El sonido de las ruedas de los carruajes resonaba mientras avanzaban por el camino polvoriento que conducía al campo de entrenamiento. Kaeleen, sentado junto a la ventana, observaba en silencio el paisaje que se deslizaba lentamente a su lado. Las montañas al fondo parecían sombras lejanas, y el cielo azul claro contrastaba con el tono terroso del suelo. A su alrededor, los demás jóvenes invocados intercambiaban miradas de incertidumbre y susurros ansiosos. Nadie sabía con certeza qué les esperaba en los próximos días, y el aire tenso reflejaba los nervios de todos.
Durante los siguientes siete días, estarían aislados en ese campo de entrenamiento. El objetivo era claro: aprender lo básico sobre el manejo del mana. Al final de la semana, se enfrentarían a una prueba decisiva, y quienes lograran superarla recibirían un lugar en la Academia del Reino junto con diez monedas de oro. Los que fallaran tendrían una moneda y ningún apoyo. Estarían solos, obligados a sobrevivir por su cuenta en un mundo que aún les era extraño.
Kaeleen sentía el peso de esa posibilidad aplastándolo. El temor al fracaso era una sombra que lo había seguido siempre, desde su vida pasada hasta ahora. Aún podía sentir las miradas de los demás, el rechazo implícito en sus gestos. Sabía que lo veían como algo fuera de lo común, alguien que era mejor mantener a distancia. En su mente, luchaba por no dejarse consumir por esos pensamientos, pero no era fácil. En este nuevo mundo, esperaba que las cosas fueran diferentes, pero las mismas sombras de su pasado parecían seguirlo.
El carruaje finalmente se detuvo con un crujido, y los jóvenes invocados comenzaron a bajar uno por uno. Kaeleen salió lentamente, observando el lugar que se extendía ante él. El campo de entrenamiento estaba compuesto por varias edificaciones de madera robusta, diseñadas para resistir el paso del tiempo. En el centro se encontraba un gran hostal, su estructura imponente proyectaba una sombra sobre el terreno. A su alrededor, pequeñas construcciones servían como comedor, almacenes y áreas comunes. El viento soplaba con fuerza, trayendo consigo el aroma de la tierra húmeda y los árboles cercanos.
Los invocados fueron dirigidos hacia una explanada donde un joven caballero de armadura brillante y capa roja esperaba al frente del grupo. Su postura era recta y confiada, y una sonrisa entusiasta adornaba su rostro mientras alzaba una mano para llamar la atención de todos.
"¡Bienvenidos!" exclamó con energía, moviendo los brazos con un gesto exagerado. "Soy Alaric, y estaré a cargo de vuestra seguridad y entrenamiento durante esta semana. ¡Nada de qué preocuparse, estáis en buenas manos!"
La multitud de jóvenes invocados lo miraba con curiosidad, pero no pasó mucho tiempo antes de que Alaric tropezara con una pequeña roca en el suelo, lo que lo hizo tambalearse de manera torpe. Los murmullos y risitas contenidas comenzaron a recorrer el grupo, aunque él intentó recomponerse rápidamente, fingiendo que no había sucedido nada.
"¡Eso fue intencional!" añadió con una risa nerviosa, frotándose la nuca mientras recuperaba su compostura.
Kaeleen observaba la escena en silencio. Aunque las risas aligeraron la atmósfera por un momento, él no podía escapar a la inquietud que sentía. No muy lejos de donde estaba, un anciano de túnica gris caminaba lentamente hacia el grupo. Su figura era imponente, aunque su edad se reflejaba en su postura ligeramente encorvada y las profundas arrugas de su rostro. Sus ojos, sin embargo, eran afilados y autoritarios, como si pudieran atravesar a cualquiera que se atreviera a mirarlo por demasiado tiempo.
"Soy el Profesor Wolfram," anunció con voz grave, que resonó en el aire y detuvo cualquier murmullo restante. "Durante los próximos siete días, yo seré vuestro instructor. No esperéis misericordia, ni esperéis ayuda si no estáis a la altura de las circunstancias. Si fracasáis, será únicamente vuestra culpa. No estoy aquí para cargar con incompetentes."
El silencio que siguió a sus palabras era casi palpable. Los jóvenes invocados intercambiaron miradas nerviosas, y algunos bajaron la cabeza, claramente intimidados por la actitud del profesor. Kaeleen tragó saliva, sintiendo cómo su ansiedad aumentaba. Sabía que no sería fácil, pero las palabras de Wolfram lo hacían sentir como si estuviera caminando al borde de un precipicio.
"Ahora," continuó Alaric, intentando aligerar la atmósfera de nuevo, "vamos a organizar los grupos. Los cuatro mejores en las pruebas mágicas realizadas anteriormente se adelantarán y seleccionarán a sus compañeros. Ellos serán los líderes. ¡Vamos, chicos, no tenemos todo el día!"
Cinco figuras avanzaron entre la multitud. El primero en la fila era un chico alto y robusto, con una sonrisa arrogante en el rostro. Kaeleen lo reconoció como el segundo mejor en las pruebas "Ithan", famoso por su actitud agresiva y su tendencia a intimidar a los demás. A su lado, el tercero en las pruebas "Erik", de una complexión similar, lo observaba con la misma expresión de superioridad.
Los murmullos crecieron cuando una joven de cabello largo y plateado se adelantó. Kaeleen no pudo evitar sentir una punzada de inquietud al verla. Era la mejor de las pruebas "Naomi", y su presencia era imponente, aunque su rostro no mostraba emoción alguna. Su mirada distante y fría parecía atravesar a todos los presentes sin realmente verlos. Los susurros de admiración se hicieron audibles, pero ella no les prestó atención.
Finalmente, la cuarta en la fila era una chica menuda y de aspecto tímido "Elise". Sus manos temblaban ligeramente mientras avanzaba, y sus ojos evitaban el contacto con los demás. A pesar de su pequeño tamaño y su aire de vulnerabilidad, había logrado un alto puesto en las pruebas, y eso la hacía destacar de manera inesperada.
A medida que los líderes comenzaron a seleccionar a sus compañeros, Kaeleen observaba en silencio, esperando que su nombre fuera llamado. Pero a medida que los grupos se formaban, empezó a notar las miradas de los demás. Los murmullos crecían, y él entendía lo que significaban. Nadie lo quería en su grupo. El miedo que le tenían era palpable.
Finalmente, cuando solo quedaban unos pocos sin grupo, Ithan y Erik intercambiaron miradas burlonas antes de voltear hacia él.
"Parece que el rarito se quedó sin grupo," comentó Ithan, lo suficientemente alto como para que todos lo oyeran.
Erik rió a carcajadas. "¿Quién querría tenerlo cerca? Seguro que nos haría perder con sus tonterías."
Kaeleen apretó los puños, sintiendo cómo las palabras lo herían profundamente. Aunque estaba acostumbrado al rechazo, no podía evitar sentir esa familiar punzada de tristeza. Bajó la cabeza, intentando ignorar los murmullos a su alrededor.
"Si no termináis de formar los grupos, nunca comenzaremos el entrenamiento," intervino Alaric con su habitual energía. "¡El tiempo es oro!"
El silencio cayó sobre el grupo cuando Naomi levantó la mano, con una expresión de indiferencia en su rostro.
"Lo que sea. Me quedo con el rarito," dijo, su voz fría y sin emoción alguna.
Kaeleen sintió un nudo en la garganta, pero no respondió. No podía hacerlo. Simplemente aceptó su destino, sabiendo que, una vez más, sería el extraño.
Antes de que pudieran continuar, la princesa apareció, flanqueada por Alaric. Todos los ojos se volvieron hacia ella, su presencia imponente e inquebrantable, mientras caminaba con la gracia de alguien que estaba acostumbrada a ser el centro de atención.