Llegué a casa corriendo, deseando encerrarme en mi habitación y pasar allí el resto de la tarde. Lloré bastante, hasta que tuve la cara hinchada; más por rabia y por vergüenza. ¿Cómo me iba a querer Néstor si ni siquiera había besado nunca?
Él me había valorado. Y ahora sabía el secreto que me había esforzado tanto por enterrar.
A eso de las ocho, salí de mi cuarto, con el pelo hecho una maraña y los ojos rojos. Decidí que ya era suficiente. No iba a pensar más en él, me estaba haciendo daño a mí misma.
Quería olvidarle.
Tenía que haberlo visto venir. Pero fui estúpida.
Me tumbé en el sofá y me hice un ovillo mientras me envolvía en mantas, y me dispuse a leer. Cuando saqué Crepúsculo de la mochila, empecé a ver borroso. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Hasta eso me recordaba demasiado a él, a aquél beso que me había dado en el comedor, a cuando le había roto la nariz, a cuando le había visitado en la enfermería y le había llevado bombones.
Suspiré.
Entonces, tiré el libro al suelo, con un grito, y empecé a darle patadas, enfadada, sin ser consciente de lo que hacía.
Fue cuando me di cuenta de que era de la biblioteca, y paré en seco.
Lo puse encima de una mesa, y me acurruqué en el sofá, bocabajo, sollozando.
¿Por qué había decidido que yo sería su siguiente víctima? Lo detestaba. Sin embargo, me había gustado cuando había bromeado conmigo, me había hecho sentir que le importaba.
Hubiera seguido torturándome mentalmente mucho rato más de no ser porque el sonido del móvil me devolvió a la realidad. Me había llegado un mensaje.
«En el banco del parque en una hora. Lo siento. N.M.»
¿Es que siempre firmaba así? Comenzaba a asimilarlo. Estaba enfadada con él, y en el fondo yo sabía que no tenía la culpa, aunque, por otro lado, no le odiaba tanto como para no aceptar una disculpa.
Cuando pasó un rato, vencida por la curiosidad, me vestí con un jerséi burdeos de lana de mi madre, y unos vaqueros.Me puse las viejas zapatillas de deporte que guardaba en el armario. Me di cuenta de que hacía frío cuando salí a la calle, pero con las prisas se me había olvidado coger las llaves. Así que tuve que resistirlo, intentando caminar más rápido durante todo el trayecto para entrar en calor.
Cuando llegué a la entrada del parque me detuve, y respiré hondo. Estaba segura de querer hacerlo. Quería que se disculpara. Me puse a andar otra vez, esta vez más lentamente, y el pulso del corazón se me aceleró.
A lo lejos, en el banco, estaba esperándome, con un par de rosas en la mano, observando el oscuro cielo salpicado de estrellas. Notó que me acercaba y centró su atención en mí. Sonrió y se levantó.
-Hola -me saludó-.
-Hola. ¿Cómo has conseguido mi número? -pregunté, interesada, al parecer sonando más borde de lo que pretendía.
Él me miró, incrédulo.
-¿Sigues enfadada? Mira -dijo, señalando las rosas-, hasta te he traído flores.
Me las tendió, e instintivamente me las llevé debajo de la nariz, aspirando su olor.
Me senté en el banco, y él me imitó. Durante unos minutos estuvimos en silencio. Medité las palabras que iba a decir:
-Néstor, escucha -empecé, no muy convencida-. Lo siento. La verdad es que no es justo que esté molesta contigo. Supongo que a alguien tenía que echarle la culpa... cuando en realidad, con la única persona con la que estoy enfadada es conmigo misma -hice una pausa-. Es que, ¿tan antipática soy? ¿Tan mal estoy? -no me acordaba en qué momento había empezado a llorar- Es cierto que nunca he besado a nadie; y por eso, cuando hoy lo has hecho delante de todo el mundo, me ha pillado por sorpresa, y te he tirado la bandeja.
-Lillian, eso me lo merecía... -dijo, pero no dejé que me detuviera.
-Déjame acabar -dije, seca; pero intenté arreglarlo regalándole una sonrisa-. A lo que me refiero es a que todo el mundo de nuestra edad se ha enrollado alguna vez. Por eso me da tanta vergüenza contárselo a la gente, porque yo no.
Entonces, como si estuviera hipnotizado, sin dejar de mirarme, Néstor acercó su mano lentamente a mi rostro, y empezó a acariciar mi mejlla suavemente, haciendo círculos con el pugar, anclando el resto de la mano a mi nuca.
Nunca nadie me había tratado con tanto cuidado, como si le diera miedo tocarme. Como si fuera de cristal y me pudiera romper en pedazos. Alcé la mirada cuando me secó las lágrimas, dulcemente.
Sonreí, ante un pensamiento que llevaba un rato perdurando en mi mente.
«Por favor, que se atreva»
Se inclinó hacia mí, sin desviar la mirada en ningún momento, tanto que nuestras respiraciones se mezclaban.
-Esta vez te pido permiso, aunque no hay bandejas a la vista -dijo, haciéndome sonreir como una boba-: ¿puedo besarte?
Cerré los ojos, abriendo la boca, y fue cuando me di cuenta, tontamente, que no había contestado. El pánico se apoderó de mí por un instante.
Sin embargo, no tuve tiempo para seguir dándole vueltas.
Néstor acalló todos mis pensamientos cuando nuestros labios se rozaron. Sentí un agradabe cosquilleo en el estómago. Me agarró de la cintura, atrayéndome más hacia él, mientras mis manos jugaban con su pelo. Seguimos un rato, él y yo sólos, besándonos, y en ese momento me sentía la chica más feliz del mundo.
Al cabo de un rato, me aparté, riéndome, y me apoyé en su pecho.
-Al final has sucumbido a mis encantos -comentó, con su clásica chulería-.
-¿Quién dice que no lo has hecho tú a los míos? -respondí, risueña.
Antes de que pudiera contestar, un papelito cayó al suelo. Me agaché para recogerlo y lo desdoblé.
-¿Qué es? -dije, sin leer más que echar un vistazo. Por la forma en que estaba escrito parecía una poesía. Antes de que pudiera descifrar esos versos, él me lo arrebató de las manos.
-Era una sopresa -contestó, haciéndose el interesante-, aunque ya se me había olvidado. Como no sabía cuánto estabas enfadada, tenía que tener otra opción por si las flores no bastaban. Usé mis contactos -hizo una pausa-. Es un poema.
Me acomodé en el banco.
-Leémelo -le pedí-.
-¿Qué? ¿Ahora?
-Sí -puse ojos de cachorrito-.
-Está bien. Dice así: «Tu mirar -hizo una drámatica pausa, por lo que entendí que ese era el título-. En el cielo hay estrellas que no he podido contar. En tus ojos hay miradas que no logro descifrar. Sólo sé que tienes algo que me llama la atención. Se ha metido en mi alma y robó mi corazón.
-¡Madre mía! -exclamé, sorprendida- Es precioso. Muchas gracias.
Estuvimos un rato sin decir nada, hasta que noté cómo un escalofrío me recorría la espalda. Con todo lo que había pasado, me había alejado de la realidad hasta tal punto de no notar el frío que hacía.
-Tengo frío -dije, en un susurro-, ¿me acompañas a casa?
-Claro, Lillian.
Me encantó oír mi nombre de sus labios. Lo dijo de una manera especial.
Me dio un breve beso, y empezamos a caminar, cogidos de la mano. Un largo silencio cayó sobre nosotros. Ninguno nos atrevíamos a romper esta breve paz.
Cuando llegamos enfrente de mi casa, le solté la mano.
-Bueno pues... -comenté- ya hemos llegado.
Él me miró con una gran sonrisa.
-Hasta mañana, entonces -se despidió.
Abrí la puerta de madera, sin apartar la mirada en ninún momento. Si hubiera podido, me hubiera quedado así para siempre.
-Adiós...
-Adiós, Lily -guiñó un ojo-.
Solté un bufido.
-No hay quién te aguante -bromee, y entré en mi casa, cerrando la puerta. Subí a mi habitación y me tumbé en la cama, agotada. Me dormí en seguida.