La tarde caía lentamente sobre el pueblo de Invera, pintando el horizonte con tonos rojizos y naranjas. Las últimas luces del sol se filtraban entre los techos de las casas antiguas, reflejándose en las piedras empedradas de las calles. El aire fresco de otoño acariciaba la piel de Liam, quien caminaba hacia su hogar después de una tarde tranquila en la plaza central. Nada en el mundo podría haberlo preparado para lo que estaba a punto de suceder.
Al llegar a la puerta de su casa, algo le dio un vuelco al corazón. La puerta estaba entreabierta. No recordaba haberla dejado así. Entró con cautela, sus pasos resonando en el pasillo vacío. La casa estaba silenciosa, demasiado silenciosa. Liam recorrió las habitaciones, llamando por su hermano Ethan, pero no hubo respuesta. El eco de su voz se desvaneció rápidamente, como si la casa misma estuviera vacía.
Con cada paso que daba, una sensación de angustia lo invadía, hasta que algo en el aire cambió. Un grito, lejano y desgarrador, llegó a sus oídos. Liam saltó hacia la ventana y, al mirar hacia la calle, vio algo que lo paralizó. Dos sombras se movían rápidamente, una más grande que la otra. A la luz débil de la tarde, distinguió a su hermano, luchando contra sus secuestradores, pero no era suficiente. Los hombres lo arrastraban sin piedad hacia las sombras de la calle. Ethan estaba siendo llevado.
La adrenalina se apoderó de Liam. Salió disparado hacia la puerta, corriendo sin pensar, con la única imagen de su hermano secuestrado grabada en su mente. Corrió por las estrechas callejuelas de Invera, pero la calle estaba vacía, desierta. La brisa fría golpeaba su rostro, y el sonido de sus pasos se perdía en la quietud. A lo lejos, las figuras encapuchadas parecían desvanecerse en la oscuridad, como si no estuvieran allí en absoluto.
"No puedo perderlos", pensó, pero no sabía a dónde ir. El pueblo de Invera, que tan bien conocía, ahora le parecía extraño, inalcanzable. Desesperado, gritó el nombre de Ethan, su voz rasgando el silencio de la noche. Ninguna respuesta. Solo el viento, que parecía burlarse de él al empujarlo hacia una dirección que no comprendía. Algo dentro de él le decía que debía seguir.
En la esquina de la calle, una figura se deslizaba de las sombras. Liam se detuvo en seco, su corazón latía con fuerza, y su mente se nublaba por la confusión. La figura, alta y envuelta en una capa oscura, lo observaba desde la penumbra. No era un hombre, no era una sombra común, sino algo… diferente. Algo que parecía salido de otra realidad.
"Tu hermano está en nuestras manos, Liam", dijo la figura con una voz que resonó en su mente, como un susurro que nunca se desvanecía. "Si quieres salvarlo, tendrás que seguirme."
Liam retrocedió un paso, sin saber si debía confiar en esa figura. La tensión crecía dentro de él, pero una parte de su ser comprendió que no había elección. No podía quedarse de brazos cruzados mientras su hermano estaba en peligro. No podía permitir que Ethan sufriera lo mismo que él había vivido en su infancia, cuando la oscuridad parecía devorar todo lo bueno que existía.
"¿Quién eres?", preguntó, su voz temblando.
"Yo soy quien te llevará al lugar que buscas. Solo entonces conocerás la verdad detrás de lo que ha sucedido. Pero debes estar dispuesto a adentrarte en las sombras, Liam."
La figura desapareció tan rápidamente como había aparecido, fundiéndose con la oscuridad de la calle. Liam, aún sin comprender completamente lo que ocurría, sintió que algo en su interior lo empujaba a seguirla. La misión, aunque incierta, era clara: debía rescatar a Ethan, y para ello, tendría que adentrarse en un mundo que nunca había imaginado.
Casi sin pensarlo, dio el primer paso hacia el abismo que se abría ante él. El aire parecía más denso, como si cada respiro le costara más, pero no había marcha atrás. La sombra de su hermano lo llamaba desde la distancia, y Liam sabía que no podía fallar.
La misión había comenzado. Y con ella, las sombras se alzaban.