Totalmente dañada y silente después de que el Demonio Nebulosa fuese sometido. Un terreno extraño, como si todo el escenario temblara, casi saltando segundos para poder recordar correctamente.
Cayendo a un callejón, la mirada desilusionada en sus ojos se apagaba rápidamente. Un cartel de "se busca", podrido por la humedad y el inimaginable tiempo que llevaba allí, solo lograba ver vagamente la cara de una chica adolescente.
La familia está de luto, los recuerdos permanecen y los años se desvanecían.
Su visión opacaba todo el plano; sus tímpanos se saturaban, dejando oír su nombre entre murmullos; ella sabía dónde ir, era automático.
¿Empatía? Siseos y cascabeles abarrotaba su mente. Extendiendo sus manos, tornándose violeta, todo daba vueltas… hasta que su cuerpo colapsó contra el pavimento.
Al otro lado de la ciudad, los culpables se dan la vuelta y tejen su historia en los faldones del universo.
—Señorita Hope, ¿se encuentra bien?
Despertó. Ni podía abrir sus ojos; llenos de lagañas por su llanto silencioso, arropada de pies a cabeza debido al inmenso frío.
Hoy, primero de diciembre, se hacían 8 años de ser echada de casa, y fuese a parar en las gélidas calles, recordaba tanto ese momento, tan vivido, como si hubiese pasado días enteros soñándolo.
Al lado de su enorme cama, estaba sentada Serafina, quien gentilmente acariciaba su cabello buscando calmarla.
—Lleva dos días seguidos durmiendo, debe tener hambre —decía la de cabello castaño, acercando un plato que posaba en la mesa de noche.
Eran unas bruschettas; tomate, mozzarella y albahaca, junto a una taza de café cargado. Hope estaba completamente desorientada, con una regurgitación de sentimientos en su estómago que le transmitía náuseas al oler comida real.
Un dolor agudo punzaba el lado izquierdo de su abdomen, tanto que ni lograba levantarse sola; estaba adolorida y desconocía por qué, pero más allá de los hematomas, había otra presión de la que encargarse…
—Necesito ir al baño —balbuceó Hope, retorciéndose adolorida bajo las sábanas.
—A vuestra orden, señorita Stella.
Serafina apartó el plato y se levantó para ayudar a la pelirroja, cuyas ojeras incrementaron su diámetro, mostrando que aunque hubiese dormido una eternidad, no sintió el descanso en lo absoluto.
Ni siquiera recordaba como apareció en su casa, si hace dos días estaban en Manhattan batallando a muerte. Ella seguía hacia el baño apoyándose en Serafina, y con solo levantar el brazo, observó como estaba cubierta en vendajes y gasas.
Entró a la habitación, e inmediatamente se desplomó en el inodoro. Levantó su camisilla, revelando un enorme vendaje que daba la vuelta por su abdomen, que indicaban costillas rotas, causa principal del dolor y su fiebre.
—¿Tutto bene, señorita Stella? —Di Sante preguntaba al escuchar los jadeos adoloridos de Hope.
—Creo, solo dame un minuto...
—No se preocupe, haré uso de mi don para aliviar sus males, tan pronto como usted se disponga a desayunar.
—Gracias, supongo —susurraba Hope, dudando del por qué Serafina estaba allí en primer lugar.
La sensación de alivio le permitió recuperar el aliento por unos segundos, agarrando con cuidado sus prendas y vistiéndose para salir apoyándose con la pared.
Cojeando hacia el salón, su plan era tumbarse en el mueble para calmar el dolor punzante, parando en seco al escuchar… ¿una estampida? Provenía del pasillo fuera de su apartamento. Todo lo que alcanzó a oír fue:
—¡Apúrate! ¡Cierra rápido!
—¡Eso intento, carajo!
Eran Yvonne y Camilo, que entraron casi estrellándose contra la puerta principal, cerrándola con todos los bloqueos posibles.
—¡Rouxi! ¡Que bueno que estás bien! Perdón por el susto, es que…
La pelinegra fue interrumpida abruptamente por un golpeteo continuo a la puerta. Hope, completamente desentendida de la realidad, se acercó a la entrada y la abrió con sus fuerzas restantes.
Horrible fue su sorpresa al abrir la puerta y ser recibida por el destello atorrante y continuo de cámaras fotográficas.
Eran paparazis, una manada completa, que si no hubiese sido por los pestillos, la puerta hubiese salido volando de sus bisagras.
—¿¡Quien carajos son ustedes!? —preguntaba Hope con disgusto evidente.
Todos los fotógrafos se amontonaron en el espacio abierto, mareando a la pelirroja con un avalancha de gritos y preguntas.
—¡Vimos a la supermodelo Yvonne Bertrand y al atleta Camilo Bracho pasar por aquí!
—¿¡No los habrá visto!? ¡Es un asunto de vida o muerte!
—¿¡No los estará escondiendo!?
Hope aún herida sostenía la puerta, ya que aquellas personas intentaban infiltrarse por la única parte accesible, lastimando a la pelirroja por el esfuerzo.
No fue hasta que uno de esos pseudo-periodistas intentó abrir los pestillos que bloqueaban la entrada que Hope alcanzó el límite de su paciencia:
—¡VAYANSE DE AQUÍ, MALDITOS ENFERMOS! —gritó a todo pulmón, arrojando un jarrón que estaba al alcance contra la pared del pasillo.
Asustando a los paparazi lo suficiente para hacerles huir despavoridos del edificio. Lamentablemente, Hope perdió estabilidad y colapsó al momento.
—Me lleva la… ¡Señora Serafina! —gritaba Camilo desesperadamente, corriendo hacia Hope y cargándola en brazos hasta el sillón.
Serafina mantenía completa serenidad, buscando en la habitación de Hope su traje, activándolo al instante. El brillo esmeralda de su anillo fusionándose con los neones de la maquinaria trajeron de vuelta a "Virgo".
—¡Spica!
Activó su don, y sin perder tiempo envolvía a Hope en su cálida aura, regenerando sus heridas velozmente.
—Perdón por forzarte más trabajo, Sephy, debes estar cansadísima. —decía Yvonne apenada —tus ojeras…
—No te… no os preocupéis, esto es parte del trabajo que me fue encomendado. Además, no podría hacer menos por la elegida de mi dios.
El agotamiento de la mujer de Milán era tan contagioso como sus largos bostezos, pero aún cabeceando después de dos noches sin dormir, daba todo de sí para cumplir su trabajo dado por las constelaciones.
—Señorita Stella, ¿se siente mejor?
—La fiebre me sigue matando… ¿qué se supone que pasó?... ¿Y tú por qué estás de espaldas?
—Primero: veníamos a visitarla juntos —explicó Camilo —cuando de repente llegaron esos hombres raros que nos estaban siguiendo desde no se donde
»Y segundo: usted está en paños menores, con todo el respeto del mundo.
—Me incómodas más haciendo eso, no hace falta.
—Ay, Rouxi, que pícara —bromeaba Yvonne con un tono travieso.
»Pero sí, imagínate la primicia, encontrar a una modelo de talla internacional y a un atleta extranjero coexistiendo, los rumores ya están fluyendo en este instante.
—Para el registro, a mí no me van las modelos.
—Que grosero —dijeron las tres féminas al unísono.
—Sin ánimos de ofender, Lady Vonny, su gremio es una cosa seria, cuando tenía 20 me… ¿eh?
Camilo fue abruptamente interrumpido una centella irrumpiendo en la sala. Todos los presentes quedaron desconcertados al abrirse un portal y que apareciera Ryoma de forma inesperada.
—¿Maestro Leo? —Serafina balbuceaba confundida.
—Ya puedes ir a descansar, Serafina. Necesito conversar un par de cosas con Hope —respondía Leo, mostrándose sumamente fatigado.
—Señorita Stella… ¿cree que pueda concederme su dormitorio? Aunque si necesita algo más puedo…
—No te preocupes, anda y duerme cuanto quieras, a saber cuánto llevas despierta.
—Grazie mille. Si podéis, cuidad mi espada también.
La emisaria de Virgo agradeció en forma de reverencia, desactivando su traje para retirarse. Realmente, aún agotada, sabía que algo sucedería por la cara que llevaba la constelación superior.
Todos los presentes sintieron inquietud con su presencia, de por sí, parecía otra persona cuando su peinado formal se tiraba hacia adelante.
Simplemente desactivó su traje y procedió a reubicar su cabello plateado.
—Parece que por fin despertaste.
—Al grano —decía Hope contagiada por la amargura de Ryoma.
—¿Tienes idea de cuántos edificios fueron destruidos en Clinton?
—… ¿No se supone que el Consejo Internacional de Restauraciones se encarga de eso?
El elegido de Leo encendió el televisor, justo en el canal de noticias. Estaban describiendo el balance de daños general, donde una cuarta parte del barrio quedó completamente inhabitable.
—La vida de familias inocentes no son un juego, Stella —la expresión facial del nipón se tornaba cada vez más seria al decir estas palabras —gente quedó sin hogar por hacer lo que hiciste esa noche.
Hope rodó sus ojos con la mezcla más absurda de sentimientos negativos jamás vista, arañando su cara desesperadamente como mecanismo de defensa.
—Es mi culpa, sí, sí… ¿Es lo que te dijeron? ¿o lo que querías escuchar?
Ella apenas podía mantener su respiración tranquila, mientras su cuerpo tiritaba por la ansiedad espontánea.
—Hay un mal que potencialmente amenaza a todo el sistema solar, y llevamos casi una década peleando sin éxito, ¿Puedes dimensionar eso?
—Señor, cálmese un poco, nunca lo había visto de esa manera —decía Camilo intentando calmar la situación en vano.
—Yo, yo y yo… ¿Tú crees que no sé lo que pasa? ¿Qué soy tonta?
»Quiero seguir sola y alejarme del pasado pero no para de seguirme, no se detiene.
La pelirroja cedía al delirio; cabeceaba a cualquier parte sin sentido ni razón, y sus oídos seguían oyendo ese siseo, como si una serpiente viviese en su cerebro de forma permanente.
—Solo me queda este anillo… y me duele, demasiado, como no tienes idea. Me duele, me duele… —repetía para si misma, sin fuerzas restantes para sollozar.
Yvonne quería consolar a su compañera, pero Ryoma hizo una seña, entendiendo que guardase silencio. Él solo se sentó en la alfombra, cruzado de piernas, para estar a la altura de Hope en su sillón.
—Primero que nada, como persona: deja de culparte por todo lo que está fuera de tu control, solo te lastimarás y vas a quitarle peso a lo que verdaderamente sea tu culpa, como puede ser esto.
El nipón colocó sus manos en la cara de Hope, para que mantuviera contacto visual fijo y pudiese escuchar con atención.
—Como Zodiaco: por más que nuestras estrellas estallen, aún mantenemos la forma que se nos dió; tú sigues aquí por qué tienes motivos, como todos, ¿Puedo saber por qué peleas, Géminis?
—An… sel… —balbuceaba Hope, consumida en llanto.
—Pero no estás peleando por él.
»Ansel nos hablaba de ti, de cómo eras fuerte, y que quería hacer el mundo un lugar mejor para ti, esa era su motivación… Pero nunca hubiese querido que cargases con ella.
Tenía toda la razón; en su mente, Hope estaba desentendiéndose de esos ideales, simplemente quería soltar y sentirse útil por una vez. Lo olvidó, el verdadero deseo de Ansel:
«Una buena vida…»
—Dime, Hope —preguntó Ryoma —¿por qué peleas?
Esta pregunta resonó como gritar en una caverna vacía, ya que nunca se detuvo a pensarlo. Navegaba en una laguna mental sin salida, respondiendo en su lugar con un vago, pero profundo recuerdo de confort:
—Quizás comer… barritas de cereal con ustedes.
—… A ver, entiendo el concepto, pero ¿no comes otra cosa? Sin afán de ofender —preguntó Ryoma de forma jocosa.
—¿Qué tal ir por un helado? hemos hecho de todo, menos salir a conocer este lugar —sugirió Yvonne —¿Qué sabor les gusta más?
—Hay uno de chocolate con almendras en una heladería de aquí… pero por las estrellas que me da pereza —decía el nipón, diluyendo su seriedad en su habitual somnolencia.
—A usted todo le da pereza, a ver si duerme un poquito mejor... —recriminó Camilo en contraste.
»Sigo a dieta, pero me chimba el de galleta. digo, por si gustan invitarme uno. ¿Y el suyo, Hope?
La pelirroja seguía encontrando memorias bloqueadas para evitar sublevarse ante la nostalgia. Caras conocidas y sentimientos añejos; la amargura desaparecía al saborear un recuerdo acaramelado.
—El 'Gold Medal Ribbon' sigue existiendo?
—Uy, no se vaya a poner muy exótica la cosa, je, je —dijo Yvonne sarcásticamente.
La pelirroja entendió la provocación, pero por primera vez, sintió la confianza para devolver la broma.
—Hay un paso gigante de eso a que me guste el de pistacho…
—¿Usted supone que a la señorita le gusta el pistacho solo porque es europea? —sugirió el de rastas entre risas.
—Amore, a mí si me gusta el pistacho…
—¡Pero no es porque sea europea! … ¿verdad?
Las 3 estrellas carcajearon al unísono.
Por una vez, el pesar de su mente no nublaba su juicio. No lo entendía, pero la calidez de ese momento sin sentido le hizo sentir algo.
Los músculos de su cara no esperaban ese cambio, resultando en una mueca incómoda, pero el sentimiento escapó de su limbo perpetuo…
Las estrellas se alinearon para que ella pudiera reír, así fueran unos segundos.
—¡Ay, ay, ay! ¡Mierda! —se quejó Hope, el esfuerzo de expresar su pseudo-alegría le pegó directamente en sus costillas sin recuperar.
—¡Uy! ¡Perdóneme, parce! No era para lastimarla…
—No te preocupes, más bien, muchas gracias.
—Bueno, es todo lo que podemos decirte, sumimasen por mi actitud de hace un momento —dijo Ryoma, reverenciándose como forma de disculpa —pero espero que tomes en serio tu labor si vas a seguir luchando.
»Te dejaremos descansar. Aprovechando, me iré con mi equipo, aún necesitamos un plan para buscar a Ofiuco antes de mande al cosmos a más personas.
¿Buscar? Esa palabra hizo clic en ella, como cuando la energía de su anillo fluyó por su cuerpo al absorber el lumbre del Demonio Nebulosa. Sus lagunas se esclarecían, mostrando en su reflejo esa conversación entre Tauro sobre el caído Escorpio.
—No estoy segura… pero creo que hay algo…
El nipón se detuvo, con una sonrisa vaga. No sabía por qué, pero era tan parecida a su difunto camarada en cuanto a ocurrencias de última hora.
—Te escucho.
—Quédate… te contaré lo que pueda recordar, pero antes… ¿Yvonne?
—¿Dígame, amore?
Aún tenía algo pendiente, esa decisión que por tanto tiempo estuvo pululando en su cabeza entrando a la adultez. Si realmente quisiese cumplir la última voluntad de su amigo…
—¿Aún puedo trabajar contigo?
El arrullo del río fluía junto al alba, contrastando su coloración con el Callejón de las Lavanderas en Milán, Italia.
Un portal azafrán apareció entre un callejón, donde el trio de Zodiacos "Alpha" había emergido.
—Necesito agua, estoy mareadísima —murmuró Yvonne, apenas manteniéndose en pie.
—A lo bien, podíamos venir otro día pa' ahorrarnos tanto jet lag —se quejó Camilo de la misma forma.
Ryoma estuvo en silencio, desactivando su traje junto a sus compañeros, recorriendo la acera empapada destinándose a una casa adyacentes del ya no tan turístico lugar.
Era una residencia tradicional de Italia; colorida, con un precioso techo tejado y frondosas plantas por doquier.
Tocaron la puerta, una, otra y otra vez… Siendo recibidos luego de cinco minutos por Serafina, que vestía su ropa civil; una camisa manga larga y un faldón que se extendía desde su torso hasta sus pantorrillas, asomando unos zapatos de vestir color azabache.
—Disculpad, me encontraba preparando unas cosas. Podéis pasar.
—¡Bonjour, amore! Te ves genial hoy —saludó la madame enérgicamente con un beso en la mejilla.
—Trato de cambiar mi guardarropa, pero mis atuendos "anticuados" me siguen pareciendo cómodos.
—¡Buenas tardes, señora Serafina! —saludó Camilo de la misma forma.
—Mon Dieu, apenas tiene 35 y vienes a llamarle señora… —bromeó Yvonne pícaramente.
—… Dejadme serviros una taza de café, veo que el viaje hasta acá los trae agotados —respondió Di Sante, ignorando ambos comentarios magistralmente.
Desviando su mirada al nipón, quien saludó con una reverencia para pasar a los aposentos de la peli-castaño. El espacioso recibidor tenía un aura acogedora, tanto, que parecía que te obligaba a querer descansar ahí.
Ryoma caminó lentamente al amplio sillón blanco… el cual bastó un microsegundo de contacto para que se desplomase del cansancio meteórico que cargaba.
—Vaya por dios… ¿la de descansar se la sabe? —preguntó el de rastas sarcásticamente.
—Ésta es la vida de una persona con posgrado en astrofísica, te va a pasar a ti también.
La signorina salió de la cocina con su cafetera italiana, sirviendo en tazas para sus invitados. En conjunto, también trajo una baraja de cartas gitana, utilizadas principalmente en el tarot, que siempre lleva consigo ante cualquier encuentro.
Se sentó en su sillón, encendiendo su fogata debido al invierno venidero, mientras miraba a su compañero zodiacal sin preocupaciones visibles aún viniendo de un altercado contra su compañera, Hope Stella.
—Disculpe el entrometimiento, pero no pude evitar escuchar su conversación con la señorita Stella.
»No pregunté, porque me sublimó el agotamiento, pero… lo que aconteció a aquellas familias, ¿fue cierto?
—No como tal —respondió Ryoma, que había puesto un cojín sobre su cara para evitar la luz del foco.
»Si bien es cierto que una cuarta parte de Clinton colapsó, las familias fueron movidas al instante a un barrio provisional en Hudson Yards, sin ningún herido aparente.
—Mintió —cuestionó Serafina, obteniendo las miradas serias de los presentes.
—Necesitaba que Géminis entendiese la seriedad de este asunto, pero esto es una situación muy profunda, y reconozco haberme ido por la vía equivocada.
»Deduzco que tienes cierto apego por ella, ¿cierto?
Di Sante bebió un sorbo de café, sin una expresión legible, respondiendo:
—Simplemente me vi reflejada en un par de aspectos con ella, nada más. Deposito mi fe en que ella pueda sobresalir y convertirse en una líder con corazón, como el anterior…
—Precisamente por eso vinimos —dijo Ryoma, levantándose lentamente del sillón y dirigiéndose a la mesa donde fue dejada la baraja.
»Por mi parte, necesito que me leas las cartas, hay algo que tengo que comprobar…
—Con gusto, maestro Leo, déjeme terminar mi café.
—Terminé de ayudarte a lavar los trastes, para hacerte menos trabajo —dijo Yvonne desde el lado de la cocina.
Por alguna razón, el lugar fue inundado en silencio.
—No se te habrá ocurrido echarle jabón a la cafetera… ¿cierto? —dijo Serafina, con una expresión nerviosa nunca antes vista en ella.
Curiosamente, sus modismos medievales se desvanecieron, destapando su marcado acento europeo. Tal parece que pecar contra una nación entera está sobre cualquier cosa.
Todos quedaron callados en un maravilloso momento de tensión, dejando a la de cabello azabache pálida como las paredes de la casa, rematando el momento susurrando:
—Perdón…