La puerta se abrió y entró la Señora Wane, la enfermera. Llevaba una bata y su blanco pelo recogido en un desastroso moño.
-¡Te has despertado! -exclamó ilusionada- Soy la señora Wane, la enfermera. Has recibido un golpe muy fuerte en la nariz, y te la has roto; pero no te preocupes, ya está arreglándose. Te ha traído un chico... no me acuerdo cómo se llamaba... veníais del comedor. Como es la primera vez que estás en la enfermería, recibes un regalo especial -parecía muy entusiasmada-. Voy a por un trozo de tarta de la cafetería. ¿De qué sabor, chocolate o zanahoria?
-De chocolate -respondí, con una sonrisa.
-¿Qué has dicho? -preguntó alzando la voz y rascándose un oído.
-De chocolate, gracias.
La Señora Wane llevaba en el instituto más años que casi todos profesores. Era una mujer anciana, bajita y estaba algo sorda; pero tenía un corazón más grande que el de todos los alumnos juntos.
Abandonó la pequeña sala, dejándome solo. A mi izquierda había unos armarios acristalados, llenos de cosas médicas: un botiquín, jeringuillas, jarabes... Aproveché para mirarme en ellos. Me dolía toda la cara, la tenía hinchada. Encima de la nariz llevaba una venda que no me sujetaba nada. Sólo me tapaba esa parte del rostro, veía y hablaba perfectamente.
Alguien llamó a la puerta. La Señora Wane era famosa por su mala memoria, no sólo por su sordera. Me volvía recostar y cerré los ojos. Oí el chirrido de la puerta abriéndose y pasos que se acercaban. Supuse que se le había olvidado de nuevo qué sabor quería, y venía para preguntármelo. Ni me molesté en mirar.
-Señora Wane -empecé con paciencia-, le he dicho que de chocolate.
No obtuve respuesta. Abrí los ojos extrañado.
No era ella quién me estaba escuchando.
-Eso pensaba -dijo Lillian, con una sonrisa-. Me alegra saber que no eres alérgico o algo así...
Dejó una caja de bombones en la mesa más próxima.
-Recuérdame que no me vuelva a poner a tu lado mientras comes -comenté, en un gruñido.
-No. Te recuerdo que no me vuelvas a intentar besar sin permiso.
Se cruzó de brazos, observándome.
-¿Es grave?
-¿Tú qué crees? -dije, un poco molesto- Me he roto la nariz. Aunque... pensándolo bien... ha merecido la pena, ¿no?
Ella se ruborizó, avergonzada. Estaba claro que no estaba acostumbrada a que le hablaran de ese modo. Inmediatamente, cayó en que el cristal de los armarios podía usarse como espejo, por lo que se quedó contemplando su reflejo. No parecía estar contenta con su imagen, así que se deshizo la coleta y se dejó el pelo suelto. Sus penetrantes ojos verdes se toparon con los míos.
-Tienes unos ojos muy bonitos, ¿sabes? -dije sin apartar la mirada.
Nos quedamos evaluándonos con la mirada un largo rato.
De repente, el sonido de la puerta abriéndose nos devolvió a la realidad.
Era la señora Wane. Había tardado mucho para ir a por un pedazo de tarta, que traía una bandeja.
-Ah. Veo que tienes visita. Te vendrá bien compañía -comentó, guiñándome un ojo. Lillian iba a replicar algo, pero antes de que abriera la boca, la señora Wane había desaparecido tan rápido como había llegado.
Lillian se sentó en la silla para invitados, y su expresión se tornó seria.
-Quiero hacerte una pregunta desde el viernes por la noche -hizo una pausa, sin atreverse todavía a mirarme-: ¿por qué?
-¿Por qué, qué? -pregunté, perplejo, sin saber a qué se refería.
-¿Por qué ahora, Néstor? No te habías fijado en mi nunca -dijo, triste-. Hoy, por ejemplo, me besas delante de todo el mundo. Quiero una explicación. Bueno, más bien, la necesito.
-Mi caja de los secretos no se abre tan fácilmente -contesté, inocente-. Necesita una contraseña.
-¿Y cuál es, si puede saberse?
Extendí los labios, seductor.
-Un beso -contesté.
Lillian vaciló un momento, en su rostro asomó la duda por un segundo; pero sacudió la cabeza, con una expresión que me lo dejó claro antes de hablar.
-Ni hablar. No me vendo tan barato.
Sobre nosotros cayó un incómodo silencio. Casi sentí lástima al romperlo.
-¿Te vas a quedar más? -la verdad es que no sé por qué lo dije. Me di cuenta en seguida de lo estúpido que sonaba.
Suplicante.
Ella se mostró indiferente, lo cual agradecí todavía más ante su respuesta:
-No tengo prisa.
Entonces se me ocurrió una brillante idea para pasar el rato.
-Juguemos al juego de las preguntas -dije-. No hagas trampas, hay que ser sinceros. Soy una tumba -bromeé-.
Lillian no tenía mucha pinta de ser la típica persona que hacía trampas; pero no perdía nada por recordárselo.
-De acuerdo -accedió-. ¿Qué quieres saber?
-Cuéntame algo que creas que es importante en tu vida -solté, sin pensar mucho. No era una gran pregunta, pero no me venía nada mejor.
Ella pareció sorprendida. Supuse que esperaba algo mucho más incómodo.
-Vale -pensó la respuesta durante unos segundos-. Mis padre están separados desde hace bastantes años. Vivo con mi madre y hace unos seis meses que no veo a mi padre.
-¿Por qué tú no quieres, o por qué él no quiere?
-Yo, por mi parte prefiero no verle, le hizo mucho daño a mi madre cuando se fue de casa. Ignoro su opinión al respecto -contestó-. Ella se mata a trabajar por mí; y aún así, como has podido comprobar, no tenemos mucho dinero -bajó la vista-. Dentro de diez días se va a Holanda de viaje. Es importante, igual la ascienden. Mi madre ha decidido dejarme a cargo de mi abuela, que vive en la zona norte.
-¿Eso quiere decir que tu casa estará libre? -pregunté, sonriendo.
-Es tu turno -respondió, sin hacerme caso.
-No tengo secretos. Pregúntame lo que quieras.
No debí de haber dicho eso.
Vi un destello de picardía en su mirada.
-¿Con cuántas te has besado?
Empezaba a hacer mucho calor.
-Mmm... no sabía decirte -contesté, haciéndome el interesante.
-Pues dime nombres -añadió, divertida.
-Era una pregunta por turno -me excusé. No tenía ganas de que supiera tanto. En parte me daba...
-¿Te da vergüenza? -preguntó, arqueando una ceja, interrumpiendo mis pensamientos.
Justamente eso. Había dado en el clavo.
Sin embargo era demasiado orgulloso para reconocerlo, así me encogí de hombros, como si me fuera indiferente, como si así pudiera convencerla, y comencé a contestar, reviviendo mi pasado, algunos momentos que había deseado olvidar:
-Daisy Lombe, la del periódico; Aine Moske, la amiga de Karen; Elian, la francesa que vino el año pasado; Jolie Maphius, la animadora...
Iba a continuar diciendo más, pero al fijarme en cómo había cambiado el rostro de Lillian me detuve. Estaba roja, furiosa. Furiosa... ¿por qué?
-Veo que tu repertorio es amplio -dijo con fastidio, evitando mirarme a los ojos-. ¿Te has besado con Karen?
Comencé a enrojecer. Se me había olvidado quizás la más importante.
-Dos veces o tres, a lo sumo, no me acuerdo muy bien. Pero Lillian, déjame que te lo explique -contesté.
Pensaba no podía sorprenderme más.
Me equivocaba.
Ella esbozó una triste sonrisa, bajando la cabeza.
¿Por qué se comportaba así?
-Lo sabía -es lo único que dijo.
Sabía que había metido la pata, así que traté de arreglarlo, desviando el tema hacia ella.
-Y tú, ¿a cuántos has besado?
No levantó la mirada. Tampoco contestó.
Desee que no me hubiera oído.
-¿Lillian? Te he preguntado -insistí, un poco molesto. Inmediatamente me arrepentí de haberlo hecho-.
-¿Quieres saber la verdad? -dijo con una amarga sonrisa, mientras lágrimas empezaban a recorrer sus mejillas -. ¡A NINGUNO!
Se levantó de un salto, echa una furia, invadida por la ira. Recogió su mochila, y sin volver a mirarme, cerró la puerta dando un portazo.
-Vaya. Un día realmente da para mucho - murmuré en alto.