Habían pasado cuatro días desde que vio la noticia en la televisión, y desde entonces su vida se había desmoronado.
Naruto llevaba años luchando contra su propia mente: sesiones con psicólogos, terapias, medicamentos… Todo parecía inútil ahora. La ansiedad, ese monstruo que creía haber controlado, había regresado con más fuerza que nunca. Y lo peor de todo era que él sabía perfectamente por qué.
La noticia había desenterrado todos sus miedos. La posibilidad de ser atrapado por la policía lo carcomía día y noche. Era como si una soga invisible se apretara cada vez más en torno a su cuello. No podía dejar de imaginarse diferentes escenarios: ¿qué haría si lo interrogaban? ¿Qué pasaría si lo acusaban? Tal vez podría decir que encontró el cadáver en su habitación al despertar, pero era absurdo pensar que le creerían. La policía buscaría a un culpable, y todos los dedos apuntarían hacia él.
Aunque no lo hubiera hecho, aunque no fuera su culpa, las probabilidades estaban en su contra. El cuerpo que había aparecido en su cuarto llevaba la misma firma que el asesino en serie que aterrorizaba la ciudad. Si lo encontraban, lo usarían como chivo expiatorio para calmar a las masas. La gente quería respuestas, y nadie parecía interesado en buscarlas en el lugar correcto.
Este miedo constante lo estaba destrozando. El insomnio había tomado el control de su cuerpo y su mente, y con él llegaron las pesadillas.
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Naruto ya no podía dormir. Las noches, que alguna vez habían sido un escape de las preocupaciones del día, se habían convertido en su peor enemigo.
Cuando cerraba los ojos, volvía a encontrarse en ese lugar oscuro: un espacio sin paredes ni límites, donde sus peores recuerdos lo acechaban. Al principio, las pesadillas eran las mismas de siempre: flashes de lo que le habían hecho a sus padres, retazos de una escena que nunca había querido recordar. Pero últimamente, todo había cambiado.
Ahora soñaba con una figura. Una sombra alta y amorfa, que no era del todo humana. Cada vez que aparecía, parecía querer hablarle, pero Naruto no le daba oportunidad. Apenas veía aquella silueta amenazante, huía hacia cualquier dirección, corriendo sin rumbo fijo hasta que despertaba, jadeando y con el corazón latiéndole como si fuera a explotar.
El sudor empapaba su cuerpo; su mente se encontraba al borde del colapso. Las pesadillas parecían tan reales que, al despertar, le costaba convencerse de que todo había sido un sueño.
Y cada noche era peor. Naruto comenzaba a preguntarse si estaba perdiendo la cabeza. Quizá su imaginación le estaba jugando una mala pasada, pero por más que intentaba convencerse, no podía quitarse esa sensación. Esa figura lo estaba observando.
Hasta que, una noche, sucedió algo diferente.
Era cerca de las tres de la madrugada y Naruto, incapaz de dormir, estaba sentado en su cama, mirando al techo. El silencio era casi insoportable, como si todo el mundo estuviera conteniendo el aliento.
De repente, lo escuchó.
Un susurro. Bajo y grave. Una voz que parecía brotar desde las sombras:
—Soy más real de lo que crees.
Naruto se incorporó de golpe, con el cuerpo completamente rígido. Sus ojos recorrieron con rapidez cada rincón de su habitación. La lámpara de su escritorio apenas iluminaba los bordes del cuarto, dejando que las esquinas permanecieran sumidas en la penumbra.
No había nada.
Pero la voz… Esa voz aún resonaba en su cabeza.
Su garganta estaba seca. Trató de calmarse, diciéndose a sí mismo que todo era producto de su mente, que el estrés lo estaba llevando al límite. Pero, por más que intentara racionalizarlo, sabía que no era algo normal. Esa voz tenía un peso, una presencia. Era imposible ignorarla.
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La ansiedad no solo le robó sus noches; también arruinó sus días. Era como si una sombra estuviera siempre sobre él, aplastándolo con su peso.
Naruto dejó de salir de casa. Evitaba cualquier cosa que implicara poner un pie en la calle. La paranoia lo consumía, haciéndolo creer que todos lo miraban como si supieran algo. No podía ir a la escuela, no podía comprar comida de día. Cada sonido en la calle, cada persona que pasaba cerca, le parecía una amenaza.
Solo se atrevía a salir de noche, cuando las calles estaban más vacías y las probabilidades de ser reconocido parecían menores. Pero incluso en las sombras de Gotham, Naruto no podía sentirse a salvo.
Al principio, solo era una sensación: una incomodidad constante, como si alguien estuviera observándolo. Pero pronto, esa incomodidad evolucionó.
Primero vinieron las "miradas invisibles". Naruto podía sentir ojos que se clavaban en su espalda cuando caminaba por los callejones. Después, comenzaron las "apariciones".
Apenas visibles entre las sombras, creía distinguir una figura alta y delgada. No podía ver su rostro, pero sentía su presencia, acechándolo. La figura parecía moverse entre los callejones, asomándose desde las esquinas y desapareciendo justo cuando Naruto volteaba para confirmar si realmente estaba ahí.
A veces quería gritar, pero el miedo lo paralizaba. No podía contarle esto a nadie. Nadie lo creería.
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El cansancio estaba pasando factura. Naruto no sabía cuánto más podría soportar. El insomnio, las pesadillas, las apariciones... Todo estaba acabando con él.
Una parte de su mente le pedía rendirse, dejar que la locura lo consumiera por completo. Pero había algo dentro de él, una pequeña chispa de esperanza o quizás de obstinación, que lo mantenía aferrado a la cordura. No sabía si estaba luchando por sobrevivir o simplemente por inercia.
Esa noche, mientras miraba el techo en completa oscuridad, Naruto tomó una decisión.
Tenía que ponerle fin a todo.
Recordó algo que su psicóloga le había dicho alguna vez: "La única forma de vencer tus miedos es enfrentándolos."
Lo había hecho antes. Había enfrentado cosas que lo aterrorizaron en el pasado, y aunque había salido herido, siempre había logrado seguir adelante. Quizás esta vez no sería diferente.
Con esa idea en mente, cerró los ojos y dejó que el sueño lo envolviera.
Esta vez no correría.
Esta vez lo enfrentaría.
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Naruto volvió a ese lugar oscuro.
La sensación era inquietantemente familiar, como si hubiera regresado a un rincón de su mente al que jamás quiso entrar. Pero esta vez no pensaba huir. Sus piernas temblaban, pero cada paso que daba lo obligaba a mantenerse firme. Respiró hondo, dejando que el aire frío llenara sus pulmones. El silencio absoluto a su alrededor era ensordecedor. Aun así, avanzó.
Frente a él, un sendero de luz pálida se extendía en el vacío. Lo seguía como si fuera la única conexión con algo tangible en ese mundo irreal, hasta que finalmente, la vio.
La sombra emergió de la nada. Su forma era antinatural, como si el simple acto de existir rompiera las leyes del mundo que la rodeaba. No caminaba; flotaba, desplazándose con movimientos fluidos que no correspondían a un ser humano. Desde el centro de aquella figura distorsionada, surgió una voz profunda, resonante, que parecía provenir de todos lados a la vez.
—Al fin decidiste enfrentarme, invocador.
Naruto sintió cómo un escalofrío recorría su espalda al escuchar esa palabra: invocador. No sabía lo que significaba, pero de alguna manera, parecía que siempre hubiera estado conectada a él.
—No sé quién o qué eres —dijo Naruto, forzando la firmeza en su voz—pero voy a acabar con esto. Ya no vas a seguir atormentándome.
La criatura dejó escapar una risa grave y burlona, una carcajada que reverberó como un trueno en la inmensidad del lugar.
—¿Acabar conmigo? —respondió con burla— Muchos lo han intentado antes que tú… y todos han fallado.
Naruto apretó los puños con fuerza, sus uñas clavándose en la palma de sus manos. Este era su sueño, su mente. Él debía tener el control, o al menos eso quería creer.
—Este es mi sueño —replicó, tratando de convencer tanto a la criatura como a sí mismo—Si yo quiero que desaparezcas, así será.
La sombra dejó de reír de repente. La quietud de su forma era más aterradora que cualquier movimiento. Tras un breve silencio, habló con un tono más oscuro, casi amenazante:
—Oh, pero yo soy más real de lo que crees.
Naruto vaciló un momento, pero intentó no mostrar debilidad.
—No, no lo eres. Eres solo una pesadilla. Una sombra más de mi mente.
Pero su voz temblaba.
La criatura se deslizó fuera de su vista, desmaterializándose en el aire. Antes de que pudiera reaccionar, Naruto sintió un escalofrío en la nuca, como si algo estuviera justo detrás de él.
—Yo no vivo en tu cabeza, humano. Solo vengo aquí... a alimentarme.
Naruto giró rápidamente, pero no había nada detrás de él. El latido de su corazón se volvió un tambor en sus oídos. Respiró con dificultad, girando sobre sí mismo para buscar a la criatura. Entonces, apareció de golpe frente a él.
Estaba tan cerca que pudo distinguir los detalles de su rostro. Ojos oscuros y profundos brillaban como brasas en medio de la sombra, dos pozos que parecían absorber la poca luz que los rodeaba.
—Mi nombre es Nocturne —dijo la criatura, su voz ahora un susurro que se incrustó en la mente de Naruto como una espina— Y he venido a salvarte.
Naruto parpadeó, sorprendido. No pudo ocultar su confusión.
—¿Salvarme? —repitió, con el ceño fruncido.
Nocturne inclinó ligeramente la cabeza, como si la pregunta le divirtiera.
—Puedo darte lo que tanto deseas, invocador: justicia. Puedo acabar con quienes te lo arrebataron todo. Con aquellos que mataron a tus padres.
Naruto sintió cómo el mundo se detenía a su alrededor. El suelo parecía desmoronarse bajo sus pies. ¿Cómo sabía eso? ¿Cómo podía conocer algo tan personal, tan doloroso?
Su corazón se detuvo por un segundo al escuchar aquellas palabras. La figura frente a él no era una simple pesadilla. Lo sabía, lo entendía, pero no quería aceptarlo. Sin embargo, había algo más peligroso que el miedo: la tentación.
—No... —murmuró, apenas audible. Negó con la cabeza, intentando aclarar sus pensamientos—. No voy a caer en tus juegos.
La criatura no se inmutó. De hecho, su sonrisa —si es que se podía llamar sonrisa a la curvatura antinatural que formó su rostro— parecía crecer.
—Oh, no es un juego, invocador. Es un trato. Solo necesitas decir que aceptas, y yo haré el resto.
Naruto sintió un nudo en el estómago. La oferta era tan simple, tan directa… y, al mismo tiempo, tan peligrosa. La justicia que tanto deseaba estaba al alcance de su mano, pero el precio a pagar estaba oculto en las sombras.
—Yo… —murmuró, sus palabras arrastradas por la indecisión.
Antes de que pudiera terminar, todo a su alrededor se oscureció de golpe. La figura de Nocturne desapareció, y con ella, cualquier rastro de luz en el vacío. El mundo se sumió en una penumbra absoluta.
Naruto miró a su alrededor, pero ya no había senderos, ni sombras, ni nada que le indicara dónde estaba.
—¿Dónde estoy? —preguntó en voz baja, con un tono que mezclaba miedo y desconcierto.
No hubo respuesta.
El silencio lo envolvió por completo. No había ruido, ni eco, ni señales de que estuviera en algún lugar real. Solo estaba él, solo con sus pensamientos… y con la oferta de Nocturne resonando en su mente.
"Solo necesitas decir que aceptas..."
La voz de la criatura aún permanecía grabada en sus oídos.
Por primera vez, Naruto comenzó a temer que tal vez no tuviera forma de salir de allí. La oscuridad era más que un escenario; era una trampa.
Y quizás, sólo quizás, era una trampa de la que no podría escapar.