Naruto miraba la sala despejada con una mezcla de emoción y nerviosismo. Los muebles que normalmente ocupaban el espacio central estaban empujados contra las paredes, dejando un área amplia que ahora se sentía extrañamente vacía, casi demasiado grande. La lámpara sobre la mesa arrojaba una luz tenue, proyectando sombras suaves en las paredes y dando al lugar un aire de expectación, como si incluso el espacio supiera que algo importante estaba a punto de suceder.
Sobre la mesa, junto a la lámpara, descansaba su cuaderno. Las páginas estaban llenas de dibujos apresurados, anotaciones meticulosas y teorías que había construido pacientemente durante semanas. Había trabajado duro para este día, y ahora estaba frente a la posibilidad de encontrar respuestas.
Hoy era el día.
—¿Y si funciona? —murmuró, mordiendo levemente su labio inferior mientras pasaba las páginas. Cada línea escrita con su pulso firme le recordaba el tiempo que había invertido, las noches en vela dedicadas a descifrar ese misterioso lugar al que llegaba en sus sueños. ¿Cómo terminaba allí? ¿Era su mente la que lo creaba o era algo más real, algo fuera de su control?
Había leído de todo: desde artículos sobre metahumanos capaces de alterar la realidad hasta teorías sobre dimensiones de bolsillo. Incluso había investigado casos de héroes y villanos que podían moldear mundos enteros. Pero ninguna explicación encajaba del todo con lo que experimentaba. Sin embargo, eso no lo desanimaba. Naruto había aprendido que las respuestas no siempre llegaban de inmediato. Algunas veces, había que buscarlas, cavar más profundo.
Su mirada se desvió hacia una pequeña caja que reposaba en la esquina de la mesa. Dentro estaban las pastillas tranquilizantes que había comenzado a tomar cada noche antes de dormir. Al principio, las odiaba. Le disgustaba depender de algo para encontrar un poco de paz, pero con el tiempo, las había llegado a ver como un aliado. Desde que las tomaba, las pesadillas que antes lo acosaban habían desaparecido casi por completo, y su mente parecía más clara, tanto en sus sueños como en su vida cotidiana.
Se cruzó de brazos y fijó la mirada en la caja, como si buscara respuestas en el simple frasco de plástico.
—Tal vez son la clave... —pensó. Después de todo, desde que había comenzado a tomarlas, iba a ese lugar con mayor frecuencia. Sin las pesadillas drenándolo, todo era más… fácil.
Dejó escapar un suspiro, apartando los pensamientos de su mente. Tenía que concentrarse. Sus ojos regresaron al cuaderno, específicamente a la última página, donde había escrito una lista con letras grandes y claras. Las palabras parecían brillar bajo la luz tenue, como si cada una fuera una promesa que había hecho consigo mismo:
Concentración absoluta.
Visualización del lugar.
Intentar mover objetos en la sala.
Probar con métodos físicos (golpes, movimientos rápidos).
Recrear las emociones previas a entrar al lugar.
Naruto repasó cada punto con atención, memorizando el orden, asegurándose de no dejar ningún detalle al azar. Había construido esa lista después de horas de investigación, basándose en historias de personas con habilidades especiales, aquellos que podían acceder a otras dimensiones o manipular su entorno de formas inimaginables. Tal vez no funcionara. Tal vez estuviera perdiendo el tiempo. Pero, si algo había aprendido de sus experiencias, era que no podía quedarse quieto. Tenía que intentarlo.
Una leve sonrisa curvó sus labios. —Si esto no funciona, al menos habré hecho algo diferente.
Se enderezó, dejando el cuaderno abierto sobre la mesa. Sus ojos recorrieron una vez más la sala despejada. Todo estaba en su lugar. La sensación de anticipación lo envolvía como una corriente eléctrica, haciéndole difícil quedarse quieto.
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Semanas atrás....
La idea de dedicar un día entero a algo así le habría parecido absurda. Naruto habría descartado el plan como una fantasía infantil, un intento desesperado de escapar de la monotonía que lo había atrapado durante tanto tiempo. En ese entonces, su vida estaba marcada por un ciclo constante de ansiedad y agotamiento. Las pesadillas lo acechaban cada noche, llenando su mente de imágenes caóticas que se desvanecían en cuanto abría los ojos, pero no sin dejar un peso extraño en su pecho.
Y luego apareció ese lugar.
Fue como si alguien hubiera arrojado una cuerda en medio de un océano en el que él se estaba hundiendo. Recordaba con claridad la primera vez que lo vio: el mármol brillante bajo sus pies, los hologramas de guerreros y objetos que flotaban en el aire como si desafiara las leyes de la física. Allí, todo era diferente. Su mente no estaba llena de caos ni dudas; solo había calma. Una calma casi mágica que no podía encontrar en ningún otro lugar.
Ese lugar lo había cambiado. Lo había salvado.
Desde ese momento, Naruto había comenzado a estructurar su vida de forma distinta. Las pastillas tranquilizantes que antes veía como un lastre ahora eran una parte crucial de su rutina. Cada noche, las tomaba con la esperanza de regresar. Y cuando lo lograba, exploraba todo lo que podía, anotando cada detalle al día siguiente en su cuaderno. Dibujaba los guerreros holográficos que parecían observarlo con silenciosa expectación, los objetos extraños que no podía tocar pero que sentía cargados de significado, y, sobre todo, esa puerta.
La puerta.
Había pasado incontables horas frente a ella, intentando abrirla. Había empujado con todas sus fuerzas, golpeado la superficie con frustración, incluso gritado, esperando alguna respuesta. Pero siempre era lo mismo. Nada.
Y aun así, no podía rendirse. Había algo detrás de esa puerta, algo que parecía llamarlo, un susurro que apenas podía escuchar pero que se sentía profundamente dentro de él. No sabía qué era, pero estaba seguro de que no podía ignorarlo. Su instinto se lo decía, y Naruto siempre había confiado en su instinto.
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El reloj marcaba las 10 de la mañana cuando Naruto se levantó del sofá. Se estiró, dejando que sus músculos despertaran del letargo, antes de caminar hacia el centro de la sala despejada. Su cuaderno estaba abierto sobre la mesa, esperándolo con la página de la lista bien visible. Respiró hondo, llenando sus pulmones de aire, mientras sus ojos recorrían rápidamente las palabras escritas con tanta precisión.
—Está bien, comencemos —murmuró para sí mismo.
El primer paso era simple en teoría: concentración absoluta. Naruto cerró los ojos y trató de dejar ir todo pensamiento innecesario. Inspiró profundamente, dejando que el silencio de la habitación lo envolviera. En su mente, comenzó a construir el lugar que tanto había explorado en sus sueños: el suelo de mármol brillante, las altísimas columnas que parecían tocar el cielo, los vitrales bañados en tonos dorados y azules que proyectaban una luz casi divina.
—Concéntrate —pensó, repitiéndose la palabra como un mantra—. Visualízalo.
El zumbido del reloj de pared era el único sonido en la sala, acompañando el ritmo de su respiración. Naruto intentó sumergirse completamente en la imagen del lugar, recreando las sensaciones con tanta claridad como podía. El frío del mármol bajo sus pies desnudos. La inmensidad del salón, que lo hacía sentir pequeño pero conectado con algo mayor. El aire, tan puro y ligero que parecía llenar no solo sus pulmones, sino su espíritu.
Por unos momentos, parecía que podía casi sentirlo. Casi.
Pero, a medida que los minutos pasaban, pequeñas distracciones comenzaron a infiltrarse en su mente. Pensamientos rápidos, como chispazos: ¿Y si no funciona? ¿Y si solo estás perdiendo el tiempo? ¿Y si todo esto es solo un sueño sin sentido?
—¡No! —exclamó, sacudiendo la cabeza para despejarse. Abrió los ojos, frustrado consigo mismo, antes de cerrarlos de nuevo con más determinación—. Tienes que intentarlo.
Se obligó a permanecer quieto, con los ojos cerrados, dejando que las dudas se disolvieran poco a poco. Volvió a enfocar su mente en el lugar, en las sensaciones que había aprendido a amar, en la curiosidad que lo impulsaba a explorar más y más cada vez que lo visitaba.
Finalmente, después de un largo rato, abrió los ojos. La sala estaba exactamente igual. Nada había cambiado. Naruto dejó escapar un suspiro y se pasó una mano por el cabello, sintiendo una leve punzada de decepción en su pecho. Pero no dejó que esa sensación lo detuviera. Cerró el cuaderno para repasar mentalmente el siguiente paso.
—Visualización del lugar... —murmuró, recordando las palabras que había leído en un artículo sobre dimensiones de bolsillo—. Si no puedes crear el lugar en tu mente, no podrás llegar a él.
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Paso dos: Visualización del lugar
Naruto se sentó en el suelo, cruzando las piernas para estar más cómodo, y cerró los ojos una vez más. Esta vez, se enfocó en los hologramas. Los guerreros. La mujer zorro. Los objetos flotantes. Se esforzó por reconstruir cada detalle: la textura de las armaduras, los colores vibrantes que parecían brillar desde dentro de las figuras, las miradas intensas de los personajes. El guerrero con armadura, firme como un faro en medio de una tormenta. La mujer zorro, elegante y misteriosa, con sus colas danzando tras ella como ráfagas de viento. El monstruo del garrote, una encarnación de fuerza bruta. La joven del cetro, un faro de esperanza en la oscuridad.
Naruto apretó los puños, como si pudiera forzar a su mente a cruzar el umbral que separaba la realidad del sueño.
—Vamos... —pensó, con el ceño fruncido—. Tiene que funcionar.
Los minutos se alargaron en el silencio de la sala, y la tensión comenzó a acumularse en sus hombros. Finalmente, dejó escapar un gruñido frustrado y abrió los ojos, mirando la habitación vacía con una mezcla de cansancio y desilusión. Nada. Todo seguía igual.
Se rascó la cabeza, desviando la mirada hacia su cuaderno. ¿Qué estaba haciendo mal? ¿Era posible que estuviera sobreestimando sus habilidades? ¿O simplemente había interpretado mal lo que había leído?
—Tranquilo —se dijo, tomando una bocanada de aire para calmarse—. Todavía quedan más pasos.
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Paso tres: Intentar mover objetos
Naruto sacudió la frustración acumulada y decidió seguir adelante. El siguiente paso era intentar interactuar con el mundo físico. Había leído historias sobre metahumanos cuyos poderes se manifestaban al mover objetos de formas inesperadas. Tal vez había algo en él que simplemente necesitaba un "empujón" para despertar.
Colocó un vaso vacío en el suelo frente a él. Era pequeño y liviano, ideal para sus intentos. Se arrodilló, manteniendo el cuaderno abierto cerca, y extendió una mano hacia el vaso.
—Concéntrate —susurró para sí mismo—. Es como si estuvieras lanzando una cuerda invisible para atraparlo.
Naruto respiró hondo y se concentró, intentando "sentir" el vaso como una extensión de su propio cuerpo. Imaginó una conexión entre él y el objeto, como si algo invisible pudiera sujetarlo y moverlo. Pero no importaba cuánto lo intentara, el vaso permanecía completamente inmóvil, como si se burlara silenciosamente de su esfuerzo.
Naruto frunció el ceño, moviendo su mano de diferentes maneras, tratando de encontrar una técnica que funcionara. Pero tras varios minutos, nada cambió.
Suspiró, poniéndose de pie. —Tal vez este paso sea inútil... —murmuró, aunque en el fondo no podía evitar sentir una punzada de decepción.
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Paso cuatro: Movimientos rápidos y golpes
El siguiente método era más físico, y Naruto pensó que al menos le daría la oportunidad de liberar algo de energía acumulada. Comenzó a moverse por la sala, saltando de un lado a otro y lanzando golpes al aire. Sus movimientos eran torpes al principio, pero pronto se volvieron más fluidos, casi como si estuviera entrenando para una pelea.
Por un instante, olvidó su frustración. El ejercicio lo despejó, y aunque sabía que probablemente no lograría nada con esto, se sintió mejor. Era como si al menos estuviera haciendo algo con su cuerpo, como si mantuviera viva la esperanza de que algo pudiera cambiar.
—Bueno, al menos esto es un buen ejercicio —pensó, sonriendo levemente mientras lanzaba un último golpe.
Cuando finalmente se detuvo, jadeando ligeramente, miró a su alrededor. La sala seguía igual que antes. El vaso permanecía donde lo había dejado, inamovible.
—Tal vez solo estoy buscando respuestas donde no las hay... —murmuró, sintiendo cómo el desánimo comenzaba a instalarse en su pecho.
Sin embargo, una chispa de determinación brilló en sus ojos. No podía rendirse todavía. Había algo allí, algo que lo llamaba desde más allá de lo que podía entender. Y aunque no sabía cómo llegar, sabía que tenía que intentarlo.
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El último método en su lista era también el más abstracto: recrear las emociones que había sentido antes de entrar al lugar por primera vez. No era fácil de explicar, pero Naruto sabía que las emociones siempre habían jugado un papel importante en sus sueños. Era como si el camino hacia ese lugar estuviera marcado no por pensamientos lógicos, sino por la intensidad de lo que sentía en su interior. Tal vez, si lograba recuperar esa misma curiosidad, ese mismo asombro, podría desencadenar algo.
Se sentó en el suelo, cruzando las piernas frente al cuaderno abierto. Cerró los ojos, dejando que el silencio de la habitación lo envolviera una vez más. Esta vez, no intentó visualizar el lugar ni concentrarse en los detalles físicos. En cambio, se enfocó en sí mismo, en las emociones que lo habían inundado la primera vez que se encontró allí.
Recordó la sensación de asombro al ver el vasto salón por primera vez: las columnas que se alzaban como gigantes guardianes, el mármol brillante que parecía un espejo, los vitrales bañados en luz azul y dorada que parecían latir con vida propia. Más que eso, recordó la forma en que su corazón había latido más rápido, no por miedo, sino por una mezcla de emoción y reverencia. Era como si el lugar lo hubiera estado esperando.
Naruto dejó que esos recuerdos se filtraran en su mente. La primera vez que vio a los hologramas: la imponente figura del guerrero con armadura, la misteriosa mujer zorro, el monstruo colosal con el garrote, y la joven radiante con el cetro. Había algo profundamente conmovedor en esas figuras, algo que lo hacía sentir pequeño pero también conectado con algo mucho más grande que él mismo.
Un leve cosquilleo comenzó a formarse en su pecho mientras revivía esas emociones. No era solo curiosidad, era algo más profundo. Como si ese lugar no fuera simplemente un sueño, sino una parte de él que siempre había estado allí, escondida, esperando ser descubierta. Su respiración se volvió más lenta y profunda, mientras sentía cómo su mente se sumergía en esas sensaciones.
Naruto no sabía cuánto tiempo pasó así, pero cuando finalmente abrió los ojos, algo era diferente.
La sala seguía igual, con los muebles empujados contra las paredes y el vaso todavía inmóvil en el suelo. Nada había cambiado a su alrededor, pero él se sentía... distinto. Más ligero, más conectado consigo mismo. Como si algo en su interior se hubiera alineado, aunque no pudiera explicarlo del todo. Había fracasado en mover objetos o recrear el lugar, pero había logrado algo más importante: entenderse un poco mejor.
Naruto dejó escapar un suspiro, una mezcla de alivio y aceptación. Tal vez no había conseguido los resultados que esperaba, pero eso no significaba que había fallado. Había aprendido algo valioso: no importaba si tenía poderes o no, si ese lugar era real o una creación de su mente. Lo importante era que no iba a rendirse. Seguiría adelante, seguiría buscando respuestas.
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El resto del día transcurrió en una calma inusual. Naruto pasó horas revisando sus notas y ajustando su lista de métodos, pensando en nuevas formas de explorar sus habilidades. Aunque no había obtenido resultados inmediatos, no se sentía derrotado. Al contrario, había una chispa de optimismo en él, una certeza de que estaba un paso más cerca de entender el vínculo que lo unía a ese lugar.
Mientras repasaba las páginas de su cuaderno, una idea cruzó por su mente: tal vez el error estaba en intentar forzar las cosas. Hasta ahora, todo lo relacionado con ese lugar había ocurrido de manera espontánea, como si respondiera a su estado emocional más que a sus acciones físicas. Quizás necesitaba cambiar su enfoque, pero eso era algo que tendría que resolver con el tiempo.
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Esa noche, como siempre, Naruto se preparó para acostarse. Las luces de su habitación estaban apagadas, excepto por el suave resplandor de su lámpara de noche. Se sentó en la cama y miró las pastillas tranquilizantes sobre su mesita. El pequeño frasco había sido una constante en su vida durante semanas, y aunque al principio las había odiado, ahora eran parte de su rutina.
Tomó una pastilla, sosteniéndola entre los dedos por un momento antes de llevársela a la boca. Se quedó mirando el techo mientras la tragaba, reflexionando sobre su relación con ellas. ¿Eran realmente la clave para acceder a ese lugar? Era imposible saberlo con certeza, pero algo en su interior le decía que no eran una coincidencia.
—Si lo son... —pensó, dejándose caer contra la almohada—. Tal vez algún día lo entenderé.
Se acomodó entre las sábanas, cerrando los ojos mientras su cuerpo comenzaba a relajarse. Su mente estaba más tranquila de lo habitual, como si el día de hoy hubiera marcado un pequeño avance, aunque fuera imperceptible para los demás. Lo único que sabía con certeza era que no iba a rendirse. No importaba cuánto tiempo le tomara, seguiría buscando. Porque ese lugar no era solo un escape. Era una parte de él, una pieza de algo más grande que aún no lograba comprender.
Y mientras el sueño comenzaba a envolverlo, un pensamiento cruzó su mente, tan claro como un susurro:
—Tal vez mañana sea el día... —murmuró, mientras el peso del cansancio finalmente lo vencía—. Tal vez mañana abriré esa puerta.