Mi madre y yo nos fuimos en cuanto pudimos. Cuando expulsan a un alumno, su tutor legal tiene que venir a recogerle al despacho del director, mientras este último le explica qué falta ha cometido su hijo.
Al llegar a casa, me encerré en mi habitación, y no salí en toda la tarde. Me dolía la mano, sí; pero también me dolía el alma. No podía creer que Lillian se hubiera besado con Nick. Era impensable.
No quería a Karen, quería a Lillian. Y ella me gustaba de verdad.
Con estos pensamientos, poco a poco me quedé dormido. Al cabo de un tiempo, no sabría decir cuánto, me desperté al oír el tono de mi teléfono. ¿Quién me llamaba ahora?
Encendí la pantalla y vi que era Lillian. La corté. No tenía ganas de hacer la herida más profunda.
Volvió a llamar, y nuevamente la ignoré.
El móvil volvió a sonar, y ya algo molesto, descolgué la llamada.
-¿Qué quieres? -pregunté, seco.
-Hablar contigo -dijo tranquila.
-Mira, no tengo ganas. Llama a Nick.
-Escúchame, Néstor. Quiero explicártelo todo -suplicó.
-Está bien -accedí-. Habla.
Ella hizo una pausa.
-No estoy saliendo con Nick. Eso que quede claro.
-Ya -comenté, sarcástico-. ¿Y qué es lo que te dijo al oído esta mañana?
Me di cuenta de lo que acababa de decir. Era un maldito celoso.
-En realidad no me dijo nada. Sólo queríamos dar esa impresión -dijo-. Nos conocimos en el autobús el otro día.
-Ajá -soltó un bufido.
-Voy a empezar por el principio. Sinceramente, el día del baile, me disgustaba estar contigo. Pensaba que eras como todos -estaba seguro de que si hubiera podido verle la cara, me hubiera sonreído de lado-. Que querías a las mujeres para un rato, para una noche. Como un sombrero, ¿sabes? Si tienes muchos sombreros, cada día eliges uno, y los dejas y los coges sin valorarlos.
-Lillian, yo no haría eso... -respondí, en vano. No me dejó terminar.
-Eso decís todos, pero ni siquiera os dais cuenta -ese comentario me irritó. No había sido mi mejor día, precisamente, y no me sobraba paciencia.
-Bueno, ¿y tú que sabes? -repliqué-. Nunca has tenido novio. Nunca ningún chico ha estado interesado en ti.
No me dí cuenta de lo frías que habían sonado mis palabras. No me di cuenta de lo hirientes que eran. No me di cuenta de que tendría que haber pensado antes de hablar. No me di cuenta de nada de eso hasta que colgó.
Ahora sí que lo había rematado. Ella había llamado con buenas intenciones y yo lo había estropeado.
Sin meditarlo demasiado, cogí mi abrigo y salí de casa, en su busca. Entonces, reparé en que estaba en casa de su abuela, y en que no tenía la dirección. Si se habían conocido en el autobús, Nick debía de vivir cerca. Cogí el transporte público, y al poco tiempo, llamé a la puerta de la casa de mi mejor amigo.
-Hola, Nick -saludé, sin ánimos.
-Hola Néstor -e hizo un gesto invitándome a entrar-. Pasa.
Nos sentamos en su sofá, y él trajo dos vasos de agua.
-Aunque disfruto de tu compañía, algo me dice que no estás aquí por mí -comentó.
Asentí.
-Tienes razón. Digamos que... Lillian me ha llamado para disculparse. He hecho un comentario... poco apropiado que le ha ofendido mucho. Ha colgado -expliqué-.
-Normalmente, amigo, las chicas se te dan bien... pero con Lily estás metiendo la pata hasta el fondo.
No pude evitar sentirme molesto ante cómo la había llamado. ¿Cuándo habían cogido esa confianza? ¿Quién se creía que era? ¿Su novio? No, me recordé. Pero yo tampoco, así que sólo me quedaba dejar a un lado mis celos y encontrar a Lillian de una vez.
Cogió un papel de una mesilla. Alargó la mano para tomar un boli y escribió algo.
Ante mi mirada perpleja se apresuró a explicarme:
-Su dirección actualmente -me lo tendió-. Arréglalo, ¿vale?
-Lo haré. Te lo prometo.
Me dio una suave palmada en la espalda, dándome ánimos. Salí de su casa con prisa. Conocía esa parte de la ciudad porque había venido muchas veces con Nick. La calle Hudson quedaba a unos diez minutos andando. Aceleré el paso hasta empezar a correr. Tenía que llegar cuanto antes. No podía perder ni un segundo.
***
Al cabo de apenas cinco minutos estaba en la puerta de la dirección que me había dado Nick. Era una casa grande decorada a lo clásico, de dos plantas, bien cuidada y sencilla. Tenía un felpudo con muchos corazones en el que estaba escrito: Bienvenidos.
Llamé al timbre, y a instante me acordé de que era la casa de la abuela de Lillian, y que podía estar durmiendo. Esperé unos segundos, y justo cuando iba a volver a llamar, se oyeron pasos dentro.
Me abrió la puerta una señora mayor de rostro alegre, vestida con una bata rosa clarito. Esta estaba desilachada, y tenía manchas que parecían llevar sobre la tela un siglo. Tenía gafas sobre la nariz, y el pelo recogido en un moño. Esbozaba una gran sonrisa.
En cuanto reparó en mí, la sonrisa se ensanchó aún más.
-Ho... hola -dije, un poco nervioso-. Soy un amigo de Lillian. ¿Está en casa?
Me recorrió con la mirada de arriba a abajo, e hizo una mueca, satisfecha.
-¡Lilliaaaaan! -gritó, volviéndose hacia el interior-. Amigo, sí. Ya era hora de que se echara novio, ¿no? -añadió, en voz baja-.
No respondí, muerto de vergüenza.
-Ya voy, abuela -respondió ella desde dentro. Mi pulso se aceleró con sólo oír su voz.
-¡Tienes visita! -volvió a subir a voz, aunque no tanto como antes.
Los pasos que bajaban las escaleras se detuvieron. La madera dejó de crujir.
Me asomé un poco, estirando el cuello, y la vi. Volvía a descender por las escaleras, con la cabeza gacha. Tenía una sonrisa falsa pintada en la cara. No me veía. Parecía cansada por su forma de caminar.
Se acercó hacia nosotros, despacio. Y después de unos segundos que se me hicieron eternos, levantó la mirada, quedándose paralizada. La sonrisa de antes desapareció, y en su rostro se pudo ver un atisbo de tristeza. Si hubiera podido huir, estoy seguro de lo habría hecho.