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Chapter 14 - Lillian

«Nunca ningún chico ha estado interesado en ti» Las palabras de Néstor resonaban en mi cabeza, sin inturrupción, una y otra vez.

Me dolía la cabeza de tanto llorar. Afortunadamente mi abuela se había dormido hacía un rato, por lo que todavía tenía tiempo para dejar de pensar en Néstor y animarme. No podía permitir que ella supiera que estaba mal; empezarían las preguntas, y eso nunca era bueno. La primera vez que me gustó un chico me hizo describírselo por completo: sus gustos, su físico... y hasta fue a recogerme al colegio al día siguiente para conocerlo.

Se oyó el timbre en el piso de abajo. Antes de que pudiera levantarme de la cama, en la cual llevaba tumbada toda la tarde, el inconfundible chirrido de la puerta provocó que hiciera una mueca de disgusto; en parte porque mi abuela se había levantado y ya no podía tener más tiempo para mí, en parte porque el ruido era muy desagradable.

-¡Lilliaaaaan! -gritó de pronto mi abuela desde el piso de abajo.

Me mir�� en el espejo del baño para ver que mi cara no era la de alguien que había estado llorando. Me lavé la cara, con la esperanza de disimular mis ojos rojos, y me hice un rápido moño. No se notaba tanto, o eso me parecía a mí, por lo que me apresuré a llegar a abajo antes de que mi abuela sospechara.

Bajé los peldaños, apoyándome en la barandilla, fingiendo mi mejor sonrisa. Mi abuela sonreía ampliamente, y sujetaba la puerta, apoyada en el marco. En ese instante reparé en que algo no iba bien. Mi abuela sonreía demasiado. ¿Qué era lo que le ponía tan contenta?

-Tienes visita- me dijo.

Me paré en seco en mitad de la escalera, reflexionando sobre ese último comentario. ¿Tenía visita? A mí nadie me visitaba nunca, y menos en casa de mi abuela. Nick era el único que sabía la dirección porque alguna vez que me había acompañado. Supuse, un poco más aliviada, que debía ser él. Continué descendiendo.

Poco a poco me acerqué a la puerta, no demasiado animada, y levanté la cabeza, para ver a mi abuela lanzándome una expresión de reproche. Entonces, miré hacia la puerta y vi una cabeza asomada. Sentí que perdía el color de mis mejillas. Sentí que las piernas me pesaban mucho y que mi pulso se aceleraba. Cerré los ojos esperando que todo fuera producto de mi imaginación, y que al abrirlos él se hubiera ido. Abrí los ojos, con fuerza, pero seguía ahí, en la puerta.

Sentí como todo se desmoronaba.

Y Néstor estaba en mi puerta, con mi abuela.

-Lillian, no me habías dicho que tenías novio -su voz me devolvió a la realidad-.

Decidí hacer como si no hubiera venido. Ignorarle.

-Abuela, es que no tengo novio -respondí, levantando la cabeza. Al menos me quedaba una pizca de dignidad-.

Estaba vez no pude evitar cruzar la mirada con Néstor. Él levantó las cejas, socarrón, como diciendo: ¿Segura?

-Bueno, os dejo solos para que habléis- me guiñó un ojo, cosa que me irritó-.

Mi abuela desapareció hacia el salón. Néstor terminó de abrir la puerta, y esta vez pude contemparle entero.

-Lillian, escucha...

-Néstor -le corté-, no quiero tus excusas. No quiero oírlas nunca más. Así que ahora vete, por favor.

Antes de que pudiera contestar, le cerré la puerta en las narices. Había tenido demasiado por hoy.

Mi abuela, que no dejaba pasar ni una, estaba escuchando en el salón. Lo peor es que ni siquiera me sorprendió. Cuando se cerró la puerta, me dijo al segundo:

-¿Qué quería?

Empezaba a estar cansada de este juego.

-Hoy estaba enfermo, no ha ido a clase, y quería los apuntes de lengua -mentí-.

Mi abuela vino corriendo. Me pregunté cuándo fue la última vez que le vi correr. Maldecí mi imaginación para inventarme excusas.

-¿Has dicho que está enfermo? ¡No se puede quedar en la calle con el frío que hace, Lillian!

En un par de zancadas alcanzó la puerta y la abrió. Salió un poco a la calle, yo detrás, y pudimos ver a Néstor unas casas más abajo. Mi abuela, carraspeó un poco.

-¡CHICOOO! -gritó con todas sus fuerzas, provocándome un respingo.

Néstor se paró en medio de la calzada y se giró para atrás. Se acercó hacia nosotras, corriendo. Cuando estuvo a nuestra altura, mi abuela le cogió de las mejillas y se las estrujó.

-Entra en casa -dijo-. Lillian ha sido una grosera. He hecho bollos -añadió con una sonrisa. Fue este último argumento el que terminó de convencer a Néstor.

No me arrepentía de no haberle dejado pasar.

Néstor le dedicó una expresión triste a mi abuela, y cuando esta desvió la mirada, él me guiñó el ojo. Eso me irritó muchísimo. ¿Estaba fingiendo para ganársela?

Cuando nos sentamos a la mesa, ella trajo sus famosos bollos, recién horneados, y nos miró a ambos paseando su mirada de uno a otro, ladeando la cebeza, decepcionada.

-No pienso permitir que paséis la tarde con una vieja -dijo. Nos tendió un plato lleno de dulces y dos vasos de leche-. Id al cuarto de Lillian, ved un película o algo. Hablad y solucionad vuestros problemas. Todavía sois jóvenes.

Antes de que pudiera protestar, Néstor se me adelantó.

-Muchas gracias, señora. De verdad.

Mi abuela esbozó una sonrisa, complacida. ¿En qué me estaba metiendo? ¿Iba a ir a una habitación a solas con Néstor en la casa de mi abuela? Néstor comenzó a subir las escaleras, y con un gesto, me indicó que me adelantara para mostrarle nuestro destino. No le hice caso. Cuando llegamos arriba, simplemente le señalé una habitación al fondo. Él se metió, yo detrás, y cerró la puerta. No dejé de dar gracias porque tuviera pestillo. Por si acaso se me ocurría pegarle si decía algo inapropiado... o por otra cosa que no pensaba admitir.

Néstor me recorrió con la mirada, parándose un largo rato en mis labios. En esos instantes yo tampoco pude despegar mis ojos de los suyos. Carraspeé, avergonzada, y él levantó la cabeza.

-Néstor, estoy enfadada contigo... -no pude continuar: él se lanzó a mi boca salvajemente, derribando todas mis barreras.