Chapter 5 - Miedo / Fear

Todo en la ciudad parecía estar en su estado habitual. Los ruidos cotidianos resonaban en las calles: el zumbido de vehículos lejanos, el leve murmullo de personas hablando en las esquinas y el eco de los pasos apresurados de quienes se aventuraban a caminar de noche. Los locales de comida, aún abiertos a pesar de la hora, atendían a clientes cansados que buscaban una última cena antes de retirarse a casa. En los callejones, sombras difusas se movían al ritmo de negocios clandestinos o conversaciones furtivas. Mientras tanto, los policías realizaban sus rondas habituales, dando vueltas sin mucho entusiasmo por las calles.

A simple vista, todo parecía normal. Pero en Gotham, esa tranquilidad era engañosa. Todos sabían que esa calma sería efímera, que pronto se transformaría en caos.

Era un ciclo conocido por los habitantes de la ciudad. Siempre era lo mismo: algún loco buscando hacerse famoso, una batalla entre facciones de la mafia, un escape de prisión o una pelea devastadora entre supervillanos y héroes. Las personas de Gotham sabían que los momentos de paz eran preciosos, porque la ciudad rara vez los ofrecía, y cuando lo hacía, no duraban mucho.

Sin embargo, esta noche algo diferente había escapado. Algo que no era humano ni pertenecía al mundo normal. Algo que no tenía igual. No era solo peligroso, era maldad pura.

Mientras la mayoría de las personas pasaban su noche en relativa tranquilidad, en una zona oscura y apartada de la ciudad, un hombre corría. Sus pasos eran rápidos y torpes, casi desesperados, resonando en el suelo mientras su respiración se volvía más errática con cada segundo que pasaba.

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Aquel hombre no tenía nada especial. No era un héroe, ni un villano, ni siquiera una figura que alguien recordaría. Era un don nadie, una pieza desechable en el engranaje de la ciudad. Lo sabía, siempre lo había sabido. En Gotham, la vida de personas como él no tenía valor.

Sin embargo, había tenido la suerte suficiente como para evitar problemas serios. Nunca se había encontrado atrapado en una pelea territorial, nunca había estado en medio de un tiroteo y, a pesar de trabajar en un mundo lleno de peligros, siempre había logrado mantenerse al margen de las situaciones más peligrosas. Para él, eso era suficiente.

Su vida era sencilla, monótona, pero funcional. La paga de su trabajo no era nada impresionante, pero bastaba para cubrir sus necesidades. No tenía grandes ambiciones, y eso le gustaba. La tranquilidad de su rutina, aunque modesta, era lo único que realmente valoraba.

Pero la suerte no dura para siempre.

Esa noche había comenzado como cualquier otra. Su trabajo era simple: supervisar un intercambio en un almacén abandonado. Lo había hecho decenas de veces antes. Los compradores llegaban con el dinero, entregaban el producto y todo se resolvía de manera rápida y discreta. La policía rara vez se acercaba a esa parte de la ciudad, y mientras todos mantuvieran un perfil bajo, no había problemas.

El almacén era amplio, frío y desolado, lleno de cajas apiladas al azar. Las luces fluorescentes parpadeaban ocasionalmente, y el sonido del viento colándose por las grietas de las paredes llenaba el lugar de un eco constante. Todo estaba saliendo bien… hasta que apareció esa cosa.

Había llegado sin previo aviso, sin hacer ningún sonido hasta que fue demasiado tarde. Primero, fue un destello de movimiento, algo que apenas alcanzaron a percibir. Luego, vinieron los gritos. Aquel monstruo había irrumpido en el almacén y comenzó a matar a todos.

—¡Dispárenle! ¡Dispárenle! —había gritado alguien entre el caos, pero las balas no servían de nada. Algunas rebotaban contra el casco que cubría su cabeza, otras simplemente atravesaban su cuerpo como si no fuera sólido. El miedo se propagó rápidamente entre los hombres que habían creído estar a salvo.

Y entonces, el verdadero horror comenzó.

Lo primero que hizo la criatura fue incapacitar a todos. Cortó las piernas de los hombres más cercanos, asegurándose de que no pudieran escapar. Algunos también perdieron los brazos en el proceso, sus gritos de dolor resonando en todo el almacén. El suelo pronto quedó cubierto de sangre, y el olor a hierro se mezcló con el aire frío del lugar.

Uno de los hombres, tal vez el más afortunado de todos, había muerto rápidamente. Un solo corte limpio le había separado la cabeza del cuerpo, terminando su sufrimiento al instante. Los demás no tuvieron tanta suerte.

Un hombre, el mismo que ahora corría desesperado por las calles, había logrado esconderse entre un grupo de cajas. Su cuerpo temblaba mientras escuchaba los gritos y los ruidos de cuchillas desgarrando carne. Contuvo la respiración mientras se acurrucaba en la oscuridad, rogando que esa cosa no lo encontrara.

Cuando los gritos cesaron momentáneamente, reunió el valor suficiente para asomarse y mirar. Lo que vio lo marcaría para siempre.

La criatura estaba de pie en el centro del almacén, y ahora podía verla con claridad. Tenía cuchillas que sobresalían de sus antebrazos, largas y filosas, como si fueran una extensión natural de su cuerpo. Su torso estaba cubierto por una armadura negra que brillaba débilmente bajo las luces parpadeantes, y su cabeza estaba envuelta en un casco oscuro que ocultaba por completo su rostro. Lo más inquietante de todo era su falta de piernas: en su lugar, una nube de humo oscuro flotaba bajo su torso, permitiéndole moverse sin tocar el suelo.

No era humano. No podía serlo.

El hombre no podía apartar la mirada mientras la criatura se movía con una calma espeluznante. Parecía estar disfrutando de lo que hacía. Iba de una víctima a otra, asegurándose de que todos estuvieran lo suficientemente heridos como para no escapar. Los cortes en sus cuerpos eran precisos, diseñados para causar el máximo dolor sin matarlos al instante.

Algunos gritaban, otros pedían ayuda, pero nadie acudía a su llamado. Uno a uno, comenzaron a desmayarse por el dolor o la pérdida de sangre. Y entonces, la criatura los ignoraba. Parecía perder interés en aquellos que dejaban de estar conscientes, como si ya no fueran útiles para su entretenimiento.

El hombre se estremeció. "No es solo un monstruo… es algo peor. Es un demonio."

Intentó no moverse, intentando convencerse de que si permanecía oculto, esa cosa no lo encontraría. Pero sabía que no podía quedarse allí para siempre. El miedo lo estaba consumiendo, y si no huía pronto, su suerte se agotaría, como la de todos los demás.

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Si por algún milagro conseguías soportar el dolor de los cortes iniciales, esa cosa procedía a algo peor: cortaba trozos enteros de carne como si fueras un animal llevado al matadero. Pero, a diferencia de un carnicero común, no se molestaba en matarte antes de hacerlo. No. Él se aseguraba de que estuvieras vivo mientras desgarraba tu piel.

Desde su escondite, el hombre vio cómo algunos de los heridos intentaban arrastrarse lejos de aquel monstruo. Sus cuerpos, mutilados y ensangrentados, se retorcían en un esfuerzo desesperado por escapar. Pero la criatura parecía disfrutar de su intento inútil. Los dejaba avanzar unos metros, como si les diera una falsa esperanza, antes de acercarse tranquilamente y cortarles la cabeza con una precisión escalofriante.

Cada grito resonaba en el almacén como un eco interminable, golpeando los oídos del hombre escondido tras las cajas. Era una maldita pesadilla, un infierno de carne, sangre y desesperación. Cada vez que escuchaba uno de esos alaridos de dolor, su cuerpo se estremecía, incapaz de evitarlo.

"Esto no puede estar pasando," pensó mientras trataba de calmarse. Nadie sabía cómo había comenzado todo. En un momento, el almacén estaba tranquilo, y al siguiente, esa cosa había aparecido. Surgió desde las sombras como si fuera parte de ellas, un demonio que tomó forma en medio de la oscuridad. Y entonces, el caos se desató.

El hombre sabía que no podía quedarse mucho más tiempo en ese lugar. Si permanecía escondido, tarde o temprano lo encontrarían, y su suerte se agotaría. Tenía que moverse. Tenía que correr.

Con mucho cuidado, volvió a asomarse desde su escondite, tratando de calcular la mejor forma de escapar. Solo necesitaba una pequeña ventaja, unos pocos segundos para salir corriendo antes de que esa cosa lo notara.

Pero justo en ese momento, lo vio. Su amigo.

Allí estaba, tirado en el suelo, sin piernas. La sangre manaba de su boca, mezclándose con las lágrimas y el sudor que cubrían su rostro. Parecía haber perdido el conocimiento tras la tortura de la criatura, pero ahora estaba despierto. Sus ojos, llenos de terror, se movían rápidamente por la habitación mientras trataba de entender la situación. Al ver el estado de los demás, el pánico volvió a apoderarse de él. Desesperado, comenzó a arrastrarse con todas las fuerzas que le quedaban, dejando un rastro de sangre detrás de él.

El hombre no pudo apartar la vista. "No, no, no… ¿por qué tuviste que despertar?" pensó, sintiendo cómo la angustia crecía dentro de él.

Por un instante, creyó que su amigo podría lograrlo. Se estaba moviendo más rápido que los demás. Pero entonces, sus miradas se encontraron. Su amigo lo vio, escondido tras las cajas. Sus ojos, antes llenos de terror, parecieron llenarse de una renovada esperanza.

La expresión de su rostro cambió. Una chispa de fuerza, de determinación, se encendió en él. Con una voluntad que parecía sacada de algún rincón profundo de su alma, comenzó a arrastrarse hacia su dirección.

El hombre sintió que su corazón se encogía. Su amigo lo estaba buscando. "No puedo dejarlo así," pensó. Era más que un amigo, era un hermano. El único que lo había ayudado cuando todos los demás le dieron la espalda. "No quiero ser un héroe, pero no puedo dejarlo morir aquí. No después de todo lo que hizo por mí."

Respiró hondo y, con los nervios a punto de romperse, volvió a mirar hacia donde estaba la criatura. Para su sorpresa, el demonio se encontraba en el extremo opuesto del almacén, a más de cincuenta metros de distancia. Estaba torturando a otro de los hombres, ensañándose con su víctima.

"Esto es mi oportunidad." La distancia era suficiente. Si se movía rápido y en silencio, podría llegar hasta su amigo y traerlo de vuelta al escondite antes de que la criatura notara algo.

Reuniendo todo el coraje que tenía, salió de su escondite. Sus movimientos eran rápidos y silenciosos, sus pasos apenas rozando el suelo. Cuando llegó junto a su amigo, lo agarró por las manos y comenzó a arrastrarlo hacia las cajas. Su cuerpo temblaba con cada segundo que pasaba fuera de su escondite, pero se forzó a seguir. "Solo un poco más… solo un poco más…"

Cuando ambos estuvieron cubiertos por las cajas, el hombre soltó un suspiro ahogado, permitiéndose una breve pausa. Su corazón latía tan rápido que temía que el sonido lo delatara. Pero no había tiempo para relajarse.

Alzó la mirada, buscando desesperadamente una salida. En la esquina del almacén, justo detrás de unas estanterías metálicas, vio una puerta de emergencia. Estaba parcialmente oculta, pero el camino hacia ella parecía despejado. "Esa es nuestra salida," pensó, sintiendo un leve destello de esperanza.

—Podemos hacerlo… —susurró, más para sí mismo que para su amigo.

Volvió a mirar hacia la criatura. No podía darse el lujo de ser descuidado ahora. Debía asegurarse de que ese monstruo estuviera ocupado antes de intentar moverse hacia la salida. Lentamente, comenzó a girar la cabeza para localizarlo, pero antes de que pudiera hacerlo, un escalofrío recorrió su cuerpo.

Era como si el aire se hubiera vuelto más pesado, más denso. Un sonido bajo y gutural llenó la habitación, y entonces escuchó una voz.

¿A dónde van, pequeñas ratas?

La voz era grave y distorsionada, como si viniera de las profundidades de algún abismo. El hombre sintió que su sangre se helaba mientras las palabras resonaban en su mente. Por un instante, todo su ser le gritó que corriera, que escapara de allí lo más rápido posible. Pero, con un esfuerzo casi sobrehumano, resistió el impulso.

Lentamente, giró la cabeza hacia el techo, y lo vio.

Justo como había anticipado, allí estaba. El monstruo se encontraba sobre las cajas que habían servido de escondite para ambos. Su presencia, tan cercana, lo paralizó de inmediato. Era como si el aire hubiera sido arrancado de sus pulmones. "No hay escapatoria," pensó, mientras su mente buscaba desesperadamente una solución que sabía que no existía.

No podía luchar contra esa cosa. No después de lo que había visto. Los cuerpos mutilados y dispersos por todo el almacén eran prueba suficiente de que cualquier intento de resistencia era inútil. No era un enemigo contra el que pudieras pelear. No era algo humano.

De repente, sintió un apretón en su mano. La fuerza inesperada lo sacó brevemente de su parálisis. Miró hacia abajo y vio a su amigo. Su rostro estaba pálido, bañado en sudor y sangre, pero sus ojos mantenían un brillo de determinación. Con su mano libre, señaló la puerta de emergencia. No necesitaba decir más, pero aun así, sus labios se movieron, y su voz, apenas un susurro, llegó a sus oídos:

—Ve.

"Ve."

La palabra se clavó en su mente como un cuchillo. ¿Cómo podía simplemente abandonarlo? ¿Dejarlo allí para enfrentarse a ese monstruo solo? Pero sus piernas, por puro instinto, empezaron a moverse antes de que pudiera procesar lo que estaba haciendo.

Con lágrimas en los ojos y el corazón apretado por la culpa, obedeció. Se levantó de golpe y corrió, sus músculos moviéndose como si tuvieran vida propia. Su cuerpo sobrepasó sus propios límites, impulsado por una mezcla de adrenalina y puro terror. Sus pasos eran rápidos, casi torpes, y el sonido de sus botas resonaba en el almacén vacío.

Apenas era consciente de lo que hacía cuando una voz profunda y distorsionada resonó detrás de él, cortando el aire como un látigo:

Corre más rápido.

El eco de esas palabras se mezcló con un sonido inconfundible: el desgarrador ruido de carne siendo cortada. Fue lo último que escuchó antes de atravesar la puerta de emergencia.

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Corrió. Corrió como nunca antes en su vida. No pensaba, no miraba atrás. Solo seguía adelante, sus piernas impulsándolo a toda velocidad mientras el frío aire nocturno golpeaba su rostro. No podía dejar de correr.

"Lo siento. Lo siento," pensaba una y otra vez. Las lágrimas caían por sus mejillas, mezclándose con el sudor que empapaba su piel. "Perdóname... tenía que hacerlo. No había otra opción."

No podía detenerse a lamentar la muerte de su amigo, no ahora. Su supervivencia era lo único que importaba. "Cuando esté a salvo, podré pensar en todo lo demás. Pero ahora no."

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Sin que él lo supiera, la criatura estaba volando por encima de él, desplazándose con una gracia perturbadora. Desde las alturas, observaba cómo aquel hombre corría con todas sus fuerzas, tratando de escapar.

El miedo.

Ese miedo tan puro, tan desesperado, era un banquete para la criatura. "Es delicioso," pensó, saboreando cada gota de terror que emanaba de su presa. Había pasado tanto tiempo desde que había probado un miedo tan crudo, tan auténtico.

Su existencia misma estaba ligada a esa emoción. Había nacido en medio de una guerra, cuando el miedo abundaba en cada rincón, cuando los corazones de los hombres latían al ritmo de la desesperación. El miedo era su sustento, su manjar, su razón de ser.

Y siempre disfrutaba de este momento: el instante en que sus presas creían que tenían una oportunidad de escapar. Verlas aferrarse a la esperanza, aunque fuera por un breve segundo, solo para arrebatarles todo después. Esa era su parte favorita.

"Tal vez acabé demasiado rápido con los otros," pensó mientras observaba al hombre correr. Pero no importaba. El mundo estaba lleno de presas, lleno de miedo por cosechar. Ya no estaba encerrado. Ya no estaba limitado.

Mientras el invocador tuviera pesadillas, él tendría el control. Podría manifestarse en este mundo siempre que quisiera. Nadie sabía de su existencia aún, pero tenía que aprovechar ese anonimato antes de que los demás lo descubrieran.

Aunque disfrutaba prolongar la persecución, sabía que no podía dejar que este humano escapara. "No puedo arriesgarme a que otro lo vea," pensó. Después de todo, el mayor temor siempre proviene de lo desconocido.

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El hombre podía ver la salida. A solo unos metros, la avenida principal se extendía frente a él. Las luces de los postes iluminaban la calle, y aunque no había mucha gente a esa hora, aún podía ver algunos autos pasando. "Solo un poco más," pensó. "Si llego ahí, tal vez... tal vez se distraiga con alguien más. Tal vez me deje ir."

Su cuerpo estaba al límite. Sus piernas ardían, sus pulmones parecían a punto de estallar y cada paso enviaba una punzada de dolor por todo su cuerpo. Pero no podía detenerse. No ahora. "Estoy tan cerca..."

Con las últimas gotas de energía que le quedaban, obligó a su cuerpo a acelerar. Su velocidad aumentó, y por un breve instante, pensó que podría lograrlo.

Y entonces, ocurrió.

Apareció frente a él.

La criatura surgió de la nada, materializándose en su camino como si hubiera salido de la misma oscuridad. Su figura imponente bloqueó su escape, flotando unos centímetros sobre el suelo.

El hombre se detuvo de golpe, sus ojos abiertos de par en par. El miedo lo paralizó por completo, pero solo por un instante. Con un esfuerzo desesperado, intentó seguir corriendo, convencido de que podría esquivar a la criatura. "Siempre he tenido suerte," pensó. "La suerte siempre me ha ayudado... tiene que hacerlo ahora."

Pero había dos errores en su pensamiento.

El primero era creer que la suerte era algo que podía controlar, como si desearlo fuera suficiente para que ocurriera. Y el segundo... el segundo fue pensar que un humano común y corriente podría superar a un monstruo.

Ignorando estas verdades, impulsado por el miedo, decidió actuar. Pero no llegó muy lejos.

Todo cambió en un instante.

El mundo a su alrededor se torció. Las luces de la avenida se deformaron, girando como si hubieran sido absorbidas por un remolino invisible. Las sombras se alargaron y se retorcieron, mientras el suelo bajo sus pies parecía desaparecer. De repente, todo estaba al revés.

El hombre tropezó, sus piernas fallando al no encontrar un punto de apoyo sólido. Sus ojos se llenaron de confusión y terror mientras su entorno se transformaba en un caos incomprensible.

"¿Qué está pasando?" fue lo último que alcanzó a pensar antes de caer.

Demasiado tarde se dio cuenta de la verdad. No estaba en otra dimensión, ni el mundo había cambiado a su alrededor. El caos que veía no era más que un engaño de sus propios sentidos.

Había sido la última broma de aquella criatura antes de finalizarlo.

Con un movimiento limpio y preciso, su cabeza había sido separada de su cuerpo. Por un breve instante, su mente aún intentaba comprender lo que había sucedido. El dolor era casi imperceptible, reemplazado por una sensación de vacío mientras todo se apagaba. Su visión se oscureció poco a poco, como si el mundo entero se desvaneciera en una interminable sombra.

Y lo último que vio antes de que la oscuridad lo reclamara por completo fue el rostro de ese demonio: esa máscara sin vida, esos ojos blancos que parecían atravesarlo, vacíos de compasión, pero llenos de un poder indescriptible.

"¿Así termina?" pensó débilmente, antes de que todo se apagara para siempre.

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El monstruo bajó lentamente hasta el cuerpo decapitado del hombre, flotando como una sombra silenciosa. Por un momento, contempló su obra con un placer casi palpable, aunque su rostro, oculto tras el casco, no mostrara emoción alguna.

No hay mejor sensación que esta —dijo, su voz grave resonando en el aire, cargada de satisfacción.

Con movimientos tranquilos, se inclinó hacia el cuerpo inerte, como si quisiera observarlo más de cerca. Entonces, habló de nuevo, en un tono casi amistoso, aunque no menos perturbador:

Gracias, tu miedo fue delicioso.

Con esas palabras, se dio la vuelta, dejando atrás el cuerpo inerte. No había más utilidad en él. Ya había cosechado lo que quería.

Elevándose una vez más, comenzó a flotar hacia el cielo, moviéndose con una elegancia antinatural, como si el viento lo llevara consigo. Su silueta negra se desdibujaba contra las luces de la ciudad, convirtiéndose en una mancha oscura que se perdía en la noche. Cuando alcanzó unos cientos de metros de altura, se detuvo por un momento y miró hacia abajo.

Gotham se extendía ante él como un mapa viviente, llena de luces parpadeantes, sonidos lejanos y pequeños movimientos que solo él podía percibir desde esa altura. Observó la ciudad en silencio, como un depredador estudiando a su presa.

Una comida más no estaría mal antes de irme —murmuró, como si estuviera hablando consigo mismo.

Su voz parecía arrastrar las palabras, prolongándolas en un eco que solo él podía escuchar. Una risa baja y gutural resonó en su garganta mientras comenzaba a moverse de nuevo, surcando el cielo nocturno como una sombra viva.

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Desde abajo, las calles de Gotham parecían indiferentes a lo que acababa de suceder. Los vehículos seguían pasando por las avenidas, sus luces reflejándose en el asfalto mojado. Las personas caminaban apresuradas, buscando llegar a sus destinos, ignorantes del horror que flotaba por encima de ellos.

Pero algo había cambiado.

Algo oscuro, algo primitivo, algo que hacía siglos había quedado enterrado en la psique humana, estaba despertando nuevamente.

El instinto más básico y ancestral de todos, aquel que había impulsado a los primeros hombres a correr, a esconderse, a sobrevivir.

El miedo estaba de vuelta.

Y con él, algo aún peor había llegado.

La criatura se desvaneció entre las nubes, perdiéndose en el bullicio de la ciudad. Pero su presencia, aunque invisible, permanecía.

Después de todo, todos tenemos miedo.