El zorro estaba cautivado por la fría indiferencia de la chica. No le importaba quién estuviera detrás de la máscara; su actitud era tan impasible que Rhydian estaba seguro de que, sin importar quién fuera, la escena se habría desarrollado de la misma manera. Aquello solo alimentaba su interés.
Guiando a la chica suavemente hacia el centro del salón, Rhydian sintió una creciente motivación. Quería ver cuánto más podría durar esa fachada. Esperaba que la máscara de hielo que llevaba la joven se rompiera antes de que la velada concluyera.
Cuando la música terminó, Rhydian habló con una sonrisa elegante.
—Sé que solo pedí una pieza, pero realmente me complacería mucho si me concede una última. Le aseguro que será la última.
La chica, sin mostrar sorpresa alguna, asintió de manera simple, aceptando la solicitud sin decir palabra alguna.
La siguiente melodía comenzó, y con ella, Rhydian se preparó para hacer algo que no solía hacer. A pesar de lo incómodo que podía resultarle, con su rostro oculto tras la máscara, estaba decidido a aprovechar al máximo su anonimato. El zorro planeaba destacarse esa noche, y nada sería mejor que hacerlo mientras bailaba con la enigmática dama.
A pesar de la fachada que solía presentar, Rhydian era un bailarín excepcional. Tomando la iniciativa sin dudarlo, comenzó a guiar el vals con la joven dama. Cada uno de sus movimientos irradiaba una elegancia dominante que rápidamente opacó a las parejas que aún permanecían en la pista. Paso tras paso, parecía como si ambos flotaran al compás de la música, una coreografía de perfección que atrapó la atención de todos los presentes.
Uno a uno, los nobles dejaron de bailar, cautivados por la pareja que se movía con una gracia casi irreal. La armonía entre Rhydian y su compañera era tal que el zorro apenas necesitó esfuerzo para guiarla. Ella había adaptado su ritmo al suyo con precisión casi instintiva, igualando cada paso con una fluidez impecable.
Sin embargo, como si despertara súbitamente de un sueño, la joven percibió lo que ocurría a su alrededor. Los murmullos habían cesado, y todos los ojos estaban fijos en ellos. El peso de aquella atención hizo que su aplomo se tambaleara. Perdió el equilibrio en un instante de vacilación.
Rhydian reaccionó con rapidez, sujetándola firmemente antes de que pudiera caer. La danza continuó por un segundo más, pero la máscara de la joven no tuvo la misma suerte. Deslizó de su rostro y cayó al suelo con un suave golpe, dejando al descubierto su rostro.
En ese instante, el salón entero se sumió en un silencio sepulcral. Los ojos de los nobles se clavaron en la joven cuya máscara ahora reposaba en el suelo. El aire, antes lleno del suave murmullo de la música y el roce de los pies danzantes, se llenó rápidamente de susurros afilados como dagas.
Los murmullos crecieron, primero discretos y luego descaradamente audibles:
—Así que era ella... —comentó un noble desde una mesa cercana, su tono lleno de desdén.
—¿La hija principal de la familia Alger? Qué decepcionante final para una actuación tan impecable, —se burló otro con una sonrisa socarrona.
Las palabras se extendieron como una marea venenosa.
—Demostró un baile increíble, pero al final tropezó... —se oyó decir a alguien con una risa sofocada.
—Si solo quería atención para caerse al final, habría sido mejor que se quedara en su casa, —añadió otra voz con desdén.
El peso de las miradas y los cuchicheos cayó sobre la joven como una tormenta implacable. Rhydian, aún sosteniéndola con firmeza, sintió la tensión en su cuerpo, como una cuerda tirante a punto de romperse.
Con un gesto sereno y sin decir una palabra, se inclinó para recoger la máscara caída. La sostuvo por un instante, como si le devolviera una pieza vital de su armadura, y se la ofreció con elegancia. La chica tomó la máscara con manos temblorosas, su mirada fija en el suelo, antes de hacer una reverencia rígida y retirarse con pasos apresurados, como una sombra que huye de la luz.
Rhydian, por su parte, hizo una reverencia breve, dejando que su figura se desdibujara entre la multitud. Se movió con la misma fluidez y agilidad que había demostrado en la pista de baile, deslizándose sin ser notado hasta regresar al balcón. Allí, con un movimiento casual, se quitó la máscara y se acomodó en su asiento, como si nada hubiera pasado.
—¿Qué sucedió? —preguntó, fingiendo un aire de aburrida curiosidad mientras dejaba la máscara a un lado.
Shere, sin apartar la vista de los bailarines que ahora retomaban su lugar, soltó un suspiro.
—Una noble estuvo a punto de dar un espectáculo digno de recordar —comentó con una mezcla de fastidio y diversión—. Su baile fue impresionante, pero justo cuando captó la atención de todos… tropezó. —Chasqueó la lengua con desdén—. Hizo que mis nobles dejaran de bailar solo para terminar cayendo. Vaya decepción.
….
Después de un rato, la gala había llegado a su fin. Regulus se levantó, su figura imponente irradiando autoridad mientras daba unas últimas palabras de despedida.
—Muchas gracias por venir. Los espero con ansias el año entrante. —Una sonrisa segura curvó sus labios mientras comenzaba a despedir a los invitados personalmente.
Uno a uno, los líderes de las casas se levantaron. Shere intercambió unas palabras rápidas con Rhydian antes de marcharse. La mayoría de los demás ya se habían retirado, pero Rhydian permanecía sentado, sus ojos fijos en la joven de la familia Alger. Desde la distancia, podía sentir el peso de la furia y la vergüenza en las miradas de sus familiares, dirigidas con fría intensidad hacia ella.
Cuando la familia Alger finalmente abandonó el salón, el zorro supo que ya no tenía razón para quedarse. Se levantó con calma, sus pensamientos aún girando en torno a la chica y su potencial. Justo cuando estaba a punto de irse, sintió una mano firme agarrando su brazo.
—Buena velada, ¿verdad, joven zorro? —dijo una voz profunda y ligeramente burlona. Un hombre de complexión delgada, pero de presencia imponente, lo miraba con una sonrisa misteriosa. Su cabello, tan negro como una noche sin estrellas, caía en mechones desordenados alrededor de un rostro afilado, donde unos ojos grises brillaban como si pudieran ver a través de las máscaras y las almas—. Y por cierto, tienes unos pasos de baile bastante impresionantes. Quizás algún día puedas enseñarme. —Una risa suave, casi un susurro, escapó de sus labios.
Rhydian sintió un escalofrío recorrerle la espalda al reconocerlo: Corvus Crow, el enigmático líder de la familia Crow. Era conocido por su excepcional habilidad para reunir información y desentrañar los secretos más oscuros. Algunos decían que su dominio sobre lo arcano le permitía vivir mucho más allá de lo humanamente posible. Aunque aparentaba unos cuarenta y cinco o cincuenta años, los rumores hablaban de un hombre que había visto más de un siglo de intrigas.
Vestía un traje negro impecable, con detalles de plumas bordadas en hilo plateado que recorrían las solapas de su chaqueta, imitando las alas de un cuervo. Un chaleco de terciopelo oscuro cubría su torso, y un reloj de bolsillo de plata colgaba de una cadena fina, como si marcara un tiempo que solo él entendía. En su mano, sostenía un bastón delgado con un pomo tallado en forma de cuervo, sus ojos de ónix reflejando la misma mirada insondable de su dueño.
Rhydian suspiró, resignado ante su derrota tras ser descubierto.
—Nada se te escapa, viejo. Y yo que pensaba que había engañado a todos.
Corvus esbozó una sonrisa llena de astucia, sus ojos grises destellando con humor.
—No soy tan viejo, solo tengo 234 años. Una edad llena de energía, si me lo preguntas. Tú y esa felina deberían tratarme con más respeto. Además, mis historias no son aburridas. —Se apoyó ligeramente en su bastón, su tono divertido pero con la misma agudeza que lo hacía temible.
Rhydian dejó escapar otro suspiro, esta vez más largo.
—Incluso descubriste eso. Vaya, realmente me aterras —dijo, su voz tranquila pero con una pizca de genuina admiración.
Corvus se rió, un sonido suave pero cargado de sorna.
—Bueno, tomar por sorpresa a un joven tan cauteloso como tú me ha alegrado la noche. —Su mirada se intensificó, un brillo inquisitivo revelando que la conversación recién comenzaba—. Así que… ¿interesado en la hija principal de los Alger?
El zorro no mostró ni un atisbo de sorpresa esta vez. Si Corvus había descubierto su disfraz, era evidente que también habría adivinado sus intenciones.
—Así es, estoy muy intrigado —admitió Rhydian con una chispa de emoción—. ¿Viste cómo bailaba? Claramente es impresionante, y eso solo en el baile. Apuesto a que en otras disciplinas es igual de genial.
Corvus asintió con una expresión grave.
—De hecho, lo es. Es una niña magnífica. Solo tiene catorce años y pudo ejecutar con gracia una danza tan compleja. Lástima que su familia solo la vea como un estorbo. —Negó con la cabeza, como lamentando una tragedia ya escrita.
Rhydian, captando la profundidad del conocimiento de Corvus, se inclinó un poco hacia adelante, intrigado.
—Entonces sabes su historia, ¿eh? —La sonrisa astuta del zorro apareció mientras preguntaba—. ¿Cuánto me costaría esa información?
Corvus soltó una carcajada baja, un eco lleno de experiencia.
—Realmente estás interesado. No te mentiré; yo también consideré que formara parte de mis filas. Pero al final decidí que no. Su reputación sería tan brillante que haría imposible mantener mi casa en las sombras. La luz no deseada es una molestia que prefiero evitar. —Hizo una pausa, evaluando al joven—. En cuanto al costo… —Una sonrisa más amplia, casi conspiradora, se formó en su rostro—. ¿Qué te parece un favor? Sé que eres ágil, fuerte, y no temes manejar situaciones… bélicas. No es mi especialidad, pero podría necesitar tu habilidad algún día. Ese será el precio de esta información.
Corvus extendió la mano con un gesto firme y deliberado.
—¿Qué dices muchacho, tenemos un trato?
Rhydian dudó por un instante, sopesando el costo del trato. Sabía que la información que buscaba no sería fácil de obtener, y cumplir un favor para el viejo maestro del misterio no parecía tan problemático. Con una ligera sonrisa en los labios, extendió la mano y la estrechó con firmeza.
—Tenemos un trato.
Corvus asintió con una satisfacción tranquila, su voz deslizándose como el murmullo de un río cargado de secretos.
—El nombre de la chica es Alba Alger.
Habló sin emociones, como si relatara una simple anécdota sin importancia personal.
—Desde el día de su nacimiento, Alba fue recibida con amor y regalos. Una hija preciada, un símbolo de bendición. Pero el duque de Alger tenía sus propios sueños, y ella no era el heredero varón que esperaba para asegurar su linaje. Dos años después, su esposa murió dando a luz a un segundo hijo que tampoco sobrevivió. El duque quedó atrapado en su dolor… y Alba, con solo cuatro años, decidió que debía convertirse en la hija perfecta, aquella que su padre pudiera admirar. Política, estrategia, esgrima, magia... Pasó siete años perfeccionándose, decidida a ser el orgullo de la casa Alger.
El tono de Corvus permaneció sereno, como si describiera piezas de ajedrez moviéndose en un tablero.
—A los doce años, una nueva esposa llegó a la familia. Alba se llenó de ilusiones, creyendo que su padre podría encontrar consuelo al fin. Pero la mujer fue como el invierno: fría, distante. Un año después, dio a luz al ansiado heredero varón, y desde ese momento, la existencia de Alba se redujo a la de una sombra en su propia casa.
Corvus continuó, indiferente ante lo trágico de la historia.
—Para su padre, ella se convirtió en un recordatorio viviente de lo que había perdido. La culpó por la muerte de su primera esposa, convencido de que, si hubiese nacido hombre, nunca habría intentado tener otro hijo. Así, la joven Alba pasó de ser una niña querida a una huérfana emocional en su propio hogar. Durante el siguiente año, siguió entrenando, perfeccionándose... pero nadie la veía. Nadie la escuchaba. En la casa Alger, solo el silencio le hacía compañía.
Rhydian dejó que las palabras se asentaran en su mente. Una vida de talento desperdiciado, todo por la ceguera de un hombre atrapado en el pasado. Un suspiro se escapó de sus labios.
Corvus se encogió de hombros y le dio una palmada en la espalda, ajeno a cualquier juicio.
—Bueno, eso es todo. Aquí tienes su dirección. —Sacó un papelito de su abrigo y se lo entregó. Le guiñó un ojo antes de marcharse sin prisa.
Corvus había sabido desde el principio que Rhydian se interesaría por Alba, mucho antes de que el joven mismo lo reconociera. Esa certeza le provocó un leve escalofrío. Mejor no pensar demasiado en ello.
…
Al salir del castillo, la brisa nocturna lo envolvió, pero Rhydian apenas lo notó. El carruaje lo esperaba a la entrada, con las farolas iluminando su camino con un suave resplandor dorado.
El cochero inclinó la cabeza en una muestra de respeto.
—¿Lo llevo a casa, señor?
Rhydian sacudió la cabeza y deslizó el papel con la dirección entre los dedos del conductor.
—Primero, a esta dirección.
El hombre miró el papel solo un instante antes de responder con un asentimiento preciso.
—Como ordene, mi lord.
Con un ligero chasquido de las riendas, las ruedas comenzaron a girar.