Habían pasado dos días desde aquel fatídico suceso. Afortunadamente, nadie había encontrado todavía el cadáver del hombre, y todo parecía transcurrir con normalidad. Su vida, una vez más, volvía a estar bajo su control. Bueno, al menos la mayoría de ella.
Esa mañana se levantó temprano e inició su rutina como siempre, aunque no podía ignorar el pequeño problema que llevaba arrastrando desde entonces: la imagen de un cuerpo decapitado y sin brazos en su habitación seguía persiguiéndolo. No importaba cuánto intentara distraerse; aquella escena volvía a su mente una y otra vez, como si se hubiera grabado permanentemente en su cabeza.
Sabía que algo le había afectado. "Dicen que ver la muerte de cerca puede causar una gran impresión. Pero, entonces, ¿qué me pasaría si llegara a matar a alguien?" Esa pregunta había ocupado gran parte de sus pensamientos durante los últimos días, como un eco insistente del que no podía escapar.
Esto no era un cómic ni una película, donde matar parecía tan fácil como comer dulces. Esta era la vida real. Cada persona, incluso los criminales, tenía aspiraciones, sueños, una vida detrás de sus acciones, buena o mala. Pero entonces, "¿está bien matar a alguien que no tiene salvación? ¿Alguien que no merece vivir?"
Sacudió la cabeza con fuerza, como si el simple movimiento pudiera despejar esos pensamientos oscuros de su mente. Pero sabía que no sería tan fácil. Algo había cambiado desde ese día. Lo sentía en lo más profundo de su ser. Era como si algo dentro de él hubiera despertado, algo que no terminaba de entender.
Normalmente, tenía una voz en su cabeza, esa misma que lo ayudaba a organizar sus ideas o resolver problemas, pero esta vez era diferente. Esos pensamientos no eran suyos. O al menos, no lo parecían. Nunca había tenido pensamientos tan extremos ni tan fríos. La idea de que estaba bien matar, de que no sentía remordimiento alguno por pensarlo, lo aterrorizaba. Algo —o alguien— estaba sembrando estas ideas en su mente, y no le gustaba nada.
Pero, ¿qué podía hacer al respecto? Ir a un psicólogo o terapeuta no era una opción. Las preguntas serían inevitables, y las respuestas, imposibles de dar. "No puedo decirles la verdad. No puedo decirles que encontré un cadáver desmembrado en mi habitación, que decidí deshacerme de él en lugar de llamar a la policía." La sola idea era absurda. Lo llamarían loco, o peor aún, lo arrestarían.
Apretó los puños, frustrado. "Esto tiene que pasar. Es solo un efecto secundario," pensó, tratando de convencerse. Seguramente, era una reacción normal después de presenciar algo tan grotesco. Después de un tiempo, todo volvería a la normalidad. Tenía que ser así. Solo necesitaba aguantar.
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El día transcurrió de manera normal. Las clases, los trayectos, incluso el silencio en su apartamento, todo estaba en su lugar. Aquella rutina le ofrecía un consuelo que pocos entenderían, y aunque su mente seguía revoloteando entre recuerdos oscuros y pensamientos extraños, se aferraba con fuerza a esa monotonía que tanto valoraba.
Cuando la noche llegó, se preparó para acostarse. Aseguró todas las cerraduras de su departamento, revisando cada ventana, cada esquina, como ya era costumbre desde lo ocurrido. Incluso había añadido más medidas de seguridad: tubos metálicos que bloqueaban las ventanas y cuerdas con latas vacías que harían ruido si alguien intentaba entrar. "Es más trabajo del que debería hacer para vivir tranquilo, pero vale la pena."
Miró alrededor de su pequeño apartamento, asegurándose de que todo estuviera en orden. Nadie entraría. Era demasiada molestia para cualquier ladrón promedio de Gotham, y con eso podía dormir tranquilo.
Se dejó caer sobre su cama, permitiendo que el cansancio se apoderara de su cuerpo.
—Solo necesito dormir… olvidarme de todo por unas horas —murmuró, tirando de las sábanas para cubrirse por completo.
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Las pesadillas.
Siempre estaban ahí, esperando. Tal vez ya se había acostumbrado a ellas, hasta cierto punto. Pero eso no cambiaba el hecho de que las odiaba. Después de todo, ¿a quién le gustaría dormir solo para ser perseguido por los recuerdos más oscuros de su vida?
Cerró los ojos e intentó dejar su mente en blanco. Algunas veces funcionaba, otras no. Tal vez esta sería una de esas noches en las que la oscuridad lo dejaba en paz.
Después de unos quince minutos, finalmente se quedó dormido. Pero esta vez, algo era diferente. Normalmente, soñaría algo confuso, oscuro, quizás violento. Pero lo que estaba por suceder iría mucho más allá de lo normal.
Mientras dormía, comenzó a revivir los eventos de su infancia. Ese día. El peor de todos. Los recuerdos de aquella fatídica jornada, el día en que perdió a sus padres, se reproducían una y otra vez frente a sus ojos como una película que no podía detener. No importaba cuánto tiempo pasara, esa imagen permanecía, acechándolo, enterrada en lo más profundo de su mente.
Su cuerpo se retorcía en la cama mientras la pesadilla tomaba el control. Sus manos apretaban las sábanas, y gotas de sudor comenzaban a formarse en su frente. Pero no era solo la pesadilla lo que lo atormentaba esta vez.
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Una sombra comenzó a emerger desde su pecho. Oscura, densa, casi líquida, se extendió lentamente por su cuerpo. Era como si tuviera vida propia, moviéndose con voluntad. La sombra rodeó su torso primero, cubriendo cada centímetro de su piel. Después, comenzó a extenderse hacia sus brazos, sobresaliendo de sus antebrazos en forma de cuchillas. Sin embargo, estas aún no tenían una forma definida; eran caóticas, incompletas, como si estuvieran en un proceso de transformación.
Sus piernas comenzaron a desaparecer, absorbidas por esa misma sustancia oscura. La sombra lo envolvía por completo, como si intentara consumirlo desde dentro. Era un espectáculo extraño y perturbador, un cambio que parecía ocurrir más allá del plano físico, afectando algo más profundo, algo que ni siquiera él podía comprender.
Mientras tanto, su cuerpo seguía retorciéndose, atrapado en la pesadilla. Pero ahora, esa pesadilla no parecía solo un sueño. Algo más estaba sucediendo. Algo que iba más allá de su control.
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En el lugar de sus piernas, una especie de humo oscuro comenzó a materializarse, reemplazándolas por completo. Aquel humo parecía moverse con voluntad propia, expandiéndose y contrayéndose como si fuera parte de un organismo vivo. Mientras tanto, algo más comenzaba a cubrir su cabeza: una especie de casco oscuro se formaba alrededor de su rostro, encajando perfectamente hasta que no quedó ni un solo rastro visible de piel. Era como si el joven hubiera desaparecido bajo esta nueva forma, como si lo hubieran borrado del mundo.
Pasaron unos minutos en silencio. Su cuerpo permanecía inmóvil, pero la atmósfera de la habitación era sofocante, cargada de una extraña energía que parecía vibrar en el aire. Justo cuando parecía que no ocurriría nada más, su cuerpo comenzó a moverse de manera antinatural. Sin previo aviso, se levantó de la cama, pero no caminó. En lugar de eso, flotó lentamente hacia la ventana. Su figura se deslizaba por el aire, como si el extraño humo que ahora constituía sus extremidades inferiores le permitiera moverse sin necesidad de tocar el suelo.
Al llegar frente a la ventana, su primera acción fue abrir las cortinas de par en par, dejando que la luz plateada de la luna inundara la habitación. Los suaves rayos iluminaron cada rincón, haciendo brillar tenuemente el casco que ahora cubría su cabeza y resaltando el aspecto antinatural de su nueva forma. La luz de la luna pareció desencadenar algo más, porque en ese instante su cuerpo comenzó a transformarse de nuevo.
Sus brazos se alargaron lentamente, creciendo varios centímetros más. Durante el proceso, la musculatura que alguna vez había tenido se desvaneció por completo, dejando unos brazos delgados, casi esqueléticos, que parecían diseñados únicamente para intimidar. Sus manos también comenzaron a cambiar: los dedos se estiraron grotescamente hasta adoptar la forma de largas garras, terminando en puntas afiladas que parecían capaces de rasgar el metal.
En sus hombros, comenzaron a formarse hombreras que parecían hechas de una armadura antigua. Estas surgieron de manera natural, como si fueran parte de él, construidas del mismo material oscuro y opaco que el casco que ahora cubría su rostro. Mientras tanto, las cuchillas etéreas que sobresalían de sus antebrazos finalmente tomaron forma sólida. Brillaban bajo la luz de la luna, reflejando un filo mortal que no dejaba lugar a dudas: eran armas diseñadas para destruir.
Durante todo este tiempo, su cabeza había permanecido inclinada hacia el suelo, pero ahora la levantó lentamente, revelando el nuevo rostro que había adoptado. El casco que lo cubría carecía de boca, y sus ojos ya no parecían humanos. Dos grandes huecos blancos, sin pupilas ni párpados, brillaban intensamente desde las profundidades de la oscuridad del casco. Eran fríos, vacíos, pero al mismo tiempo cargados de una extraña energía que parecía irradiar amenaza.
La criatura levantó la cabeza hacia la luna, mirándola fijamente junto con las pocas estrellas que la rodeaban. Un sonido bajo y grave surgió de su garganta, como un gruñido que resonó en la habitación. Luego, con una voz profunda y reverberante, habló por primera vez:
—Se siente bien salir después de tanto tiempo…
Sus palabras eran arrastradas, cada sílaba cargada con una oscura satisfacción. Flotó lentamente hacia la ventana, pero al intentar abrirla, se encontró con algo inesperado: las cerraduras que el joven había puesto previamente ofrecían resistencia.
La criatura hizo un ruido de molestia, una especie de gruñido bajo, y levantó una mano. Con un simple movimiento de su garra, rompió todos los candados como si fueran de papel, arrancándolos de la ventana sin esfuerzo alguno.
—Molesto… —dijo en un tono que dejaba entrever cierto desdén.
Con las cerraduras fuera de su camino, abrió la ventana de par en par y flotó hacia el exterior, saliendo finalmente del apartamento. Una vez en el aire, se elevó lentamente, alcanzando unos cuantos metros de altura antes de detenerse. Su figura parecía más imponente bajo la luz de la luna, una silueta oscura y aterradora que flotaba sobre Gotham.
Mirando hacia abajo, a la ciudad que se extendía bajo él, dejó escapar una risa baja y profunda.
—Este mundo… se ve tan delicioso. Hay tanto miedo…
Sus palabras resonaron en el silencio de la noche mientras seguía elevándose. Pronto alcanzó varios cientos de metros de altura, mirando la ciudad desde una perspectiva que ningún humano podría alcanzar. Desde allí, podía sentir el caos, el miedo, la incertidumbre que impregnaba cada rincón de Gotham. Y para él, era perfecto. Era como si todo eso lo alimentara, lo fortaleciera.
Finalmente, inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado, como si escuchara algo que nadie más podía oír. Una sonrisa torcida, aunque invisible tras el casco, parecía formarse en su rostro.
—Que la cacería comience… —dijo en voz baja, pero con una intensidad que hacía que esas palabras pesaran más de lo que deberían.
Sin previo aviso, su cuerpo se inclinó y comenzó a caer. Su figura atravesó el cielo como un proyectil, moviéndose a una velocidad imposible mientras descendía directo hacia las calles de Gotham.
Esa noche, algo había despertado. Algo que no debía existir. Y aunque el mundo aún no lo sabía, todo estaba a punto de cambiar.
Aquella criatura, que alguna vez fue un joven ordinario, sería solo el inicio. Apenas uno de los muchos males que pronto azotarían este mundo. Un nuevo capítulo estaba por comenzar, y nadie tenía idea de lo que se avecinaba.