Chereads / La casa Fox / Chapter 6 - Capitulo 6. El comienzo.

Chapter 6 - Capitulo 6. El comienzo.

A la mañana siguiente, la suave luz del sol se filtraba por las amplias ventanas, proyectando haces dorados sobre las paredes y el suelo pulido. White parpadeó somnolienta antes de bostezar. Con un ligero sobresalto, recorrió el entorno con la mirada. Ya no estaba en el carruaje, sino en una alcoba que irradiaba elegancia. La habitación, espaciosa y perfectamente ordenada, contaba con muebles tallados con intrincados detalles, un tocador adornado con piezas de porcelana fina, y un baño que relucía como un reflejo de mármol y cristal.

Mientras su mente aún procesaba el lujo a su alrededor, la puerta se abrió silenciosamente. Una mujer de porte sereno, vestida con un uniforme impecable, entró al cuarto.

—Buenos días, señorita White —saludó la sirvienta con una sonrisa amable, caminando hacia las ventanas para apartar por completo las cortinas.

El cálido destello de luz que antes era tenue se convirtió en un torrente dorado, inundando cada rincón de la habitación con la calidez del nuevo día.

Los ojos de White se entrecerraron mientras se acostumbraba a la luz repentina que inundaba la habitación. Parpadeó un par de veces, todavía algo somnolienta, cuando la sirvienta habló con una voz suave y amable:

—El señor Rhydian la espera abajo para el desayuno.

La mujer hizo una ligera inclinación con la cabeza antes de extender la mano hacia el saco que White aún sostenía con fuerza.

—Lamento tener que quitárselo, pero necesito lavarlo. Se lo devolveré cuando esté listo, ¿de acuerdo?

White bajó la mirada, algo confundida por sus palabras, hasta que se percató del saco que había mantenido entre sus manos durante toda la noche. Su rostro se tiñó de un leve rubor al reconocer que era la prenda del Maestro. Con un gesto algo apresurado, lo entregó mientras murmuraba:

—Está bien, no es necesario que me lo devuelvas… En realidad, es del Maestro.

La sirvienta ladeó ligeramente la cabeza, intrigada.

—¿Maestro? —repitió con curiosidad, aunque no tardó mucho en comprender a qué se refería. Su expresión se suavizó con una sonrisa discreta antes de añadir con gentileza:

—Ah, ya entiendo. Muy bien, como usted prefiera.

La sirvienta tomó el saco, lo dobló cuidadosamente y, con una ligera inclinación de cabeza, añadió:

—La esperaré afuera de la habitación para escoltarla al desayuno.

Con un paso elegante, salió de la estancia y cerró la puerta tras de sí, dejando a White sola.

La joven, aún con una mezcla de sorpresa y desconcierto por las atenciones, dejó que su mente viajara a los recuerdos del día anterior. La sombra de la tristeza la envolvió una vez más, pesando sobre su pecho como una losa fría. Recordó con claridad el rechazo y la frialdad de aquellos que un día había llamado familia, y la punzada fue tan aguda como siempre. Pero ese capítulo estaba cerrado. No había forma de cambiar lo que había sucedido; su corazón ya no podía soportar el vacío de buscar la aprobación de alguien que jamás la miraría con verdadero afecto, sin importar cuánto se esforzara.

Sin embargo, este era un nuevo comienzo. Un nuevo lugar, una nueva oportunidad. Una chispa de determinación se encendió en su interior, iluminando su resolución. No dejaría que su pasado definiera su futuro.

Inspirando hondo, se calzó las suaves zapatillas junto a la cama y se dirigió hacia la puerta. Al abrirla, la sirvienta la recibió con una sonrisa serena y un gesto respetuoso.

—Sígame, por favor —dijo con amabilidad, comenzando a caminar con pasos seguros.

White la siguió en silencio. Descendieron una amplia escalera, pasaron junto a una sala decorada con buen gusto y cruzaron varios corredores hasta que llegaron a un salón más pequeño, pero acogedor. En el centro de la estancia, una larga mesa de madera pulida estaba dispuesta con sencillez, y al final de la misma, Rhydian se encontraba inmerso en unos documentos.

Al escuchar el eco de los pasos, alzó la mirada. Sus ojos se encontraron con los de White, y una ligera sonrisa relajó sus facciones. Con voz tranquila y serena, preguntó:

—¿Dormiste bien?

La sirvienta hizo una reverencia y se marcho.

-Si gracias.- De hecho, eso era genuinamente verdad, era la primera vez en años, que dormía tan bien, por primera vez no tuvo pesadillas, como si su mente se hubiera quedado en calma.

Rhydian se para y jalo una silla que estaba a su derecha.-Me alegro, toma asiento, en un momento traerán el desayuno.- la chica se sento y luego la acerco a la mesa. Tomo los documentos y los puso en una bandeja, hizo un gesto a lo que un sirviente llego y tomo los documentos y se los llevo, después hizo otro, y el desayuno se empezó a servir.

La sirvienta hizo una reverencia y se marchó con pasos ligeros.

—Sí, gracias —respondió White. Su voz llevaba sinceridad. En realidad, había sido la primera noche en años que lograba descansar sin las sombras de sus pesadillas habituales, como si su mente, por fin, hubiera encontrado un momento de calma.

Rhydian se puso de pie con suavidad y jaló una silla a su derecha.

—Me alegra escucharlo. Toma asiento, en un momento traerán el desayuno.

White se sentó despacio, sintiendo la calidez de la hospitalidad que hasta entonces le había sido ajena. Rhydian deslizó la silla para acercarla a la mesa y, con un movimiento tranquilo, colocó los documentos en una bandeja de plata. Un gesto breve fue suficiente para que un sirviente acudiera, recogiera la bandeja y se retirara en silencio. Otro leve movimiento de su mano, y el servicio de desayuno comenzó.

Primero, llegó una sopera cubierta, de la que emanaba el aroma fragante del caldo de frutas especiadas, una mezcla de manzana, canela y miel que perfumó el aire. Una taza de porcelana fina fue colocada frente a White, junto a un platillo con frutas frescas: rodajas de durazno, frambuesas y uvas, dispuestas en un patrón delicado.

Después, se sirvieron panecillos calientes, aún humeantes, acompañados de mantequilla batida y pequeños frascos de mermelada de arándanos y limón. Los panes eran tan ligeros que parecía que podrían deshacerse con un toque.

El plato principal consistía en huevos perfectamente cocidos con hierbas finas, acompañados de tiras crujientes de tocino dorado y una porción de papas asadas con un ligero toque de romero. Un pequeño cuenco con crema y miel natural fue puesto al alcance para complementar al gusto.

Finalmente, se llenó un vaso de cristal con un jugo brillante de naranja y granada. Todo estaba dispuesto con precisión y belleza, cada detalle calculado para ofrecer una experiencia digna de realeza.

Rhydian tomó sus cubiertos y, con una sonrisa tranquila, dijo:

—Adelante, toma lo que gustes. —Señaló el banquete con un gesto abierto.

 

White, a pesar de sus intentos por mantener una apariencia refinada, no pudo resistir la tentación. Los aromas cálidos de los panes recién horneados, las especias del caldo de frutas y la dulzura de la mermelada la sedujeron. Con manos temblorosas pero decididas, empezó a servirse. Tomaba bocados con elegancia, o al menos eso intentaba, pero el hambre la llevaba a comer con más prisa de la que hubiera deseado.

Rhydian observó la escena con una ceja ligeramente levantada, sus labios curvándose en una sonrisa divertida antes de reír suavemente.

White sintió el calor subirle al rostro y sus mejillas se tiñeron de un vivo carmesí. En su mente, un torrente de pensamientos se desbordó: "¡Qué vergüenza! ¿No debería ser digna de su mirada? ¿No debería controlar mejor mis impulsos?"

Antes de que pudiera apartarse por completo de la comida, Rhydian habló con voz calmada y un brillo cómplice en los ojos:

—Tienes razón, estamos solos. ¿Por qué molestarnos con los cubiertos? Ambos conocemos la etiqueta, pero a veces es… demasiado sofocante. Y además… también tengo hambre. —Con una sonrisa traviesa, tomó un panecillo con la mano, lo untó generosamente con mermelada, y le dio un gran mordisco.

—¡Mmm…! —exclamó con entusiasmo—. Delicioso.

White lo miró, sorprendida, y sin poder contenerse soltó una pequeña risa. Había mermelada en la comisura de sus labios y una mancha en su barbilla. Rhydian, al notar su expresión, se limpió rápidamente con la servilleta, riendo junto a ella.

El momento de vergüenza desapareció como niebla ante el sol, y el aire se llenó de risas suaves y sincera camaradería. Los dos siguieron comiendo con las manos, compartiendo gestos despreocupados y disfrutando del desayuno como si fueran amigos de toda la vida, dejando a un lado las formalidades del mundo exterior.

Después del desayuno, Rhydian comenzó a mostrarle a White el castillo. Su paso era tranquilo pero decidido, guiándola por los corredores antiguos y bien iluminados mientras le explicaba con una mezcla de seriedad y familiaridad.

—Esta es la cocina, —dijo al detenerse frente a una puerta doble de madera gruesa—. Aquí puedes pedir al chef que te prepare lo que desees. —Señaló al chef, un hombre robusto con una expresión afable que asintió al verlos—. Solo recuerda que no está disponible las veinticuatro horas. No querrás bajar a las tres de la mañana esperando que te sirvan un banquete. —Sonrió con picardía antes de volver al pasillo.

White sonrió ligeramente, disfrutando del toque de humor.

Avanzaron hacia una puerta ancha que daba a un salón amplio con pisos de mármol pulido y mesas alineadas bajo candelabros resplandecientes.

—Esta es la sala principal. Aquí se llevan a cabo reuniones importantes y algunas celebraciones… aunque no soy muy fanático de las fiestas. —El tono de su voz dejó entrever una ligera nota de cansancio, como si los recuerdos de antiguos eventos sociales fueran más carga que placer.

Luego llegaron a una habitación mucho más grande, con paredes reforzadas y equipo de entrenamiento de toda clase: desde pesas y espadas hasta maniquíes de práctica. Barreras mágicas resplandecían sutilmente en las paredes.

—Este es el cuarto de entrenamiento. —Rhydian hizo una pausa, su mirada recorriendo el espacio—. Aquí pasaremos un buen rato más tarde. —Le dirigió una sonrisa que contenía un atisbo de desafío.

Al salir, regresaron al vestíbulo, subiendo por las escaleras de piedra pulida. Rhydian señaló hacia la izquierda.

—Creo que ya estás algo familiarizada con esta zona. Allí están los dormitorios. Aunque, para ser sincero, casi nadie duerme aquí… excepto tú.

—¿Dónde duermes entonces? —preguntó White con curiosidad.

—Ya lo verás —respondió él enigmáticamente, guiándola por las escaleras de la derecha.

Más adelante, entraron en una biblioteca que parecía no tener fin. Estantes llenos de libros cubrían las paredes, y una escalera de hierro se extendía hasta un segundo nivel. La luz suave de las lámparas iluminaba los lomos de los volúmenes encuadernados en cuero y terciopelo.

—Esta es la biblioteca. Puedes leer todo lo que quieras. Solo ten cuidado con las secciones protegidas por encantamientos… algunos libros no están destinados a ojos curiosos.

White se quedó maravillada, sus ojos recorriendo las estanterías mientras sus dedos rozaban suavemente las cubiertas de los libros.

 

Finalmente, Rhydian la llevó al final del pasillo, donde unas escaleras estrechas conducían hacia arriba.

—Y por último, mi oficina está en el desván, este se divide en dos secciones, mi cuarto y mi oficina. Si alguna vez no puedes encontrarme, casi siempre estaré allí.

Se detuvo un momento, mirándola con expresión paciente.

—¿Alguna duda?

White negó suavemente con la cabeza.

—Bien, —dijo él, con una leve inclinación de cabeza—. Entonces, ven. Todavía hay mucho por hacer. —

White lo siguió diligentemente, sus pasos ligeros mientras recorrían los corredores amplios y elegantemente decorados del castillo. Pronto llegaron a la misma habitación donde se había despertado esa mañana. Rhydian se detuvo en el umbral y, con un ademán, la invitó a entrar.

—A partir de ahora, esta será tu habitación, —dijo con tono calmado pero firme—. Puedes decorarla y acomodarla como te plazca. Las sirvientas se encargarán de arreglarla cada mañana, justo después del desayuno. —Señaló la cama, que ahora estaba perfectamente tendida, como si nadie hubiera dormido allí.

White miró a su alrededor, sorprendida por lo pulcro y ordenado que estaba todo. Los muebles relucían, y el aire llevaba un sutil aroma a flores frescas. Apenas unas horas antes, todo había sido distinto, y la transformación le parecía casi mágica.

Rhydian se volvió hacia la puerta y llamó a una de las sirvientas, que apareció casi al instante.

—Por favor, trae al señor Klein. Necesito que tome las medidas de la señorita para sus nuevas vestimentas.

La sirvienta hizo una ligera reverencia antes de retirarse.

—Adelante, siéntate, —dijo Rhydian, tomando asiento en una de las sillas junto al tocador—. El costurero llegará en breve para tomarte las medidas. Se encargará de crear ropa adecuada para ti. Y si alguna vez necesitas algo especial, puedes llamarlo… solo no abuses de su paciencia.

 

White asintió lentamente, sus manos descansando sobre su regazo. Se acercó a la cama y se sentó con la espalda recta, observando a Rhydian con una mezcla de curiosidad y gratitud.

—Gracias, —dijo en voz baja, consciente del calor que empezaba a llenar su pecho.

Rhydian le dedicó una sonrisa tranquila, sus ojos brillando con una calidez que solo él sabía expresar.

—Ahora eres una Fox, así que no te preocupes —dijo, su voz llena de una calma que parecía disipar cualquier duda o temor.

Antes de que White pudiera responder, un hombre alto y delgado, con cabellos grises perfectamente peinados hacia atrás, entró en la habitación. Vestía con elegancia sobria, y en una mano llevaba un maletín de cuero gastado por los años. Se inclinó en una reverencia elegante, mostrando la experiencia de toda una vida dedicada a su arte.

—Señor Klein a su servicio, joven amo. —Luego se volvió hacia White con una ligera sonrisa—. Madam, ¿sería tan amable de levantarse un momento? Esto no tomará mucho tiempo.

White, todavía asimilando las palabras de Rhydian, se puso de pie con gracia. Observó, un tanto curiosa, cómo el costurero comenzaba a desplegar sus herramientas con movimientos precisos y meticulosos.

El señor Klein comenzó a tomar medidas, rodeando su cintura con una cinta de tela suave, comprobando el largo de sus brazos, el contorno de su cuello y la circunferencia de su cabeza. Cada movimiento era delicado, profesional, y White se sintió como una muñeca de porcelana bajo el escrutinio de unas manos maestras.

Cuando terminó, guardó sus herramientas con la misma precisión con la que las había sacado y se inclinó una vez más.

—Gracias, madam. Puede sentarse de nuevo. —Luego, mirando a Rhydian, preguntó—: Joven amo, ¿cuál sería el pedido?

Rhydian se reclinó ligeramente en su asiento, cruzando una pierna sobre la otra con una expresión pensativa.

—Tres vestidos, un uniforme, dos pijamas, cinco conjuntos cómodos para uso casual y un conjunto de entrenamiento —enumeró, su tono práctico pero con una ligera sonrisa de satisfacción.

 

White, sorprendida por la cantidad de ropa, abrió los ojos ligeramente. Nunca había tenido tantas prendas nuevas de una sola vez. Cuando Rhydian la miró y preguntó con suavidad:

—¿Algún color en especial?

La chica, aún procesando lo que estaba ocurriendo, respondió rápidamente:

—Blanco.

Él asintió y se volvió hacia el costurero.

—El uniforme se queda con los colores tradicionales. Todo lo demás, blanco. Cambia los estilos para que no se vean todos iguales, ¿de acuerdo?

El señor Klein sonrió apenas, como un hombre que disfruta de un reto creativo.

—Por supuesto, joven amo. Será un placer.

Con una reverencia final, el costurero se retiró, dejando tras de sí el eco de pasos suaves.

—Bueno, eso va a tomar unos cuantos días, puede que dos o tres. Así que, con eso hecho, pasemos a otro tema —dijo Rhydian mientras se reclinaba ligeramente en la silla, su tono relajado.

—Sé que eres muy buena en baile, y en otras disciplinas, pero no sé qué tanto. Lo que sí sé es que aprendes a un ritmo sobrehumano, casi como una bendición. Lo digo porque el baile en la gala era uno que, para muchos, se considera casi imposible. Tiene tantos pasos complicados que, si los pones de manera técnica, incluso parecerían un poco incoherentes. Pero, cuando todo se junta, forma un vals digno de ver, muy impresionante. Y lo sé porque fui yo quien bailó contigo —añadió con una leve sonrisa, sus ojos brillando con algo entre diversión y sinceridad—. Aunque el hecho de que te tropezaras no estaba en mis planes. Lamento eso.

White estaba en silencio, procesando toda la información. ¿Entonces el extraño que la sacó a bailar era él? ¿Pero cómo? ¿Realmente la estaba observando? La revelación le golpeó con fuerza. Mientras sus pensamientos daban vueltas, recordó cómo se había comportado con él durante el baile. De inmediato, la vergüenza la invadió. ¿Cómo pude decirle esas cosas a un líder? Pensó, sintiendo una ola de incomodidad.

Sin pensarlo, se inclinó ligeramente, disculpándose de forma sincera.

—Lamento mucho mi comportamiento en ese momento —dijo, su voz suave, cargada de arrepentimiento.

Rhydian la miró con algo de sorpresa, luego negó suavemente con la cabeza, como si desechara rápidamente la disculpa.

—De hecho, debería disculparme yo —respondió, su tono tranquilo pero cargado de una ligera seriedad—. Mi ansia por descubrir un enigma hizo que te echaran de tu casa. Realmente no esperaba eso.

—Tranquilo, maestro, el ambiente en mi casa ya pendía de un hilo. Ese evento solo aceleró lo inevitable. Aunque, viendo el lado bueno, ya salí de un lugar que realmente me despreciaba, así que no fue tan malo después de todo —dijo White con una pequeña sonrisa, intentando aligerar la conversación.

Rhydian solo suspiró y asintió con una ligera sonrisa.

—De acuerdo, si tú lo dices —respondió, como si aceptara sus palabras.

Luego, dio una palmada en el aire, como para liberarse de la tensión acumulada en la conversación.

—Ahora que ya sabes eso, podemos pasar a otra cosa —dijo mientras se levantaba, moviéndose con propósito. —Quiero medir tu poder y tu potencial, así que acompáñame.

White, aún sorprendida por la calma y determinación de Rhydian, asintió y se levantó a su vez, siguiendo sus pasos con un leve interés en lo que vendría.