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Chapter 4 - Lillian

Se agachó haciéndome una reverencia, con una sonrisa socarrona en sus labios.

-Juro que te mato, Nicholas -mascullé, mirándole. Todo el mundo usaba su apodo; pero a mí se me seguía haciendo raro, por lo que le llamaba por su nombre real. Tampoco tenía confianza suficiente como para no hacerlo.

Alcé la barbilla y sonreí del mismo modo que mi pareja. Alcé el tono de voz:

-Levántate, Néstor. Si te llevas a todas a la cama yo voy a ser la excepción: no quiero relaciones tóxicas.

Karen y su novio intercambiaron una mirada nerviosa. Nunca me habían visto así, y estaba claro que pensaban que iba a estar encantada de tener a Néstor como pareja, a alguien que se fijara en mí aunque fuera por una noche.

Esbocé mi mejor sonrisa, me aparté el pelo que se había desprendido de la coleta a causa de la agitación de la cara y le cogí de la mano.

-Ahora -hice una breve pausa-, hay que bailar.

Pero la música no sonaba, ninguna pareja estaba todavía en la pista baile, y me di cuenta de lo estúpida que estaba siendo.

«Pero, ¿qué estás haciendo?» no podía parar de preguntarme.

Solté a Néstor sin mirarle dos veces y fui a por ponche.

Era una pesadilla.

Me serví un buen vaso y contemplé a los que habían acudido. Decepcionada, caí en la cuenta de que el ponche no llevaba alcohol, pues no permitían bebidas alcohólicas en el instituto. Al menos hubiera podido hacer que todo me afectara menos esa noche.

Me fijé en que en una esquina, un grupo de chicas vestidas con lujosos vestidos -las amigas de Karen- me miraban envidiosas, con odio. ¿Sería por qué Néstor era mi pareja o por qué Karen me había escogido a mí y no a una de ellas? Néstor estaba muy solicitado, lo sabía hasta yo, que había hablado apenas un par de veces con él en toda mi vida.

Desvié la mirada y volví a sonreír, un poco más animada.

-Estás preciosa- susrró una voz en mi oído, provocando que un escalofrío me recorriera la espalda.

Di un respingo. Néstor estaba a mi lado.

-No vuelvas a hacer eso -refunfuñé.

Él se servió un vaso de ponche, un poco menos lleno que el mío, ya terminado.

-¿Por qué te haces la dura? -preguntó- Sabes que te encanta.

No le soportaba. Era asqueroso.

Resoplé. No pensaba contestar, pero entonces se me ocurrió una respuesta que estaba segura de que le agradaría:

-Lo que me encanta es que seas tan estúpido -Di media vuelta y empecé a alejarme de él. Giré la cabeza, de espaldas, en el momento justo para ver cómo su mirada descendía por mi cuerpo.

Bufé lo suficiente alto como para que me oyera y aceleré el paso.

Pensé en irme del baile, ya que tanto me molestaba. Reflexioné sobre ello mientras cruzaba la sala, en busca de un rincón donde estar tranquila.

Me había arreglado, llevaba un vestido precioso y estaba bastante guapa. Podía soportar a Néstor una noche, no era para tanto. Dentro de lo que cabía, me estaba divirtiendo.

Me planteé ir con Karen y con Nick; pero en ese momento se estaban besando apasionadamente, así que desheché la idea. Todavía no me dedicaba a estropear momentos como ese.

Entonces empezó a sonar la música, una lenta, ideal para abrir el baile.

Antes de que pudiera darme cuenta, Néstor me tenía agarrada por la cintura. Parecía que la única que fingía era yo.

Comencé a examinarle. Nunca había bailado tan cerca de alguien y, aunque hubiera preferido que fuera con otra persona, la sensación me gustaba.

Néstor vestía una camisa blanca debajo de una chaqueta de cuero negro. El conjunto le quedaba bien. Era obvio que no había cogido lo primero que había encontrado. Me acordé del episodio en casa de Karen con el vestido amarillo. Esta vez me contemplé a mí misma. Al momento caí en que no sólo me miraba yo.

Levanté la mirada y le vi sonreírme. Su primera impresión al verme no había sido la ideal, tampoco la mía. Claro que yo tampoco era, de entre todas las chicas, la mejor opción para ir al baile. Néstor estaba encantado, mentía genial, una cosa que a mí en cambio nunca se me había dado bien. Supuse que le daba igual bailar con una que con otra.

Intenté quitar esos pensamientos de mi cabeza para centrarme en el ritmo de la música.

Bailamos durante unos minutos sin interrupciones, mirándonos constantemente. Empezaba a disfrutar.

Entonces, la cremallera del vestido se desabrochó. Al instante siguiente mi espalda estaba completamente al aire.

Sintiendo como el calor regresaba de golpe a mi cara, me separé de Néstor. Fui corriendo al baño, necesitaba subir esa estúpida cremallera. Oí pasos detrás de mí.

-¡Lillian! -gritó Néstor. Desafortunadamente, era uno de los mejores del equipo de fútbol, y con un suave sprint me alcanzó.

La vergüenza me invadía. Una sensación de pánico se apoderó de mí.

-¿Qué ocurre? -preguntó, compasivo.

Avancé de espaldas hacia la pared más cercana, no iba a dejar que me mirara, no iba a dejar que me tocase.

Me pegué a un lado del pasillo.

-Pero, ¿se puede saber qué te pasa? -parecía molesto.

Le entendía a la perfección. No le había dado ninguna explicación y me había ido sin avisar.

-Nada -conseguí titubear, tenía un nudo en la garganta-. Por favor, échate a un lado y déjame ir al baño.

Él se apartó inmediatamente, y no pude evitar agradecérselo en silencio.

Puso los ojos en blanco.

-Se te ha desabrochado el vestido. ¿Crees que no me he dado cuenta?

Me ardía la cara. Sin embargo, su mirada era distinta. Intentaba comprenderme, aunque dudo que lo consiguiera alguna vez. Él seguro que deseaba quitarse la ropa con una chica delante.

-Mira, ya sé que te molesto, que te doy asco. Lo siento. Si no quieres nada conmigo, te puedo asegurar que no lo habrá -levantó las manos-. Pero déjame que te suba la cremallera por favor.

Puso ojos de cachorrito. Tendría que hacerme gracia, debería soltar una carcajada, incluso. En vez de eso, mi rostro estaba serio, sin expresión alguna.

Claro que no quería.

No quería que hubiera entre nosotros más contacto del necesario esta noche.

-No, gracias -declaré-. Puedo hacerlo sola.

-Sabes que no quería decir que no pudieras...

Pero ya no le escuchaba. Empecé a caminar despacio, tranquilamente. Llegué hasta el baño y cerré la puerta. Me puse bien el vestido en apenas diez segundos. Me deslicé casi involuntariamente por la puerta, como si hacer eso me permitiera aclarar mis dudas.

Y por primera vez en toda la noche, me permití pensar en la que sonaba más fuerte en mi cabeza, una y otra vez: Néstor nunca me había prestado atención, ¿por qué ahora iba a querer algo conmigo?

Comprendí que no tenía respuesta. Respiré hondo, me alisé el vestido, y salí al pasillo.

Allí estaba, con el móvil. Levantó la cabeza y me sonrió. Empezaba a acostumbrarme a ese gesto que me aceleraba el pulso.

-Qué rápido -comentó-. Vamos dentro.

Asentí, y él se situó junto a mí, cogiéndome del brazo, como si fuéramos una pareja de verdad. No me separé. Así seguimos toda la noche, con algo de tensión entre nosotros. Me daba cosa mirarle a los ojos.

En algún momento de la madrugada, decidí que ya era suficiente. Caí derrotada en la silla más próxima. Néstor vino en cuanto notó mi ausencia.

-¿Estás bien? -preguntó.

-Me duelen los pies, y creo que me va a estallar la cabeza. Me voy a casa.

-Déjame al menos que te acompañe -suplicó. Estaba agotada y no tenía ánimos para discutir.

Me encongí de hombros.

-Como quieras.

A pesar de la hora, en su cara apareció una sonrisa triunfante. Cogí mi bolso y di media vuelta, hacia la salida. Afortunadamente, ninguno habíamos bebido, por lo que lograríamos llegar sin problemas.

-¿Vives muy lejos?

-No, en la próxima manzana. No hace falta pedir un taxi -contesté.

-Eso estaba pensando -murmuró entre dientes.

A la tenue luz de las farolas, refrescados por un aire que empezaba a volverse frío, caminábamos en silencio por las calles, pensativos. Ninguno se atrevía a romper ese silencio que nos había invadido.

De pronto, alcé la mirada. Néstor me estaba observando, cosa que me extrañó, ya que lo llevaba haciendo toda la noche, y había supuesto que se me sabía de memoria.