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Chapter 14 - Persistencia / Persistence

Naruto permaneció frente a la puerta, inmóvil, observándola por última vez con una mezcla de curiosidad y determinación que parecía arder en su interior. El misterio que envolvía este lugar era abrumador, casi tangible. Las figuras del vitral, que parecían observarlo desde las alturas con ojos silenciosos; las luces etéreas que danzaban como espíritus inquietos en el aire; y esa puerta, con sus grabados dorados que relucían como un acertijo antiguo esperando ser descifrado… Todo parecía desafiarlo, empujándolo a cruzar un límite invisible.

Era difícil creer que todo aquello no fuera más que un sueño. Pero si lo era, ¿por qué se sentía tan real? ¿Por qué la fría superficie del mármol bajo sus pies, el calor que emanaba de los grabados o la opresiva energía que envolvía el salón seguían acompañándolo incluso ahora?

Naruto bajó la mirada, sus pensamientos dando vueltas como un torbellino. No podía quedarse aquí para siempre, por mucho que este lugar lo fascinara y lo confundiera. Tenía que regresar. Pero, ¿cómo? ¿Cómo podía volver a su realidad?

Frunció el ceño mientras intentaba recordar cómo había salido de este lugar la última vez. Las imágenes en su mente eran borrosas, fragmentadas, como un sueño que se desvanecía al despertar. Sin embargo, había un detalle que destacaba entre la niebla: había intentado abrir esa misma puerta. A la fuerza.

—Si funcionó antes, tiene que funcionar otra vez —se dijo en voz baja, tratando de convencer tanto a la puerta como a sí mismo.

Enderezó la postura y colocó ambas manos sobre la superficie tallada de madera. El frío le recorrió los dedos, pero no se detuvo. Inspiró profundamente, llenando sus pulmones con el aire denso del salón, y luego exhaló con fuerza. En su mente, se repetía una y otra vez que no podía fallar.

—Vamos, abre… —murmuró, su voz apenas un susurro que se perdió en el vasto silencio.

Empujó con todas sus fuerzas, sus músculos tensándose mientras el eco de su esfuerzo resonaba en el salón. Al principio, la puerta permaneció inmóvil, inamovible, como si se burlara de su terquedad. Pero Naruto no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente. Apretó los dientes y apoyó todo su peso contra la puerta, sus pies descalzos resbalando ligeramente sobre el mármol frío. El sudor comenzaba a perlar su frente, a pesar de que el aire en este lugar no era cálido.

—¡Vamos, maldita sea! —gruñó, empujando con aún más fuerza. La frustración ardía en su pecho, mezclada con un extraño sentimiento de urgencia. Sabía que tenía que volver, pero la puerta, con su quietud inquebrantable, parecía desafiar más que su fuerza física. Era como si estuviera probándolo, como si su resistencia estuviera siendo medida.

De repente, algo cambió. Una sensación extraña recorrió su espalda, como un escalofrío, pero no de miedo. Era más como un aviso. Antes de que pudiera reaccionar, sintió un tirón, como si una mano invisible lo hubiera agarrado desde el centro de su pecho y lo arrastrara hacia atrás con una fuerza imparable.

El mundo a su alrededor comenzó a cambiar. El majestuoso salón, con sus columnas blancas, las luces danzantes y el vitral centelleante, empezó a desvanecerse. Las imágenes se disolvieron en un torbellino de luces y sombras, como si el lugar estuviera siendo devorado por la oscuridad. Naruto apenas tuvo tiempo de dar un paso atrás antes de que la sensación de vértigo lo envolviera por completo.

Todo giraba. La luz y la oscuridad se mezclaban en un caos que parecía no tener fin. Naruto cerró los ojos con fuerza, intentando aferrarse a algo, cualquier cosa que pudiera estabilizarlo. Pero no había nada. Todo lo que sentía era el vacío, una caída sin final, mientras la presión en su pecho crecía.

Y entonces, de repente, todo se detuvo. El torbellino desapareció, llevándose consigo el salón, la puerta y cualquier rastro de aquel lugar fantástico.

Naruto abrió los ojos lentamente, parpadeando contra una luz diferente, más tenue, más cálida. Su respiración era pesada, como si hubiera corrido una larga distancia. Y, en un abrir y cerrar de ojos, ya no estaba allí.

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Naruto despertó con un leve jadeo, el sonido de su respiración rompiendo el silencio de la habitación. Sus ojos se adaptaron rápidamente a la penumbra, y al reconocer el techo familiar sobre él, exhaló un largo suspiro de alivio. Se sentó lentamente en la cama, parpadeando para despejarse, mientras recorría con la mirada su entorno. Todo estaba exactamente como debía estar: su escritorio lleno de libros y cuadernos desordenados, el póster algo gastado de su película favorita de superhéroes en la pared, y su mochila apoyada descuidadamente contra la silla. Todo lucía tan… normal. Pero, aunque nada parecía fuera de lugar, Naruto no podía deshacerse de la extraña sensación de que algo había cambiado.

Apoyó los codos sobre sus rodillas, entrelazando los dedos mientras trataba de ordenar sus pensamientos. La habitación estaba tranquila, salvo por el leve zumbido del despertador digital en la mesita de noche. Con un movimiento rápido, tomó su celular y encendió la pantalla. 5:37 a.m. Faltaban veinte minutos para que sonara su alarma. Observó la hora durante unos segundos, inmóvil, mientras una única pregunta surgía en su mente: ¿Qué demonios acaba de pasar?

Estaba despierto, más despierto de lo que había estado en semanas. No había ni rastro de cansancio en su cuerpo. Al contrario, sentía una energía casi palpable corriendo por sus venas, como si una chispa lo hubiera encendido desde adentro. Y sin embargo, era incapaz de ignorar el leve peso en su pecho, un recordatorio de que lo que había vivido en aquel lugar—si es que podía llamarlo "lugar"—no había sido un sueño cualquiera.

—¿Cómo puede un sueño hacerme sentir así? —murmuró para sí mismo, su voz apenas audible en la penumbra.

Con un suspiro decidido, apartó las mantas y se puso de pie. Si iba a descifrar lo que había pasado, no podía quedarse sentado sin hacer nada. Aún en silencio, se movió con la precisión de alguien acostumbrado a madrugar. Lavarse la cara, cepillarse los dientes y vestirse le llevó apenas unos minutos. Se vistió con ropa cómoda y se dirigió a la cocina, donde preparó algo rápido para desayunar: tostadas con un poco de mantequilla. Mientras mordía una de ellas, sus pensamientos regresaron al extraño lugar que había visitado. Podía recordar cada detalle: las luces etéreas que flotaban, el aire que parecía cargado de energía, y esa puerta imposible que lo había rechazado.

No fue solo un sueño. La idea retumbó en su mente como un eco persistente. Había algo en la intensidad de todo aquello, en la forma en que los colores y las sensaciones seguían grabados en su memoria, que lo hacía demasiado vívido para descartarlo como una simple creación de su subconsciente.

Antes de salir de casa, Naruto hizo una pausa frente al mueble de su habitación. Con una mirada fugaz, localizó lo que buscaba: un cuaderno nuevo que había comprado hacía semanas pero que nunca había usado. Era sencillo, con una cubierta negra de cuero sintético y hojas blancas, lisas, que aún esperaban su primer trazo. Lo tomó con cuidado, casi como si fuera un objeto valioso, y lo guardó en su mochila junto con un lápiz. No puedo dejar que esto se desvanezca. Tengo que escribirlo antes de que lo olvide.

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Cuando llegó a la escuela, no se dirigió directamente a clase como de costumbre. En lugar de eso, fue a su refugio favorito: la biblioteca. Era temprano, apenas pasaban las 7:00 a.m., y solo un par de estudiantes estaban allí, cada uno absorto en sus propios libros. Naruto eligió una mesa cerca de la ventana, donde los primeros rayos del sol se filtraban a través del cristal, iluminando suavemente la madera pulida de la mesa.

Se sentó, sacó el cuaderno y el lápiz, y lo abrió con movimientos rápidos pero deliberados. Inspiró profundamente, cerrando los ojos un momento mientras los recuerdos comenzaban a fluir. Y entonces empezó a escribir. Al principio, sus palabras eran erráticas, impulsadas más por la urgencia de no olvidar que por un orden lógico. Pero poco a poco, las ideas se estructuraron, y los detalles comenzaron a tomar forma en las páginas.

No tardó en pasar al dibujo, trazando líneas rápidas y firmes para recrear las figuras que más se habían grabado en su mente. Su mano parecía moverse sola, guiada por un impulso que no podía explicar.

El primero fue el guerrero de armadura. Su figura era imponente, irradiaba poder y liderazgo. Dibujó la enorme espada que sostenía, la forma en que parecía más una extensión de su cuerpo que un arma. Con cuidado añadió los bordes dorados de la armadura, los grabados intrincados que parecían brillar con su propia luz. Incluso en su rudimentario dibujo, Naruto podía sentir la fuerza del guerrero, como si la página apenas lograra contener su presencia.

El siguiente fue la mujer con orejas puntiagudas y las colas que se movían grácilmente a su alrededor. Sus ojos intensos, casi hipnotizantes, habían quedado grabados en su memoria, como si pudieran leer sus pensamientos más profundos. Dibujó sus ropas elegantes, que parecían estar hechas de un tejido entre lo mágico y lo irreal. Había algo en ella que era inquietantemente hermoso, una mezcla de gracia y peligro.

Luego pasó al coloso. Su piel parecía una mezcla de roca y hielo, y el garrote que llevaba en la mano era tan descomunal que parecía capaz de aplastar una montaña. Naruto trazó con cuidado los contornos de su musculatura masiva, las grietas en su piel y la expresión feroz en su rostro. Esa criatura era la encarnación de la fuerza bruta, un adversario que nadie querría enfrentar.

Finalmente, dibujó a la joven con el cetro. Su figura era menos intimidante que la del guerrero, pero había algo en su presencia que lo hacía sentirse extraño, casi reconfortado. Dibujó el brillo cálido que parecía emanar de ella, su armadura ligera que reflejaba la luz como si estuviera hecha de estrellas, y la forma en que el cetro iluminaba todo a su alrededor. Era un símbolo de esperanza, una fuerza que parecía dispuesta a proteger, no a destruir.

Naruto se detuvo por un momento, dejando el lápiz sobre la mesa. Observó los dibujos y las notas que había escrito en el cuaderno, sintiendo una mezcla de orgullo y confusión. Había plasmado todo lo que podía recordar, cada detalle que su memoria le había permitido. Pero ahora, mientras el sol de la mañana iluminaba la página, una sola pregunta seguía rondando su mente, como una sombra persistente:

—¿Por qué veo estas cosas? ¿Qué significa todo esto? —murmuró en voz baja, cerrando lentamente el cuaderno mientras su mirada se perdía en la ventana.

El misterio seguía allí, como una bruma que no podía disipar. Pero en lo profundo de su ser, Naruto sabía que esto era solo el comienzo.

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El sonido de las teclas resonaba en la cueva, rebotando en las paredes como un eco que parecía no tener fin. Bruce estaba inclinado sobre el teclado, con los ojos fijos en la pantalla gigante que proyectaba un torbellino de datos fragmentados. Imágenes distorsionadas, gráficas incompletas y estadísticas sin conexión llenaban la superficie. Cada línea de código, cada análisis visual, era un recordatorio del caos que había presenciado.

La criatura. Ese monstruo. Seguía siendo un enigma.

Bruce repasaba mentalmente los lugares en los que había aparecido, buscando patrones que se le escapaban. Era frustrante. Sus movimientos parecían erráticos, casi aleatorios. Pero entonces, su mente regresaba a los detalles más oscuros: los gritos de las víctimas.

—Sin miedo... —murmuró para sí mismo, frunciendo el ceño. Sus dedos seguían moviéndose con precisión quirúrgica por el teclado mientras la idea se formaba en su mente. Este monstruo parecía alimentarse del pánico, crecer con la desesperación que dejaba a su paso. Era impredecible, y eso lo hacía aún más peligroso que cualquier enemigo que Bruce hubiera enfrentado antes.

Se recostó en la silla, con la mandíbula tensa, observando la maraña de información en la pantalla. Sus ojos se desviaron hacia una esquina de los datos: un plano incompleto de un dispositivo que había estado diseñando en secreto. Era un comunicador, pero no uno cualquiera. Era algo diseñado específicamente para este propósito, una herramienta que tal vez pudiera darle una ventaja en caso de un segundo encuentro.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el suave eco de unos pasos acercándose. Alfred apareció al borde de la plataforma, llevando con su acostumbrada elegancia una bandeja con una taza de té que humeaba tenuemente bajo la fría luz de la cueva.

—Señor, temo que una vez más se ha perdido en su trabajo —comentó Alfred mientras colocaba la bandeja en la mesa cercana. Su voz era tranquila, pero la ligera curva de preocupación en su ceja revelaba lo que realmente pensaba.

Bruce no apartó la mirada de la pantalla. —Esto no es trabajo, Alfred. Es supervivencia.

Alfred suspiró, cruzando los brazos con la paciencia de alguien que ha tenido esta conversación muchas veces antes. —Amo Bruce, sabe tan bien como yo que esta obsesión no lo llevará a ningún lado. Ya hemos estado aquí antes. ¿Cuántas noches más sacrificará? Su cuerpo necesita descansar, y también su mente.

Finalmente, Bruce giró la silla hacia su mayordomo y amigo, su expresión endurecida por la tensión. —No puedo permitirme descansar, Alfred. Si esa cosa aparece otra vez y no estoy listo, alguien más pagará el precio. Robin. Batgirl. Cualquiera de ellos podría… —La frase quedó incompleta, pero el peso de las palabras no dichas era evidente.

Alfred lo miró con una mezcla de empatía y firmeza. —Señor, entiendo su miedo, pero esta carga no tiene por qué llevarla solo. Ha entrenado a sus aliados para ser fuertes. Ha construido una red de apoyo. Si bien es cierto que usted es único en lo que hace, no puede negarle a los demás la oportunidad de ayudar.

Bruce apretó los puños, desviando la mirada. —No entiendes lo que es, Alfred. Esto no es como los demás enemigos. No puedo arriesgar a nadie más. Yo soy quien debe detenerlo.

El tono de su voz era firme, pero había algo más ahí. Un matiz de duda, enterrado profundamente. Alfred lo percibió de inmediato.

—¿Y si no puede? —preguntó Alfred con suavidad, pero con una nota de desafío en sus palabras. —¿Qué hará entonces, señor? ¿Quién protegerá a los que queden atrás si usted falla?

Por un momento, el silencio llenó la cueva, pesado e incómodo. Las palabras de Alfred golpearon un nervio que Bruce intentaba ignorar. Lo sabía. Lo había pensado antes, pero nunca lo admitiría en voz alta. En cambio, dejó que su mirada volviera a la pantalla, como si los datos desordenados pudieran ofrecerle alguna respuesta.

—Es mejor estar preparado, incluso si no regresa —dijo finalmente, con un tono que no admitía discusión. —Porque si lo hace... esta vez estaré listo.

Alfred dejó escapar un suspiro apenas audible. —Espero que así sea, señor. Pero, si me permite un consejo, su preparación no servirá de nada si agota su cuerpo y su mente hasta el punto de no poder luchar.

Bruce no respondió. En lugar de eso, sus ojos se centraron en los planos que había estado diseñando. El esquema de un nuevo traje se extendía en la pantalla lateral: un blindaje más ligero que optimizaba la velocidad sin sacrificar protección. Junto a él, los detalles de un dispositivo que amplificaría las señales electromagnéticas, diseñado para enviar una frecuencia específica. Era una idea ambiciosa, pero su instinto le decía que podía ser clave.

Alfred lo observó en silencio durante unos segundos, evaluando si valía la pena insistir. Finalmente, decidió no presionarlo más.

—Tómese un momento para reflexionar, señor —dijo Alfred mientras se giraba para marcharse, su voz cargada de una preocupación contenida. —Recuerde que no puede luchar contra los monstruos si, en el proceso, se convierte en uno.

Las pisadas de Alfred se desvanecieron en la distancia, dejando a Bruce solo una vez más en la fría penumbra de la cueva. Cerró los ojos por un momento, dejando escapar un suspiro profundo. Las palabras de Alfred seguían resonando en su mente, aunque intentaba ignorarlas. ¿Y si no puedo?

Su mirada volvió a los planos, su expresión endurecida por la determinación. No tenía tiempo para dudas. Su mente estaba dividida entre la lógica y el miedo, pero sabía que no podía permitirse perder esa batalla interna. Porque si ese monstruo regresaba, él debía estar listo.

No importaba el costo.

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En la silenciosa biblioteca, Naruto permanecía completamente absorto en su cuaderno. El lápiz en su mano se movía con rapidez, trazando líneas y escribiendo palabras con la urgencia de alguien que temía que los recuerdos se desvanecieran de su mente. Sus pensamientos fluían como un río desbordado, cada detalle capturado en trazos torpes pero llenos de intensidad.

El guerrero enorme fue el primero que dibujó. Su armadura imponente dominaba el espacio de la página, brillando con un resplandor que no era solo físico, sino también simbólico. Naruto lo veía como una representación de autoridad, de justicia, pero también de una fuerza que no admitía concesiones. La espada que sostenía, casi tan larga como él mismo, parecía tanto un instrumento de salvación como de destrucción.

—Definitivamente era el líder… —murmuró en voz baja, sin apartar los ojos de su boceto.

Luego pasó a la mujer zorro. Había algo en ella que le resultaba difícil de plasmar en papel, como si su presencia escapara a los límites de la imaginación. Naruto intentó capturar la intensidad de su mirada, esos ojos que parecían perforar el alma y revelar secretos ocultos. Dibujó sus movimientos como si estuvieran hechos de viento y sombras, gráciles, casi hipnóticos, como si incluso al estar quieta pudiera seguir danzando en su mente.

—Elegante… pero peligrosa —pensó, mientras ajustaba las líneas de las colas ondulantes que rodeaban su figura.

El lápiz se detuvo por un instante cuando llegó al monstruo del garrote. Había algo en él que le producía incomodidad, incluso ahora, lejos de ese extraño lugar. Sus rasgos eran grotescos, desproporcionados, como si alguien lo hubiera moldeado con furia y descuido. Pero lo que más le inquietaba era su presencia. Era como si aquel ser estuviera hecho de pura destrucción, una fuerza de la naturaleza vestida de carne y piedra. Naruto frunció el ceño mientras dibujaba el garrote, inmenso y pesado, una extensión natural de su cuerpo, diseñado únicamente para aplastar.

—Un monstruo, pero no un simple bruto… —susurró, sintiendo un leve escalofrío al recordar los ojos del coloso, llenos de una furia contenida que parecía capaz de arrasar con todo.

Finalmente, dibujó a la joven del cetro. Su apariencia contrastaba con los demás. Mientras que las otras figuras irradiaban poder y peligro, ella emanaba una calidez que parecía envolverlo incluso ahora, lejos de su presencia. Naruto dibujó su armadura ligera, que reflejaba una luz cálida, como si estuviera hecha de estrellas. Pero lo que más recordaba era su expresión: determinada, pero serena. Había algo en ella que le transmitía esperanza, una sensación de que, pase lo que pase, ella estaría allí, enfrentándose a la oscuridad sin dudar.

—Ella es diferente… —pensó, mientras añadía pequeños destellos alrededor del cetro, intentando capturar el brillo que había iluminado incluso las sombras más profundas del lugar.

Naruto dejó el lápiz sobre la mesa y se reclinó en su asiento, observando su trabajo. Los dibujos eran toscos, llenos de trazos nerviosos, pero lograban transmitir algo de lo que había sentido en ese extraño lugar. Había algo en esas figuras que lo inquietaba y lo fascinaba al mismo tiempo. Eran más que simples personajes de un sueño. Cada detalle que recordaba estaba grabado en su mente con una claridad casi dolorosa.

—Esto no puede ser solo un sueño… —murmuró para sí mismo, sin darse cuenta de que sus palabras rompían el silencio de la biblioteca. Había algo demasiado real en esos seres, en ese lugar. Era como si hubiera estado allí, como si su mente simplemente no pudiera procesar del todo lo que había vivido.

Cerró el cuaderno con un suspiro y lo guardó con cuidado en su mochila, asegurándose de que estuviera bien protegido. Antes de levantarse, echó una rápida mirada alrededor de la biblioteca. El lugar seguía tranquilo, con apenas unos pocos estudiantes inmersos en sus libros. A pesar de lo cotidiano del entorno, Naruto no podía evitar sentir que el mundo a su alrededor era diferente, como si algo invisible lo estuviera observando.

Algo dentro de él le decía que no debía compartir esto con nadie… al menos, no todavía. Era su secreto, algo que debía comprender por sí mismo antes de siquiera considerar hablar con alguien más.

Cuando se levantó para salir, el sol de la mañana brillaba a través de los ventanales, pintando la biblioteca con un suave resplandor dorado. Naruto caminó hacia la salida con pasos lentos, casi medidos, mientras su mente seguía girando en torno a las mismas preguntas.

—¿Qué era ese lugar? —se preguntó en voz baja, sus ojos fijos en el suelo. —¿Y por qué siento que es importante?

Cruzó la puerta de la biblioteca y se dirigió hacia su próxima clase, pero su mente estaba lejos de los pasillos escolares. El peso del cuaderno en su mochila parecía recordarle que esto no era el final, sino el principio de algo mucho más grande. Aunque no sabía qué era exactamente, había una certeza creciendo en su interior: ese lugar lo había llamado por una razón.