El viento frío de la noche soplaba con una delicadeza irónica, acariciando la piel de Kaeleen mientras permanecía en el borde del precipicio. El abismo oscuro lo llamaba, extendiéndose como una boca hambrienta lista para devorarlo. Frente a él, la vasta extensión de la ciudad se desdibujaba en la distancia, sus luces diminutas e indiferentes, como la vida que había llevado hasta ahora.
Kaeleen respiró hondo, intentando calmar la tormenta que rugía en su interior, pero solo logró avivar las llamas de su desesperación. No era más que un inútil. Un peso muerto en la vida de su familia, un blanco fácil para las burlas de sus compañeros. Había fallado en todo: en ser hijo, en ser amigo, en ser alguien.
"¿De qué sirve seguir respirando?", se preguntó, sintiendo cómo sus pensamientos se volvían cada vez más sombríos. Cada fracaso lo aplastaba, cada rechazo lo hundía más en ese abismo al que estaba a punto de entregarse.
Por un momento, una risa ahogada escapó de su garganta. Un sonido extraño, casi inhumano, como el de alguien que había aceptado lo inevitable. Kaeleen se cubrió la boca, pero la risa se intensificó, creciendo hasta convertirse en una carcajada desquiciada. No podía evitarlo. Era ridículo. Su vida, sus fracasos... todo había sido una cruel broma. Y él, el bufón en su propia tragedia.
Las lágrimas brotaron de sus ojos, mezclándose con su risa, transformándose en sollozos. Kaeleen se dejó caer de rodillas, llorando con una desesperación que lo desgarraba por dentro. "Ya no puedo más...". No había más fuerza en él para seguir luchando. ¿Para qué?
De pie una vez más, miró hacia el vacío que lo esperaba, y sin más vacilación, dio un paso al frente.
El viento lo rodeó, su caída libre lo llenó de una paz extraña. Por fin... por fin, todo acabaría. Pero justo en el momento en que se preparaba para el impacto, algo cambió. El aire a su alrededor se tornó cálido, envolviéndolo en una sensación de consuelo. Y en ese instante, escuchó una voz. No sabía si era real o si su mente, en sus últimos momentos, le jugaba una broma.
"Todo estará bien...", dijo la voz, suave y cálida, como un susurro que calmaba su alma.
Sus ojos se abrieron de golpe. Quiso gritar, pero el grito se quedó atascado en su garganta. Y entonces todo desapareció en un destello de luz.
Kaeleen despertó con un sobresalto, jadeando. Su cuerpo estaba cubierto de tierra seca y fría, y al abrir los ojos, se encontró bajo un cielo extraño. Tres lunas colgaban en lo alto, iluminando con una luz tenue un paisaje que no conocía. Se sentó lentamente, el corazón martillando en su pecho. ¿Dónde estaba?
Intentó recordar el momento antes de caer. La voz... esa voz que había escuchado. No había sido real, ¿verdad?
Miró a su alrededor y notó que no estaba solo. A su alrededor, decenas, quizás centenares de personas yacían desparramadas en el suelo, todos desorientados como él. Kaeleen vio a grupos en la distancia, probablemente igual de confundidos. Hombres y mujeres jóvenes, la mayoría de ellos entre los quince y veinticinco años, todos luciendo desconcertados. ¿Qué es este lugar?
Una sensación de caos empezó a crecer. Algunos se levantaban, mientras otros comenzaban a discutir, el miedo y la confusión se extendían como un incendio descontrolado.
Kaeleen observó en silencio, tratando de comprender qué estaba sucediendo. Pero antes de que pudiera procesar lo suficiente, un grito desgarrador rompió el aire.
"¡Aaahhh!"
Giró la cabeza justo a tiempo para ver a un joven cayendo al suelo, una figura diminuta y grotesca estaba sobre él. Era diminuto, parecía tener la estatura de un niño de 8 años, con una gran cabeza que destacaba en su pequeño cuerpo y poseía una mirada grotesca junto a sus grandes colmillos llenos de sangre que goteaba al suelo, al verlo Kaeleen entendió de que se trataba, era un Goblin, algo que el pensaba que solo existiría en una novela de fantasía se había hecho realidad y estaba frente a el, apunto de asesinar a una persona. Ver como esta criatura de piel verdosa y aspecto repulsivo, le clavaba una daga oxidada en la pierna mientras la sangre brotaba, y el joven gritaba de dolor, fue el golpe de realidad que sintió Kaeleen, este ya no era el mundo donde solía vivir, aquí tenias que luchar para sobrevivir.
Al ver esto Kaeleen sintió cómo su estómago se retorcía al ver la escena. Todo se congeló por un segundo.
"¡Son más!" gritó alguien.
Ocho goblins armados con dagas aparecieron entre la niebla, sus pequeños cuerpos moviéndose con agilidad mientras se acercaban al grupo. Eran criaturas horribles, con ojos amarillentos y sonrisas torcidas que dejaban ver dientes podridos. Se movían con confianza, como si ya hubieran hecho esto antes: cazar humanos desorientados y vulnerables.
El miedo inundó a Kaeleen. Su cuerpo temblaba de terror puro. "Voy a morir aquí."
Todos los demás compartían la misma expresión de horror, incapaces de moverse. Los goblins se acercaban cada vez más, sus risas burlonas resonando entre ellos. Uno de ellos levantó su daga, listo para atacar.
Y entonces, de repente, una figura apareció de la nada.
Con una velocidad inhumana, un caballero de armadura brillante irrumpió en la escena, su espada trazando un arco perfecto mientras decapitaba al goblin de un solo golpe. El cuerpo de la criatura cayó al suelo, inerte.
El caballero, un hombre rubio de ojos azul cielo y sonrisa confiada, miró al grupo con una calma sorprendente.
"¡No teman!", gritó con voz firme. "Están a salvo ahora."
Dos soldados más aparecieron detrás de él, y en cuestión de segundos, los goblins restantes fueron abatidos, sus cuerpos cayendo sin vida en el suelo.
El caballero se volvió hacia los recién llegados. "Soy Sir Aldric, caballero del reino de Ethelia. Todos ustedes están a salvo bajo nuestra protección."
Pero el pánico ya se había apoderado del grupo. Voces de protesta, de miedo, y de rabia comenzaron a elevarse entre los convocados.
"¡Qué es esto!", gritó uno. "¿Dónde estamos?"
"¡Nos estás mintiendo!"
"¿Qué demonios son esas cosas?"
Kaeleen se quedó en silencio, el miedo todavía agarrándolo del cuello. No podía procesar todo lo que estaba sucediendo.
Entonces, otra figura apareció entre la multitud. Una mujer, tan hermosa que por un momento Kaeleen olvidó respirar. Tenía el cabello rubio como el sol, y sus ojos irradiaban una calidez que contrastaba con la frialdad del lugar. Caminó con una gracia inhumana hacia el joven herido y, sin decir una palabra, colocó sus manos sobre su pierna ensangrentada.
Luz dorada emergió de sus palmas, y ante los ojos asombrados de todos, la herida comenzó a cerrarse.
"¿Magia?", susurró alguien, asombrado.
La mujer sonrió suavemente, asintiendo. "Basic Healing," dijo con modestia. "Tranquilos, ahora están bajo la protección del reino de Ethelia. Mi nombre es Selene, y soy princesa de este reino."
Kaeleen no podía apartar la mirada. Algo en ella lo cautivaba, no solo por su belleza, sino por la serenidad que proyectaba. Sintió algo cálido dentro de él, una sensación que hacía tiempo no experimentaba: esperanza.
A medida que los caballeros guiaban al grupo hacia las afueras, Kaeleen no dejaba de observar a su alrededor. Cientos de grupos como el suyo estaban siendo escoltados por soldados en la distancia, cada uno más perdido que el otro. No podía evitar sentirse desconfiado. "¿Qué está pasando aquí?"
Mientras caminaban por el sendero que atravesaba un denso bosque, algo llamó su atención. En la distancia, entre los árboles, creyó ver una figura pequeña corriendo. Una niña. Frunció el ceño.
"¡Hey!" señaló, mirando a los soldados. "¿Vieron eso? ¡Una niña corriendo por el bosque!"
El caballero que lo escoltaba lo miró con curiosidad. "Eso es imposible."
"¿Cómo que imposible?" -K
"Si una niña estuviera suelta en estas tierras, no duraría ni cinco minutos. Las criaturas aquí fuera la devorarían al instante." Su tono era serio.
Kaeleen quedó desconcertado. ¿Había imaginado esa figura? Pero antes de poder procesarlo, miró a los demás convocados, buscando respuestas en sus expresiones, pero lo único que encontró fue más desconcierto. Todos parecían igual de asustados, con los rostros pálidos y los ojos abiertos de par en par, como si la realidad de su situación estuviera apenas comenzando a hundirse en sus mentes. Nadie dijo nada más sobre la niña. Tal vez había sido solo un reflejo de su propia confusión.
Siguieron caminando en silencio mientras el bosque comenzaba a aclararse. Al final del sendero, más allá de los árboles, las murallas del reino de Ethelia aparecieron de repente. Altas y majestuosas, las torres de piedra blanca se elevaban hacia el cielo púrpura, sus cúpulas brillando con el reflejo de las tres lunas. Kaeleen sintió cómo el aire parecía más pesado al acercarse a esas paredes antiguas. A pesar de su inquietud, no pudo evitar sentir una mezcla de asombro y miedo.
"Impresionante, ¿verdad?", dijo Sir Aldric, sonriendo mientras observaba las expresiones atónitas de los recién llegados. "Bienvenidos al reino de Ethelia. Aquí estarán a salvo."
El grupo fue escoltado hasta unas carretas que esperaban a las afueras del reino. Kaeleen subió a una de ellas junto con los demás, mientras las puertas de la ciudad se abrían lentamente, revelando el interior. A medida que las carretas avanzaban por las calles de piedra, Kaeleen no pudo evitar maravillarse ante la vida que latía en el reino.
Ethelia estaba llena de actividad. Los mercados estaban abarrotados de puestos que vendían frutas exóticas, telas de colores vibrantes, y todo tipo de artefactos que Kaeleen nunca había visto. Las casas, construidas con piedras lisas y pulidas, tenían tejados que parecían brillar con una luz tenue. Caballeros patrullaban las calles a pie, sus armaduras brillando bajo la luz de las tres lunas. Personas de todas las razas caminaban por las calles: seres altos y delgados, algunos con orejas alargadas, otros con rasgos animales o con alas de colores. Era un espectáculo imposible para alguien que venía de la Tierra.
El murmullo entre los recién llegados era constante. Kaeleen escuchaba fragmentos de conversaciones, algunos llenos de miedo, otros de asombro. "¿Cómo es posible todo esto?", "¿Qué son esos seres?", "Esto es una locura..." Las preguntas se acumulaban en la mente de todos, pero nadie tenía respuestas.
Un hombre sentado junto a Kaeleen miró hacia uno de los escoltas y, con un tono desafiante, dijo: "¿Qué se supone que es este lugar? No nos han dicho nada claro. ¿Dónde demonios estamos?"
Uno de los soldados que los escoltaba, un hombre de cara severa, lo miró con dureza. "¡Cállate y muestra respeto!", ladró, acercándose a la carreta como si fuera a golpear al hombre.
Pero antes de que pudiera hacerlo, Sir Aldric intervino. "Calma, Oran." Puso una mano sobre el hombro del soldado, obligándolo a retroceder. "Son recién llegados. No tienen idea de lo que está pasando. Es normal que tengan miedo, además no hemos tenido nuevos invocados por los últimos 500 años así que trátalos con un poco de cariño"
El soldado frunció el ceño, pero obedeció. Kaeleen observó el intercambio con cuidado. Había algo en la forma en que Sir Aldric hablaba, una mezcla de autoridad y compasión que lo hacía destacar entre los demás. Kaeleen decidió que, al menos por ahora, este caballero era alguien digno de confianza.
La carreta continuó su trayecto por la ciudad, atravesando la calle principal. La actividad a su alrededor no se detenía. Kaeleen podía ver a los demás recién llegados en otras carretas, todos con los mismos ojos desorbitados de confusión. Pero lo que más captaba su atención era el susurro constante entre ellos. Era claro que ninguno de ellos tenía idea de lo que les esperaba.
"¿500 años?", preguntó Kaeleen, rompiendo finalmente su propio silencio. "Dijiste que no han tenido invocados en 500 años... ¿Qué significa eso?"
Sir Aldric se giró hacia él, su sonrisa se desvaneció un poco, pero mantuvo la calma. "Eso es correcto. Hace 500 años fue la última vez que un grupo de personas como ustedes fue traído a este mundo. No sabemos por qué ocurre exactamente, pero cada 100 años, personas de diferentes planetas y razas son invocadas a Aether, como ustedes lo han sido hoy. Es algo que ha sucedido desde tiempos antiguos."
Kaeleen asintió, procesando la información. "¿Y este reino... Ethelia...?"
"Ethelia es el reino principal de los humanos en este mundo. Aquí, hace cientos de años, llegó el primer grupo de humanos invocados, quienes fundaron este reino con el paso del tiempo. Desde entonces, hemos mantenido un equilibrio frágil entre las diferentes razas que también han sido traídas a este mundo. Lo que ven aquí es el resultado de siglos de historia."
Kaeleen frunció el ceño, sintiendo que había más preguntas en su mente de las que podía formular en ese momento. Pero antes de que pudiera continuar, Sir Aldric levantó una mano.
"Sé que todos tienen muchas preguntas, pero pronto llegarán al castillo y podrán escuchar lo que deben saber. Les aseguro que todas sus dudas serán respondidas."
Las carretas se detuvieron finalmente frente al castillo de Ethelia, una estructura majestuosa que parecía tocar los cielos. Las paredes de mármol blanco brillaban bajo la luz de las tres lunas, y las torres se elevaban como si fueran los dedos de un dios extendiéndose hacia el infinito. Kaeleen miró hacia arriba, embelesado por la belleza de la estructura, pero algo en el ambiente lo hizo estremecerse.
"No te quedes embobado mirando el castillo, chico," dijo Sir Aldric, su tono con una leve burla amistosa. "Vengan, entren. Lo mejor está por llegar."
Kaeleen sonrió un poco ante la actitud del caballero, pero esa sonrisa se desvaneció al ver la expresión de Aldric. Por un breve instante, antes de darse la vuelta, Aldric había mostrado una sonrisa que no tenía nada de amistosa, más bien... algo siniestro.
Un frío inexplicable recorrió la espalda de Kaelen, paralizándolo en la entrada del castillo.
"¿Todo está bien?", una voz suave interrumpió sus pensamientos. Selene estaba parada a su lado, su presencia emanaba una calma reconfortante. Kaeleen giró hacia ella y, por un segundo, olvidó todo lo demás. La pureza de su rostro, la calidez de sus ojos. Era imposible no sentirse atraído por ella.
"Sí... estoy bien" dijo finalmente, asintiendo con torpeza.
Selene le sonrió con dulzura, y Kaeleen sintió cómo sus dudas se disipaban por un momento. Si ella estaba allí, debía ser seguro. La pureza en su mirada lo hizo creer que este lugar, por extraño que fuera, no podía ser tan malo.
Con ese pensamiento, dio un paso adelante y cruzó las puertas del castillo, siguiendo al resto del grupo.
Dentro, la oscuridad los envolvió casi de inmediato. Kaeleen y los demás se detuvieron, perplejos, mientras las luces en la enorme sala parecían apagarse una a una. Solo el sonido de sus pasos y respiraciones rompía el silencio. Kaeleen sintió un nudo en el estómago. Algo no estaba bien.
De repente, una esfera de luz flotó desde el techo, iluminando tenuemente el lugar. El orbe comenzó a girar lentamente, proyectando una imagen en el aire, como un holograma. La figura de un hombre anciano, vestido con ropajes reales, apareció ante ellos.
"Bienvenidos" dijo la voz profunda del hombre. "Soy el rey de Ethelia, y sé que todos ustedes deben estar confundidos. No teman. Pronto comprenderán su propósito en este mundo."
El rey comenzó a explicarles el origen de Aether. Habló de cómo cada 100 años, seres de diferentes razas y mundos eran invocados a este lugar, y cómo Ethelia había prosperado bajo esa dinámica. Les habló de la magia que lo impregnaba todo, de las razas que coexistían en el planeta, aunque dejó muchos detalles sin mencionar.
El rey explico que este mundo todo vive por y para el mana, las personas nacidas en Aether tienen todas un núcleo de mana en su interior, el cual crece con el tiempo a medida que se hacen mas fuertes, pero los invocados al no haber sido expuestos al mana tendrían que pasar 20 años viviendo en Aether para generar naturalmente un núcleo de mana, por lo que hace cientos de años se creo un método de creación de núcleo artificial el cual permite a los invocados obtener un núcleo rápidamente el cual luego de practica y entrenamiento dará luz a un núcleo natural en su interior sin tener que esperar 20 años deambulando por la tierra, y en este mundo tan dependiente del mana, un inútil incapaz de utilizar magia se vuelve nada mas que un estorbo, ya que hasta los plebeyos encargados del ganado o la agricultura utilizan el mana diariamente en sus vidas.
Finalmente luego de hablar sin cesar por 15 minutos, el rey abordó el tema que más inquietaba a Kaeleen.
"Aquellos de ustedes que deseen continuar con una vida significativa en este mundo, tendrán la opción de participar en el programa de creación de un núcleo artificial de mana. Este proceso es crucial si desean acceder al poder que fluye en este mundo. No deben temer, el proceso es seguro."
Kaeleen no pudo evitar notar que algunos entre el grupo comenzaban a mostrar expresiones de duda, de miedo. El rey parecía percibirlo, y con una sonrisa tranquila, agregó:
"Por supuesto, aquellos que elijan no participar no serán forzados. Pueden vivir entre nosotros, pero deben entender que sin un núcleo, les será casi imposible conseguir trabajo o sobrevivir sin ayuda, ya que todo aquí está conectado a la magia."
La tensión en la sala creció. Kaeleen observó las caras a su alrededor: rostros pálidos, miradas asustadas. Algunos parecían listos para abandonar, otros se quedaron paralizados, incapaces de tomar una decisión.
Pero cuando Kaeleen miró a Selene, ella estaba a lo lejos, cerca del orbe de luz. Sus ojos se encontraron y ella le sonrió suavemente. Ese gesto, tan simple y cálido, fue todo lo que Kaeleen necesitaba para decidir.
"Lo haré" murmuró para sí mismo.
"No puedo seguir siendo un inútil sin futuro al cual todos despreciaban, esta es mi oportunidad de brillar y demostrar que si valgo para algo", Kaeleen se dejo llevar por sus pensamientos y empezó a reconfortarse a si mismo y en ese mismo momento se juro que se volvería una persona exitosa en este nuevo mundo.
En eso, varias personas empezaron a cuestionar al rey, entre insultos y gritos Kaeleen logro escuchar alguna de las cosas que decían.
"!¿Como podemos confiar en ustedes?!"
"De seguro fueron ellos los que nos trajeron aquí"
Kaeleen sorprendido se percato que la persona que estaba gritando era nada mas y nada menos que el mismo que le había gritado al guardia en la carroza.
Y con esto el ambiente se puso tenso nuevamente, varias personas decidieron salirse de la sala y depender de ellos mismos.
Después de que algunos decidieron abandonar, un guardia escoltó a Kaeleen y a otros hacia una sala con capsulas metálicas. El ambiente era sofocante. Mientras observaba las cápsulas, Kaeleen no pudo evitar notar lo deterioradas que se veían, como si no hubieran sido utilizadas en años.
"¿Esta... es la tecnología de este mundo?" pensó, sintiendo una creciente ansiedad. Las cápsulas parecían listas para fallar en cualquier momento.
Un guardia se acercó a Kaeleen. "No te preocupes" dijo con una sonrisa que no llegó a sus ojos. "Solo duele un poco."
"¿Doler?", preguntó Kaeleen, con el corazón acelerado. "¿Qué quieres decir con que duele?"
Antes de que pudiera obtener una respuesta, el guardia cerró la cápsula alrededor de Kaeleen, atrapándolo. Kaeleen empezó a golpear el interior, su corazón martillando en su pecho. "¡Déjame salir!" gritó, pero sus gritos fueron ignorados. El dolor comenzó de inmediato. Algo frío y extraño recorrió su cuerpo, entrando por sus extremidades y viajando lentamente hacia su abdomen.
Kaeleen intentó controlar su respiración, pero el dolor era insoportable, como si su sangre misma estuviera ardiendo. Sus gritos se mezclaron con los de otros en las cápsulas a su alrededor. Gritos de desesperación, de angustia. Kaeleen sentía que iba a perder la cordura. El mana estaba recorriéndolo, y el dolor seguía intensificándose, sin fin a la vista.
Y entonces... todo se volvió oscuridad.