La atmósfera en la mansión Argel era densa, cargada de una furia que podía cortar el aire. Los ecos de los gritos resonaban por los pasillos, mientras los sirvientes se mantenían en silencio, temerosos de intervenir en el torbellino que se desataba frente a ellos.
La esposa del duque, con su rostro torcido por el odio, se acercó a Alba con pasos firmes. Su mirada, fría y cruel, se clavó en la niña.
—Te llevamos solo porque la invitación así lo pedía —su voz era un susurro venenoso—, pero tú decidiste arruinar nuestra reputación. Ahora, por tu culpa, tu padre ha pasado una vergüenza pública. No solo frente a los nobles de Leontha, sino también frente a los líderes de las diez casas principales. ¡Este nivel de vergüenza es inaudito!
En un estallido de rabia, la mujer le dio una bofetada a Alba, el sonido resonando en la habitación como un golpe en la misma dignidad de la niña.
—Eres una basura —continuó la mujer, sin piedad—. No mereces ser parte de la familia Argel.
Alba permaneció en silencio, con la mirada baja, soportando las palabras que caían sobre ella como una lluvia fría. Pero el golpe fue solo el principio. El duque, hasta ese momento en silencio, finalmente habló, su voz grave y carente de emoción.
—Debido a esta falta de respeto a la casa Argel, te desheredo. Quedas expulsada de la familia Argel para siempre. —El duque levantó la mano, señalando la puerta de la mansión como si fuera un mero objeto en su camino—. Vivir bajo mi techo, por el lazo de sangre que nos une, era lo único que te mantenía aquí, pero esto es el colmo. No te quiero volver a ver.
La orden fue clara, implacable. La puerta se abrió ante ella como un camino de despedida, un rechazo irreversible.
—Largo. Y no te vas a llevar nada. Nada de lo que tienes te pertenece. Así que desaparece de mi vista.
El corazón de Alba latió fuerte, pero no hizo un solo movimiento para responder. Con una quietud sepulcral, se dio vuelta y, sin una palabra, cruzó el umbral de la mansión que hasta ese momento había sido su hogar.
Después de cruzar el umbral de la puerta, esta se cerró con fuerza dando solo unos pasos mas se detuvo por completo y como una pequeña jarra de cristal, algo en ella se rompió, haciendo que Alba, que hasta ese momento no había mostrado ninguna emoción, cayera al suelo. No pudo contener más las lágrimas, y el dolor la desbordó por completo. Su vida ya no tenía propósito. Ahora, sin un hogar ni una familia, solo le quedaba esperar en la calle a morir de hambre o enfrentar alguna suerte aún peor.
De repente, escuchó pisadas acercándose a ella. Alba levantó la mirada, sin poder dejar de llorar, y fue entonces cuando vio al joven frente a ella. En un instante, tras secarse las lágrimas de su rostro, logró reconocerlo: era Rhydian Fox, líder de la Familia Fox, una de las casas más poderosas de todo el mundo.
A pesar de su situación, intentó conservar algo de dignidad. Se limpió las lágrimas rápidamente y, sin atreverse a mirarlo directamente, bajó la cabeza. Con voz quebrada, apenas logró decir:
—Buenas noches, señor Fox. Una disculpa… no sabía que vendría a la casa de mi pad… del señor Alger. Lamento que tenga que ver una imagen tan lamentable. Por favor, no se enoje con el señor Alger por mi presencia. Ya me voy.
Rhydian, viendo la situación, sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo entregó a Alba. Luego, con voz tranquila y comprensiva, habló:
—De hecho, no venía a hablar con el duque Alger, venía específicamente a hablar contigo. Aunque, bueno, no esperaba encontrarte en esta situación. El hecho de que ya no lo llames "padre" solo me lleva a pensar que ya no son nada. —Su tono era amable, casi empático, como si comprendiera perfectamente lo que estaba sucediendo.
Alba, incapaz de contenerse, volvió a sollozar. Rhydian, observando con atención, se inclinó ligeramente hacia ella y secó suavemente las lágrimas de su rostro.
—Te propongo un trato, o mejor dicho, dos caminos a elegir —dijo con calma, mientras la miraba fijamente—. Verás, te vi en la velada, y sé que eres un diamante en bruto. Estoy muy interesado en tu talento. No quiero aprovecharme de la situación en la que te encuentras, así que mi trato es el siguiente: durante un año formarás parte de la familia Fox. Solo un año, no tiene que ser más. Al final de ese tiempo, te daré una fortuna que podrás usar como desees.
Hizo una breve pausa antes de continuar:
—O, por otro lado, puedes elegir ir por el mundo tal como eres, sin ataduras. Yo no te molestaré nunca más.
Rhydian observó a la joven, esperando una respuesta, pero sin presionarla.
—¿Qué dices, pequeña? ¿Qué vas a elegir?
La joven parpadeó confundida por un momento ante lo que estaba ocurriendo. ¿Una de las grandes casas estaba interesada en ella? Era difícil de creer, pero también sabía que la otra opción no era una verdadera alternativa. A pesar de sus dudas, Alba, aún sollozando, habló con firmeza:
—Iré con usted.
Rhydian sonrió ampliamente, una sonrisa sincera y segura, y sin dudarlo, la cargó en sus brazos.
—Perfecto, no hay tiempo que perder —dijo con tono decidido.
En un abrir y cerrar de ojos, Rhydian la llevó hasta el carruaje y, tras hacer un gesto al chofer, le indicó que pudieran partir. El carruaje comenzó a moverse rápidamente.
Alba, aún atónita por la rapidez de todo, se encontraba en un estado de shock. Sin embargo, en lo profundo de su ser, algo en su interior comenzó a calmarse. Por primera vez en mucho tiempo, no se sentía invisible. Alguien la había visto, alguien había apreciado su talento y esfuerzo. Ya no era una sombra para el mundo, al menos no para el joven que la tenía frente a ella.
…
Durante unos minutos, el silencio se volvió casi palpable, creando una incomodidad que Rhydian no pudo soportar. Decidió romperlo primero.
—Bueno, ahora que eres una Fox, te pondré un nombre nuevo. ¿Estás de acuerdo? —preguntó Rhydian, mirando a la joven.
Alba escuchó en silencio y asintió, aceptando la propuesta sin palabras.
—Bien, a partir de ahora desecharemos tu nombre, al menos por un año, y ahora serás White, White Fox. ¿Estás de acuerdo? —dijo Rhydian con una sonrisa, esperando su respuesta.
Alba lo escuchó atentamente, repitiendo en su mente el nombre. "White Fox". Sonaba bien, incluso le gustaba. Sin embargo, al no recibir respuesta, Rhydian la miró con una leve preocupación.
—¿No te gusta? —preguntó él, curioso.
Alba asintió rápidamente, intentando disimular su ligera timidez.
—Una disculpa, Señor Fox, el nombre está bien, gracias por su amabilidad —respondió, su voz formal y respetuosa.
Rhydian la miró con una expresión suave, casi tierna.
—No necesitas decirme "Señor Fox" todo el tiempo. Ahora somos de la misma familia. Puedes llamarme Rhydian, si así lo prefieres.
Pero Alba rápidamente negó con la cabeza.
—Lo siento, pero llamarlo por su nombre aún me parece inapropiado.-después de un momento agrego- ¿Qué le parece "Maestro"? Suena bien, aunque sigue siendo formal. Me gusta —dijo ella, jugueteando con sus dedos, su mente aún atrapada en la tristeza de haber sido rechazada por su propia familia.
Rhydian suspiró, comprendiendo sus reservas.
—Está bien. "Maestro" suena bien —respondió él, con una ligera sonrisa.
En ese momento, el carruaje se elevó del suelo, y como por arte de magia, los caballos se transformaron nuevamente en hermosos pegasos. Rhydian, al igual que cuando llegó, no mostró ninguna sorpresa, pero la niña frente a él estaba completamente atónita ante la escena que se desplegaba ante sus ojos. Si bien su padre era un hombre rico, el lujo de tener un carruaje con pegasos era algo que simplemente no podían permitirse. Aquello le pareció asombroso. Observó por la ventana, mientras su mente se llenaba de miles de preguntas: ¿cómo podía mantenerse el carruaje tan estable? ¿Cómo se transformaron los caballos en pegasos? ¿El chofer no se caía de la parte superior?
Involuntariamente, giró la cabeza hacia Rhydian, justo cuando iba a hacer una pregunta, pero se detuvo a tiempo. No quería ser una molestia ni correr el riesgo de ser rechazada como lo había sido tantas veces antes. Así que optó por guardar sus preguntas, disimulando su curiosidad.
Casi como si pudiera leer su mente, Rhydian rompió el silencio.
—Te preguntas cómo es que el carruaje se mantiene tan estable sin sentir los movimientos bruscos, ¿verdad? Bueno, la respuesta es sencilla: magia. Pero no cualquier tipo de magia. Es una magia especial que se usa para mantener el carruaje estable. Puede parecer algo simple, pero muy pocos carruajes tienen esta característica —explicó con tranquilidad.
Al ver la expresión de fascinación de la joven, Rhydian sonrió suavemente.
—Ahora, sobre los caballos. Vi que los viste maravillada. Bueno, eso también es magia, pero es más bien característica de la magia de los Deer. De hecho, los caballos en sí son pegasos, pero cuando tocan tierra, sus alas se esconden y su apariencia cambia. Y por último, el chofer... Bueno, ellos están entrenados para manejar este tipo de carruajes. Su entrenamiento es muy riguroso, y además, llevan un cinturón con la misma magia que tenemos aquí dentro. Eso les permite mantenerse firmes y evitar que se tambaleen, incluso cuando el carruaje se mueve.
La joven lo miró con sorpresa, su mente llena de preguntas. ¿Cómo sabía exactamente lo que estaba pensando? ¿Era una habilidad de los Fox? ¿Podría ella aprender a hacer lo mismo algún día? Se preguntaba internamente, intrigada y un poco inquieta.
Rhydian sonrió, percibiendo su confusión, y dejó escapar una ligera risa.
—Arriesgándome a equivocarme, ¿te preguntas cómo sé lo que estabas a punto de preguntar? —dijo divertido.
Los ojos de la niña se abrieron de par en par, y su respiración se detuvo por un momento. Ya no le quedaba duda: el joven frente a ella podía leer la mente. Una habilidad extraordinaria y, a la vez, aterradora.
Al notar su reacción, Rhydian soltó una carcajada más alegre, tratando de tranquilizarla.
—No te preocupes, no puedo leer la mente —aseguró con una sonrisa—. Simplemente es que esas preguntas fueron las mismas que yo me hice hace mucho tiempo, la primera vez que vi un carruaje como este. Así que no te alarmes. No tengo esa habilidad.
El calor subió rápidamente al rostro de la niña, y su piel se encendió de un color rojizo por la vergüenza. Se llevó una mano a la cara, tratando de ocultar su expresión ruborizada, mientras una pequeña sonrisa avergonzada se dibujaba en sus labios.
—Ah... ya veo... —murmuró, sin atreverse a levantar la mirada.
Rhydian simplemente la miró con ternura, dejando que la incomodidad se desvaneciera suavemente en el aire entre ellos.
Rhydian desvió la mirada hacia la ventana, donde las luces de la ciudad nocturna se desplegaban como un vasto mar de estrellas terrenales. La vista era serena y magnífica, una obra de arte pintada con el brillo de faroles y reflejos danzantes sobre los tejados.
A su lado, la joven también contemplaba la escena. Aunque la tristeza aún pesaba sobre su corazón y las cicatrices del rechazo reciente ardían en su alma, sus ojos se iluminaron al ver la belleza de aquel panorama. Por un momento, el dolor se desvaneció, reemplazado por la magia de las luces y el susurro suave del viento que acariciaba las calles.
Sin embargo, la fatiga —una mezcla de agotamiento físico y emocional— comenzó a reclamar su cuerpo. La calidez del carruaje y el ritmo suave de su viaje la arrullaron con ternura, llevándola lentamente al reino del sueño. Su respiración se volvió más tranquila, y su cabeza se inclinó hacia un lado, cayendo finalmente en el abrazo del descanso.
Rhydian la observó en silencio. Una sonrisa apenas perceptible curvó sus labios. Con un gesto cuidadoso, se quitó el saco y lo colocó sobre los hombros de la niña, cubriéndola. Permaneció mirándola un instante más, notando la serenidad que se dibujaba en su rostro dormido, antes de regresar su atención a las luces que brillaban en la distancia.
El mundo seguía su curso, pero en aquel instante, dentro del carruaje que flotaba sobre la tierra, solo había paz.
…
El tiempo transcurrió rápidamente mientras el carruaje descendía suavemente hacia su destino. Al llegar, Rhydian se movió con cautela para no perturbar el sueño de la niña. Con movimientos seguros, la tomó en sus brazos, levantándola con cuidado como si cargara el peso de un futuro frágil. Bajó del carruaje y, tras una breve inclinación de cabeza, agradeció al cochero antes de despedirlo. El carruaje partió nuevamente hacia Leontha, deslizándose como una sombra en la oscuridad.
Rhydian se volvió hacia la entrada de su fortaleza. Sus muros imponentes se alzaban en la noche, bañados por la luz de las antorchas. Con paso firme pero silencioso, cruzó el umbral. Los sirvientes, que habían acudido para recibirlo, quedaron momentáneamente inmóviles al ver a la niña dormida en sus brazos. Una comprensión inmediata cruzó sus rostros, y sin necesidad de palabras, bajaron la cabeza en un gesto respetuoso antes de retroceder. No se escuchó un solo susurro.
Avanzó por el amplio salón, subió las escaleras, y finalmente llegó a una de las habitaciones. Con la misma delicadeza, depositó a la niña sobre una cama suave y la acurrucó bajo las mantas. Mientras extendía la mano para retirar su saco, notó que ella lo sujetaba firmemente, con los pequeños dedos entrelazados como si temiera perderlo. Una sombra de ternura cruzó su mirada. Por un instante, pensó en insistir, pero finalmente dejó el abrigo en su lugar.
—Te lo quedas por ahora —murmuró en voz baja, casi como un secreto que compartía con la noche.
Después de asegurarse de que todo estaba en orden, ajustó las mantas una vez más y se apartó en silencio. Al salir, cerró la puerta sin hacer ruido, su mente ya ocupada en los próximos pasos. Los muros de su castillo pronto albergarían una nueva Fox.