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Chapter 13 - Capitulo 13. El trato concluye.

Han pasado más de once meses desde que White se unió a la Casa Fox. En ese tiempo, su dedicación incansable la llevó a dominar la meditación hasta alcanzar un control absoluto sobre el flujo de su mana. Sus reservas crecieron de manera exponencial, permitiéndole realizar saltos de un país a otro sin agotarse. Su habilidad con las armas, pulida con disciplina feroz, se volvió temible; su destreza mejoró a un ritmo vertiginoso, alcanzando un nivel que pocos en el mundo podrían igualar.

Su fuerza y velocidad superaban con creces las capacidades de la mayoría de la gente, claro todavía había muchas personas que la superaban, pero solo era cuestión de tiempo. White se había empeñado en ser la mejor, no por ambición personal, sino por la profunda aspiración de ser digna de la Casa Fox. Ahora, participaba activamente en los asuntos del principado, asumía tareas complejas y recorría el territorio de Vulpia con un ojo crítico y una sonrisa cordial, inspeccionando instalaciones y resolviendo problemas.

Su conexión con la tierra, con su maestro y con su propia evolución se había fortalecido de formas que jamás imaginó.

Un día, mientras ambos estaban en la oficina, Rhydian observó el sobre que llevaba días evitando. Lo miró un largo rato, y finalmente, suspiró con resignación.

White, ocupada en sus propios documentos, levantó la mirada cuando notó su expresión. —¿La invitación a la gala, cierto? —preguntó con un tono que mezclaba curiosidad y certeza.

Rhydian asintió, dejando el sobre sobre la mesa con un leve golpe de frustración. —Así es… Como cada año, me repito que no quiero ir, pero al final siempre termino asistiendo. —Sus dedos tamborilearon sobre la madera del escritorio mientras desviaba la vista hacia ella—. Sin embargo, esta vez hay una razón diferente: quiero presentarte oficialmente. Planeo anunciar tu nombre frente a todos los nobles. Este año, te convertirás en una Fox de verdad.

Los ojos de White se iluminaron al instante. Su corazón latió con fuerza. La noticia era más de lo que alguna vez se había atrevido a soñar. Sin embargo, la emoción que le llenaba el pecho se desvaneció cuando Rhydian agregó, con un tono grave y seriedad inusual:

—O al menos ese era el plan… si no fuera por un pequeño detalle pendiente entre nosotros.

White sintió un escalofrío inesperado recorrerle la espalda. Rhydian nunca había usado ese tono con ella, a menos que se tratara de un asunto de máxima importancia. Lo miró con los labios entreabiertos, buscando en su memoria cualquier error que hubiera cometido. Sin encontrar nada, susurró con una mezcla de confusión y preocupación:

—¿Me equivoqué en algo? Si hice algo que le ha molestado, maestro, por favor perdóneme…

Rhydian dejó escapar una risa suave, sacudiendo la cabeza. Su mirada perdió la dureza inicial y se volvió cálida.

—¿Qué? No, no hiciste nada malo. Has superado todas mis expectativas. Tanto, que creo que ya ha llegado el momento… —Hizo una pausa, observando sus ojos con una calma deliberada—. White, tú y yo hicimos un trato. ¿Lo recuerdas? Fue la noche en que te ofrecí ser una Fox durante un año. A cambio, te prometí una fortuna como compensación.

Las palabras de Rhydian cayeron como una piedra en el estómago de White. Se quedó inmóvil, la respiración apenas un susurro.

—Considero que tu parte del acuerdo ha sido más que cumplida, y estoy profundamente agradecido. Como hombre de palabra, es hora de saldar nuestra deuda.

De un cajón, sacó un cheque con una cifra deslumbrante, de esas que solo aparecen en los cuentos o los sueños más ambiciosos. Lo colocó con suavidad frente a ella.

—Adelante. Este es tu pago, como prometí. Y con ello, te devuelvo tu nombre… Señorita Alba Alger.

El silencio se apoderó de la sala mientras el peso de las palabras de Rhydian descendía como una sombra sobre la joven aprendiz.

White se pellizcó el brazo. No podía ser real. Este era el tipo de pesadillas de las que te despiertas sudando frío. Tragó saliva, forzando una sonrisa que temblaba con sus palabras.

—Es muy gracioso, maestro… —rió con nerviosismo—. Siempre me haces reír con tu sentido del humor. Deberías volver al trabajo.

Rhydian no apartó la mirada, sus ojos serenos pero llenos de una determinación firme.

—Lo siento, señorita Alba. No es una broma.

La risa de White se desvaneció al instante, como una vela apagada por el viento. Un calor repentino le subió por la garganta, una furia confusa y mezclada con miedo. ¿Por qué me llama Alba? Se hizo la pregunta una y otra vez, como si repitiéndola pudiera encontrar sentido a lo que estaba ocurriendo.

Alba murió.

Solo quedaba White.

Con la mandíbula apretada y el pecho agitado, alzó la voz. —No sé qué hice mal, maestro, pero puedo arreglarlo. —Sus manos temblaban mientras las juntaba frente a ella, desesperada—. Si necesitas algo, cualquier cosa, lo haré. Incluso puedo ser una sirvienta de la Casa Fox si es necesario, ¡pero por favor, no hagas esto!

Su voz se quebró al final, transformándose en un susurro lleno de angustia.

—No, señorita Alb…

—¡NO SOY ALBA! —gritó con todas sus fuerzas, su corazón latiendo desbocado.

La fuerza de su propia voz hizo eco en las paredes de la oficina. Las lágrimas brotaron sin que pudiera detenerlas, calientes y amargas, quemándole las mejillas.

—Soy White. Alba murió ese día.

La declaración colgó en el aire, pesada como una verdad ineludible. Rhydian no habló. La escuchó, como si cada palabra fuera una daga que lo atravesaba con una punzada invisible.

Rhydian soltó un suspiro corto, con la paciencia de quien ya ha tomado una decisión irrevocable.

—Teníamos un trato, y voy a cumplirlo. Te traje aquí contra tu voluntad, te hice vivir bajo mis reglas y entrenar hasta el cansancio. —Su tono era firme, cada palabra clara y sin titubeos—. Con ese dinero puedes vivir cómodamente donde quieras. Olvida la vida que tuviste aquí y busca algo mejor. Puedes ir a cualquier parte, hacer lo que quieras. —Le tendió el cheque con la mano extendida—. Esto es lo justo.

White bajó la mirada al cheque, sus dedos apretándolo apenas.

—¿Puedo comprar lo que sea con esto? —preguntó sin levantar la cabeza.

—Sí —respondió él sin dudar, directo como una espada.

White jugueteó con el cheque por un momento antes de fijar sus ojos en él, llenos de determinación.

—Entonces quiero comprar un lugar en la Casa Fox.

La expresión de Rhydian permaneció imperturbable, tan fría y sólida como una pared de piedra.

—White, no funciona así. —La firmeza en su voz fue un muro inquebrantable—. Una familia no se compra con dinero, al menos no la mía.

White lanzó el cheque con fuerza sobre la mesa.

—Entonces no me sirve para lo que quiero. —Se inclinó hacia adelante, apoyando ambas manos sobre el escritorio, sus ojos fijos en los de Rhydian—. ¿Por qué hace esto? ¿No soy lo suficientemente buena? ¡Puedo mejorar! Deme los estándares para ser una Fox. Creo que cumplo con la mayoría. Así que, dígamelo. —Su voz temblaba entre furia y desesperación.

Rhydian no desvió la mirada ni un instante. Su respuesta fue inmediata, sin titubeos.

—No se trata de eso. Eres impresionante, pero el trato...

White golpeó la mesa con tanta fuerza que los papeles saltaron.

—¡Al diablo el trato! ¡No me importa esa basura! —Su pecho se agitaba, su rostro encendido de emoción. Dio un paso hacia él, con lágrimas marcando su piel—. Quiero ser de su familia, maestro. De verdad. —Su voz se quebró—. Por favor, no me aleje. Si tengo que hacer un juramento de sangre, lo haré. Se lo ruego… no me haga esto.

Los ojos de Rhydian permanecieron impasibles.

—Cumplo mis promesas al pie de la letra, White. No hay nada más que hacer.

—¡Entonces hagamos otro trato! —White se enderezó de golpe, con los ojos brillando de súplica y locura—. Uno nuevo, de por vida esta vez. O por otro año, lo que sea. ¡Lo que usted quiera!

Rhydian negó lentamente, su expresión de piedra inquebrantable.

—No creo que sea posible.

—¡¿Por qué no?! —gritó White con un rugido que hizo eco por la habitación—. ¿Me odia? ¿Eso es? ¡Si ese es el problema, puedo morir! Prefiero morir siendo una Fox que volver a ser lo que alguna vez fui.

Rhydian la miró fijamente, su expresión tan seria como un filo de acero.

 

—¿Darías tu vida por ser parte de mi casa? ¿Eso es lo que estás diciendo? —se inclinó sobre la mesa, sus ojos clavándose en los de White.

Sin vacilar, ella respondió.

—Sí, eso es exactamente lo que digo.

—Pruébalo. —Se reclinó en su silla, cruzando los brazos.

White no titubeó. Sabía que sus palabras eran verdaderas. Si su maestro quería su vida como precio, se la daría. Sin dudarlo, conjuró una espada de luz, un hechizo que había descubierto y perfeccionado con un esfuerzo interminable. Con un movimiento rápido, dirigió la hoja hacia su garganta.

Pero antes de que el filo alcanzara su destino, una fuerza implacable detuvo la espada. Rhydian, con una mano firme, había intervenido.

—¿Qué? —preguntó White, el aliento escapándosele en un jadeo—. ¿Por qué me detuvo?

Rhydian suspiró, relajándose un poco mientras bajaba la espada con cuidado.

—Vaya… realmente ibas a hacerlo. —Una chispa de asombro cruzó sus ojos—. Eso me sorprendió un poco.

Con un gesto, señaló la silla frente a su escritorio.

—Siéntate, White.

Ella, aún temblando de emoción, obedeció, sus pensamientos un torbellino de confusión y miedo. Rhydian volvió a tomar asiento, manteniendo la misma calma inmutable.

—Eres lo mejor que he visto en mi vida. —Su voz era baja, firme, pero llena de una verdad que pesaba más que cualquier elogio—. Eres un prodigio entre los prodigios, y sé que amas esta casa. Pero tienes que entender algo muy importante.

White no apartó la mirada, su corazón latiendo con fuerza en sus oídos.

—La Casa Fox se construyó sobre los hombros de personas impresionantes. Personas tan talentosas como tú. Y aun así… —hizo una pausa, su mirada volviéndose distante—... aun así, mi casa cayó. No fue solo por enemigos externos; las heridas más profundas vinieron desde dentro. Las traiciones. Las disputas.

Su voz se volvió más baja, pero tan afilada como una daga.

—Tuve que matar a miembros de mi propia familia. Yo no quería eso para ti. No quería volver a vivirlo contigo.

White se quedó sin aliento, sintiendo una punzada en el pecho.

—El trato era real. —Rhydian se recostó en su silla—. Pero cuando lo rechazaste la primera vez, dejó de tener sentido. Lo que realmente necesitaba… lo que necesitaba ver con mis propios ojos… —La miró directamente, con una intensidad imposible de evadir—. Era si puedo confiar en ti al cien por ciento. Si estás dispuesta a ser una Fox, no solo de nombre, sino en espíritu y lealtad absoluta.

Rhydian mantuvo su mirada fija en White, su voz calmada pero cargada de significado.

—Necesitaba saber que, si algún día te doy la espalda, no serías tú quien me ejecutara a la primera oportunidad. Que, en lugar de hundir un cuchillo en mi espalda, serías quien me defendiera. —Hizo una pausa y dejó escapar un suspiro, una sonrisa ligera suavizando sus rasgos—. Lo has demostrado. Estoy seguro ahora. —Su mirada se volvió más cálida—. Lamento que mi método fuera tan ortodoxo… pero eres la primera persona en mucho tiempo en quien he depositado tantas esperanzas. Y, francamente, me aterraba que el pasado se repitiera.

White tragó saliva, sintiendo cómo se relajaba la tensión en su pecho, pero todavía le costaba creer lo que estaba escuchando.

—Por eso —continuó Rhydian, su voz ahora suave como un susurro— te haré esta pregunta por última vez. —Se inclinó hacia ella—. ¿Quieres ser White Fox?

Los ojos de White se abrieron de par en par. Aturdida, pero con una convicción renovada, respondió sin la menor duda.

—Sí.

El miedo que había sentido hace solo unos minutos, esa angustia que la había aplastado como nunca antes, empezó a disiparse, reemplazado por un calor reconfortante. Ni siquiera cuando dejó atrás a su antigua familia había sentido tanto pánico como ante la posibilidad de separarse de su maestro.

Rhydian asintió con serenidad. Luego dio un paso hacia ella y la envolvió en un abrazo.

—Gracias.

White se quedó paralizada al principio, sin saber cómo reaccionar. Pero entonces, toda la presión acumulada estalló dentro de ella, y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.

—Estaba tan asustada, maestro… por favor, nunca me vuelva a hacer eso. —Su voz se quebró mientras hundía el rostro en su pecho.

Rhydian sonrió, su expresión llena de una ternura que solo reservaba para ella.

—Tranquila. —Acarició su cabeza con lentitud—. No volveré a ponerte en esta situación nunca más.

El gesto fue un bálsamo para el alma de White. Cerró los ojos mientras el peso de la angustia abandonaba su cuerpo. Un pequeño monstruo en su interior, algo oscuro y profundo que había empezado a crecer desde que conoció a Rhydian, se agitó, pero ella decidió abrazarlo en lugar de temerlo.

—Maestro… —murmuró, con voz baja— me gusta cuando acaricias mi cabeza.

Rhydian soltó una suave risa, continuando con el gesto sin pausa.

—¿De verdad? —preguntó con una sonrisa amable—. Bueno, entonces lo haré más seguido… mi pequeña Canopus.

El corazón de White dio un vuelco, y en su mente solo había un pensamiento: Sí, por favor.

Se quedaron así por un momento, un instante robado que se sentía eterno.

Cuando Rhydian finalmente comenzó a separarse, ella lo abrazó con más fuerza, rodeando su cintura y hundiendo aún más su rostro contra su pecho.

—Solo un poco más… me lo debe, maestro.

La risa de Rhydian fue un susurro cálido contra su cabello.

—Está bien. Solo un momento más.

Pasaron solo unos segundos antes de que Rhydian se apartara por completo, dándole espacio a White.

—Bien —dijo con una sonrisa ligera—. Ahora te convertiré en una Fox de verdad. Quédate ahí parada, dame un momento.

Regresó a su escritorio, abriendo un cajón escondido del que sacó una daga ceremonial con un intrincado diseño en el mango. El filo era oscuro, casi negro, y parecía brillar con un tenue resplandor mágico.

White observó la escena con creciente curiosidad.

—¿Entonces no soy una Fox oficial todavía? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y expectativa.

Rhydian negó con la cabeza mientras caminaba de vuelta hacia ella.

—No. —Su expresión permaneció tranquila, pero sus palabras estaban cargadas de significado—. Pero cuando completes este ritual, serás una Fox de pleno derecho. Y cuando eso suceda… —sus ojos centellearon—, tu poder aumentará considerablemente. Después de todo, estás por convertirte en parte de una de las familias más poderosas que hayan existido.

White sintió que su corazón latía más rápido con cada palabra.

Rhydian sostuvo la daga con firmeza y, sin vacilar, pinchó la yema de su dedo índice. Una gota de sangre escarlata se formó en la punta.

—Abre la boca —ordenó con calma—. Y traga.

White lo miró con asombro, su mente corriendo en mil direcciones, pero la confianza en su maestro no flaqueó. Abrió la boca lentamente, y Rhydian dejó que la gota de su sangre cayera sobre su lengua. Sintió el calor metálico del líquido antes de tragarlo con un ligero estremecimiento.

Rhydian dio un paso atrás, su voz llenándose de solemnidad.

—Como líder de la Casa Fox, declaro que Alba Alger pasa de ser un miembro de los Alger para convertirse en White Fox. Y así lo decreto.

Al pronunciar esas palabras, una oleada de energía recorrió el cuerpo de White. Sintió que algo profundo en su interior despertaba, una calidez abrasadora como fuego líquido que comenzaba a extenderse por sus venas. No era dolor, sino un calor acogedor que le llenaba el pecho y el alma con una fuerza indescriptible.

De repente, su forma comenzó a cambiar. Su cabello pareció brillar como nieve bajo la luz de la luna, y una suave niebla mágica envolvió su cuerpo. Cuando la niebla se disipó, ya no era completamente humana. Se había transformado en un zorro de pelaje blanco como la pureza de una estrella, sus ojos resplandecían con un fulgor sobrenatural.

Ella miró sus patas y su cuerpo con asombro, sintiendo cómo el poder vibraba en cada fibra de su ser.

Rhydian, con una expresión serena pero satisfecha, murmuró con voz suave:

—Bienvenida a la familia, White Fox.