Cuando el mayordomo termino de confirmar que efectivamente no había nadie en contra, entonces asintió a los nobles que estaban al principio de cada fila, estos en respuesta entraron en el campo de entrenamiento, y comenzó el duelo.
Rhydian observó a los competidores. Algunos eran jóvenes como él, mientras que otros, con experiencia y años en el campo, probablemente eran más peligrosos de lo que dejaban ver. Pero lo que más captó su atención fue la atmósfera que se había generado en el salón. La tensión era palpable, pero también había una especie de diversión oculta. En su mente, veía el torneo más como un juego, un espectáculo donde todos intentaban ganar, pero sin perder de vista que, en el fondo, lo que se jugaba era mucho más que el simple título de ganador.
El primer combate fue entre un joven del Kingdom of Lupina y un noble de la Duchy of Ursalia. Ambos se miraron con una intensidad que anticipaba lo inevitable: el choque de voluntad y fuerza. La lucha fue rápida, el noble de Ursalia mostrando su destreza física, mientras que el joven de Lupina, más ágil y astuto, esquivaba y atacaba con rapidez. Al final, fue el joven quien, con un movimiento imprevisible, derribó a su oponente, asegurándose la victoria.
El sonido de la multitud aplaudiendo llenó la sala, mientras el joven de Lupina regresaba con una sonrisa confiada. Rhydian no pudo evitar notar su arrogancia; ese tipo de actitud, tan segura de sí misma, siempre solía ser su mayor debilidad. No era difícil predecir que su propia caída vendría de su exceso de confianza.
El mayordomo no perdió tiempo, indicando al siguiente par de combatientes. Cada combate fue una mezcla de magia, destreza física y estrategia, pero Rhydian mantenía su concentración, analizando a los demás competidores mientras se deleitaba con la tensión creciente. Este torneo no era solo una prueba de habilidades, sino una oportunidad para observar los movimientos de los nobles, sus estrategias, y los intereses ocultos que solo emergen en momentos como este.
Los demás líderes observaban cómo se desarrollaban los duelos en silencio. De vez en cuando, intercambiaban breves palabras entre ellos o aplaudían cuando la etiqueta lo requería, pero fuera de eso, su expresión permanecía reservada. Shere, con los ojos fijos en los nobles de su territorio, se permitió un momento de orgullo al ver que la mayoría había superado las primeras rondas.
En contraste, los representantes del Ducado de Selachia, cuya tierra estaba rodeada por agua, no tuvieron tanta fortuna. Uno tras otro, fueron derrotados. El terreno seco claramente les jugaba en contra; aunque habilidosos en combate, carecían de la ventaja que el océano les otorgaba. La situación arrancó una mirada inquisitiva de Shere hacia la mujer sentada a su lado. Era elegante, pero con un aire inconfundiblemente pirata, una mezcla de nobleza y peligro.
—Qué pena que tus nobles no se desarrollen bien en tierra firme —comentó Shere, encogiéndose de hombros con una sonrisa calculada.
La mujer, con calma casi indolente, bebió un sorbo de su copa antes de responder:
—¿Qué te puedo decir? Nuestro reino es el océano y el agua... Pero tú le temes al agua, ¿no es así, gatita? No lo entenderías.
La voz de la mujer era suave como las olas, pero con una marea subyacente de amenaza. La única persona que podía atreverse a hablar así con Shere, cuyos ojos fieros intimidaban incluso a los más valientes, era Kaelan Shark, la líder de la familia Shark.
Kaelan tenía unos 36 años, pero era más feroz y fuerte que muchos hombres en la plenitud de su juventud. Llevaba un vestido aquamarina que parecía tallado por el mismo océano, con joyas de perlas brillantes y conchas que relucían bajo la luz. Su presencia era imponente: Rhydian, a su lado, parecía un simple arenque frente a un tiburón blanco. Sus ojos, de un azul cristalino y profundos como las aguas más peligrosas, observaban todo con una mezcla de nobleza y predadora astucia. A pesar de sus modales, había momentos en que sus gestos y maneras revelaban un salvajismo que muchos considerarían bárbaro para los estándares de la nobleza.
Las dos mujeres se miraban con una tensión tan palpable que el aire mismo parecía espesarse alrededor de la mesa. Si no hubiera sido por la intervención de un hombre grande y fornido a la derecha de Kaelan, quién sabe qué hubiera ocurrido en ese balcón.
El imponente hombre colocó una mano enorme sobre el hombro de Kaelan y habló con una voz profunda y tranquila, como el eco de un río fluyendo entre montañas.
—Tranquilas, chicas. Vinimos a divertirnos. Si tus nobles no lograron avanzar esta vez, Kaelan, no te preocupes, ya habrá otra ocasión para lucirse. Y tú, Shere… tus guerreros son formidables. Aplaudo a tu territorio; tienen un espíritu increíble. ¡Salud por eso! —Levantó su copa en un gesto de camaradería, invitando a un brindis.
Rhydian, que observaba la escena con una sonrisa divertida, levantó su copa hacia el amable gigante antes de agregar:
—Tus hombres también pelean bien. Supongo que la tenacidad es una virtud inherente a tu tierra… ¿o no, señor Bjorn?
El coloso dejó escapar una risa profunda que resonó como el retumbar de un trueno lejano.
—Gracias por tus palabras, joven zorro.
Bjorn Bear, líder de la familia Bear y señor de Ursalia, vestía un imponente traje que parecía diseñado para un titán. La fina lana de color negro profundo, tejida con bordados de hilos dorados que dibujaban patrones intrincados de ramas y garras, resaltaba su conexión con la naturaleza y la fuerza bruta. Un broche de plata maciza en forma de una cabeza de oso adornaba su capa de terciopelo marrón oscuro, cuyo forro interior de piel parecía haber sido tomado del mismo invierno. Su camisa de lino blanco era impecable, aunque el cuello alto apenas lograba contener su musculoso cuello.
Con su altura de más de dos metros, hombros anchos como montañas, y manos que parecían capaces de partir un tronco con un solo golpe, Bjorn no solo era una fuerza de la naturaleza; era la calma antes de la tormenta. Su expresión serena y sus ojos marrones, cálidos pero llenos de sabiduría, contrastaban con su figura intimidante. Para Rhydian, el líder de Ursalia era una mezcla fascinante de poder, paciencia, y una nobleza sencilla que inspiraba respeto.
Ante la intervención de Bjorn, ambas mujeres soltaron el tema como si nunca hubiera existido y dirigieron su atención hacia otra parte. La escena, aunque tensa, le resultaba entretenida a Rhydian, pero no tenía interés en permitir que una pelea arruinara su objetivo. Había algo mucho más importante en su mente: conocer mejor a la familia Alger. Soltando un suspiro casi imperceptible, volvió su atención a los combates que se desarrollaban en el centro de la pista.
Un desfile de contendientes entraba y salía del círculo de batalla, pero para Rhydian eran solo nombres y rostros sin verdadero interés. Su atención permaneció dispersa hasta que finalmente apareció la figura que esperaba: el líder de la familia Alger.
A primera vista, no había nada extraordinario en él. Un hombre de complexión moderada, con un aire de inteligencia que se reflejaba en sus ojos calculadores y una técnica respetable con la espada, aunque carente de la fuerza imponente o la destreza deslumbrante que definían a los verdaderos maestros. La contienda terminó rápido y predeciblemente. El noble Alger fue derrotado por un combatiente del Ducado de Serpentis, conocido por su crueldad y precisión implacable.
Para cualquier otro espectador, aquello habría sido el final de la escena, pero Rhydian permaneció atento, sus ojos fijos en cada movimiento del noble mientras este regresaba a su mesa. Lo observó con la concentración de un cazador estudiando a su presa, buscando signos, patrones, cualquier indicio que delatara la verdadera naturaleza del hombre.
Cuando el líder de la familia Alger tomó asiento, sus camaradas intentaron consolarlo con palmadas y palabras de ánimo. Su esposa, siempre a su lado, hizo lo mismo, murmurando con ternura palabras que se perdieron en el bullicio del salón. Entonces, la joven de mirada ausente, inmóvil como una estatua durante toda la velada, levantó lentamente su mano. Con una cautela dolorosamente visible, tocó el hombro del noble en un gesto tímido pero genuino de consuelo.
El hombre giró la cabeza hacia ella. Por un instante que se alargó demasiado, su mirada se clavó en la de la muchacha. No había gratitud ni reconocimiento en sus ojos, solo una frialdad cortante y un desprecio tan profundo que parecía congelar el aire entre ambos. Sin pronunciar una sola palabra, desvió la vista y volvió su atención a los demás, ignorándola como si no existiera.
La joven bajó la mirada, sus dedos temblorosos cayendo a su regazo. El gesto quedó olvidado, una sombra en el tumulto de la velada. Regresó a su postura rígida, su semblante tan inmóvil como antes, pero Rhydian vio la grieta, el rastro sutil de un alma que se desmoronaba bajo el peso de una vida en la oscuridad.
En ese momento, Rhydian tomó una decisión. Aquella chica tenía una historia, una que, aunque marcada por la crueldad, era un enigma irresistible para el zorro. No buscaba acercarse a ella por compasión. Lo que realmente deseaba era el diamante que se estaba formando bajo la presión aplastante de su realidad: una joya de valor incalculable, una fuerza que valía la pena descubrir y reclamar.
El torneo continuó, y su conclusión no sorprendió a nadie. Un noble del territorio Tigris, con una fuerza y destreza propias de un verdadero guerrero, emergió como el vencedor definitivo. Cuando el último contendiente cayó, el aplauso resonó en el salón, una ola de aprobación que hizo vibrar los candelabros y llenó el aire de admiración.
Los ojos de Shere Tigris brillaban con orgullo feroz. Su mirada, tan afilada como las garras de su emblema familiar, lanzaba un mensaje tácito a todos los presentes: "Admiren a mis nobles, la gloria es nuestra." En eso volteo a ver a Rhydian que estaba a su lado y dijo.
—¿Qué te pareció? ¿Impresionantes, verdad? —preguntó, la vanidad palpitando en cada palabra.
Rhydian le devolvió una sonrisa cortés, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.
—Definitivamente, formidables guerreros. —Sus palabras, aunque sinceras, no delataban los pensamientos que cruzaban por su mente.
Con el torneo concluido, el mayordomo regresó al centro del salón, su figura impecable y su voz resonante.
—Con esto, damos por finalizado el torneo. En unos momentos, daremos inicio al baile de gala.
Al instante, como si las batallas nunca hubieran tenido lugar, el suelo central del salón volvió a su estado original.
Momentos después, la orquesta empezó a tocar suaves melodías que llenaron el salón con un aire elegante y festivo. Uno a uno, los nobles comenzaron a levantarse, tomando a sus parejas para bailar en el centro de la pista. Desde su posición elevada en el balcón, los líderes de las casas principales observaban con distintas expresiones, algunos con aburrimiento y otros con orgullo discreto.
La familia Alger también se unió al baile, dejando a la joven sola en su mesa. Rhydian lo notó de inmediato. Aquella era la oportunidad perfecta para acercarse a la chica, pero no podía actuar con imprudencia. La etiqueta noble dictaba que un líder de casa debía mantener la distancia con los de menor rango, y menos aún podía permitirse atraer miradas indeseadas siendo quien era.
Entonces, una idea astuta surgió en su mente.
Sin perder tiempo se levanto de su asiento y sin permitirle a Shere poder detenerlo, se acercó con paso calculado a Regulus Lion, que disfrutaba del espectáculo con una sonrisa apenas perceptible. Inclinándose ligeramente hacia él, Rhydian comentó con aire casual:
—Regulus, ¿no crees que un baile de máscaras sería más… intrigante? Añadiría un toque de misterio a la noche y dejaría espacio para sorpresas. Imagínalo: desconocidos descubriéndose unos a otros, sin las cargas de los nombres que portan.
El León alzó una ceja, intrigado por la propuesta.
—Interesante. —Una chispa de diversión cruzó por sus ojos dorados—. Va en contra de mi inclinación natural a destacar, pero la idea de bailar sin saber quién es tu pareja... tiene su encanto. —Sonrió con malicia—. Además, podría ser… muy entretenido.
Con un gesto magnánimo, Regulus se levantó y ordenó al mayordomo que anunciara el cambio. El baile sería, a partir de ese momento, un evento de máscaras.
Cuando las máscaras comenzaron a distribuirse, Rhydian regresó a su lugar y dejó escapar un suspiro teatral. Mirando de reojo a Shere, comentó con fingida desgana:
—Creo que voy a tomar aire fresco. Ver a otros bailando no me entusiasma. El torneo fue entretenido, sí, pero un baile… eso ya es otra cosa.
Shere, sin apartar la vista de sus nobles que se movían con precisión felina al compás de la música, respondió con un gesto despreocupado.
—Nada mas quería que vieras el torneo y admiraras lo genial que son los nobles de mi territorio. Haz lo que quieras. Solo no me molestes. —La sombra de una sonrisa divertida cruzó su rostro, aunque nunca desvió la mirada del salón.
Rhydian se levantó sin hacer ruido y se deslizó fuera del balcón. Una vez lejos de las miradas inquisitivas, su paso se volvió más ágil, más decidido. Con un leve movimiento de la mano, tomó una máscara sencilla pero elegante: negra, con bordes pulidos y un diseño que cubría la mitad superior de su rostro. Su magia retrocedió en su interior como una llama contenida, oculta bajo capas de sigilo.
Con cada paso, su figura se volvió una sombra en la multitud, moviéndose con la fluidez de un zorro entre hojas caídas. La máscara, el aire de misterio que impregnaba el salón, y su habilidad natural para pasar desapercibido le otorgaron la cobertura perfecta.
Mientras los nobles disfrutaban del baile, envueltos en el anonimato de sus disfraces, Rhydian buscó a su objetivo. La joven seguía sentada sola, su mirada perdida, ajena a la efervescencia que llenaba la pista.
Con una leve sonrisa que prometía intrigas, Rhydian se preparó para dar el siguiente paso.
Después de deslizarse con agilidad entre la multitud enmascarada, Rhydian finalmente llegó a su destino: la mesa donde la joven permanecía sentada en soledad. Se acercó con una cortesía impecable, inclinando levemente la cabeza mientras extendía su mano.
—Una hermosa velada, madam —dijo con voz suave pero firme—. Me preguntaba si podría concederme esta pieza.
La chica lo observó a través de su máscara con un aire inexpresivo, pero su cuerpo se movió con una precisión casi ensayada. Con una reverencia elegante, tomó la mano de Rhydian sin una sola vacilación.
Sin pronunciar más palabras, él la condujo hacia la pista de baile. La música fluía como un río de melodías, envolviéndolos en un mundo aparte mientras sus pasos se sincronizaban perfectamente con el compás. Sin embargo, no tardó en notar lo que realmente le intrigaba: los movimientos de la chica eran impecables, gráciles y calculados, pero completamente carentes de alma. Era como un mecanismo finamente ajustado, una marioneta que se movía sin la chispa de la vida.
Rhydian permitió que el silencio se alargara unos instantes antes de hablar, su tono tan ligero como una brisa.
—Disculpe mi atrevimiento, madam, pero… ¿algo la perturba? —preguntó mientras giraban suavemente.
La respuesta llegó fría y distante, como una ráfaga de aire helado.
—Claro que no, mi lord. Bailar con usted es… reconfortante.
Las palabras eran correctas, pero carecían de la calidez que debía acompañarlas. Rhydian suspiró con suavidad, como si aceptara su resistencia sin perder su interés. Sus ojos, ocultos tras la máscara negra, la estudiaban con una mezcla de fascinación y desafío.
—¿Podría al menos saber su nombre? —dijo, su voz revestida de un encanto despreocupado que invitaba a la confianza.
La chica, sin perder el ritmo del baile, respondió con una solemnidad perfecta:
—Revelar nuestras identidades rompería la magia del baile de máscaras. Eso, sin duda, no sería del agrado de su majestad Regulus.
Rhydian dejó escapar una ligera risa, apenas un susurro que se perdió entre las notas de la música. Esta experiencia solo avivaba más su curiosidad; se le hacia interesante que una niña con tal fluides y destreza, fuera pasada por alto, y peor aun, sea ignorada por su familia, un enigma que alimentaba la curiosidad del zorro.