Después del brindis, Regulus regresó a su asiento mientras una orquesta comenzaba a tocar música relajante. Las suaves melodías llenaban el salón, creando una atmósfera propicia para disfrutar del banquete que estaba por servirse.
Shere, sentada junto a Rhydian, esbozó una sonrisa con aire orgulloso antes de hablar.
—Hoy vinieron nobles de mi territorio que creo que tienen potencial para unirse a mis filas, incluso a mi consejo. Los traje para que todos aquí puedan ver su valía —comentó, mientras su mirada recorría el salón. Luego, volvió su atención al resto de los invitados—. Pero debo admitir que las personas aquí presentes también son prometedoras. Parece que será una velada interesante.
Girándose hacia Rhydian, añadió con una leve inclinación de cabeza:
—Me hubiera gustado ver a algún noble de tu territorio aparte de ti. Habría sido algo prometedor, incluso fascinante. —Con un leve encogimiento de hombros, regresó su atención a la orquesta.
Rhydian, impasible, tomó un sorbo de la champaña en su copa y dejó que su mirada recorriera a los nobles sentados en las mesas del salón. No mostraba interés particular en ninguno de ellos. Aunque era evidente que muchos de los presentes poseían fuerza, inteligencia y refinamiento, ninguno despertaba en él una chispa de verdadero interés. Para el zorro, la sala estaba repleta de individuos cuya ambición estaba dirigida únicamente por el ego y el deseo de escalar posiciones, sin importar a quién tuvieran que pisotear en el camino.
No era ajeno al deseo de superación y competencia, pero despreciaba el tipo de ambición que no estaba impulsada por un propósito mayor. Sus ojos continuaron analizando a cada persona hasta que, de repente, se detuvieron en una figura en particular.
Era una niña.
No debía tener más de quince años, pero irradiaba una madurez y formalidad inusuales para su edad. Su porte transmitía una elegancia auténtica, no forzada. Su cabello, blanco como la nieve recién caída, enmarcaba un rostro de piel pálida y luminosa, tan delicada como la luz de la luna. Sus ojos, de un gris plateado, brillaban con la intensidad del metal precioso, pero sin el calor de la vida. No había ni un destello de alegría ni rastro de emoción en ellos; parecían vacíos, como si cada fragmento de su espíritu hubiera sido apagado.
Estaba sentada en una mesa rodeada de personas que exudaban un aire de armonía y familiaridad, un retrato perfecto de unidad. Sin embargo, la niña no pertenecía a esa escena. Allí estaba, una sombra en medio de una imagen de calidez, ignorada por todos, un alma solitaria en un rincón abarrotado. Rhydian la observó por unos momentos, intrigado por la extraña dinámica. Aquello despertó su curiosidad, pero, tras un instante, apartó la vista. No era su problema, después de todo.
…
Momentos después, los sirvientes aparecieron, trayendo consigo el primer platillo del banquete. Cada movimiento era impecable, como parte de una danza ensayada mil veces. Se colocó ante los invitados un delicado consomé de faisán con trufas negras y un toque de jerez añejo, una creación ligera y refinada que demostraba la maestría culinaria de los chefs.
El segundo tiempo llegó poco después, un plato principal que elevó aún más las expectativas. Un filete de ternera perfectamente sellado, cubierto con una reducción de vino tinto y servido con un puré cremoso de raíces de apio y una guarnición de espárragos al vapor, todo dispuesto con una precisión casi artística.
Por último, el postre coronó la experiencia. Los sirvientes presentaron un exquisito soufflé de chocolate amargo, perfumado con esencia de naranja y decorado con láminas de oro comestible. Era el favorito de Regulus, quien, al primer bocado, dejó escapar una sonrisa satisfecha.
Shere no era particularmente fanática del chocolate, así que solo tomó un par de bocados del soufflé, suficiente para mostrar respeto hacia el talento del chef. Con un suspiro, apartó ligeramente el plato y comentó con tono relajado:
—Hubiera sido perfecto si hubieran utilizado algunas frutas de mi territorio. Son un manjar, y mucho más adecuadas para un postre que este soufflé —miró el plato como si pudiera convencerlo de transformarse en algo mejor.
Rhydian, divertido por su actitud, sonrió y añadió mientras bebía otro sorbo de champaña:
—No puedo hablar por todos, pero además de Regulus, creo que a Liora le encantó. —Su mirada se dirigió con sutileza a una figura sentada a unas sillas de distancia.
La mujer, con una piel impecable y un cabello castaño que caía en suaves ondas, tenía una apariencia sorprendentemente juvenil. De baja estatura y con una energía vivaz, parecía una chica de apenas dieciocho años. Pero Rhydian sabía bien la verdad: Liora era la líder de la familia Deer. Con casi un siglo de vida, había perfeccionado la magia de curación hasta el punto de conservar una apariencia eternamente joven.
La escena lo divertía en cierto nivel. Observó cómo Liora disfrutaba el soufflé con la inocente alegría de una niña saboreando su primer caramelo. Sus ojos se llenaban de una dicha casi contagiosa con cada bocado. Cuando finalmente terminó su postre, giró hacia Regulus, levantando el pulgar con una expresión triunfal y un gesto de aprobación que desentonaba con la solemnidad de la gala.
Rhydian se limitó a contener una risa mientras la orquesta seguía llenando el salón con su melodía suave.
…
Cuando el banquete llegó a su fin y los comensales estaban satisfechos con la exquisita muestra de alta cocina, el mayordomo de antes volvió a tomar su lugar en el centro del salón. Con voz fuerte y resonante, anunció:
—A continuación, procederemos con la siguiente parte del itinerario de la gala: el Torneo de Habilidades Estratégicas y Destreza Mágica, reservado para los herederos más prometedores.
Un murmullo de emoción recorrió la sala. Los nobles, aún sentados, asintieron en un gesto casi unánime, una muestra de aceptación tácita de las reglas del juego. En ese momento, el centro del salón comenzó a cambiar. El suelo se replegó como un lienzo enrollándose, dando paso a un campo de entrenamiento perfectamente delimitado, con poderosas barreras mágicas erigiéndose a su alrededor para contener cualquier peligro que pudiera surgir.
Los participantes, nobles jóvenes y herederos ansiosos por demostrar su valía, comenzaron a abandonar sus mesas para prepararse. Desde fuera, toda la idea podía parecer una temeridad. Permitir que futuros líderes, miembros de linajes de alto prestigio, se arriesgaran en un torneo que involucraba combate y magia podía resultar imprudente, especialmente con la posibilidad de heridas graves. Afortunadamente, con la familia Deer presente, experta en magia curativa, cualquier daño físico podía tratarse de inmediato. Sin embargo, el dolor seguía siendo real, y la pregunta era inevitable: ¿por qué participar en algo tan peligroso?
La respuesta era sencilla. El verdadero premio no era una mera victoria pública, sino la posibilidad de ganar el favor de una de las diez casas principales. Si un noble conseguía captar la atención de su líder territorial —o mejor aún, ser invitado a unirse a sus filas—, su estatus político y económico se dispararía. De ser un jugador menor en el intrincado juego de poder, podría pasar a convertirse en una pieza clave de una de las casas más influyentes del mundo.
Por supuesto, que esto sucediera era una posibilidad remota. Las diez familias eran notoriamente elitistas, y sus estándares dejaban poco margen para la mediocridad. Sólo los excepcionales podían aspirar a tal honor. La casa Fox compartía esa filosofía, y Rhydian no veía ningún problema con ello. Su linaje, aunque reducido y en declive, no podía permitirse reclutar a cualquiera; sólo lo mejor tendría un lugar bajo su estandarte.
Por otro lado, para los líderes, el torneo no era sólo una forma de evaluar potenciales reclutas. Era también entretenimiento: un espectáculo donde se mostraba la fuerza, el ingenio y la ambición de las nuevas generaciones. Un juego en el que, al menos por una noche, todos ganaban algo.
Rhydian observaba el salón con aparente indiferencia mientras los nobles jóvenes se preparaban para participar en el torneo. Había analizado a cada uno con mirada experta y sin mucho esfuerzo había descartado a la mayoría. Si bien muchos poseían habilidades destacadas, ninguno lo había impresionado lo suficiente. Las promesas vacías y las ambiciones sin raíces no eran lo que él buscaba. A diferencia de otros líderes, Rhydian no estaba interesado en figuras que simplemente brillaran bajo la luz del espectáculo, sino en almas con la fuerza y lealtad necesarias para soportar las tempestades que inevitablemente se desatan en las grandes casas.
Entonces, sus ojos volvieron a dirigirse hacia la mesa que había llamado su atención antes. Allí estaba ella, la chica con el cabello blanco como la nieve, su piel de luna y esos ojos grises y vacíos, carentes de la chispa que solía acompañar a los jóvenes. Una figura que parecía invisible en medio de la armonía familiar que la rodeaba, como una sombra en la periferia de una escena acogedora.
Sin embargo, había algo en ella. Algo que sus ojos rojos no podían ignorar, un potencial escondido bajo capas de indiferencia y silencio. Era un poder sutil, como un hilo de seda escondido en un tapiz de algodones ásperos, casi imposible de notar para cualquiera menos atento. Rhydian, con su instinto afilado, sintió cómo su curiosidad crecía.
Lo que lo desconcertó aún más fue que, mientras el salón se vaciaba para el torneo, ella permanecía inmóvil, como una estatua, sentada con las manos apoyadas delicadamente sobre la mesa, completamente ajena a la agitación a su alrededor.
No participará?, se preguntó, frunciendo ligeramente el ceño.
Miró hacia la silla vacía al lado de la niña. El noble que se había sentado allí había desaparecido, probablemente para prepararse para el torneo. Eso sólo avivó las preguntas de Rhydian. ¿Por qué él, y no ella? ¿Cuál era su papel en todo esto?
El zorro sintió que una intriga se encendía dentro de él, como una brasa que empieza a arder con solo una chispa. Había más en aquella chica de lo que las apariencias sugerían. Y él, con una ligera sonrisa apenas perceptible en sus labios, supo que ese enigma no podría dejarlo pasar.
Rhydian fijó su atención en la otra figura presente en la mesa. Una mujer de porte elegante, envuelta en una belleza refinada y fría, con una presencia que emanaba poder calculado. Su atuendo llevaba orgullosamente el escudo del león, el símbolo de la Casa Lion. Inmediatamente, una sensación de repulsión recorrió a Rhydian. No pudo identificar exactamente por qué, pero algo en su porte le inspiraba desconfianza.
El descubrimiento le hizo fruncir el ceño, y sin dudarlo, se levantó de su asiento.
A su lado, Shere lo observó con una ceja arqueada. La tigresa no era alguien a quien los movimientos de los demás pasaran desapercibidos.
—¿A dónde vas? —preguntó, su tono firme pero curioso, como una madre que reprende a un hijo travieso—. No pensarás escapar de la diversión, ¿verdad?
La sonrisa enigmática de Rhydian fue la única respuesta inicial. Luego, con una calma medida, replicó:
—Necesito hacerle una pregunta al anfitrión.
Shere parpadeó, una chispa de sorpresa cruzando sus ojos.
—¿Tú? —ladeó la cabeza con un aire felino, casi divertido—. ¿Rhydian Fox, el más reservado de los zorrillos, quiere hacer una pregunta? —Un brillo afilado se asomó en su mirada—. ¿Qué atrapó tu interés, pequeño zorro?
Él se encogió de hombros, su sonrisa apenas un susurro en sus labios.
—Quiero saber cómo contactar al chef. Sería bueno que mis sirvientes probaran estos manjares.
La tigresa entrecerró los ojos. Sabía que las palabras de Rhydian eran como nubes que escondían la tormenta. Su instinto le decía que había más detrás de esa simple pregunta, pero no insistió. No todavía.
Rhydian avanzó sin prisa, manteniendo un aire despreocupado, pero sus pensamientos eran un torbellino de posibilidades. No podía decirle la verdad a Shere; incluso la más mínima señal de debilidad o de un posible hallazgo sería suficiente para despertar su interés. Aquello que había descubierto en la chica era un tesoro que quería para sí mismo. No permitiría que nadie más lo reclamara.
Cuando llegó junto a Regulus, su tono fue cauteloso pero con la firmeza de alguien que sabe lo que quiere.
—¿Quién es esa familia? —preguntó, señalando discretamente la mesa donde la chica de cabello blanco permanecía inmóvil.
Regulus, siempre dueño de una seguridad inquebrantable, dejó que una sonrisa se dibujara en su rostro.
—Ellos son los Alger —respondió con una ligera inclinación de cabeza, disfrutando de la curiosidad de su invitado—. El jefe de familia es un hombre interesante. No lo suficientemente extraordinario para unirse a mis filas, pero digno de cierta admiración. —Dejó escapar una carcajada breve, casi burlona—. Ahora, su heredera… —Hizo un gesto vago con la mano—. Apenas si se hace notar. Ni siquiera podría ser considerada una Lion. Invisible, como un susurro en medio de una tempestad.
Regulus negó con la cabeza con desdén, mientras un destello de burla brillaba en sus ojos dorados. Para él, ser un Lion significaba mucho más que nobleza; significaba presencia, dominio absoluto de la atención.
—Velarla, si puedes. Pero no esperes demasiado.
Las palabras del león eran despectivas, pero para Rhydian, eran como un desafío envuelto en seda. Invisible… esa cualidad, para otros un defecto, era lo que había avivado el fuego de su curiosidad. Y él, más que nadie, sabía que los secretos más valiosos siempre se esconden tras velos de indiferencia.
Rhydian asintió y caminó de regreso a su lugar, sentándose como si nada hubiera ocurrido.
Poco después, los nobles ya preparados regresaron al salón, luciendo atuendos de gran calidad. El mayordomo los acomodó en dos filas, una en cada extremo del salón. Luego, con voz firme, dijo:
—Los participantes se enfrentarán en duelos uno contra uno, sin restricciones. Cuando un peleador no pueda continuar o decida rendirse, el duelo se considerará terminado. Realizaremos esto en rondas, hasta que quede un único ganador definitivo. ¿Alguna objeción?
El mayordomo miró a los presentes, quienes negaron con la cabeza en un consenso silencioso. Con eso, el torneo dio comienzo.