Se abrió la puerta de golpe, bruscamente. Las recién llegadas eran un numeroso grupo en comparación con la niña que estaba en la habitación. Ninguna debía tener más de doce años.
Se apresuraron a desatar a la chiquilla, que estaba en una silla, y tenía los brazos y las piernas agarradas firmemente con una soga. «Los malhechores han cometido un error de novato -pensó la líder del grupo, disgustada-. El nudo del pañuelo que tapa la boca hay que apretarlo fuerte. Si no, la víctima conseguirá escurrir el trapo y pedir ayuda.»
Ella lo contemplaba todo desde una esquina, mientras su séquito liberaba a la muchacha. En cuanto estuvo libre, se masajeó las muñecas, bajó la cabeza y echó a andar hacia la puerta. Rápidamente, la jefa, miró a dos miembros, las más robustas, y estas se apresuraron a cortarle el paso.
-Tú no vas a ninguna parte -dijo.
La muchacha la observó, con cansancio.
-¿Qué quieres, Karen?
-¿Por qué estabas atada? -preguntó la tal Karen, poniendo una cara con la que parecía que se compadecía.
-Eso no es asunto tuyo- respondió la otra, quizás demasiado rápido.
-Oh, sí que lo es -Karen avaznó hacia la puerta y la cerró de un portazo-. Porque si no, no vas a salir de aquí.
Hubo una tensa pausa, en la que la chiquilla minutos antes atada barajaba las opciones. Miró alrededor, intentando encontrar otra salida que no fuera la puerta; pero en vano, porque pronto comprendió que era la única.
-Estaba comprando en la máquina algo de comer, porque no había desayunado. Vinieron unos chicos más mayores, me robaron la comida y el monedero, y me ataron con unas cuerdas de aquél armario -explicó la chica-. Para que no dijera nada.
Karen corrió a abrazarla. La chica le devolvió el abrazo, perpleja ante su repentino cambio de humor.
-¿Estás bien? -preguntó Karen.
-Sí. Gracias por desatarme. Eres una gran amiga -era mentira y ambas lo sabían, pero decidieron no recalcarlo.
Se separó de ella y cruzó la puerta. Antes, sin embargo giró la cabeza y le dijo a Karen:
-Te debo una.
El rostro de Karen cambió, y se volvió serio y sombrío.
Deseó no haber hablado.
-Me debes una, Lillian.
La muchacha se alejó corriendo, preguntándose una vez más, cómo aquella niña tan rara había conseguido ser la más popular del curso.