando a través de unas rejas cortadas premeditadamente.
Abriéndose paso hacia la amplitud de un campo de fútbol completamente rodeado de una frondosa arboleda.
Aunque vacío, se respiraban tranquilas brisas, el perfume del pasto…
… y un balonazo en su cara.
—¡Uy, uy, uy! ¿¡Se encuentra bien!?
Un joven se acercaba trotando hacia donde estaba Hope, quien quedó aturdida por el severo golpe.
Un chico de tez trigueña, edad similar a la pelirroja, y cabello de rastas largas tintadas de amarillo chillón. Vistiendo una camiseta de béisbol con el apellido "Braza" en su espalda, así como unos shorts negros de básquet contrastando con sus vibrantes Air Jordan celestes.
Poseía una condición física impresionante, llegando desde media cancha hasta la salida donde estaba la pecosa sin apenas cansarse.
—No le saqué un ojo, ¿verdad? —bromeó el de rastas, sacudiendo cualquier rastro de tierra que pudiese tener Hope encima.
—¿Podrías dejar de hacer eso cada que vengo aquí?
—Es que usted se tarda un mundo. ¡Yo ya estoy calentando desde las 8! —respondió el chico con una sonrisa. Su acento sureño se notaba a leguas.
Él era Camilo; atleta profesional de la división latinoamericana y perteneciente a la unión de los Zodiacos, evidenciado en el anillo de ónix de su mano izquierda, con la que ayudó a la pecosa a levantarse.
—Lo sé, pero…
—Pero nada, vea que me encomendaron su entrenamiento. Si sigue así, ¡se va a quedar toda flacuchenta!
—… Perdón.
—No se preocupe, era broma. Pero si me gustaría que se lo tome en serio, porque esos bicharracos no avisan —dijo Camilo, refiriéndose los Demonios Nebulosa.
Efectivamente, él fue elegido para entrenar a Hope en su labor de Zodiaco, concretamente en la parte física. Llevan entrenando juntos desde el día siguiente de que la pelirroja fuese proclamada como "Géminis".
—Entonces, ¿empezamos ahora, o…?
—Aún le falta mucho por aprender, ¿verdad? Lo que hay que hacer primero antes de cualquier cosa es…
—Calentar.
—¡Eso! ¡100 puntos para Gryffindor! —respondió el de rastas con entusiasmo.
Seguido de esto, Camilo sale disparado hacia el arco del portero donde tenía su mochila, sacando un par de mancuernas de 10 kilos, para luego volver y aventárselas…
Las cuales cayeron directamente en los pies de Hope, tirándose al suelo adolorida y extrañando mentalmente la puntería perfecta de Yvonne.
—Parcera, no me sea dramática…
Y así pasaban desde las 11 a.m. hasta las 5:30 p.m. donde el sol empezaba a ocultarse. En su niñez, su hiperactividad la volvía sorprendentemente atlética. Pero en su estado actual, entre la inanición y el nulo esfuerzo físico, no podía ni levantar su propio peso.
Y he aquí por qué Camilo fue el predilecto para su entrenamiento. Por más alegre y juguetón que fuese, era exigente en todo lo que se tratase del atletismo, no por nada estaba entre los mejores deportistas de su país natal: Colombia.
Y esta no sería la excepción. Ejercicios intermedios de calistenia, desde sentadillas hasta abdominales y flexiones, así como una dieta específica para recuperar toda la masa corporal perdida con el tiempo.
En el transcurso de tiempo, había logrado hacer un máximo de 3 abdominales junto con dos flexiones completas, ciertamente un avance considerando su estado anterior
Así mismo, las marcas de hambruna lentamente empezaron a desaparecer, y a pesar de sus enormes ojeras, Hope ahora se veía ligeramente más sana.
Aunque aún tenía un enemigo primordial que invadía su mente día tras día; el correr. Aún recordaba las palabras del de rastas el primer día que se vieron:
—Sabrá que su entrenamiento ha terminado cuando me gane en una carrera alrededor de la cancha.
No le intimidaba el hecho de tener que vérselas contra un deportista de la talla de Camilo, si no por ella misma.
Por más que esté decidida a salir adelante, no podía olvidar el por qué empezó todo: la condición de sus pies torcidos que la llevaron a ese espiral autodestructivo que parecía eterno.
Pactaron en correr cada atardecer para comprobar sus avances.
—Muy bien ¿¡Está usted lista!? —exclamó Camilo con entusiasmo, poniéndose en posición. La pelirroja simplemente se mantuvo en silencio.
»¡Tres, dos, uno…! ¡¡Fuera!!
El grito fue la señal de salida, con lo cual, Hope decidió correr con todas sus fuerzas…
O eso creía, pues justo al dar los primeros pasos, como era de esperarse, su tobillo derecho se torció y acabó colapsando contra el césped sintético.
»Uy, ¿se encuentra bien?
La pelirroja permaneció silente, para que luego se escuche entre murmullos:
—… No es justo.
Se sentía la frustración en estas palabras. Esto lleva pasando desde el primer día, ella simplemente no lograba avanzar más allá de un par de pisadas.
—Oiga, está bien, no todos empezamos de la mejor manera, pero… —el chico fue interrumpido por el gritoneo de Hope.
—¿¡Por qué me tienes tanta fé!? —alzó la voz mientras golpeaba el suelo insatisfecha.
Camilo en lugar de hablar, abrió los botones de su camiseta y hizo un lado el cuello de su camisa, dejando ver una enorme cicatriz rodeando su garganta y parte de su nuca.
—Vea esto de aquí, esto me lo hice peleando contra esos bicharracos.
»Cuando me llevaron de urgencias, dijeron que el corte sumado a los golpes habían afectado a la parte de mi cerebro que controla mis movimientos.
—¿Qué?
—Si, la corteza motora y no sé que más. En resumen, casi me quedo chueco, inválido pues.
—Pero ¿Cómo es que estás…? —balbuceó Hope en su ignorancia.
—Yo les dije que no me importaba, y que iría a mi bola. Con terapia intensiva y mi espíritu (y tal vez Virgo) me recuperé, ¡y mírame! Vivito y coleando.
»Tienes algo en ti que falla ¿Y que? Cuando tu mente visualice la meta en lugar de los zapatos con los que corre, ni usted misma va a poder frenarse.
Hope se quedó atónita, pero aunque estuviera consciente de lo que significaba, su mente liosa no podía comprender cómo lograrlo. Ella estaba más llena de dudas que de respuestas.
»No se preocupe, es algo para que se lo estudie después, ¿está bien? por lo pronto terminamos por hoy.
—Gracias —suspiró Hope un poco aliviada.
—No hay de qué, aquí estamos para cualquier… ¿Eh?
Camilo fue interrumpido por el repentino parpadeo proveniente de su anillo. El de Hope reaccionó de la misma forma, comprendiendo en sintonía su significado.
—Me hubiese gustado contarle un par de anécdotas más, pero parece que estamos a contrarreloj. ¡Busque su traje que nos vamos!
—¿Mí traje?
—¿¡No le hicieron el suyo!? ¡Se supone que le estuvieron mensajeando al celular!
La cara de la pecosa palideció. Pasó tanto en su burbuja que ni siquiera sacó de la caja el celular que también le había regalado Yvonne.
—No importa, en el taller le solucionan, ¡no podemos perder tiempo! —continuó Camilo mientras buscaba su mochila. Justo al lado había un maletín de tamaño considerable.
Era de color similar al grafito con toques negro mate. A los lados habían dos placas camufladas, las cuales el sureño levantó, revelando dos interruptores para cada mano.
Seguidamente las activó, haciendo que dicho "maletín" se acoplara a sus antebrazos, levantándolos a la altura del tórax y liberando una serie de mecanismos haciendo que el material cubriese tanto sus brazos como su torso.
Placas descendieron desde su abdomen y hacia sus extremidades inferiores, dando lugar a una especie de bodysuit robusto, que al entrar en contacto con su anillo, empezó a alumbrar la maquinaria interna de un intenso brillo ámbar.
Por último, sacó de su mochila una diadema que cubría su nuca, y pulsando un botón, activó la máscara característica de los Zodiacos, con el símbolo de la cruz solar en el medio.
—¡Sujétese! —exclamó Camilo mientras cargaba a Hope en su espalda.
—¿¡QUÉ!?
Y antes de darse cuenta, ambos salieron disparados hacia arriba, apuntando hacia el edificio alto más cercano. Se oyó un chillido tan agudo que superaba los decibeles seguros de escucha para el oído humano.
—No hacía falta que grite.
—¡NO HACÍA FALTA SALIR VOLANDO ASÍ!
—Acostúmbrese, ¡apenas arrancamos!
Tan pronto como pudo, el de cabello amarillento empezó a correr sobre los techos y balcones de las construcciones adyacentes, con los gritos agudos de Hope detrás.
Moviéndose con agilidad nata, corría y saltaba distancias que incluso al más experimentado le resultaría imposible, llegando a precipitarse de una edificación a otra con una carretera de distancia exitosamente.
7 minutos y 9 segundos fue lo que tomó llegar desde aquél patio hasta la base de operaciones de los Zodiacos a punta de brincos y volteretas.
Hope llegó completamente mareada, casi vomitándose encima durante el trayecto y no pudiendo mantenerse en pie al aterrizar.
Pero después de recomponerse, dispusieron de entrar velozmente a dicho edificio, esta vez tomando el elevador hasta el último piso.
La pelirroja continuaba con visión borrosa después de aquellas velocidades que alcanzó, preguntándose si tendría que hacer algo parecido en el futuro. El nerviosismo comenzó a borbotear en ella.
Grande fue su sorpresa al abrirse las puertas hacia la séptima planta; una sala recubierta en acero, habiendo dentro una cantidad inherente de ingenieros e investigadores, rodeados de aparatos tecnológicos y mecanismos puestos a prueba.
—Géminis, Capricornio; finalmente habéis llegado —un eco distorsionado se oía desde el comunicador en el antebrazo izquierdo del muchacho.
—Maestro Libra, ¿cómo pinta el asunto? Estoy en espera de las coordenadas —dijo Camilo, cambiando su tono distendido a uno más formal.
—Os lo enviaré a vuestros dispositivos. Manteneos alertas.
Al mismo tiempo que hablaban, dos enmascarados más llegaron al lugar; eran Yvonne como Sagitario y alguien más.
—¡Hey! ¿Como estás? Llevo una semana llamándote, pero no me contestas. ¿Qué sucedió con el celular que te dejé? —dijo la pelinegra mientras le daba un fuerte abrazo a la pecosa.
—Este… ¿Cual celular? —preguntó Hope muy disimuladamente, correspondiendo el abrazo con algo de vergüenza por su gran descuido.
—Ay, niña… de verdad eres un caso, después hablamos de cómo va todo, ¿está bien?
—Yo… Él… —balbuceó la pelirroja intimidada.
—¡Oh! Olvidé mencionártelo aquella vez, pero cada grupo consta de 4 constelaciones contando contigo —explicó la madame.
»Éste de aquí es Ryoma Katou, puedes referirte a él como "Leo" durante las misiones.
Y ahí estaba parado al lado de Yvonne; un hombre que superaba a Hope en altura (impresionante, puesto que ella de por sí es alta) con rasgos orientales notables. Su cabello hacia un degradado de grises, indicando adultez, pero demostrando una complexión excepcional al mismo tiempo.
Poseía su traje negro; en este caso las placas estaban combinadas con el material haciéndolo ver más "natural" y, sumado a su musculatura, lo hacía ver como un imponente animal, reforzado por el afelpado azafrán de su cuello que actuaba de capa.
—Un gusto, señorita Stella —dijo mientras hacía una reverencia en forma de saludo.
—Lo mismo digo.
El de cabello plateado mostró una leve expresión de asombro al tener de frente a Hope, como algún tipo de conexión repentina, pero fue tan ínfimo que ni la susodicha pido notarlo.
—Eh, disculpe, al no contar con su contacto, no pudimos completar el proceso de personalización de su traje —interrumpió con nervios uno de las ingenieras.
«Este es el traje del anterior portador, que en paz descanse. Eh… tuvimos que reconfigurarlo que coincida con sus datos biométricos y pueda ajustarse a su tipo de cuerpo.
Hope miró el maletín, según lo que entendió, era el traje que usaba Ansel cuando era Zodiaco, pero no era una mirada afligida, al contrario; eran ojos decididos. Esta tal vez sea esa oportunidad de cumplir la última voluntad de su camarada y encontrar esos sentimientos perdidos.
—¿Estás bien, Hope? —preguntó Yvonne.
La pelirroja tomo aire lentamente, se tragó sus nervios, y respondió:
—¿No teníamos que irnos?