De forma abrupta, una luz apareció, y de la misma manera, sin previo aviso, se desvaneció.
Aquel lugar que se iluminó no tenía nada de especial. Tan solo era una habitación más en el corazón de una ciudad oscura y terrible, tan indiferente como lo era la propia Gotham. Cuatro paredes con pintura gastada, una cama modesta con sábanas arrugadas y un escritorio donde reposaba una computadora, el único objeto que parecía tener vida en esa monotonía.
Sin embargo, esa normalidad, de la que tanto disfrutaba el inquilino de aquella habitación, pronto desaparecería.
Él tampoco era nada especial. Era solo un estudiante más de Gotham High, alguien que pasaba desapercibido entre los cientos de rostros cansados que llenaban los pasillos de la escuela. Incluso podría decirse que era menos que cualquiera, pues su habilidad para mantener un perfil bajo lo había convertido en un maestro de la invisibilidad social. A veces se preguntaba si alguien, aparte de sus profesores, recordaría su nombre si dejara de asistir.
Sabía mejor que nadie que, en Gotham, ser invisible no solo era un deseo, sino una forma de supervivencia. En una ciudad donde el caos era una constante y los monstruos caminaban entre las sombras, no llamar la atención era casi una ley natural.
Aquel día no fue diferente de los demás. La rutina era su refugio: regresar de la escuela, comer algo rápido, hacer un poco de ejercicio en casa, cenar frente al televisor y terminar la noche jugando en su preciada computadora. Aquella máquina, construida pieza por pieza con el poco dinero que lograba ahorrar, era su mayor orgullo. Su pequeño portal a mundos mejores.
Esa noche, sin embargo, algo inesperado ocurrió. Por descuido, olvidó apagarla antes de acostarse. Aunque no era algo habitual, tampoco era la primera vez que ocurría. En otras ocasiones, había dejado la computadora encendida toda la noche sin mayores consecuencias. Pero esta vez sería distinto. Esta vez, su error marcaría el comienzo de algo que cambiaría su vida para siempre.
La luz volvió a aparecer, esta vez dentro de su habitación. Una ráfaga intensa y fugaz que iluminó cada rincón del cuarto: la ropa desordenada sobre la silla, los libros acumulados en un rincón y las paredes con grietas que delataban el paso del tiempo. Pero tan pronto como llegó, se desvaneció, dejando la habitación sumida en la oscuridad nuevamente.
Entonces, la luz regresó, con más intensidad que antes, bañando todo con un brillo azul eléctrico que parecía vibrar en el aire. Fue este segundo destello el que consiguió despertarlo. Entreabrió los ojos con dificultad, parpadeando para adaptarse al cambio repentino. Una sensación de desconcierto lo invadió, como si una parte de él supiera que aquella luz no tenía nada de normal.
Con un gruñido apagado, retiró las sábanas y giró la cabeza hacia el escritorio, buscando el origen de aquella molestia. Pero, para cuando lo hizo, la luz ya había desaparecido, dejando únicamente la tenue iluminación azul de la pantalla de su computadora. Frunció el ceño y murmuró en voz baja:
—¿Qué demonios fue eso...?
A pesar de su incomodidad, descartó rápidamente el suceso como un producto de su imaginación. Era tarde, estaba cansado, y al día siguiente comenzaba la semana. Los lunes siempre eran los peores.
—Seguro fue un sueño raro... —susurró para sí mismo antes de volverse a tapar con las sábanas.
Por un momento, todo pareció calmarse. Todo estaba nuevamente oscuro y en silencio. Sin embargo, en la pantalla de su computadora algo nuevo había aparecido: un símbolo extraño que nunca antes había visto. Era un círculo, atravesado por una letra mayúscula: una L perfectamente trazada. La imagen permaneció fija durante unos segundos, hasta que una voz grave y lejana rompió el silencio. Provenía de los altavoces, que normalmente permanecían apagados.
—Bienvenido a la grieta del invocador.
Aquellas palabras, pronunciadas con un tono profundo y casi solemne, le helaron la sangre. La pantalla volvió a quedar negra inmediatamente después. No hubo rastro alguno del símbolo, ni de la luz azul. Todo parecía como antes, pero algo era distinto. Algo había cambiado.
De manera silenciosa, algo emergió del monitor. Una pequeña esfera de energía azulada flotó hacia el exterior, moviéndose con una gracia casi hipnótica. Su brillo era tenue, pero suficiente para iluminar su recorrido. Planeó por la habitación, como si buscara algo, hasta detenerse justo encima de la cama, donde el joven dormía nuevamente, ajeno a lo que estaba ocurriendo.
La esfera permaneció allí, suspendida en el aire, proyectando su luz sobre él. Aquel resplandor reveló los mechones rubios de su cabello desordenado, aplastados por la almohada, y las facciones tranquilas de su rostro. A simple vista, parecía un chico común, pero había algo en su expresión que transmitía una dualidad extraña. Su mundo interior, lleno de pensamientos y emociones reprimidas, estaba a punto de ser sacudido de maneras que él no podía imaginar.
Después de unos segundos, la esfera comenzó a moverse de nuevo. Lentamente, descendió hasta tocar su pecho. Entonces, con un leve destello, se hundió en su cuerpo, desapareciendo por completo. La habitación quedó en completa oscuridad, como si nada hubiera ocurrido. El silencio volvió a reinar.
Nadie sabía lo que vendría. Nadie podía haber preparado a la gente del mundo para lo que sucedería después. Gotham había sido testigo de muchas cosas increíbles, aterradoras y sobrenaturales, pero nada sería igual tras aquel despertar.
Nada.