Después de una tarde cualquiera en el territorio de Vulpia, un joven estaba sentado en su escritorio. Tendría unos 21 años, con cabello negro, su cuerpo era de complexión normal, con una piel de tono medio uniforme y sin ninguna malformación. Medía alrededor de 1.80 metros, una estatura promedio según los estándares de belleza impuestos por las grandes casas. A simple vista, se podría considerar un muchacho común, si no fuera por un pequeño detalle: sus ojos.
Los ojos de aquel joven destacaban por su intenso brillo carmesí, como llamas contenidas tras un semblante tranquilo. Estaba inmerso en la lectura de documentos habituales. Algunos trataban sobre la gestión de provisiones disponibles, otros abordaban las últimas noticias de las grandes ciudades, y no faltaban peticiones de la gente, todas acumuladas sobre la mesa, esperando su atención. Aquel joven no era otro que el líder de la familia Fox, sentado en su escritorio, mientras ordenaba los documentos sin ningún evento que le fuera habitual a su rutina diaria, de no ser por un sobre de carta, dobleces impecables, un ligero brillo dorado, y el sello de un león en el.
Al mirarla, dejó escapar un suspiro. Ya podía imaginar su contenido, y eso no lo entusiasmaba en absoluto. Por un instante, contempló la posibilidad de quemar el sobre y fingir que nunca lo había recibido. Sin embargo, sabía que seguirían llegando cartas similares hasta que diera una respuesta.
Con resignación, tomó el abrecartas y rompió el sello. En su interior encontró una hoja de papel fino, con escritura reluciente hecha en oro, que decía lo siguiente:
Invitación Oficial
Kingdom of Leontha
Ateneo Real de Leontha
Estimado Lord Rhydian Fox, Líder de la Familia Fox,
Nos complace extenderle una invitación oficial para asistir a la Gran Gala Anual de las Familias Nobles, un evento celebrado bajo el auspicio de la familia Lion en el majestuoso Ateneo Real de Leontha.
Esta ocasión reunirá a las casas más distinguidas de las diez grandes naciones para honrar la tradición, fortalecer alianzas, y discutir asuntos de interés común que darán forma al futuro de nuestros dominios.
La velada incluirá:
Un banquete exquisito preparado por los mejores chefs del Kingdom of Leontha.
Un torneo de habilidades estratégicas y destreza mágica para los herederos más prometedores.
Un baile en el que las alianzas del mañana se entrelazarán bajo el resplandor de las estrellas.
Esperamos su presencia para compartir ideas y fomentar el espíritu de unidad entre nuestras casas. Su participación será, sin duda, un honor para la asamblea.
El evento se llevará a cabo el día 10 del mes de Yrah, en el Ateneo Real, ubicado en el corazón del Kingdom of Leontha.
Se ruega confirmar su asistencia antes del día 6 del mes corriente.
En nombre del honorable Regulus Lion,
Alaric Marlow,
Maestro de Ceremonias del Reino de Leontha.
Rhydian, al terminar de leer la carta, estaba totalmente convencido de no ir. No quería tener que lidiar con los nobles ni con las otras casas. Sin embargo, se permitió reflexionar unos momentos sobre los pros y contras de su decisión.
Si asistía, tendría que conversar con los líderes: personas que, a su parecer, eran insufribles y no hacían más que magnificar su propia importancia. También estaría rodeado de nobles de casas que jamás había visto y que probablemente nunca volvería a ver. No obstante, los beneficios eran evidentes. Podría forjar conexiones útiles con otros nobles, mejorando con ello la situación de su territorio, si bien no estaba en una situación mala, de hecho incluso era muy rico debido a sus antecesores y sus esfuerzos de mantener prospero su territorio; algo de ayuda extra siempre viene bien. Además, tendría la oportunidad de obtener una visión más clara sobre el estado general de los demás líderes y descubrir cualquier cambio importante del que debiera estar al tanto.
Tras un largo rato de deliberación, Rhydian tomó su decisión: iría a la gala.
Con esa conclusión en mente, tomó una hoja de papel fino y escribió su respuesta. Luego la colocó cuidadosamente en un sobre y lo selló con el emblema de su casa. Sin perder tiempo, llamó al maestro de cuervos para que se encargara de enviar el mensaje.
El anciano entró por la puerta del desván e hizo una profunda reverencia.
—¿Me ha llamado, joven amo? —preguntó con voz firme y respetuosa.
Rhydian, inmerso de nuevo en su revisión de documentos, no apartó la mirada de su trabajo. Simplemente señaló la carta que había dejado en el extremo del escritorio.
—Toma esta carta y envíala al Kingdom of Leontha. —
El hombre, de rostro curtido por los años, asintió en silencio, recogió el sobre con manos hábiles y volvió a inclinarse antes de retirarse con paso decidido.
…
Los días pasaron, y finalmente llegó el gran día. Rhydian ya estaba listo para la ocasión. Había elegido un traje de fino corte, elegante y sobrio, que transmitiera la dignidad de un líder de casa sin caer en la ostentación excesiva que tanto despreciaba.
Afuera, un carruaje lo esperaba al pie del castillo. Decorado con el emblema del león en ambos costados y adornado con detalles de oro, era una muestra perfecta del lujo propio de la familia Lion. Antes de partir, Rhydian dio sus últimas instrucciones a los sirvientes, asegurándose de que cuidaran bien la fortaleza durante su ausencia.
Con una última mirada hacia las torres de piedra y los altos muros que protegían su hogar, se subió al carruaje y se acomodó en el asiento de terciopelo oscuro. Apenas unos momentos después, las ruedas comenzaron a moverse. El trayecto hacia la gala había comenzado.
…
El carruaje, llegado cierto punto del trayecto, comenzó a moverse a una velocidad asombrosa. Lo que antes eran caballos tirando del vehículo se transformó en magníficos pegasos, cuyos cascos dorados apenas tocaban el suelo antes de elevarse en un elegante vuelo. Con un batir de poderosas alas, el carruaje se alzó en el aire, deslizándose con una fluidez que desafiaba las leyes del mundo terrenal. Sin embargo, dentro de la cabina, todo permanecía en un estado de calma absoluta. Ningún sobresalto, ningún balanceo; la magia de suspensión hacía que el interior se mantuviera perfectamente sereno, como si el carruaje estuviera detenido en el tiempo.
Si Rhydian no estuviera familiarizado con estos artilugios, se habría quedado atónito. Era un espectáculo impresionante: la velocidad desenfrenada, el viento que rugía afuera, y sin embargo, una calma imperturbable en su asiento acolchado. Era una magia práctica y sumamente cómoda, reservada, por supuesto, solo para la nobleza que debía recorrer grandes distancias con frecuencia o que simplemente despreciaba los viajes prolongados.
Rhydian, en lugar de maravillarse, se limitaba a mirar por la ventana mientras cruzaban los dominios del sur. Al pasar por Ursalia, contempló las vastas minas que excavaban las montañas, los robustos castillos que parecían esculpidos de un solo bloque de roca, y las ciudades prósperas, llenas de vida y actividad. Por un breve momento, una punzada de celos atravesó su corazón. Él también anhelaba un territorio vibrante, con pueblos bulliciosos y un futuro brillante que resonara con la fuerza de sus habitantes.
Pero pronto desechó el pensamiento. Aunque su dominio contaba apenas con una treintena de almas, incluido él mismo, sabía que cada uno de ellos era leal y excepcionalmente capaz. No estaban allí por riqueza o gloria, sino por amor a su patria y a los ideales que compartían. Esa verdad le arrancó una pequeña sonrisa. Se recostó ligeramente, relajándose mientras el carruaje seguía su camino por el cielo, y continuó observando el paisaje, permitiéndose un instante de quietud en medio de sus muchas preocupaciones.
…
Tras lo que parecieron ser unas tres horas, el carruaje comenzó a descender lentamente, hasta volver a tocar el suelo. Los pegasos, tan majestuosos momentos antes, se transformaron nuevamente en caballos normales y se detuvieron frente a un imponente castillo de mármol, una visión que dejaba sin aliento a cualquiera que la contemplara. La entrada, igualmente elegante, estaba adornada con una alfombra roja que se extendía desde el interior del castillo hasta el exterior, flanqueada por decenas de sirvientes que aguardaban en silencio. Una gala organizada por una familia de tan alto rango debía lucir así, pensó Rhydian.
Con un gesto sereno, se levantó de su asiento y salió del carruaje. Los sirvientes, al unísono, hicieron una reverencia y dijeron con respeto:
—Bienvenido, Señor. Es un placer tenerlo con nosotros esta noche.
Uno de los sirvientes, que parecía tener una posición algo superior, se acercó y, con una sonrisa cortés, añadió:
—Es un honor, Señor Fox, tenerlo entre nosotros. Permítame guiarlo a su lugar —dijo mientras señalaba hacia la entrada.
Rhydian asintió ligeramente y siguió al mayordomo sin prisa.
Mientras avanzaban, no pudo evitar dejar escapar una mirada de admiración hacia el interior del castillo. Cada rincón estaba cuidado con meticulosa atención al detalle, desde los adornos más pequeños hasta los grandes tapices que decoraban las paredes, todo reflejaba una elegante magnificencia. Era imposible no sentirse cautivado por tanto lujo.
Después de unos minutos de caminar por largos pasillos y subir una pequeña escalera, el sirviente se detuvo frente a una puerta, haciendo un gesto discreto para señalar que había llegado a su destino. Rhydian, sin decir palabra, asintió y abrió las puertas con calma.
Lo que encontró al otro lado era un balcón que ofrecía una vista panorámica de un salón vasto y espléndido. El espacio estaba lleno de mesas elegantes y sillas dispuestas de forma ordenada, dejando libre un amplio centro para el baile. En el balcón, una mesa larga con diez sillas perfectamente dispuestas se destacaba, con cubiertos finos y platos de porcelana de la más alta calidad, listos para recibir a los invitados más distinguidos.
En las sillas ante él, ya se habían acomodado ocho personas: cuatro mujeres y cuatro hombres, que conversaban animadamente hasta que detectaron la presencia de Rhydian. La conversación se detuvo de inmediato, y en ese preciso momento, un hombre alto, corpulento y de complexión robusta se acercó y, con un gesto sorpresivo, lo abrazó por la espalda.
—Miren nada más, pero si es el último personaje estrella que faltaba para la reunión. ¿Cómo estás, Fox? —dijo el hombre mientras se apartaba un poco para examinar mejor al joven.
Rhydian se volteó y, al ver al hombre que lo había abordado, notó de inmediato su imponente figura. Estaba vestido con un traje elegante, de tonos dorados, que resaltaba aún más su presencia magnética. Tenía una voz profunda y fuerte, y sus ojos amarillos, llenos de vida, parecían brillar con una intensidad desbordante.
No cabía duda de quién era. Frente a él, con una postura arrogante pero segura, estaba el anfitrión de la velada: el Rey Dorado, el autodenominado "Rey de las Bestias", Regulus Lion. Un hombre que sabía cómo hacerse notar, cuya presencia era tan ensordecedora como su reputación.
Rhydian se acomodó el traje con tranquilidad y, con una leve sonrisa, respondió con voz calmada:
—Las cosas han estado bien, ya sabes, lo de siempre.
Ante la respuesta del joven, Regulus soltó una carcajada fuerte, casi contagiosa, y lo invitó a sentarse en la mesa.
—Siempre tan modesto, Fox. Siéntate, que la noche apenas comienza.
Rhydian se acomodó en la silla y se sentó junto a una mujer que, de inmediato, destacó entre los presentes. Ella irradiaba una presencia feroz, como si su mera mirada pudiera cortar el aire. Su porte denotaba una autoridad natural, y sus ojos de un profundo color naranja brillaban con una intensidad que contrastaba con su rostro sereno. Volteó a mirar a Rhydian y, con un tono que sugería tanto desprecio como diversión, le dijo:
—Llegaste último, como siempre. Pero al menos llegaste. Eso ya es algo.
La mujer transmitía una aura de supremacía, pero también de refinada elegancia. Su vestido naranja, brillante y perfectamente diseñado, se adaptaba a su figura con una perfección envidiable, y su piel bronceada le daba un aire de fortaleza sin igual.
Rhydian, sin perder la compostura, respondió con una sonrisa irónica:
—Siento que te burlas de mí, Shere, pero tienes razón.
La mujer, sin dejar de observarlo, mantuvo una leve sonrisa en sus labios, como si disfrutara de su juego de palabras. Así es, esa mujer tan elegante y peligrosa era Shere Tigris, líder de la familia Tigris, y una de las personas más poderosas dentro de las 10 familias. Su presencia no solo imponía respeto, sino también temor.
Por extraño que pareciera, entre Rhydian y Shere parecía haber una especie de camaradería. Quizá se debía a la corta diferencia de edad entre ambos, algo mucho más cercano en comparación con los otros líderes. Mientras Rhydian contaba con 21 años, Shere tenía 24, y a ella le agradaba poder bromear sin la formalidad que solía emplear con los demás.
—Por cierto, tienes un vestido muy bonito —dijo Rhydian en tono burlón—. ¿Vienes de naranja o algo parecido?
Shere, sin perder la compostura, soltó una risa sarcástica y, con una mirada que destilaba peligro, respondió:
—No tienes ni idea, Rhydian. Podría rebanarte en pedacitos si así lo quisiera, y lo sabes bien.
Fox, sin inmutarse, se encogió de hombros, como si la amenaza fuera solo una broma.
—Adelante, no me opongo. Aunque tal vez prefieras no hacerlo. Después de todo, ya no tendrás a nadie con quien hablar tan casualmente. O prefieres tener una conversación "superdivertida" con el viejo Corvus, ¿eh? —dijo, mirando a Shere con una sonrisa juguetona.
Ambos se quedaron en silencio un segundo, y luego explotaron en carcajadas.
—Ese vejestorio solo me aburriría con cuentos y cosas que ni me interesan —dijo Shere, aún riendo, mientras sus ojos se volvían momentáneamente atigrados.
…
Después de un rato de conversación animada en la mesa, un mayordomo apareció en el centro del salón y, con una voz clara, anunció:
—Líderes de las 10 casas principales, los lores han llegado.
En ese momento, el salón comenzó a llenarse con nobles de todos los reinos. Los líderes, como señal de respeto, se pusieron de pie cuando los nobles hicieron su entrada. Los nobles, a su vez, se inclinaban hacia el balcón y se dirigían a sus lugares asignados, uno a uno, hasta que todas las mesas fueron ocupadas. Tras este protocolo, los líderes tomaron asiento nuevamente, excepto Regulus, quien, con una voz fuerte pero no excesivamente ruidosa, exclamó:
—Muchas gracias a todos por su presencia. Me complace anunciar el inicio de la Gala de las 10 casas.
Con un gesto firme, levantó su copa, instando a los demás a hacer lo mismo en un brindis general. Ese sencillo gesto marcó el comienzo oficial de la gala.