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Chapter 9 - Capitulo 9. Salto aurora.

Rhydian asintió y salió de la sala de entrenamiento. Justo antes de cruzar la puerta, se detuvo y, sin volverse, dijo:

—Prepárate, en un momento iremos a comer. Le diré a Sara que te avise, ¿de acuerdo?

White asintió, y luego de que Rhydian se marchara, volvió a su habitación. Al llegar, notó otro atuendo cuidadosamente colocado sobre la cama. Era, como los anteriores, de un blanco impecable, pero esta vez, una elegante espada estaba bordada en hilo de plata sobre el pecho. Sonrió ante la atención al detalle.

Dejó el atuendo a un lado y se dirigió al baño para tomar una ducha caliente. El vapor envolvió la estancia, y el agua ayudó a relajar sus músculos agotados. Terminó de asearse y, tras vestirse, se dejó caer sobre la cama, disfrutando del confort que la rodeaba.

Esto es lo que se siente tener un hogar, pensó. El calor del momento llenó su corazón de una alegría que casi había olvidado. Pero pronto, una idea se apoderó de su mente: probar el hechizo de la Puerta Aurora.

Sabía que Rhydian había mencionado que ese conjuro era avanzado, pero la curiosidad y el ímpetu de probar sus límites eran demasiado tentadores. Se sentó en la cama con las piernas cruzadas, cerró los ojos y comenzó a canalizar su magia. Imaginó la energía fluyendo a través de su cuerpo, moldeándola con cuidado mientras intentaba concentrarse en el principio básico que recordaba: visualizar un destino y transportar su esencia hasta allí.

Sin embargo, tras varios intentos, nada ocurrió.

¿Qué me falta? reflexionó con frustración. Se sentía tan cerca de comprenderlo, pero algo se le escapaba. Canalizó más poder, imaginando la conexión entre su posición actual y el lugar que deseaba alcanzar. Aún así, la magia no respondía como esperaba.

Una puerta... pensó de nuevo. Tal vez ese no sea el enfoque correcto. ¿Y si no es una puerta, sino un salto?

La intuición surgió con claridad. Visualizar una puerta implicaba un proceso lineal y mecánico, pero un salto era espontáneo, una distorsión del espacio mismo. Cambiando su enfoque, recordó la sala de entrenamiento, un lugar familiar y cercano. Sería el destino perfecto para probar su teoría.

Con una nueva determinación, respiró hondo y dejó que su magia fluyera una vez más. Esta vez, imaginó el mundo alrededor doblándose, retorciéndose como un lazo que une dos puntos. Concentró cada pensamiento en dar un salto, no atravesar una puerta. La energía chisporroteó a su alrededor; el aire se distorsionó. Un momento después, la habitación desapareció.

Cuando abrió los ojos, la familiaridad de la sala de entrenamiento la rodeaba.

Una mezcla de sorpresa y euforia llenó su corazón. ¡Lo había logrado! Aunque había consumido una buena cantidad de mana, había dado el salto.

—Puerta Aurora, ¿eh? Tal vez sea más apropiado llamarla Salto Aurora... —murmuró para sí misma, con una sonrisa en los labios.

El agotamiento se instaló en su cuerpo, como un peso invisible que arrastraba sus fuerzas hacia el suelo. Con una sonrisa cansada y un suspiro satisfecho, White permitió que su cuerpo cediera, recostándose en el frío piso de la sala de entrenamiento. Había aprendido una lección valiosa: comprender la verdadera naturaleza de un hechizo era la clave para dominarlo. Pero su momentánea victoria fue interrumpida por una voz profunda que resonó desde las sombras de una esquina.

—Te dije que te quedaras descansando, ¿o no? —La voz de Rhydian era tranquila, pero cargada de firmeza.

White levantó la vista con dificultad. Sus brazos temblaban cuando intentó incorporarse, pero su cuerpo no respondía como esperaba. Apenas logró sentarse, y su mirada cayó al suelo, incapaz de sostener la del maestro.

—Lo siento, maestro. No volverá a pasar —murmuró con la voz temblorosa.

La culpa la invadió como una tormenta. Había desobedecido. ¿Qué clase de agradecimiento era ese para quien le había dado tanto? El miedo de haber puesto en peligro su lugar en su nuevo hogar comenzó a pesar más que el cansancio físico. Cuando Rhydian se acercó, ella se preparó para ser regañada.

—No volverá a pasar, se lo ju... —La frase quedó incompleta cuando sintió el toque firme pero gentil de Rhydian en su frente.

—Tus reservas de maná están vacías, y tienes fiebre —dijo, con un suspiro que transmitía más preocupación que enojo.

Antes de que White pudiera responder, Rhydian se giró y la levantó con facilidad, acomodándola sobre su espalda. El calor de su cuerpo irradiaba calma, un contraste reconfortante contra la frialdad del suelo que acababa de abandonar. La sorpresa la dejó sin aliento por un momento.

—¿No está enojado? —preguntó finalmente, con incredulidad.

Rhydian caminaba con pasos firmes, el peso de White no parecía afectarlo en lo más mínimo.

—Un poco —admitió—, pero no por la razón que crees. Estoy molesto porque te pusiste en peligro.

White sintió cómo el calor de su preocupación le llenaba el pecho, dejando una sensación cálida que disipaba la tensión. Se recostó con más confianza sobre su espalda, sus brazos relajándose a los lados.

—¿Cómoda? —preguntó él, con un ligero tono de humor.

—Estoy cansada —respondió ella, una sonrisa en los labios.

El silencio cómodo se instaló entre ellos mientras avanzaban. Pero su curiosidad no podía contenerse.

—Maestro, ¿qué hacía en la sala de entrenamiento? —preguntó, recordando que su llegada había sido repentina.

Rhydian dejó escapar una breve risa.

—Sentí una gran cantidad de magia concentrada aquí. Bajé para ver de qué se trataba.

El corazón de White latió con fuerza. ¿Había sentido el hechizo? Pero la sorpresa verdadera llegó cuando consideró la velocidad con la que había aparecido.

"¿Teletransportarse?", pensó. "No... No es posible. La magia de luz es la única que permite eso". Pero si no era teletransportación, ¿entonces qué? Su maestro había llegado demasiado rápido.

—Maestro... usted es increíblemente —dijo, más para sí misma que para él.

Rhydian dejó escapar una pequeña risa.

—¿Yo? Tú dedujiste una magia perdida con solo escuchar su descripción. Eso sí es impresionante.

El comentario la llenó de orgullo y, aunque el cansancio aún la envolvía, la calidez de aquellas palabras permaneció con ella mientras descansaba sobre la espalda de Rhydian.

Rhydian sonrió y añadió:

—Tienes que comer. Necesitas recuperar energía después de todo.

Cargando aún con cuidado a White, la llevó al comedor, donde la depositó suavemente en una silla junto a la mesa. Él tomó asiento en la cabecera de la mesa, al lado de ella, con un breve gesto de la mano, indicó a los sirvientes que comenzaran a servir.

El aroma de la comida llenó el aire. En lugar de un banquete ostentoso, llegaron platos que emanaban una calidez hogareña. Primero, un cuenco de sopa humeante, con un caldo dorado enriquecido con hierbas frescas y pequeños trozos de pollo tierno, acompañado de pan recién horneado con una corteza crujiente. A continuación, un estofado de carne robusto, con papas y zanahorias que se deshacían al contacto con el tenedor, impregnadas del sabor de especias que evocaban el hogar.

Por último, se presentó una ensalada simple pero vibrante: hojas verdes, tomates jugosos y rodajas de pepino con un aderezo ligero de limón y aceite. De postre, una pequeña selección de frutas frescas, dulces y llenas de color, cuidadosamente dispuestas en una bandeja.

Sin decir más, Rhydian tomó los cubiertos y comenzó a comer, y White lo siguió, recordando lo hambrienta que estaba. Cada bocado le devolvía un poco de fuerza, mientras el calor de la comida llenaba su cuerpo.

Cuando terminaron, Rhydian dejó los cubiertos sobre la mesa con un leve sonido metálico y se inclinó hacia ella.

—Por cierto, no te felicité como es debido por lograr el hechizo. Así que...

Hizo un gesto con la mano, y uno de los sirvientes asintió antes de desaparecer por la puerta de la cocina. Momentos después, regresó con dos copas de cristal llenas de helado cremoso. La suave mezcla de vainilla y chocolate coronada con un ligero rocío de nueces fue colocada frente a cada uno.

Rhydian sonrió.

—Felicidades, White. Lograste algo increíble. Disfrútalo.

White miró el helado con ojos brillantes, y por un instante, la sala desapareció a su alrededor. Con manos temblorosas por la emoción contenida, tomó la cuchara, hundiéndola en la suavidad helada, y probó el primer bocado. La dulzura fresca y la textura aterciopelada explotaron en su boca, trayendo un torrente de recuerdos lejanos, de días felices que creía olvidados. Saboreó cada cucharada como si fuera un tesoro.

 

Cuando terminó, dejó la cuchara con un suspiro de satisfacción. Rhydian, observándola con una sonrisa ladeada, comentó:

—El helado es bueno, lo sé, pero tú realmente lo disfrutaste. Supongo que te gusta mucho.

White sintió el rubor subiéndole por las mejillas mientras jugueteaba con sus dedos.

—Sí… hacía mucho que no lo comía, y lo extrañaba.

Rhydian rio suavemente.

—Entonces, compraremos más. De todos los sabores que podamos encontrar. Los probaremos juntos. ¿Qué dices?.

White levantó la vista, sus ojos llenos de una calidez que no había sentido en mucho tiempo. En ese momento, una certeza se ancló en su corazón. Tal vez todo el sufrimiento tenía un propósito. Tal vez este lugar, esta gente, era su verdadero hogar. Así que otro pensamiento se anclo, no importa el precio que tuviera que pagar, sería parte de la familia Fox. Pase lo que pase.

Después de terminar, Rhydian se levantó de su asiento y se estiró ligeramente.

—Deberías ir a tu habitación para descansar… esta vez, de verdad —dijo con una sonrisa.

White aún sentía el leve calor de la vergüenza en sus mejillas, así que solo asintió en silencio. Sin embargo, antes de que Rhydian pudiera dar un paso hacia la puerta, extendió la mano y tomó la suya con suavidad. Bajó la mirada, evitando sus ojos mientras el rubor se intensificaba.

—Mmm… creo que aún no tengo fuerzas suficientes para subir las escaleras… así que me preguntaba si podrías… —Su voz se desvaneció, apenas un susurro.

Rhydian la miró durante un instante, luego soltó un suspiro divertido y dejó escapar una risa baja.

—Te estás volviendo atrevida, señorita. —Sus palabras llevaban un tono ligero. Finalmente, se agachó un poco—. Está bien.

Antes de que White pudiera protestar, la volvió a cargar sobre su espalda con la misma facilidad que antes, asegurándose de sostenerla firmemente mientras comenzaba a caminar hacia su habitación.

Ella apoyó la cabeza contra su hombro, sonriendo para sí misma. Claro que había sido una mentira. Su cuerpo estaba prácticamente recuperado, salvo por sus reservas de maná agotadas. La fiebre había desaparecido, y podía caminar perfectamente. Pero le gustaba esto. Le gustaba sentir el calor de alguien que se preocupaba por ella. Y, sobre todo, le encantaba ser mimada. Y mucho más si era Rhydian quien lo hacía.

Cuando llegaron a las escaleras, White levantó la cabeza y preguntó con curiosidad:

—Maestro, ¿qué va a hacer ahora?

Rhydian continuó subiendo sin detenerse, sus pasos seguros y firmes.

—Voy a mi oficina. Tengo que revisar algunos documentos.

White dejó escapar un suspiro y dijo, fingiendo un leve tono de resignación:

—¿Puedo acompañarlo? Estar sola en mi habitación será aburrido…

Rhydian dejó escapar una risa ligera mientras alcanzaba el siguiente tramo de escalones.

—Revisar papeles y firmar cosas tampoco es exactamente emocionante. —Una pequeña sonrisa se asomó en sus labios mientras seguía hablando—. Pero está bien. Hoy estoy cumpliendo muchas de tus demandas. Parece que tienes suerte.

Sin cambiar de expresión, giró hacia el pasillo que llevaba a su oficina en lugar de dirigirse a las escaleras de la izquierda, que llevaban a las habitaciones. White apoyó la barbilla en su mano sobre su hombro, una sonrisa satisfecha asomándose en su rostro.

Cruzaron el pasillo iluminado por la suave luz de lámparas de pared y subieron otro pequeño tramo de escaleras. Al llegar, Rhydian empujó la pesada puerta doble de madera con una mano y entraron a una sala espaciosa. Era su oficina personal: el aire olía a madera y cuero, y una chimenea encendida llenaba el ambiente con un calor acogedor. Las paredes estaban adornadas con estanterías llenas de libros y pergaminos, algunos de ellos polvorientos y otros claramente bien usados. Al fondo, una puerta más pequeña llevaba a la habitación privada de Rhydian.

White observó todo con los ojos abiertos de par en par, recorriendo cada rincón con fascinación. La decoración era sobria pero imponente, llena de una elegancia simple pero refinada que reflejaba el carácter de su dueño.

Rhydian caminó hasta el escritorio, bajó con cuidado a White y la sentó en una silla frente a él. Después, tomó asiento detrás del escritorio de madera oscura, abrió un cajón y empezó a sacar un montón de papeles desordenados.

—Bueno, ponte cómoda. Esto podría llevar un buen rato.

White se recostó ligeramente sobre el escritorio, apoyando la barbilla en sus brazos mientras sus ojos seguían los movimientos de Rhydian. Lo observó revisar papeles con eficiencia, firmando uno tras otro con trazos firmes. Después de un momento de silencio, su curiosidad la llevó a preguntar:

—¿De qué tratan esos documentos? Sé que eres un líder impresionante, maestro. Todos los nobles te respetan… Pero, bueno, el territorio que diriges y la gente que gobiernas no son tantos.

Rhydian no apartó la vista de los papeles, pero una leve sonrisa apareció en su rostro.

—Tienes razón —respondió sin detenerse—. En total, somos treinta personas… Bueno, treinta y una contigo. No es mucho territorio, pero estos documentos no son precisamente tratados importantes. La mayoría son peticiones de los habitantes y reportes del almacén sobre nuestras reservas.

White ladeó la cabeza, intrigada.

—¿Peticiones?

Rhydian asintió mientras firmaba otro documento.

—Sí. Las peticiones son solicitudes de materiales o mejoras. Yo las reviso, las firmo para aprobarlas y se las paso al tesorero, quien se encarga de liberar los fondos necesarios. Los reportes del almacén me informan si faltan suministros. Cuando eso ocurre, hago una lista con lo que necesitamos, escribo una carta y envío a alguien para que compre lo necesario.

White lo escuchaba con atención, sorprendida por la cantidad de detalles que involucraba la gestión.

—¿Todo eso lo haces tú?

—Por supuesto. —Rhydian levantó la vista con una sonrisa ligera—. Y no solo eso. Todos los que trabajan aquí son mis sirvientes, y viven cerca, conectados por un pasillo que lleva desde la cocina hasta sus dormitorios. Es casi una mansión aparte, con su propia pequeña comunidad.

—¿Una mansión para los sirvientes? —preguntó White con asombro.

—Así es. —Rhydian asintió—. También contamos con una herrería, una granja, e incluso un pequeño hospital. Solo tenemos dos doctores y unos cuantos enfermeros, pero son muy eficientes. La gente aquí es mi responsabilidad, y aunque no sean muchos, cada vida importa.

White miraba a Rhydian con mas admiración.