Tenía todo planeado: la disculpa, los gestos... pero cuando la vi delante de mí, en una habitación para los dos, fue demasiado. Le besé, dispuesto a darle un beso como nunca antes le había dado. Ella me correspondió, con ganas. Se notaba que nos habíamos echado de menos.
Sin embargo, a los pocos segundos, se giró la cara. Incliné de nuevo la cabeza, para volver a probar de sus labios, pero ella se sentó en la cama, sin permitírmelo.
-Néstor -suspiró-, se supone que estoy enfadada contigo. No puedo besarte y olvidarme de todo lo que me has hecho.
-Déjame que te convezca -dije, acercándome, y mirando nuevamente sus labios. Iba a besarla, cuando ella me apartó bruscamente.
-¡Que te he dicho que no! -exclamó, molesta- ¡Si no eres capaz de hablar no sé a qué has venido!
Respiré hondo.
-Lillian, no puedo más. No puedo seguir así. No sé que me pasa últimamente. Sólo sé que tiene que ver contigo. Por ejemplo, hoy me han expulsado por romper el espejo del baño. Y ha sido después de pelearnos.
-Ya, me lo ha dicho Nick -intenté no alterarme y no dejar que los celos me invadieran-. Lo que no puede ser, Néstor, es que estemos siempre mal, siempre peleados.
-Por eso venía hoy a pedirte perdón. No me controlo hablando, ¿vale? Me dejo llevar mucho por las emociones. Y eso, normalmente, no es bueno.
Ella me acarició la mejilla.
-Como por ejemplo ahora. Parece que sólo me quieres si estoy mal-le reproché-.
-Eso no es verdad. Creo que hablo en nombre de los dos, cuando digo que hemos sido unos estúpidos. Hoy cuando te he llamado me has hablado fatal. Es cierto que esto de las relaciones es nuevo para mí. Pero me doy cuenta de las cosas, ¿sabes? No eres el único que sufre. Y cada vez que intento arreglarlo, salimos peor -hizo una pausa, y me miró a los ojos-. Igual... igual no es el mejor momento para estar juntos.
Me quedé paralizado, en blanco. De todas las cosas que me esperaba que me diría, nunca hubiera imaginado esa opción.
No podía cortar con Lillian. No ahora.
-Lillian, yo... yo te gusto, lo sé. Y yo creo -dudé, pero negué con la cabeza, seguro de mí mismo-, no: sé, que estoy enamorado de ti. Desde el baile.
Ella cogió aire, abrumada.
-Mira... lo sé. Sé que nos queremos. Pero igual necesitamos un tiempo.
-Pues yo no lo tengo tan claro -repliqué, ladeando la cabeza-. Si estamos enamorados, ¿qué importa el resto?
Lillian se pasó una mano por la cara, y desapareció por el pasillo.
-¡Lillian! -la llamé; no obtuve respuesta. Decidí tumbarme en la cama, abatido, y cerrar los ojos. Al cabo de un minuto, se abrió la puerta.
Lillian corrió hasta la cama, y se tumbó a mi lado, y entrelazó sus dedos con los míos, sorprendiéndome. Luego, me levantó un poco la camiseta, y empezó a pasar las yemas de sus dedos por mi pecho, lanzando escalofríos por todo mi cuerpo.
-He ido a asegurarme de que mi abuela estaba dormida. Aunque hagamos ruido, no se despertará -me explicó, al cabo de un rato.
-¿Y por qué íbamos a hacer ruido? -pregunté, con una media sonrisa.
Ella se sonrojó como única respuesta.
-No creas que estás perdonado, Néstor. No perdono tan fácilmente.
-Ambos sabemos que si se trata de mí, la cosa cambia.
Soltó una risita.
-No sé cómo te soporto.
-Yo sí que lo sé: porque me quieres.
-No te lo creas tanto, tonto... -y así pasamos toda la tarde, entre risas y besos, hasta que miré el móvil, y noté que el calor me abandonaba las mejillas.
-¿Qué pasa? -preguntó Lillian. Yo no podía apartar la mirada de la pantalla.
-Es Nick. Tengo cuatro llamadas perdidas suyas. ¿Sabes algo de esto?
Negó con la cabeza, preocupada. Me senté en la cama, derrotado, y cogí el móvil. Marqué su número. Recé para que lo cogiera. Después de varios tonos, saltó el contestador, y colgué.
Lillian me miró, inquieta. Le cogí la mano, y empecé a hacer círculos con el pulgar en su palma, intentando tranquilizarla.
-No te preocupes, ¿vale? Seguro que está bien.
Pasamos los siguientes minutos en silencio, especulando sobre qué era lo que le podía estar pasando a Nick.
Al cabo de un rato, mi móvil comenzó a vibrar. Casi me abalancé sobre el teléfono. Ni siquiera me dio tiempo a ver quién era.
-¿Diga? -hice una pausa-.
-Hola Néstor, soy Nick -dijeron al otro lado-.
-Menos mal Nick, nos tenías preocupadísimos.
-¿Sigues en casa de su abuela? -me preguntó, y entonces fui consciente de que Lillian no escuchaba nada.
-Ah, sí, sí, estoy con Lillian. Espera que pongo el altavoz.
-Hola Lillian -dijo Nick, con una voz demasiado calmada. Empezó a irritarse.
-Hola idiota -contestó, un poco enfadada-. ¿Qué te pasa para que llames cuatro veces a Néstor y ahora estés tan tranquilo?
-Tengo una gran noticia.
-Cuétanos -dije, al borde de la risa. Al contrario que ella, a mí me hacía gracia la situación.
-A ver... pues... ¿te acuerdas de Alba?
Lillian frunció el ceño, extrañada, y levantó la mirada para encontarse con la mía. Me encogí de hombros.
-Claro, tío -respondí-. ¡No me digas que estáis juntos...!
-¿Quién es Alba? -interrumpió Lillian, alzando un poco la voz. Al ver que el aludido seguía en silencio, respiró hondo-. Nick, contesta.
-Alba es una chica que está estudiando enfermería, y es de primer año. La conocí en una fiesta, empezamos a hablar y como íbamos los dos un poco borrachos, pues nos liamos delante de todo el mundo. Y desde entonces hemos quedado un par de veces. Y... hoy la he pedido salir -añadió él, muy contento.
-¿Qué te ha dicho? -contestó, intrigada.
-Pues... ¡qué siii! ¡Néstor! ¡¡¡Que estoy saliendo con una universitaria!!!
-No me lo creo... -murmuré, todavía estupefacto.
-Ni yo tío, todavía estoy flipando.
Soltó una carcajada risueña.
-Oye... -empezó- ¿lo habéis arreglado ya?
-Sí, Nick... gracias por preguntar -dije con sarcasmo-.
-Me alegro. Bueno os dejo que seguro que estábais ocupados.
Miré a Lillian divertido.