La oscuridad envolvía a Naruto como un manto infinito, tan densa que la noción del tiempo y la distancia parecían irrelevantes. Caminaba con pasos inciertos, sintiendo que el eco de sus pisadas era tragado rápidamente por el vacío insondable que lo rodeaba. No había un horizonte, ni un cielo ni un suelo real que pudieran orientarlo. Solo él, flotando en aquella negrura sin fin. ¿Minutos? ¿Horas? ¿Días? No podía saberlo. La soledad comenzaba a calar profundamente en su mente, y con ella el peso de un desasosiego creciente.
"Esto es un sueño... tiene que ser un sueño", murmuró en voz baja, como si el sonido de sus palabras pudiera traer algo de lógica al caos. Sin embargo, el vacío no le respondió. Solo el silencio permaneció, cruel e inquebrantable.
De repente, algo interrumpió la monotonía. Una tenue luz azul comenzó a parpadear en la distancia. Apenas perceptible al principio, su brillo se intensificaba con cada segundo. Naruto detuvo sus pasos, entrecerrando los ojos para confirmar que no se trataba de una alucinación. El pequeño destello rompía con la opresiva negrura que lo rodeaba, despertando una extraña mezcla de curiosidad y temor en su interior.
—¿Qué es eso...? —murmuró, esta vez sin esperar respuesta.
Impulsado por un instinto primario, avanzó hacia la luz, sintiendo cómo su corazón palpitaba con fuerza en el pecho. La ansiedad le apretaba la garganta, pero algo lo empujaba a seguir, a descubrir la verdad detrás de aquel resplandor. Conforme se acercaba, la luz tomó forma. Era una esfera de color azul, flotando en el aire con una serenidad irreal. Parecía viva, ondulando ligeramente como si respirara. A su alrededor, el espacio inmediato comenzaba a iluminarse con un suave resplandor, apenas suficiente para revelar la nada que lo rodeaba.
Naruto se detuvo a unos pasos de la esfera, cautivado por su belleza y su extrañeza. No emitía calor ni ruido, pero su sola presencia parecía cargar el aire con una energía indescriptible. Por un momento, sintió que aquella esfera lo observaba, como si lo estuviera evaluando. Extendió la mano hacia ella con cautela, pero esta vez se detuvo antes de tocarla. Había algo en esa luz que lo hacía dudar, algo que le advertía que no era prudente acercarse más. Sin embargo, la curiosidad terminó ganándole.
Finalmente, su dedo rozó la superficie.
En el instante en que lo hizo, un destello cegador lo envolvió por completo, obligándolo a cerrar los ojos con fuerza. Sintió una poderosa vibración que lo atravesó de pies a cabeza, como si estuviera siendo arrastrado por un torrente invisible de energía. Un zumbido profundo llenó sus oídos, y su cuerpo dejó de tener peso. Por un momento, se sintió como si hubiera dejado de existir, reducido a un simple pensamiento flotando en la inmensidad.
Y entonces, de repente, todo quedó en silencio.
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En otro lugar...
La penumbra de la Baticueva era interrumpida únicamente por el brillo azul de las pantallas de la supercomputadora. Bruce Wayne estaba sentado frente a ellas, con los músculos tensos y el rostro marcado por la fatiga. Llevaba el torso desnudo, y gruesos vendajes cubrían las heridas que la criatura le había infligido en su último enfrentamiento. Aunque el dolor físico era intenso, lo que realmente lo atormentaba era la incertidumbre.
Había pasado días intentando descifrar el origen de esa criatura. Frente a él, imágenes borrosas de el monstruo parpadeaban en la pantalla, junto a fragmentos de informes de crímenes y análisis incompletos. Nada encajaba. Todo apuntaba a que aquello no era humano, pero no existía evidencia sólida que pudiera confirmar qué clase de ser era. "Un asesino que se alimenta del miedo..." pensó, recordando las palabras del monstruo. Esa noche había rozado la muerte como pocas veces antes. Y no podía permitirse repetirlo.
—Señor Bruce. —La voz calmada de Alfred rompió el silencio, sacándolo de sus pensamientos.
El mayordomo apareció a su lado, portando una bandeja con una taza de té y un frasco de pastillas. Su porte elegante contrastaba con el caos y la tensión que se respiraban en la cueva.
—Tal vez debería considerar descansar. Su cuerpo no se recuperará si no le da el tiempo necesario para hacerlo —dijo Alfred con tono firme, pero cargado de preocupación.
Bruce no respondió de inmediato. Sus ojos permanecían fijos en la pantalla, repasando los mismos datos una y otra vez. Finalmente, murmuró:
—No puedo darme ese lujo. No mientras esa cosa siga ahí fuera.
—Con el debido respeto, señor, enfrentarse a ese monstruo en su estado actual no es valentía. Es imprudencia. Si insiste en actuar solo, corre el riesgo de convertirse en su próxima víctima —replicó Alfred con un toque de dureza en su voz.
Bruce frunció el ceño y apartó la vista de la pantalla. Sabía que Alfred tenía razón, pero la idea de involucrar a alguien más le resultaba inaceptable. Las imágenes de sus aliados cruzaron su mente: Robin, Batgirl... No podía arriesgarse a que ellos se enfrentaran a un enemigo tan impredecible y peligroso. Cerró los ojos un momento antes de hablar:
—No puedo pedirles que se involucren en esto. No están listos. Podrían morir.
Alfred asintió con comprensión. Su expresión era grave, pero su voz permaneció serena.
—Entonces, tal vez sea momento de buscar ayuda fuera de Gotham. Hay personas más allá de esta ciudad que podrían ser valiosas en una situación como esta. Tal vez sea hora de considerar alianzas inesperadas.
Bruce permaneció en silencio, pensativo. Detestaba la idea de depender de otros, pero sabía que enfrentarse a Nocturne solo era una decisión insostenible. Tras unos segundos, dejó escapar un suspiro.
—Si esa cosa vuelve a aparecer, consideraré buscar apoyo. Pero no hasta entonces. Mientras tanto, esto sigue siendo asunto mío.
Alfred observó a su maestro con una mezcla de resignación y preocupación. Finalmente, asintió y comenzó a retirarse.
—Como desee, señor. Pero recuerde que incluso usted tiene un límite.
La soledad volvió a llenar la cueva cuando Alfred desapareció por las escaleras. Bruce permaneció frente a la computadora, con los ojos clavados en la pantalla y los pensamientos revoloteando en su mente. Las heridas en su cuerpo eran dolorosas, pero lo que realmente lo corroía era la sensación de que estaba enfrentándose a algo mucho más grande de lo que podía manejar.
En la oscuridad, el eco de las palabras de Alfred resonaba en su mente, mientras el brillo azul de las pantallas iluminaba su expresión sombría.
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De vuelta con Naruto...
Un resplandor cegador inundó sus ojos, obligándolo a entrecerrarlos mientras su visión se adaptaba. Poco a poco, la luz comenzó a disminuir, revelando un lugar completamente diferente al vacío en el que había estado antes. Naruto parpadeó varias veces, tratando de asegurarse de que lo que veía era real y no algún truco de su mente.
Ante él se extendía un inmenso salón de mármol blanco, brillante y perfectamente pulido, tanto que reflejaba su figura como un espejo. Las paredes eran tan altas que parecían tocar el cielo, adornadas con intrincados relieves que representaban escenas desconocidas. Los grabados mostraban figuras humanas, criaturas monstruosas y eventos que no podía comprender, como fragmentos de una historia que nadie le había contado.
El aire era frío, pero no desagradable; se sentía limpio y cargado de una energía indescriptible, como si el lugar estuviera vivo de alguna forma. La luz que iluminaba el salón era tenue, pero no provenía de ninguna fuente visible: ni antorchas, ni lámparas, ni ventanas. Parecía emanar de las propias paredes, envolviendo todo en una atmósfera etérea.
Sin embargo, lo que realmente capturó su atención fue lo que estaba en el centro de la pared más lejana: un vitral gigantesco que ocupaba casi todo el espacio disponible. Era una obra de arte impresionante, con colores vivos que parecían brillar con una intensidad propia, como si no necesitaran del sol para cobrar vida.
El vitral representaba decenas de figuras, cada una diferente de las demás. Algunas eran humanoides, otras monstruosas, y algunas desafiaban cualquier descripción. Había rostros llenos de furia, otros transmitían calma absoluta, y algunos estaban retorcidos en muecas de pura maldad. Lo más extraño era que, aunque Naruto no reconocía a ninguna de esas figuras, algo en ellas le resultaba inquietantemente familiar, como si formaran parte de un recuerdo enterrado en lo más profundo de su mente.
Mientras intentaba procesar lo que estaba viendo, notó algo más: hologramas que flotaban por toda la habitación. Cada holograma era una representación tridimensional de las figuras del vitral, mostrándolas con un nivel de detalle aún más impresionante. Los pliegues de sus ropas, las texturas de sus pieles, incluso las grietas en sus armas eran visibles, pero había algo peculiar: todos los hologramas estaban desprovistos de color, mostrando únicamente tonos de gris, como si fueran sombras inacabadas.
—¿Qué... es este lugar? —murmuró para sí mismo, mientras su voz resonaba en la inmensidad del salón.
Giró sobre sus talones, tratando de buscar respuestas en su entorno. Fue entonces cuando notó las dos puertas al final de la habitación, una a su izquierda y otra a su derecha. Ambas eran idénticas: altas, imponentes, hechas del mismo mármol que el resto del salón, y decoradas con grabados que parecían seguir el mismo patrón que los relieves de las paredes.
Por un momento, sintió la urgencia de moverse hacia una de ellas, de abrirlas y descubrir lo que había más allá. Pero algo lo detuvo. Era una sensación profunda, casi instintiva, que le decía que aún no estaba listo para tomar una decisión.
Se giró nuevamente hacia el centro del salón, sus ojos recorriendo los hologramas y el vitral una vez más. Todo en este lugar parecía diseñado para intimidarlo y cautivarlo al mismo tiempo. Naruto apretó los puños, tratando de calmar su respiración. El silencio a su alrededor era casi insoportable, como si el lugar estuviera esperando algo de él.
Volvió a mirar las puertas, pero esta vez no dio un solo paso hacia ellas. En lugar de eso, permaneció quieto en el centro de la habitación, dejando que el peso de su incertidumbre lo alcanzara.
—¿Dónde estoy...? —preguntó en voz alta, su tono cargado de frustración y confusión.
El eco de sus palabras resonó en el salón, pero no hubo respuesta. Solo el mismo silencio opresivo que lo había acompañado desde que había llegado. Naruto cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo su mente comenzaba a llenarse de preguntas para las que no tenía respuestas.
Cuando volvió a abrirlos, su mirada se posó una vez más en el vitral. Aunque no entendía lo que significaban las figuras, había algo en ellas que lo atraía, algo que le decía que la clave para entender dónde estaba y qué era este lugar se encontraba allí, entre esos colores vibrantes y esas formas inquietantes.
Y así, rodeado por la inmensidad del salón, Naruto permaneció en silencio, esperando... algo. Una señal, una respuesta, cualquier cosa que rompiera el enigma de aquel lugar.